domingo, 11 de diciembre de 2022

LIBERTAD, LIBERTAD, LIBERTAD

"¿Eres tú alguien con derecho a librarse de un yugo?
Hay quienes pierden su último valor
al librarse de su dependencia.
¿Libre de qué?
¡Qué le importa eso a Zaratustra!...
Tu mirada debe anunciarme claramente:
¡libre para qué!
"
F. Nietzsche, Zaratustra

 

1) CONTEXTO

Cuando lo vi a Javier Milei corriendo sobre el escenario gritando como un desaforado "¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!" no pude menos que sonreír y pensar: "Ahí tenemos a otro payaso que trata de cosechar votos prometiendo lo que no puede cumplir". Es que bastaba escuchar al buen hombre por cuatro o cinco minutos para tener la absoluta certeza de que no tenía ni la más palidísima idea del significado de la palabra "libertad" entendida en términos sociopolíticos.  Eso, sin mencionar que hablar acerca de un concepto filosófico fuertemente teórico y en buena medida abstracto – al menos como lo entienden los hijos del Iluminismo y la Revolución Francesa – es una de las maneras más sencillas de vender un humo de colores que todos miran con interés pero que no tiene un significado preciso para nadie.


Javier Milei recitando reiteradamente un verso del Himno Nacional me hizo recordar al Raúl Alfonsín de 1983 recitando a cada rato el preámbulo de la Constitución de 1853. Después, cuando tuvo que "resignar" su cargo anticipadamente, en medio de una hiperinflación fuera de todo control, de ese discurso constitucional no quedó ni el recuerdo. Como que, al abandonar el barco y pasarle el timón al riojano, tampoco se animó a repetir ese otro mantra electoral suyo sobre aquella democracia con la que supuestamente "se come, se educa y se cura."

Pero después, tras revisar algunas encuestas y estadísticas, me vine a enterar de que la gran mayoría de los simpatizantes de Milei está formada por personas de entre 16 a 26 años.  O sea, personas nacidas entre 1996 y 2006. Es decir: personas que, fuera de las versiones políticamente correctas permitidas, no tienen ni idea de lo que sucedió en la Argentina bajo los gobiernos militares, la guerrilla, Martínez de Hoz, el Rodrigazo, la guerra de Malvinas, la hiper de Alfonsín y tantos otros desastres que vivimos quienes ya peinamos canas... o ya no tenemos nada para peinar... 

Considerando la enorme desinformación que impera en la Argentina y en el mundo entero sobre los acontecimientos históricos del Siglo XX y de lo que va del XXI, es bastante obvio que los integrantes de esa franja etaria son relativamente fáciles de manipular. Es que no tienen puntos de referencia sólidos. Instruidos en una Historia falsificada y adoctrinados en ideologías utópicas compran fácilmente el mito de una Argentina fracasada por obra y gracia del fracaso de su economía y no por el fracaso de su política. De lo cual se deduciría que si arreglamos la economía que anda mal la política se podría enderezar con facilidad. Ése es el mito que Milei y sus afines le quieren vender a esa generación y a través de ella a todo Fuenteovejuna.

El mito no es nada nuevo. Pero no solo es obsoleto; encima es falso. Siempre lo fue y lo sigue siendo. La Argentina no anda mal porque su economía anda mal. La economía argentina anda mal porque su política anda mucho peor. Por supuesto que los operadores económicos no son angelitos. Muchos ni siquiera son personas más o menos decentes. Pero el hecho es que no hacen nada imprevisible. Hacen lo que previsiblemente haría cualquiera en una situación en la que todos los días hay que tomar decisiones bajo condiciones de altísima incertidumbre dado que ni siquiera un augur romano podría adivinar con un grado aceptable de certeza qué soberana estupidez se le va a ocurrir en la Argentina al benemérito político, (o a la benemérita política) de turno.

De modo que tratemos de poner un poco en su lugar aunque más no sea algunas cosas básicas. Por ejemplo el tema de la Libertad (así con mayúscula) para ir despejando un poco las cortinas de humo que nos quieren vender con la idea que terminemos aceptando una situación que no tenemos por qué aceptar.

2)- EL LIBRE ALBEDRÍO

Respecto del principio de todo hay dos versiones de la misma historia.

Una de ellas dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza concediéndole el poder del libre albedrío; es decir: básicamente la facultad de elegir.

La otra versión cuenta que en la tierra primigenia se formó por pura casualidad un charco en el cual por pura casualidad se encontraron ciertas sustancias que, en condiciones ambientales formadas por pura casualidad, se ordenaron por casualidad y por pura casualidad generaron una célula que, por pura casualidad, tuvo la capacidad de reproducirse. Después, luego de toda una serie de millones de puras casualidades, esta célula mutó transformándose en una especie de ameba o algo parecido y luego terminó formando peces, plantas y toda clase de bichos hasta que – luego de más millones y millones de casualidades – apareció un antropoide del cual por selección natural y sexual más otra serie de mutaciones casuales descendemos nosotros, los seres humanos... también por pura casualidad.

