Cuando nuestro odio es demasiado profundo,
nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos.
François de La Rochefoucauld
El odio es un borracho al fondo de una taberna,
que constantemente renueva su sed con la bebida.
Charles Baudelaire
"La democracia es la desesperación
de no encontrar héroes que nos dirijan"
Thomas Carlyle
La verdad es que ya
estoy un poco harto de la auto-victimización de ciertas personas y de ciertos
grupos de personas. Cualquier crítica seria y en profundidad ya las hace salir
corriendo apuntando el dedito acusador hacia el crítico y gritando a voz de
cuello para que lo escuche toda la humanidad: "¡Eso es odio!", "¡Es
un discurso de odio!", "¡Está
incitando al odio y todos sabemos dónde termina eso!" Para acto
seguido anunciar que desembocaremos en la Tercera Guerra Mundial o en una
devastadora Guerra Civil si no "acallamos las voces del odio"; lo
cual, por supuesto y traducido al castellano normal, significa pedir a gritos
la censura – que ahora se dice "cancelación" – del que se atrevió a criticar.
Claro, todo ello en nombre de la democracia, la paz social, los derechos
humanos y hasta de la libertad de expresión – la de los "buenos", se
entiende.
Es un truco viejo, pero siempre efectivo. Nace, por un lado de una especie de sacralización de la ideología según la cual se permite la crítica de lo superficial – en las democracias liberales, porque en las marxistas ni eso – pero analizar y someter a crítica lo esencial y fundamental se considera herejía porque socava dogmas de fe. Su expresión quizás más típica es el famoso "¡nada de libertad para los enemigos de la libertad!" según la frase, o mejor dicho el exabrupto, de Saint Just durante el período de Terror de la Revolución Francesa. [[1]]
Por el otro lado,
es un recurso favorito de los hipócritas porque es muy difícil de rebatir.
Consiste en acusar a cualquier adversario de un crimen imposible de demostrar
pero que coloca al acusador inmediatamente en el papel de víctima inocente. Si
me pongo ante las cámaras de televisión y digo "Fulano seguramente me quiere matar" o bien "Mengana dice eso porque me odia"
estoy acusando a Fulano y a Mengana de una intención
que ellos prácticamente no pueden demostrar que no tienen. Entre otras cosas, por eso legalmente se presume la
inocencia del acusado. El fiscal es el que debe probar que el acusado cometió el crimen ya que, en la gran
mayoría de los casos, muy difícilmente el acusado podría probar a entera
satisfacción del juez o del jurado que NO
lo cometió. Y esto es porque, en muchísimas situaciones una tesis negativa no
puede ser demostrada.
Por ejemplo, imagine
que yo le aconsejo poner rejas en las ventanas de su domicilio y una noche,
tras cenar fuera de casa, encuentra al volver que una de las rejas fue
forcejeada pero el ladrón no pudo penetrar. Ahí puedo ir y decirle: "A Usted
lo salvaron las rejas que yo le recomendé "; con lo cual quedaré como
un engreído pero Usted no podrá discutirme el hecho. Sin embargo, si instala
las rejas y durante dos años no tuvo ni siquiera un solo intento de robo, yo
jamás podré demostrarle cuantos robos hubiera tenido si NO ponía las rejas.
Visto desde otro
aspecto, si alguien me dice "Todas las ovejas son blancas" me bastará encontrar una sola oveja negra para demostrar que
no todas lo son. Pero si alguien viene y me dice que "existen ovejas verdes", en el marco de un
estricto rigor científico, yo tendría que revisar todas las ovejas del mundo (y
no encontrar ninguna) para demostrar que NO
existen.
Para colmo de
males, está también el problema semántico de la "exageración poética"
a la cual muchas personas recurren para enfatizar. Cuántas veces oímos decir –
o habremos dicho – "Odio la sopa fría"; "Odio las playas
repletas de gente"; "Odio el calor"; "Odio el frío", y
la palabreja no es más que un "no me
gusta" inflado para enfatizar. Cuantas veces habremos escuchado frases
como "No te quiero ver más. ¡Te
odio!" y la cosa no pasa de un berrinche entre amantes.
