sábado, 28 de noviembre de 2020

POR QUÉ GANÓ BIDEN

A medida que la democracia se perfecciona, 
el cargo de presidente representa de un modo 
cada vez más perfecto la mentalidad de la masa. 
Avanzamos así hacia un elevado ideal. 
En algún grandioso y glorioso día, la gente común 
de esta tierra alcanzará por fin el deseo de su corazón, 
y la Casa Blanca estará adornada por un perfecto idiota.
H.L.Mencken


Los dueños del poder político norteamericano – y por extensión de buena parte del poder Mundial – han decretado que Joe Biden tiene que ser el próximo presidente de los Estados Unidos de América. 

Es curioso, pero la característica más sobresaliente de la última campaña electoral es que – contrariamente a la campaña de 2016 – todo transcurrió como está previsto por las reglas no escritas pero siempre vigentes de la política interna norteamericana.

¿Cuáles son esas reglas? Hay varias, pero en realidad de verdad hay una principal de la cual las demás son meros corolarios. Esa regla establece que: "El candidato ganador es siempre el que más dinero ha invertido en la campaña". Hace muchos años que vengo siguiendo el cumplimiento de esta norma aunque, por prudencia, siempre me abstuve de hacer pronósticos porque, por experiencia profesional, sé que las tendencias que responden a operaciones no del todo claras se dan... hasta que dejan de darse por causas que no pueden descubrirse de antemano (y a veces ni siquiera a posteriori) precisamente por la escasa o nula posibilidad de verificar esas operaciones no del todo claras. Pues bien, el destino quiso que la única vez que me animé a hacer un pronóstico sucedió lo que Murphy me habría advertido si le hubiera preguntado: le erré al resultado. Y fue justamente con Trump y Hillary Clinton en la elección del 2016. Si quieren reírse de mi trastada en aquella ocasión vean la entrada del 4 de Noviembre 2016 en este blog. 

Así que en esta campaña opté por un muy cauto silencio pero – otra vez Murphy – podría haberme resarcido del papelón del 2016 porque esta vez sí, volvimos a la normalidad. Vale decir: a la normalidad de la anormalidad democrática norteamericana (y no solo norteamericana) en la cual la democracia actúa de testaferro de la plutocracia y el poder político cumple funciones tan solo administrativas y en todo caso toma aquellas decisiones que el poder del dinero le dicta o le deja tomar porque no le interesa.

¿Cómo fue esta elección? Veamos.

Por de pronto ha sido la más cara de toda la historia política de los EE.UU. 

Hablando de dinero en efectivo y en mano (que es solo una parte de la recaudación), en Julio 2020 Trump y Biden estaban a casi la par en materia de recaudación para la campaña. Trump llegó a ese mes con 113.024.980 dólares mientras que Biden tenía en mano un poco menos: 108.917.476 dólares. La cuestión es que a partir de ese mes y hasta Agosto 2020 ambos entraron a recaudar más dinero y allí es donde se notó la diferencia: Trump consiguió llegar a 121.096.473 dólares pero Biden lo superó por lejos con 180.626.411 dólares. 

Al mes siguiente, acosado por una formidable campaña mediática Trump se vio forzado a gastar 57.981.711 dólares para mantenerse a flote mientras que Biden, con un fuerte apoyo mediático, compró presencia y visibilidad gastando solamente 3.367.112 dólares. Así al tramo final de la campaña Biden llegó con casi tres veces más dinero en efectivo (U$S 177.259.299 ) que Trump (solo U$S 63.114.762). 

En otras palabras: Trump, que había arrancado en Febrero 2020 con siete veces más dinero en efectivo que Biden, gastó demasiado, demasiado rápido y se quedó sin "oxígeno" justo para el último tramo de la campaña. Este gráfico explica la situación: [1]


De dónde salió este dinero y el resto de los millones de dólares que se gastaron en publicidad directa e indirecta? 

