MIS LIBROS

miércoles, 12 de octubre de 2022

El Odio, la Grieta y el Conflicto

Cuando nuestro odio es demasiado profundo,
nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos.

François de La Rochefoucauld

El odio es un borracho al fondo de una taberna,
que constantemente renueva su sed con la bebida.

Charles Baudelaire

"La democracia es la desesperación
de no encontrar héroes que nos dirijan"

Thomas Carlyle

La verdad es que ya estoy un poco harto de la auto-victimización de ciertas personas y de ciertos grupos de personas. Cualquier crítica seria y en profundidad ya las hace salir corriendo apuntando el dedito acusador hacia el crítico y gritando a voz de cuello para que lo escuche toda la humanidad: "¡Eso es odio!", "¡Es un discurso de odio!", "¡Está incitando al odio y todos sabemos dónde termina eso!" Para acto seguido anunciar que desembocaremos en la Tercera Guerra Mundial o en una devastadora Guerra Civil si no "acallamos las voces del odio"; lo cual, por supuesto y traducido al castellano normal, significa pedir a gritos la censura – que ahora se dice "cancelación" – del que se atrevió a criticar. Claro, todo ello en nombre de la democracia, la paz social, los derechos humanos y hasta de la libertad de expresión – la de los "buenos", se entiende.

Es un truco viejo, pero siempre efectivo. Nace, por un lado de una especie de sacralización de la ideología según la cual se permite la crítica de lo superficial – en las democracias liberales, porque en las marxistas ni eso – pero analizar y someter a crítica lo esencial y fundamental se considera herejía porque socava dogmas de fe. Su expresión quizás más típica es el famoso "¡nada de libertad para los enemigos de la libertad!" según la frase, o mejor dicho el exabrupto, de Saint Just durante el período de Terror de la Revolución Francesa. [[1]]

Por el otro lado, es un recurso favorito de los hipócritas porque es muy difícil de rebatir. Consiste en acusar a cualquier adversario de un crimen imposible de demostrar pero que coloca al acusador inmediatamente en el papel de víctima inocente. Si me pongo ante las cámaras de televisión y digo "Fulano seguramente me quiere matar" o bien "Mengana dice eso porque me odia" estoy acusando a Fulano y a Mengana de una intención que ellos prácticamente no pueden demostrar que no tienen. Entre otras cosas, por eso legalmente se presume la inocencia del acusado. El fiscal es el que debe probar que el acusado cometió el crimen ya que, en la gran mayoría de los casos, muy difícilmente el acusado podría probar a entera satisfacción del juez o del jurado que NO lo cometió. Y esto es porque, en muchísimas situaciones una tesis negativa no puede ser demostrada. 

Por ejemplo, imagine que yo le aconsejo poner rejas en las ventanas de su domicilio y una noche, tras cenar fuera de casa, encuentra al volver que una de las rejas fue forcejeada pero el ladrón no pudo penetrar. Ahí puedo ir y decirle: "A Usted lo salvaron las rejas que yo le recomendé "; con lo cual quedaré como un engreído pero Usted no podrá discutirme el hecho. Sin embargo, si instala las rejas y durante dos años no tuvo ni siquiera un solo intento de robo, yo jamás podré demostrarle cuantos robos hubiera tenido si NO ponía las rejas.

Visto desde otro aspecto, si alguien me dice "Todas las ovejas son blancas" me bastará encontrar una sola oveja negra para demostrar que no todas lo son. Pero si alguien viene y me dice que "existen ovejas verdes", en el marco de un estricto rigor científico, yo tendría que revisar todas las ovejas del mundo (y no encontrar ninguna) para demostrar que NO existen. 

Para colmo de males, está también el problema semántico de la "exageración poética" a la cual muchas personas recurren para enfatizar. Cuántas veces oímos decir – o habremos dicho – "Odio la sopa fría"; "Odio las playas repletas de gente"; "Odio el calor"; "Odio el frío", y la palabreja no es más que un "no me gusta" inflado para enfatizar. Cuantas veces habremos escuchado frases como "No te quiero ver más. ¡Te odio!" y la cosa no pasa de un berrinche entre amantes.