Claro, el berrinche
puede desembocar en un crimen pasional, es cierto, pero ¿cuántas peleas de esta
clase terminaron efectivamente en un crimen? En la enorme mayoría de los casos
no pasan de un disgusto – quizás incluso de un disgusto amargo, un gran rencor,
y un tremendo resentimiento – seguido de una enorme y triste desilusión. Pero
eso no es odio. En los casos extremos y en la amplia escala de los sentimientos
humanos, conceptos como "aborrecimiento", "aversión",
"rencor", "rabia", "bronca" y hasta
"fobia", pueden expresar algo parecido al odio, dependiendo de su
intensidad. Pero no se refieren al odio propiamente entendido.
El odio como tal es
producto de la ira y, como lo he señalado muchas veces, no en vano la ira es
uno de los siete pecados capitales. El odio es un impulso maligno orientado específicamente
a destruir al objeto de la ira. El
afán de destrucción – que es lo que
realmente se esconde detrás del neologismo ése de "deconstrucción" – proviene de la
ira que es la generadora y la directora del impulso. Porque no nos engañemos:
todos los que hablan de "deconstruir" las tradicionales nociones del orden social y natural que durante miles de años han servido para construir los
sólidos fundamentos de nuestra cultura, lo que en realidad proponen es destruirlos para poder implantar una
realidad cultural completamente diferente, y hasta opuesta, según la estrategia
gramsciana diseñada para la imposición de una cosmovisión hegemónica marxista
por la vía de una Revolución Cultural.
La ira es la disposición
psíquica que hace surgir el impulso y le da la potencia necesaria para
convertirlo en acto. El que realmente odia no puede permanecer pasivo. Siente
que tiene que actuar para satisfacer
su ira; y si no encuentra una excusa valedera para justificar su acto, pues la
inventará o la construirá con acusaciones indemostrables pero simultáneamente irrebatibles.
Y por último, también
hay que tener presente un fenómeno que podrá parecer sorprendente pero que puede
ser comprobado prestando atención: si no se convierte en acto, el odio daña más
al que lo siente que al que va dirigido. La ira es un veneno satánico. Es una
de las tantas hijas del Mal. Es como una adicción que, si no se satisface, no
deja vivir. La persona que odia, vive
odiando. Vive noche y día pensando en cómo destruir al objeto de su odio.
Justamente ésa es la mejor forma de detectar a quienes realmente odian:
mientras menos consigan su objetivo de destruir al odiado, más odio les genera
la ira; más se envenenan con más odio. Pueden, literalmente, terminar
enloqueciendo de odio si no consiguen destruir al que odian.
Pero de otro modo es incorrecto hablar de odio. Alguien puede atacarnos en un momento dado; la situación hasta puede degenerar y pasar de la agresión verbal a una agresión física; pero todo eso todavía no es un indicativo seguro de que ése alguien nos odia. Las personas que odian de verdad atacan en forma constante y reiterada. No pueden parar. Se pasan el día buscando un pretexto para atacar. Impulsan a otros para que lo hagan. Tienen una verdadera fijación con el objeto – o los objetos – de su odio. Aprovechan cualquier oportunidad para manifestar su odio, incluso a riesgo de resultar incongruentes.
Una reyerta, una
pelea, una crítica, ni siquiera un constante diálogo crítico entre adversarios
es necesariamente indicio de odio. Una golondrina no hace verano. Ni siquiera
un par de ellas lo hace. Podría citar docenas de casos de personas que se pasaron
la vida peleándose y al final terminaron siendo amigos. Chesterton y Bernard
Shaw se pasaron la vida discutiendo muy fuerte. [[2]] Pero
¿saben una cosa? Fueron excelentes amigos toda la vida.
También en la Argentina hubo grandes adversarios que terminaron siendo amigos. A veces quizás valdría la pena recordarlo.
La Grieta
Antecedentes e Historia
Todo lo dicho no
quiere decir que en la Argentina no hay gente que odia de verdad; ni que en el
pasado histórico del país no haya habido gente poseída por el odio. Por ejemplo, "Los Profetas del Odio y la Yapa"
de Don Arturo Jauretche es un libro que habla bastante de eso. Por supuesto que
hubo – y hay – odios varios ensuciando todo el panorama político y social del
país. Lo que sucede es que los odios verdaderos, la mayoría de las veces, no
provienen de las motivaciones que mencionan los medios masivos y creen las
grandes masas adoctrinadas por los opinólogos a sueldo.