En Estados Unidos los contribuyentes a la campaña pueden dividirse grosso modo en pequeños y grandes donantes individuales. Los pequeños son, por regla, ciudadanos comunes que aportan U$S 200 o menos a la campaña; los grandes aportan por supuesto mucho más. En ambas categorías Biden superó a Trump; claramente en la categoría de pequeños donantes y por prácticamente el doble en la de los grandes donantes. [2]


Si se incluyen donaciones a las campañas y a los grandes Comités de Acción Política [3]  dedicados a respaldar a un candidato presidencial, Biden recibió el respaldo de U$S 74 millones de parte de donantes procedentes del sector financiero que opera en valores e inversiones. Esto es más de cuatro veces los $ 18 millones que consiguió Trump. Por otra parte, si se desglosan los aportes por sector industrial, se comprueba que Biden obtuvo más dinero de campaña de casi todas las industrias principales, con la excepción del sector de petróleo y gas

Así y todo, éstos son solamente los datos "oficiales" de las contribuciones a las campañas. Los grupos pro-Biden también dependieron en gran medida de donantes secretos que realizaron sus donaciones a través de organizaciones de lo que se conoce como el "dinero oscuro" de "grupos externos". Éstos son mayormente dineros invertidos en grandes operativos de acción psicológica y "guerra sucia" montados para, por un lado, promover a un candidato y, por el otro, denostar al candidato opositor. 

En esto, Biden pudo invertir U$S 387 millones de grupos externos en anuncios que lo promovían frente a tan solo U$S 53 millones que promovieron a Trump. Simultáneamente Biden gastó U$S 309 millones en campañas para denostar a Trump mientras que éste gastó un poco menos – U$S 300 millones – en denostar a Biden.

Preguntarán ustedes cómo es que se saben estos números si el origen de este dinero es, en su gran mayoría, dinero "negro" muy poco rastreable. La respuesta a eso es que el origen del dinero puede no estar muy claro (y de hecho no lo está), pero sabiendo cuánto cuesta el minuto de televisión, un aviso en los medios masivos, una entrevista en un programa periodístico, un afiche callejero, el artículo editorial de algún periodista alquilable, etc. etc. no es tan difícil sacar la cuenta de la suma de dinero invertido. Los "inversores" podrán esconderse, pero el resultado de esas "inversiones" está a la vista y los costos se saben.

Finalmente, el análisis puede completarse rastreando un poco quiénes fueron los grandes billonarios que apoyaron a uno y otro candidato y a qué sectores de la economía pertenecieron. Los nombres y las empresas no le dirán mucho al lector poco familiarizado con la nomenklatura de la plutocracia norteamericana, máxime cuando las contribuciones de los ultra-conocidos – como Jeff Bezos, Bill Gates, Mark Zuckerberg, etc. y, sobre todo, las "apuestas" de los grandes bancos y financieras – o bien se hacen a través de testaferros o bien vía los ya mencionados "grupos externos"; y esto es por varias cuestiones impositivas y/o de seguridad y/o de relaciones públicas. Baste, pues, con decir que hacia principios de Agosto 2020, a Biden ya lo apoyaban 131 ultra-millonarios frente a tan solo 99 que optaron por Trump. [4] Pero, más allá de los nombres, lo realmente interesante y decisivo en esto es ver cual candidato se llevó la mayor cantidad de patrocinadores del ámbito financiero: 

Como puede apreciarse, Biden tuvo exactamente el doble de apoyo de parte de la plutocracia financiera norteamericana. [5] 

Realmente, no podía – mejor dicho: no debía – perder.

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A esta altura del análisis alguien me podrá objetar que, en la campaña de 2016, la situación entre Hillary Clinton y Donald Trump fue bastante similar. En esa oportunidad Trump gastó U$S 285.570.781 en su campaña mientras que Hillary puso más del doble de esa suma U$S 609.113.236. Las reglas escritas y no escritas de la demoplutocracia norteamericana indicaban que Hillary, al igual que Biden ahora, no debía perder. Y sin embargo perdió. 