Claro, el berrinche puede desembocar en un crimen pasional, es cierto, pero ¿cuántas peleas de esta clase terminaron efectivamente en un crimen? En la enorme mayoría de los casos no pasan de un disgusto – quizás incluso de un disgusto amargo, un gran rencor, y un tremendo resentimiento – seguido de una enorme y triste desilusión. Pero eso no es odio. En los casos extremos y en la amplia escala de los sentimientos humanos, conceptos como "aborrecimiento", "aversión", "rencor", "rabia", "bronca" y hasta "fobia", pueden expresar algo parecido al odio, dependiendo de su intensidad. Pero no se refieren al odio propiamente entendido.    

El odio como tal es producto de la ira y, como lo he señalado muchas veces, no en vano la ira es uno de los siete pecados capitales. El odio es un impulso maligno orientado específicamente a destruir al objeto de la ira. El afán de destrucción – que es lo que realmente se esconde detrás del neologismo ése de "deconstrucción" – proviene de la ira que es la generadora y la directora del impulso. Porque no nos engañemos: todos los que hablan de "deconstruir" las tradicionales nociones del orden social y natural que durante miles de años han servido para construir los sólidos fundamentos de nuestra cultura, lo que en realidad proponen es destruirlos para poder implantar una realidad cultural completamente diferente, y hasta opuesta, según la estrategia gramsciana diseñada para la imposición de una cosmovisión hegemónica marxista por la vía de una Revolución Cultural.

La ira es la disposición psíquica que hace surgir el impulso y le da la potencia necesaria para convertirlo en acto. El que realmente odia no puede permanecer pasivo. Siente que tiene que actuar para satisfacer su ira; y si no encuentra una excusa valedera para justificar su acto, pues la inventará o la construirá con acusaciones indemostrables pero simultáneamente irrebatibles.

Y por último, también hay que tener presente un fenómeno que podrá parecer sorprendente pero que puede ser comprobado prestando atención: si no se convierte en acto, el odio daña más al que lo siente que al que va dirigido. La ira es un veneno satánico. Es una de las tantas hijas del Mal. Es como una adicción que, si no se satisface, no deja vivir. La persona que odia, vive odiando. Vive noche y día pensando en cómo destruir al objeto de su odio. Justamente ésa es la mejor forma de detectar a quienes realmente odian: mientras menos consigan su objetivo de destruir al odiado, más odio les genera la ira; más se envenenan con más odio. Pueden, literalmente, terminar enloqueciendo de odio si no consiguen destruir al que odian.

Pero de otro modo es incorrecto hablar de odio. Alguien puede atacarnos en un momento dado; la situación hasta puede degenerar y pasar de la agresión verbal a una agresión física; pero todo eso todavía no es un indicativo seguro de que ése alguien nos odia. Las personas que odian de verdad atacan en forma constante y reiterada. No pueden parar. Se pasan el día buscando un pretexto para atacar. Impulsan a otros para que lo hagan. Tienen una verdadera fijación con el objeto – o los objetos – de su odio. Aprovechan cualquier oportunidad para manifestar su odio, incluso a riesgo de resultar incongruentes. 

Una reyerta, una pelea, una crítica, ni siquiera un constante diálogo crítico entre adversarios es necesariamente indicio de odio. Una golondrina no hace verano. Ni siquiera un par de ellas lo hace. Podría citar docenas de casos de personas que se pasaron la vida peleándose y al final terminaron siendo amigos. Chesterton y Bernard Shaw se pasaron la vida discutiendo muy fuerte. [[2]] Pero ¿saben una cosa? Fueron excelentes amigos toda la vida.

También en la Argentina hubo grandes adversarios que terminaron siendo amigos. A veces quizás valdría la pena recordarlo.

La Grieta

Antecedentes e Historia

Todo lo dicho no quiere decir que en la Argentina no hay gente que odia de verdad; ni que en el pasado histórico del país no haya habido gente poseída por el odio. Por ejemplo, "Los Profetas del Odio y la Yapa" de Don Arturo Jauretche es un libro que habla bastante de eso. Por supuesto que hubo – y hay – odios varios ensuciando todo el panorama político y social del país. Lo que sucede es que los odios verdaderos, la mayoría de las veces, no provienen de las motivaciones que mencionan los medios masivos y creen las grandes masas adoctrinadas por los opinólogos a sueldo.