Por de pronto, la famosa "grieta" – esa línea divisoria semi-ideológica que actualmente divide y enfrenta a los argentinos – no nace de odios espontáneos como producto de un supuesto defecto del carácter nacional argentino. Es cierto que hay antecedentes históricos de los desencuentros y conflictos de la sociedad argentina: saavedristas contra morenistas; unitarios contra federales; peronistas y antiperonistas. Son todos ejemplos de conflictos – algunos de ellos sangrientos – que han sacudido a los argentinos a lo largo de su existencia histórica. Pero eso ha sucedido con casi todos los países del mundo en la etapa de su primera juventud como nación. En América tuvo mucho – yo diría muchísimo – que ver el interés colonial de Inglaterra en balcanizar al Imperio Español. No en última instancia, ha influido también la gran diversidad de la población argentina producida por varias corrientes inmigratorias bastante dispares. [[3]]
Inmigración en la Argentina 1869-2010 |
Cualquier país de inmigración necesita tiempo para estabilizarse demográficamente. La biopolítica no funciona con leyes, disposiciones o simples voluntarismos. El jus solis – un recurso legal prácticamente inevitable en países de inmigración – solamente convierte en ciudadano argentino al que ha tenido la suerte de nacer en esta hermosa tierra. Pero una carta de ciudanía es solo una disposición jurídica. No hace que un gallego hijo de gallegos deje de ser gallego; tampoco el friulano dejará de ser friulano por gestionar una carta de ciudadanía en las islas Fiji, ni un japonés dejará de ser japonés por nacer en Alaska; ni un noruego se volverá bantú por radicarse en Nigeria.
La biopolítica funciona al ritmo natural de la vida humana que nos da – en promedio – alrededor de una generación cada 25 años. Lo cual produce apenas unas cuatro generaciones por siglo. Hay que tener eso presente: la Argentina, biopolíticamente hablando y al igual que todas las naciones americanas, es muy joven y diversa. Hay que darle tiempo para que su población madure y se vaya homogeneizando en forma natural tal como lo disponga Madre Natura que entiende de estas cosas mucho más que cualquier sociólogo y cualquier político. El "crisol de razas" existe, pero trabaja según velocidades y leyes biológicas; no según pretensiones ideológicas.
Demografía Argentina 1869-2010 |
No hay que dejarse engañar por las imágenes líricamente románticas que a veces difunden los medios políticamente correctos cuando se refieren a supuestos "modelos exitosos" que no son tales. Los Estados Unidos, por ejemplo, tienen un enorme problema biopolítico con la asimilación de la población negra e hispana; tan grave que muchas veces estalla en incendios y tiroteos a la menor provocación. En Canadá la tensión entre anglófonos y francófonos se ha calmado un poco a lo largo de los años pero no ha desaparecido; subsiste con relativa calma en lo profundo de la sociedad canadiense. En Brasil no se habla mucho del tema en forma pública pero es inocultable que la sociedad está dividida entre blancos, negros y mulatos.
Muchos países de
América aún tienen y mantienen una clara divisoria social entre minorías
blancas de origen europeo y una mayoritaria población mestiza. Por cuestiones
ideológicas o filosóficas el factor biopolítico se podrá tratar de barrer bajo
la alfombra por miedo a la acusación de racismo, pero no por eso se consigue
hacerlo desaparecer.
Sea como fuere, en
la Argentina afortunadamente no existen graves problemas de enfrentamientos raciales pero, aparte de cuestiones cuyas raíces se hunden en la Historia del
país, hay actualmente cuestiones y
conflictos muy serios que nacen de otras fuentes, la mayoría de las cuales son,
o bien completamente artificiales, o bien se deben a la crasa ineptitud de la
dirigencia política, o ambas cosas a la vez. Estas causas confluyen a formar por
lo menos el 80% de los dos bandos en los que se ha agrupado la población
políticamente consciente del país, separados por lo que se ha dado en llamar
"La Grieta".
Los enemigos políticos.
Aparte de la falta
de homogeneidad etnocultural, ¿cuál es el origen de la famosa
"grieta"? En primer lugar, la causa principal es la increíble ignorancia
y el analfabetismo funcional de una enorme parte de nuestra élite dirigente que
ha leído a Carl Schmitt (al menos por la mitad o de reojo), pero recordó solo la
mitad de la mitad que leyó y
entendió solo la mitad de lo que recordó.