¿Cuál fue la diferencia entre entonces y ahora? La diferencia está en la acción política desplegada durante el mandato del candidato que está en la Casa Blanca. Lo que los ingenieros sociales diseñadores de las campañas políticas norteamericanas aprendieron con la victoria de Trump es que el dinero metido en una campaña política hecha en los últimos meses de una presidencia puede no alcanzar a fin de imponer al candidato designado para reemplazar al presidente en ejercicio. Durante la presidencia de Obama la agitación en contra de su gobierno fue prácticamente irrelevante y Trump pudo hacer pié en eso con una campaña mucho más barata pero también mucho mejor diseñada. Algo que esta vez no le resultó, principalmente porque durante toda su gestión sufrió el constante embate y desgaste de sus enemigos. Cristina Fernández diría aquí, desde la Argentina, que lo "esmerilaron" sin cesar. Es lo que ella también hace con sus enemigos. Y seamos objetivos: le funciona bastante bien.

En cuanto a Trump, recordemos solamente las acusaciones sobre el apoyo de los rusos, las campañas de "not my president" [6], las chicanas de todo tipo, los conflictos raciales magnificados con el "Black Lives Matter" [7] y, para colmo, en el último tramo de su gobierno, el impacto del COVID-19 y su instrumentación mediática. Entre varias otras cosas que tengo que dejar en el tintero para no extenderme demasiado. 

Así, después del susto del año 2000 en el que George W. Bush ganó "raspando" y de nuevo después del desastre de Hillary en 2016, los estrategas electorales aprendieron algo que cualquier integrante del AGITPROP comunista les hubiera podido recitar del manual: en las campañas electorales democráticas el dinero decide, pero no sustituye la agitación y la propaganda política permanente. En otras palabras: el dinero por si mismo puede no ser suficiente si no se "abona" el terreno en forma constante manteniendo en funcionamiento permanente los aparatos de agitación y propaganda.

En otro orden de cosas, varios me han preguntado si creo que hubo fraude en estas últimas elecciones. ¿Fraude? Es muy posible que haya habido algo de eso, pero no mucho más de lo habitual, o de lo tolerable para el establishment. Al fin y al cabo todos sabemos que en toda elección hay mil "artimañas" que siempre se hacen y Estados Unidos no es una excepción. Pregúntenle a Jeb Bush, que era el gobernador de Florida cuando su hermano George W. Bush necesitó los votos de ese estado para ganar.

De todos modos, en materia de elecciones, la discusión sobre fraude es irrelevante. Es que la democracia en sí misma es un fraude. Usted no elige a un candidato. Usted opta por alguno de los candidatos ya elegidos. A los candidatos los eligen las mafias partidarias y los promocionan los dueños del dinero que financia las campañas. 

Recuérdelo la próxima vez que tenga que meter ese papelito en una urna. 

¿Y qué podemos esperar nosotros de Biden? Esa pregunta sí que tiene una respuesta simple: nada. O bien, si lo quieren en palabras menos directas: lo mismo que siempre pudimos esperar de la plutocracia norteamericana: imposiciones, exigencias, "bajadas de línea", controles y requisitos. Probablemente la administración de Biden se vuelque más intensamente que Trump a la política externa norteamericana pero no olvidemos que la Argentina es el último país del "patio trasero" yanqui de modo que lo de Biden, al menos por un tiempo, será "business as usual". [8] 

La pregunta que por el momento es imposible responder es hasta qué punto y hasta cuando los dueños del dinero norteamericano podrán mantener su hegemonía en un mundo cada vez más tendiente a la multipolaridad. El Nuevo Orden Mundial ya no es algo tan unívoco y sólido como lo era hace un par de años. Pero en términos inmediatos lo que tenemos es que Biden retomará el proyecto allí en donde lo dejó Obama. Lo de Trump fue una excepción no calculada o, en todo caso, mal calculada. 

Los Estados Unidos han vuelto a la normalidad.

Sea lo que la palabra "normalidad" signifique en Wall Street.