Por de pronto, la famosa "grieta" – esa línea divisoria semi-ideológica que actualmente divide y enfrenta a los argentinos – no nace de odios espontáneos como producto de un supuesto defecto del carácter nacional argentino. Es cierto que hay antecedentes históricos de los desencuentros y conflictos de la sociedad argentina: saavedristas contra morenistas; unitarios contra federales; peronistas y antiperonistas. Son todos ejemplos de conflictos – algunos de ellos sangrientos – que han sacudido a los argentinos a lo largo de su existencia histórica. Pero eso ha sucedido con casi todos los países del mundo en la etapa de su primera juventud como nación. En América tuvo mucho – yo diría muchísimo – que ver el interés colonial de Inglaterra en balcanizar al Imperio Español. No en última instancia, ha influido también la gran diversidad de la población argentina producida por varias corrientes inmigratorias bastante dispares. [[3]]

Inmigración en la Argentina 1869-2010

Cualquier país de inmigración necesita tiempo para estabilizarse demográficamente. La biopolítica no funciona con leyes, disposiciones o simples voluntarismos. El jus solis – un recurso legal prácticamente inevitable en países de inmigración – solamente convierte en ciudadano argentino al que ha tenido la suerte de nacer en esta hermosa tierra. Pero una carta de ciudanía es solo una disposición jurídica. No hace que un gallego hijo de gallegos deje de ser gallego; tampoco el friulano dejará de ser friulano por gestionar una carta de ciudadanía en las islas Fiji, ni un japonés dejará de ser japonés por nacer en Alaska; ni un noruego se volverá bantú por radicarse en Nigeria.

La biopolítica funciona al ritmo natural de la vida humana que nos da – en promedio – alrededor de una generación cada 25 años. Lo cual produce apenas unas cuatro generaciones por siglo. Hay que tener eso presente: la Argentina, biopolíticamente hablando y al igual que todas las naciones americanas, es muy joven y diversa. Hay que darle tiempo para que su población madure y se vaya homogeneizando en forma natural tal como lo disponga Madre Natura que entiende de estas cosas mucho más que cualquier sociólogo y cualquier político. El "crisol de razas" existe, pero trabaja según velocidades y leyes biológicas; no según pretensiones ideológicas.

Demografía Argentina 1869-2010

No hay que dejarse engañar por las imágenes líricamente románticas que a veces difunden los medios políticamente correctos cuando se refieren a supuestos  "modelos exitosos" que no son tales. Los Estados Unidos, por ejemplo, tienen un enorme problema biopolítico con la asimilación de la población negra e hispana; tan grave que muchas veces estalla en incendios y tiroteos a la menor provocación. En Canadá la tensión entre anglófonos y francófonos se ha calmado un poco a lo largo de los años pero no ha desaparecido; subsiste con relativa calma en lo profundo de la sociedad canadiense. En Brasil no se habla mucho del tema en forma pública pero es inocultable que la sociedad está dividida entre blancos, negros y mulatos.

Muchos países de América aún tienen y mantienen una clara divisoria social entre minorías blancas de origen europeo y una mayoritaria población mestiza. Por cuestiones ideológicas o filosóficas el factor biopolítico se podrá tratar de barrer bajo la alfombra por miedo a la acusación de racismo, pero no por eso se consigue hacerlo desaparecer.   

Sea como fuere, en la Argentina afortunadamente no existen graves problemas de enfrentamientos raciales pero, aparte de cuestiones cuyas raíces se hunden en la Historia del país, hay actualmente cuestiones y conflictos muy serios que nacen de otras fuentes, la mayoría de las cuales son, o bien completamente artificiales, o bien se deben a la crasa ineptitud de la dirigencia política, o ambas cosas a la vez. Estas causas confluyen a formar por lo menos el 80% de los dos bandos en los que se ha agrupado la población políticamente consciente del país, separados por lo que se ha dado en llamar "La Grieta".

Los enemigos políticos.

Aparte de la falta de homogeneidad etnocultural, ¿cuál es el origen de la famosa "grieta"? En primer lugar, la causa principal es la increíble ignorancia y el analfabetismo funcional de una enorme parte de nuestra élite dirigente que ha leído a Carl Schmitt (al menos por la mitad o de reojo), pero recordó solo la mitad de la mitad que leyó y entendió solo la mitad de lo que recordó.