Para empezar: es
cierto que Schmitt caracteriza a la política como la ciencia que diferencia en
su ámbito a "amigos y enemigos". Pero aquí hay al menos dos cosas a
considerar: 1)- Antes de establecer esa caracterización Schmitt aclara que una
bipolaridad no es una característica exclusiva de la política y 2)- Los
términos que Schmitt emplea para definirla son muy claros y la mayoría de las
veces se tergiversan.
En cuanto a lo
primero Schmitt establece:
"Supongamos que, en el área de lo moral las diferenciaciones últimas están dadas por el bien y el mal; que en lo estético lo están por la belleza y la fealdad; que lo estén por lo útil y lo perjudicial en lo económico o bien, por ejemplo, por lo rentable y lo no-rentable. La cuestión que se plantea a partir de aquí es la de si hay — y si la hay, en qué consiste — una diferenciación especial, autónoma y por ello explícita sin más y por sí misma, que constituya un sencillo criterio de lo político y que no sea de la misma especie que las diferenciaciones anteriores ni análoga a ellas."
Para luego
establecer su famosa frase:
"La diferenciación específicamente política, con la cual se pueden relacionar los actos y las motivaciones políticas, es la diferenciación entre el amigo y el enemigo." [[4]]
Obsérvese, por
favor, la cuidadosa elección que hace Schmitt de las palabras que emplea.
Caracteriza a la
bipolaridad "Amigo/Enemigo" como una "diferenciación" (Unterscheidung) y no como una "contradicción"
(que sería Widerschpruch), ni siquiera como una "contraposición" (Gegensatz) y menos aún como una división
(Teilung, Zerteilung, Zerrisenheit,
Scheidung, etc.)
O sea: según Carl
Schmitt la Política no divide al mundo en amigos y enemigos
sino que DIFERENCIA a amigos y
enemigos dentro del ámbito del universo político. [[5]]
Tanto es así que
hasta aclara con sumo cuidado el concepto de "enemigo" estableciendo
dos clases de "enemigos" de los cuales solamente uno califica como "enemigo político",
que es el enemigo de toda la
comunidad y no el enemigo personal
que cualquiera puede tener. El problema
en castellano es que no tenemos una palabra exacta para referirnos a este
enemigo en especial.
Los griegos usaban los
términos polemios para caracterizar
al bárbaro externo no-griego y echtros
para el enemigo privado. Solo en el primer caso el griego hablaba de polemos (guerra). Para las guerras entre
griegos usaba la palabra stasis –que
sería equivalente a lo que hoy designamos como "guerra civil". A su
vez, los romanos designaban como hostis
al enemigo de toda Roma, y llamaban inmicus
al enemigo personal o privado. Lo importante aquí es entender que, en la
concepción de Carl Schmitt el enemigo político
es siempre y solamente el polemios o
el hostis; nunca el echtros o el inmicus.
En síntesis: el
enemigo político es el enemigo de toda
la comunidad. No tiene nada que ver con el enemigo privado. Y al enemigo
político lo tengo que combatir no porque no me guste, no porque lo odie, no
porque lo aborrezca – de hecho hasta lo puedo encontrar simpático – sino porque
representa una amenaza para toda la
comunidad en su conjunto. No es mi enemigo; es el enemigo de mi
país, de mi gente, de mi nación. No es el que puede ganarme una elección. Es el
que puede ganarle una guerra a mi nación y someterla a una voluntad de poder
usurpadora – sea la acción de guerra de índole militar, económica, psicológica o
cultural.
El entender a toda
la política interna de un país como un conflicto entre enemigos políticos
convirtiendo a cualquier adversario político y a cualquier enemigo personal en
un enemigo político ya es algo grave de por sí. No es que sea un mero caso de
ignorancia o incapacidad interpretativa de la filosofía de Carl Schmitt; es
mucho peor que eso: significa imposibilitar casi por completo la función
esencial de síntesis del Estado que consiste precisamente en dominar y poner
límites a los conflictos de interés, personales y de grupo, que inevitablemente
siempre amenazan con desgarrar los tejidos internos de una comunidad
organizada.