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REFERENCIAS

1)- https://www.opensecrets.org/news/2020/10/biden-crushed-fundraising-september/
2)- https://www.opensecrets.org/news/2020/11/biden-wins
3)- Los llamados super PACs.
4)- https://www.forbes.com/sites/michelatindera/2020/08/08/biden-pulls-away-in-race-for-billionaire-donors/?sh=6b1023453b62
5)- https://www.forbes.com/sites/michelatindera/2020/05/06/here-are-the-billionaires-backing-joe-bidens-presidential-campaign/?sh=1a0406c641d5
https://www.forbes.com/sites/michelatindera/2020/04/17/here-are-the-billionaires-backing-donald-trumps-campaign/?sh=640c78577989
6)- "No es mi presidente"
7)- "Las vidas negras importan"
8)- "Negocios, como es usual" o bien "Negocios, como siempre". 



jueves, 19 de noviembre de 2020

LO QUE LAS ÁGUILAS NOS ENSEÑAN

Los camellos te pueden enseñar a caminar.
Las panteras te pueden enseñar a correr.
Pero si quieres aprender a volar,
no hallarás mejor escuela que la de las águilas.

Para el verdadero creyente la fe no es un lastre;
es el impulso que lo hace capaz
hasta de volar junto a las águilas.

"Que el viento bajo tus alas te lleve
donde el sol navega y la luna camina",
dijo Gandalf, que conocía la respuesta correcta.
J.R.R. Tolkien 


La admiración por las águilas nos viene de la noche de los tiempos. Tan antigua es su fama que, más que un ave, con el correr de los siglos el águila se ha convertido en leyenda y hasta en símbolo.

La encontramos en Sumeria y más tarde entre egipcios, hititas, babilónicos y asirios. En el mundo grecorromano la vemos atrapando rayos con sus garras acompañando a Zeus y a Júpiter.  Aristóteles la consideró como la más majestuosa de las aves, no solo por su forma de planear sino porque – según él – era la única capaz de levantar vuelo de cara al sol. A partir del Siglo II AC el águila romana adornó los estandartes de las legiones y, en el Sacro Imperio Romano, Carlomagno mantuvo la tradición. En la mitología germánica el águila figura asociada a Odin o Wotan en varias leyendas; además, aparece en la heráldica de la Edad Media en un sinnúmero de escudos y emblemas. 

En la iconografía cristiana, la vemos a veces como aniquiladora de serpientes, lo que es una metáfora bastante clara del triunfo de lo que vuela alto sobre lo que se arrastra por lo bajo. En algunas representaciones iconógráficas de cuatro elementos (los tetramorfos) los cuatro distintos símbolos representan a los cuatro evangelistas canónicos: el hombre representa a San Mateo, el león representa a San Marcos, el toro representa a San Lucas y el águila representa a San Juan Evangelista. 

En iconografía y heráldica existe también un tipo de águila algo especial que ha tenido un interesante protagonismo en Occidente ya que aparece en varias culturas indoeuropea. Se trata del águila bicéfala que originalmente representó la bipolaridad de lo existente. El ejemplar más antiguo de este águila se encuentra en un sello de la ciudad sumeria de Lagash (3.000 años AC aprox.). Luego, a través de la simbología hitita llega a la Edad Media europea a través de Bizancio y aparece en el Sacro Imperio Romano Germánico con los Habsburgos. 

De hecho, el águila bicéfala figura en una multitud de escudos de Occidente. La encontramos no solo en el escudo del Imperio Bizantino y en el del Sacro Imperio, sino también en el del Imperio Austro-Húngaro, en los escudos de la República Austríaca (1934-1938), la Rusia de los zares, la Federación Rusa actual, Serbia, Montenegro, Albania, Armenia y muchos otros escudos de ciudades y regiones no sólo de Europa sino incluso de América, como p.ej. el de la ciudad de Nueva Imperial de Chile, el municipio de Salamá en Guatemala, o el municipio de Tunja en Colombia.      

Pero, aparte de su antigua y reconocida fama, ¿qué tienen las águilas para enseñarnos? 

He tratado de resumirlo lo mejor posible en la siguiente presentación. Les pediría que la vean. Creo que les puede llegar a ser útil aunque más no sea como experiencia y, quizás, como posible fuente de inspiración para dejar volar los pensamientos, imitando el vuelo del águila, hasta donde la fantasía y la intuición les permitan llegar. 

Una sola recomendación:  Vayan a pantalla completa y ¡suban el volumen!

Un abrazo.

Denes Martos
Noviembre 2020



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