Para empezar: es cierto que Schmitt caracteriza a la política como la ciencia que diferencia en su ámbito a "amigos y enemigos". Pero aquí hay al menos dos cosas a considerar: 1)- Antes de establecer esa caracterización Schmitt aclara que una bipolaridad no es una característica exclusiva de la política y 2)- Los términos que Schmitt emplea para definirla son muy claros y la mayoría de las veces se tergiversan.

En cuanto a lo primero Schmitt establece:

"Supongamos que, en el área de lo moral las diferenciaciones últimas están dadas por el bien y el mal; que en lo estético lo están por la belleza y la fealdad; que lo estén por lo útil y lo perjudicial en lo económico o bien, por ejemplo, por lo rentable y lo no-rentable. La cuestión que se plantea a partir de aquí es la de si hay — y si la hay, en qué consiste — una diferenciación especial, autónoma y por ello explícita sin más y por sí misma, que constituya un sencillo criterio de lo político y que no sea de la misma especie que las diferenciaciones anteriores ni análoga a ellas."

Para luego establecer su famosa frase:

"La diferenciación específicamente política, con la cual se pueden relacionar los actos y las motivaciones políticas, es la diferenciación entre el amigo y el enemigo." [[4]]

Obsérvese, por favor, la cuidadosa elección que hace Schmitt de las palabras que emplea.

Caracteriza a la bipolaridad "Amigo/Enemigo" como una "diferenciación" (Unterscheidung) y no como una "contradicción" (que sería Widerschpruch), ni siquiera como una "contraposición" (Gegensatz) y menos aún como una división (Teilung, Zerteilung, Zerrisenheit, Scheidung, etc.)

O sea: según Carl Schmitt la Política no divide al mundo en amigos y enemigos sino que DIFERENCIA a amigos y enemigos dentro del ámbito del universo político. [[5]]

Tanto es así que hasta aclara con sumo cuidado el concepto de "enemigo" estableciendo dos clases de "enemigos" de los cuales solamente uno califica como "enemigo político", que es el enemigo de toda la comunidad y no el enemigo personal que cualquiera puede tener.  El problema en castellano es que no tenemos una palabra exacta para referirnos a este enemigo en especial.

Los griegos usaban los términos polemios para caracterizar al bárbaro externo no-griego y echtros para el enemigo privado. Solo en el primer caso el griego hablaba de polemos (guerra). Para las guerras entre griegos usaba la palabra stasis –que sería equivalente a lo que hoy designamos como "guerra civil". A su vez, los romanos designaban como hostis al enemigo de toda Roma, y llamaban inmicus al enemigo personal o privado. Lo importante aquí es entender que, en la concepción de Carl Schmitt el enemigo político es siempre y solamente el polemios o el hostis; nunca el echtros o el inmicus.

En síntesis: el enemigo político es el enemigo de toda la comunidad. No tiene nada que ver con el enemigo privado. Y al enemigo político lo tengo que combatir no porque no me guste, no porque lo odie, no porque lo aborrezca – de hecho hasta lo puedo encontrar simpático – sino porque representa una amenaza para toda la comunidad en su conjunto. No es mi enemigo; es el enemigo de mi país, de mi gente, de mi nación. No es el que puede ganarme una elección. Es el que puede ganarle una guerra a mi nación y someterla a una voluntad de poder usurpadora – sea la acción de guerra de índole militar, económica, psicológica o cultural.

El entender a toda la política interna de un país como un conflicto entre enemigos políticos convirtiendo a cualquier adversario político y a cualquier enemigo personal en un enemigo político ya es algo grave de por sí. No es que sea un mero caso de ignorancia o incapacidad interpretativa de la filosofía de Carl Schmitt; es mucho peor que eso: significa imposibilitar casi por completo la función esencial de síntesis del Estado que consiste precisamente en dominar y poner límites a los conflictos de interés, personales y de grupo, que inevitablemente siempre amenazan con desgarrar los tejidos internos de una comunidad organizada.