¿Cómo podría un
Estado arbitrar eficazmente los conflictos personales y sectoriales cuando el
gobierno decide ser uno de los principales agentes provocadores de conflictos
entre amigos y enemigos políticos dentro de su propio pueblo? Es imposible que
un Estado logre la paz social – que es uno de los objetivos irrenunciables de
todo Estado en una comunidad políticamente organizada – cuando justo el Estado es
uno de los primeros promotores de una constante guerra civil en potencia.
Porque una
comunidad estará en una situación de conflicto permanente, que la
colocará al borde de una siempre posible guerra interna, si está dividida – y
esta vez sí: dividida – en dos (o más) bandos de enemigos políticos
que se combaten entre sí
Pero esto, que
explica gran parte de la famosa "grieta" no es todo. Para desgracia
de 47 millones de argentinos, hay más. Mucho más.
El Conflicto
Hay más, porque hay
un componente ideológico que se suma a la ineptitud y a la ignorancia política
de no entender para qué está el Estado; de no saber para qué sirve y de ignorar
olímpicamente sus tres funciones básicas indelegables que son sintetizar
divergencias, planificar un futuro necesariamente positivo a largo plazo y
conducir a la comunidad logrando consensos y continuidad en las políticas
esenciales para el país.
Ese componente
ideológico es la lucha de clases adoptada de la ideología marxista e inyectada intelectualmente
en la sociedad a través de la estrategia gramsciana dirigida a obtener la
hegemonía cultural para "desestructurar" a la sociedad burguesa.
La estrategia de
Gramsci es la que ha adoptado la izquierda marxista después del fracaso de las
estrategias de Lenin, Stalin y sus herederos en la Rusia soviética. Reducida a
su mínima expresión esta estrategia consiste en aceptar una premisa muy simple:
"La revolución cultural precede a la
revolución política". Lo tremendamente peligroso de esto para
cualquier sociedad es que la premisa es
correcta. El problema está en el contenido de esa revolución cultural –
esencialmente en las consecuencias de la aplicación de sus valores propuestos –
y en los objetivos de la revolución política que en teoría le debería seguir;
siendo que esa revolución que no es más que un refrito algo actualizado del viejo
bolchevismo de los años 1920.
La premisa es
históricamente demostrable: por regla general, en 10.000 años de Historia todas
las grandes revoluciones políticas fueron precedidas por cambios culturales
profundos en el ámbito de las ideas, las filosofías, las artes, la ciencia y hasta
las religiones.
La última gran
revolución cultural que hemos tenido en Occidente fue la que precedió a la
Revolución Francesa de 1789 y continuó luego difundiéndose por todo el mundo. De
esa revolución burguesa (Marx dixit)
nació el liberalismo y, como consecuencia lógica de su propia cosmovisión
llevada hasta las últimas consecuencias, el socialismo anarco-romántico que
Marx reformularía luego en una doctrina más coherente.
Esta filogenia
explica la hermandad, muchas veces pasada por alto, que históricamente existió
– y sigue existiendo – entre el liberalismo y el marxismo. Uno de los muchos
aspectos en que esta relación filial se puede comprobar es en las pretensiones
universalistas de ambas ideologías, un rasgo que otorga a sus doctrinas incluso
ciertas características de religiosidad laica en la que la influencia de la
masonería como Erzatzreligion [[6]] es sumamente notoria.
El hecho es que, tanto
el liberalismo como su hijo pródigo el marxismo han tenido, desde sus mismos
orígenes, aspiraciones de universalidad. Desde el dominio universal de la razón
mundana hasta la solidaridad universal del proletariado, tanto liberales como
marxistas tienden a querer imponer su cosmovisión a todo el mundo. Es obvio que
los diferentes organismos políticos – Estados, pueblos, naciones – constituyen
un enorme estorbo para este proyecto. Y más todavía cuando ambas versiones de
la cosmovisión a-tradicional y hasta anti-tradicional de la Revolución Francesa
profesan incondicionalmente el dogma de la igualdad humana desde cuya óptica la
diversidad política es un sinsentido. De hecho, si todos los seres humanos
somos iguales no se ve muy bien por qué habríamos de gobernarnos mediante
sistemas o regímenes políticos diferentes.