¿Cómo podría un Estado arbitrar eficazmente los conflictos personales y sectoriales cuando el gobierno decide ser uno de los principales agentes provocadores de conflictos entre amigos y enemigos políticos dentro de su propio pueblo? Es imposible que un Estado logre la paz social – que es uno de los objetivos irrenunciables de todo Estado en una comunidad políticamente organizada – cuando justo el Estado es uno de los primeros promotores de una constante guerra civil en potencia.

Porque una comunidad estará en una situación de conflicto permanente, que la colocará al borde de una siempre posible guerra interna, si está dividida – y esta vez sí: dividida  en dos (o más) bandos de enemigos políticos que se combaten entre sí

Pero esto, que explica gran parte de la famosa "grieta" no es todo. Para desgracia de 47 millones de argentinos, hay más. Mucho más.

El Conflicto

Hay más, porque hay un componente ideológico que se suma a la ineptitud y a la ignorancia política de no entender para qué está el Estado; de no saber para qué sirve y de ignorar olímpicamente sus tres funciones básicas indelegables que son sintetizar divergencias, planificar un futuro necesariamente positivo a largo plazo y conducir a la comunidad logrando consensos y continuidad en las políticas esenciales para el país.

Ese componente ideológico es la lucha de clases adoptada de la ideología marxista e inyectada intelectualmente en la sociedad a través de la estrategia gramsciana dirigida a obtener la hegemonía cultural para "desestructurar" a la sociedad burguesa.

La estrategia de Gramsci es la que ha adoptado la izquierda marxista después del fracaso de las estrategias de Lenin, Stalin y sus herederos en la Rusia soviética. Reducida a su mínima expresión esta estrategia consiste en aceptar una premisa muy simple: "La revolución cultural precede a la revolución política". Lo tremendamente peligroso de esto para cualquier sociedad es que la premisa es correcta. El problema está en el contenido de esa revolución cultural – esencialmente en las consecuencias de la aplicación de sus valores propuestos – y en los objetivos de la revolución política que en teoría le debería seguir; siendo que esa revolución que no es más que un refrito algo actualizado del viejo bolchevismo de los años 1920.

La premisa es históricamente demostrable: por regla general, en 10.000 años de Historia todas las grandes revoluciones políticas fueron precedidas por cambios culturales profundos en el ámbito de las ideas, las filosofías, las artes, la ciencia y hasta las religiones.  

La última gran revolución cultural que hemos tenido en Occidente fue la que precedió a la Revolución Francesa de 1789 y continuó luego difundiéndose por todo el mundo. De esa revolución burguesa (Marx dixit) nació el liberalismo y, como consecuencia lógica de su propia cosmovisión llevada hasta las últimas consecuencias, el socialismo anarco-romántico que Marx reformularía luego en una doctrina más coherente.  

Esta filogenia explica la hermandad, muchas veces pasada por alto, que históricamente existió – y sigue existiendo – entre el liberalismo y el marxismo. Uno de los muchos aspectos en que esta relación filial se puede comprobar es en las pretensiones universalistas de ambas ideologías, un rasgo que otorga a sus doctrinas incluso ciertas características de religiosidad laica en la que la influencia de la masonería como Erzatzreligion [[6]] es sumamente notoria.

El hecho es que, tanto el liberalismo como su hijo pródigo el marxismo han tenido, desde sus mismos orígenes, aspiraciones de universalidad. Desde el dominio universal de la razón mundana hasta la solidaridad universal del proletariado, tanto liberales como marxistas tienden a querer imponer su cosmovisión a todo el mundo. Es obvio que los diferentes organismos políticos – Estados, pueblos, naciones – constituyen un enorme estorbo para este proyecto. Y más todavía cuando ambas versiones de la cosmovisión a-tradicional y hasta anti-tradicional de la Revolución Francesa profesan incondicionalmente el dogma de la igualdad humana desde cuya óptica la diversidad política es un sinsentido. De hecho, si todos los seres humanos somos iguales no se ve muy bien por qué habríamos de gobernarnos mediante sistemas o regímenes políticos diferentes.

El problema, claro está, reside en que, a los efectos sociopolíticos y culturales, no somos iguales en absoluto. En tanto pueblos, nuestras idiosincrasias, nuestras historias, nuestras condiciones ambientales, nuestras culturas autóctonas, nuestras leyendas, mitos, creencias, preferencias, en una palabra: nuestras identidades etnoculturales difieren. Y puesto que difieren, necesitan expresarse cultural y políticamente de diferentes maneras aun cuando compartan – como que muchas de ellas comparten – valores básicos comunes.

La desigualdad natural de los seres humanos y la desigualdad identitaria de los organismos políticos es un obstáculo inaceptable para los igualitarismos. Como por ideología y hasta por capacidad política son incompetentes para lograr una síntesis mediante conducción y consenso, la única síntesis posible, tanto para liberales como para marxistas en general, es una nivelación igualitaria de toda la sociedad. El razonamiento es: "si no somos iguales, tanto peor; porque deberíamos ser iguales". Consecuentemente, puesto que no podemos convertir enanos en gigantes, la única igualitarización prácticamente posible es hacia abajo mediante el expeditivo recurso de cortarle la cabeza a los gigantes.

Y para eso sirve la lucha de clases. Toda la actual serie de guerras entre partidismos, ideologismos y teorías económicas; toda la guerra entre ricos y pobres, entre empresas y trabajadores, la ciudad y el campo; todos los conflictos que no tienen solución porque los promotores del conflicto están más interesados en mantener el conflicto mismo que en hallar cualquier posible solución; todo eso no es más que consecuencia de la estrategia de la lucha de clases.

Y es una lucha que, por supuesto, no se limita estrictamente a la noción socioeconómica de "clase social" sino que – siguiendo el concepto gramsciano de revolución cultural – se extiende por toda la sociedad, tanto allí en donde ya existe un conflicto como allí en donde se puede crear alguno de manera artificial. Así es como tenemos la guerra entre feministas y antifeministas; abortistas y antiabortistas; homosexuales y heterosexuales; civiles y militares; creyentes y ateos; pueblos originarios y pueblos conquistadores; anarquistas y jerárquicos, más un largo etcétera que hasta incluye tribus urbanas y equipos de fútbol.

Conclusión      

Algún día vamos a tener que reconocer que es absolutamente imposible construir una comunidad razonablemente bien organizada permitiendo odios, grietas y guerras internas.

No podemos seguir permitiendo la imposición de ideologías utópicas que pretenden salvar a la humanidad matando a todos los que se oponen.

Tampoco podemos seguir apostando a la ilusión de que con negociaciones, diálogo y buena voluntad todos nuestros problemas se pueden resolver. No podemos apostar a eso por la simple razón de que no es cierto. No todos los problemas políticos se pueden resolver de esa manera. Hay cosas que no son negociables. Existen diálogos de sordos entre personas que no se entienden porque no quieren entenderse. Y tampoco la buena voluntad es una virtud de todas las personas. Ni siquiera las personas de buena voluntad ejercen esa virtud todo el tiempo y bajo todas las circunstancias. Será todo lo lamentable que se quiera pero, en muchas cosas, somos hijos del rigor.

El error está en creer que eso representa un problema insoluble, una dificultad insuperable. Mucha gente supone que, siendo hijos del rigor, los seres humanos solo podemos organizarnos bien en sistemas autocráticos. Y eso simplemente no es cierto. Lo cierto es que toda organización sociopolítica necesita una autoridad de última instancia, vale decir: una autoridad soberana que sintetice y ponga límite a las divergencias, que planifique un futuro positivo más allá de las planificaciones económicas que rarísima vez abarcan más de 10 años, y que conduzca gobernando no a la sociedad sino en nombre de la sociedad, garantizando la defensa y la continuidad histórica del organismo político en un marco de justicia, armonía y equilibrio interno junto con una firme afirmación de identidad y capacidad de defensa en lo externo. 

Por suerte tenemos la institución cuya función política es precisamente la de esa autoridad soberana que acabamos de describir: es el Estado. Pero no el Estado liberal rebajado y cercenado a la sola función de aparato administrativo al que le es permitido actuar más allá de lo burocrático solo cuando se trata de tareas no redituables que no le interesan a las empresas privadas pero que aun así se necesitan. Tampoco el Estado absoluto y monopólico de la dictadura del proletariado cuya función temporal es construir el socialismo para llegar a un comunismo en el cual el Estado ya ni siquiera sería necesario, al menos según la utopía de Carlos Marx. 