El problema, claro
está, reside en que, a los efectos sociopolíticos y culturales, no somos
iguales en absoluto. En tanto pueblos, nuestras idiosincrasias, nuestras
historias, nuestras condiciones ambientales, nuestras culturas autóctonas,
nuestras leyendas, mitos, creencias, preferencias, en una palabra: nuestras identidades etnoculturales difieren. Y puesto que difieren,
necesitan expresarse cultural y políticamente de diferentes maneras aun cuando
compartan – como que muchas de ellas comparten – valores básicos comunes.
La desigualdad
natural de los seres humanos y la desigualdad identitaria de los organismos
políticos es un obstáculo inaceptable para los igualitarismos. Como por
ideología y hasta por capacidad política son incompetentes para lograr una síntesis
mediante conducción y consenso, la única síntesis posible, tanto para liberales
como para marxistas en general, es una nivelación igualitaria de toda la
sociedad. El razonamiento es: "si no somos iguales, tanto peor; porque deberíamos ser iguales". Consecuentemente,
puesto que no podemos convertir enanos en gigantes, la única igualitarización
prácticamente posible es hacia abajo mediante el expeditivo recurso de cortarle
la cabeza a los gigantes.
Y para eso sirve la
lucha de clases. Toda la actual serie de guerras entre partidismos,
ideologismos y teorías económicas; toda la guerra entre ricos y pobres, entre
empresas y trabajadores, la ciudad y el campo; todos los conflictos que no
tienen solución porque los promotores del conflicto están más interesados en
mantener el conflicto mismo que en hallar cualquier posible solución; todo eso
no es más que consecuencia de la estrategia de la lucha de clases.
Y es una lucha que,
por supuesto, no se limita estrictamente a la noción socioeconómica de
"clase social" sino que – siguiendo el concepto gramsciano de
revolución cultural – se extiende por toda la sociedad, tanto allí en donde ya
existe un conflicto como allí en donde se puede crear alguno de manera
artificial. Así es como tenemos la guerra entre feministas y antifeministas;
abortistas y antiabortistas; homosexuales y heterosexuales; civiles y
militares; creyentes y ateos; pueblos originarios y pueblos conquistadores;
anarquistas y jerárquicos, más un largo etcétera que hasta incluye tribus
urbanas y equipos de fútbol.
Conclusión
Algún día vamos a
tener que reconocer que es absolutamente imposible construir una comunidad razonablemente
bien organizada permitiendo odios, grietas y guerras internas.
No podemos seguir
permitiendo la imposición de ideologías utópicas que pretenden salvar a la
humanidad matando a todos los que se oponen.
Tampoco podemos
seguir apostando a la ilusión de que con negociaciones, diálogo y buena
voluntad todos nuestros problemas se pueden resolver. No podemos apostar a eso
por la simple razón de que no es cierto. No todos los problemas políticos se pueden resolver de esa manera. Hay
cosas que no son negociables. Existen diálogos de sordos entre personas que no
se entienden porque no quieren
entenderse. Y tampoco la buena voluntad es una virtud de todas las personas. Ni
siquiera las personas de buena voluntad ejercen esa virtud todo el tiempo y
bajo todas las circunstancias. Será todo lo lamentable que se quiera pero, en
muchas cosas, somos hijos del rigor.
El error está en
creer que eso representa un problema insoluble, una dificultad insuperable.
Mucha gente supone que, siendo hijos del rigor, los seres humanos solo podemos
organizarnos bien en sistemas autocráticos. Y eso simplemente no es cierto. Lo
cierto es que toda organización sociopolítica necesita una autoridad de última
instancia, vale decir: una autoridad soberana que sintetice y ponga límite a
las divergencias, que planifique un futuro positivo más allá de las planificaciones económicas que rarísima vez abarcan más de 10 años, y que
conduzca gobernando no a la sociedad
sino en nombre de la sociedad,
garantizando la defensa y la continuidad histórica del organismo político en un
marco de justicia, armonía y equilibrio interno junto con una firme afirmación de
identidad y capacidad de defensa en lo externo.