Con un Estado que renuncia a intervenir cuando debe y que
interviene mal cuando no debería, no se puede construir un país. 


En la Argentina vivimos en una sociedad desgarrada por acusaciones de odio, disputas, peleas internas, grietas, enfrentamientos y violencia porque ni los liberales ni los marxistas – y ni hablemos de los neoliberales y los neomarxistas – han entendido jamás el concepto fundamental de lo político siendo que, lógicamente y en consecuencia, son incapaces de construir un Estado que cumpla satisfactoriamente con las funciones esenciales para las cuales lo necesitamos.

Todo el mundo se ha preguntado desde hace añares y se sigue preguntando por qué la Argentina, teniendo tantos recursos y riquezas naturales, tiene millones de pobres, millones de desocupados, millones de deudas, una inflación endémica y una volatilidad económica que, en lugar de atraer inversiones, las espanta.

La Argentina tiene una economía estancada y quebrada porque está siendo gobernada con criterios políticos equivocados y no conseguirá estabilizar definitivamente su economía hasta que no se decida a instaurar un régimen político con un Estado realmente funcional y soberano.

Hasta que eso no suceda, seguiremos discutiendo la mejor forma de terminar con odios que solo tienen los que acusan a los demás de fomentar el odio. Seguiremos debatiendo sobre cómo haremos para que nuestros mandatarios dejen de pelearse entre ellos por las cajas de la corrupción y se ocupen de resolver los problemas reales que todos tenemos. Y continuaremos tratando de construir puentes sobre las grietas que generan tanto la soberbia, la envidia y la saña de los  adalides de la lucha de clases como la estupidez, la incapacidad y la egolatría de los politicastros.

Es que no se pueden construir puentes sobre grietas que se agrandan a medida en que tratamos de construir los puentes.

 

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NOTAS

[1] )- Louis Antoine Léon de Saint-Just, (1767 - 1794) conocido también como "El Arcángel del Terror" fue fiel partidario de Robespierre y promotor del Terror jacobino durante la Revolución Francesa. Murió guillotinado junto a Robespierre y sus demás partidarios.

[2] )- Cf. "¿Estamos de acuerdo?" Debate entre G.K. Chesterton y B. Shaw con H. Belloc como moderador. https://lanuevaeditorialvirtual.blogspot.com/2022/08/blog-post.html

[3] )- "El impacto que tuvo la inmigración sobre un país escasamente poblado fue enorme. En 1889 la Argentina contaba con 1.737.000 habitantes, de los cuales el 12,1% era extranjero, y en 1914, el país llegó a concentrar el porcentaje más alto de extranjeros: de una población de 7.885.000 habitantes, el 30,3% era inmigrante. Si comparamos con otros países de inmigración, la Argentina recibió entre 1821 y 1932 a 6.405.000 inmigrantes, colocándose en el segundo puesto, detrás de los Estados Unidos (32.244.000) , país que recogió el mayor número absoluto de inmigrantes; pero en términos relativos, la Argentina resulta ser el país que concentró un mayor número de inmigrantes." Maristella Svampa, Civilización o Barbarie, el Dilema Argentino.  Ed. Taurus,Buenos Aires, 2006 - pag. 75

[4] )- Schmitt, Carl El concepto de lo Político pág.23
 (https://lanuevaeditorialvirtual.blogspot.com/p/listado-de-obras-publicadas-autor.html

[5] )- Es cierto que cuando hablamos coloquialmente de esta diferenciación política básica muchas veces empleamos  – y me incluyo – el término "división" de manera incorrecta. Decir que "el mundo político se divide en amigos y enemigos" o, peor todavía, que "la política divide al mundo en amigos y enemigos" es stricto sensu completamente contrario  a lo que expresa Carl Schmitt. Eso es producto de esa economía mental y verbal a la que desgraciadamente estamos tan acostumbrados en el habla cotidiana. Pero es un error que no deberíamos cometer – vuelvo a incluirme – y deberían corregirnos inmediatamente quienes han estudiado y entendido a Carl Schmitt. 

[6] )- Religión artificial, sintética o sustituta. "Erzatz" significa "sustituto" en alemán. El término se utiliza para significar que algo no es natural sino un sustituto o reemplazo de lo natural producido por vías sintéticas o artificiales.