Por suerte tenemos
la institución cuya función política es precisamente la de esa autoridad
soberana que acabamos de describir: es el Estado. Pero no el Estado liberal
rebajado y cercenado a la sola función de aparato administrativo al que le es
permitido actuar más allá de lo burocrático solo cuando se trata de tareas no
redituables que no le interesan a las empresas privadas pero que aun así se
necesitan. Tampoco el Estado absoluto y monopólico de la dictadura del
proletariado cuya función temporal es construir el socialismo para llegar a un
comunismo en el cual el Estado ya ni siquiera sería necesario, al menos según
la utopía de Carlos Marx.
Con un Estado que renuncia a intervenir cuando debe y que interviene mal cuando no debería, no se puede construir un país. |
Todo el mundo se
ha preguntado desde hace añares y se sigue preguntando por qué la Argentina,
teniendo tantos recursos y riquezas naturales, tiene millones de pobres,
millones de desocupados, millones de deudas, una inflación endémica y una
volatilidad económica que, en lugar de atraer inversiones, las espanta.
La Argentina tiene
una economía estancada y quebrada porque está siendo gobernada con criterios
políticos equivocados y no conseguirá estabilizar definitivamente su economía
hasta que no se decida a instaurar un régimen político con un Estado realmente
funcional y soberano.
Hasta que eso no
suceda, seguiremos discutiendo la mejor forma de terminar con odios que solo
tienen los que acusan a los demás de fomentar el odio. Seguiremos debatiendo
sobre cómo haremos para que nuestros mandatarios dejen de pelearse entre ellos
por las cajas de la corrupción y se ocupen de resolver los problemas reales que
todos tenemos. Y continuaremos tratando de construir puentes sobre las grietas
que generan tanto la soberbia, la envidia y la saña de los adalides de la lucha de clases como la
estupidez, la incapacidad y la egolatría de los politicastros.
Es que no se
pueden construir puentes sobre grietas que se agrandan a medida en que tratamos
de construir los puentes.
NOTAS
[1] )- Louis
Antoine Léon de Saint-Just, (1767 - 1794) conocido también como "El
Arcángel del Terror" fue fiel partidario de Robespierre y promotor del
Terror jacobino durante la Revolución Francesa. Murió guillotinado junto a
Robespierre y sus demás partidarios.
[2] )- Cf. "¿Estamos
de acuerdo?" Debate entre G.K. Chesterton y B. Shaw con H. Belloc como
moderador. https://lanuevaeditorialvirtual.blogspot.com/2022/08/blog-post.html
[3] )- "El impacto que tuvo la
inmigración sobre un país escasamente poblado fue enorme. En 1889 la Argentina
contaba con 1.737.000 habitantes, de los cuales el 12,1% era extranjero, y en
1914, el país llegó a concentrar el porcentaje más alto de extranjeros: de una
población de 7.885.000 habitantes, el 30,3% era inmigrante. Si comparamos con
otros países de inmigración, la Argentina recibió entre 1821 y 1932 a 6.405.000
inmigrantes, colocándose en el segundo puesto, detrás de los Estados Unidos
(32.244.000) , país que recogió el mayor número absoluto de inmigrantes; pero
en términos relativos, la Argentina resulta ser el país que concentró un mayor
número de inmigrantes." Maristella Svampa, Civilización o Barbarie, el Dilema Argentino. Ed. Taurus,Buenos Aires, 2006 - pag. 75
[4] )- Schmitt, Carl El concepto de lo
Político pág.23
(https://lanuevaeditorialvirtual.blogspot.com/p/listado-de-obras-publicadas-autor.html
[5] )- Es cierto que cuando hablamos
coloquialmente de esta diferenciación política básica muchas veces
empleamos – y me incluyo – el término
"división" de manera incorrecta. Decir que "el mundo político se divide en amigos y enemigos" o,
peor todavía, que "la política divide al mundo en amigos y
enemigos" es stricto sensu
completamente contrario a lo que expresa
Carl Schmitt. Eso es producto de esa economía mental y verbal a la que
desgraciadamente estamos tan acostumbrados en el habla cotidiana. Pero es un
error que no deberíamos cometer – vuelvo a incluirme – y deberían corregirnos inmediatamente
quienes han estudiado y entendido a Carl Schmitt.
[6] )- Religión artificial, sintética o
sustituta. "Erzatz" significa "sustituto" en alemán. El
término se utiliza para significar que algo no es natural sino un sustituto o
reemplazo de lo natural producido por vías sintéticas o artificiales.