En términos generales, me quedo con la primera historia. La segunda contiene demasiadas casualidades para mi gusto. Prefiero considerarme creado por un Dios que me dio la posibilidad de elegir. Ser el producto de un cachito de materia con propiedades mágicas desatadas por una serie de casuales carambolas cósmicas no solo no me atrae para nada sino que me resulta totalmente imposible de creer después de haber estudiado cálculo de probabilidades y haberlo aplicado durante más de 30 años como analista de riesgos.

Créanme: que la vida haya surgido por casualidad tiene más o menos la misma probabilidad de ocurrencia que pasar una edición de las Obras Completas de Marx por la máquina de triturar papeles, tirar los pedacitos al viento y esperar que, cuando caigan, formen las páginas del Antiguo Testamento. Quizás algunos economistas fuertemente ateos prefieran creer en esa cadena de casualidades. Yo no. Y en realidad de verdad, ni Milei debería creer en eso si le hace caso a las enseñanzas que su rabino Axel Wahnish le imparte semanalmente sobre la Torá y el Talmud. [[1]]

Sea como fuere, lo concreto es que tenemos algo llamado libre albedrío que nos otorga la facultad de elegir; algo que nos habilita para tomar decisiones ya que, en la enorme mayoría de los casos, tomar una decisión implica elegir un curso de acción entre varios otros que – al menos en teoría – hubieran sido igualmente elegibles.

Aquí y en esto, varias filosofías políticas cometen toda una serie de errores. Algunas admiten determinismos; otras llevan su relativismo al extremo de la imprevisibilidad; otras son tan parciales y miopes que solo se ocupan del corto y a lo sumo del mediano plazo. La filosofía demoliberal que ha inundado a Occidente desde hace unos 300 años, con su afán de desterrar del ámbito público cualquier cosa tan solo parecida a la religiosidad – cristiana en general y católica en especial – ha terminado impulsando varias idolatrías. Una de ellas es la idolatría del racionalismo materialista heredado de los "filósofos" ateos y masones de la Ilustración y la Enciclopedia del Siglo XVIII.

Con eso, los neoliberales actuales han caído en el error de suponer que tomamos nuestras decisiones – o que necesariamente deberíamos tomar decisiones – utilizando siempre nuestra razón. El fervor cuasi religioso que los liberales le tributan a la Diosa Razón desde los albores de la Ilustración les hace olvidar que, en una enorme cantidad de situaciones, nuestras decisiones se basan en lo que simplemente se nos da  la santísima real gana – para expresarlo en términos bien típicos del capricho hispano que el lunfardo del barrio ha traducido en el mucho menos académico "porque se nos canta...".

La idea del Hombre como "animal racional", científico, objetivo, imparcial y ecuánime es una idea que halaga a muchos Egos – especialmente en el campo de las ciencias exactas como, por ejemplo, las económicas – pero es una idea que no se condice con la realidad. Es una construcción abstracta que no expresa al Hombre real.  Porque el ser humano no es un animal racional. Es un animal con capacidad de raciocinio. Una capacidad que por lo general – pero no siempre – usa para tomar decisiones. La prueba está en que las decisiones que toma no siempre son obviamente – aunque más no sea aparentemente – beneficiosas como sería de esperar de las decisiones razonables. Eso es justamente porque en la toma de decisiones intervienen varios factores, de los cuales no todos son racionales y mucho menos todos son éticamente aceptables desde el punto de vista de las necesidades naturales de una comunidad políticamente bien organizada.

Por ejemplo un egoísmo exacerbado que puede llevar a la codicia, que a su vez conduce a la corrupción que, si es exitosa y va acompañada de voluntad de poder, conduce a la plutocracia. O bien el hedonismo que, por afán desmedido de placer, puede conducir a vicios como la drogodependencia que conduce a la autodestrucción y, eventualmente, hasta a la muerte. Sea desde el punto de vista social o desde el punto de vista personal, ninguno de estos comportamientos voluntariamente decididos es racional. El problema con los economistas en general, pero con los liberales en particular, es que tendrán mucha biblioteca pero también tienen muy poca calle. Mucha elucubración lógica abstracta pero demasiado lejos de las realidades cotidianas concretas.

Si fuésemos realmente racionales elegiríamos siempre el Bien. Hace falta ser muy tonto para elegir el Mal. Y sin embargo lo hacemos. Con tal de disfrutar de ciertos placeres estamos hasta destruyendo el mundo humano que tardamos siglos en construir:  destruimos la familia, matamos a nuestros bebés, ensuciamos el medioambiente, hacemos la apología del ateísmo, aceptamos cualquier degeneración sexual como algo normal, algunos ya están proponiendo la eutanasia para los ancianos, en las grandes megalópolis vivimos hacinados unos arriba de otros en verdaderas jaulas para seres humanos y sin embargo uno de los mayores problemas que tenemos es la soledad que combatimos con horas y más horas de televisión imbécil; nuestras escuelas son un desastre....  Estamos demoliendo nuestra cultura llenando los huecos con una fría, desnuda e inhumana tecnología firmemente controlada por quienes la producen, la implementan y la venden a precio de oro.

Y encima, ahora vienen sujetos como Javier Milei gritando por ahí que necesitamos más libertad para hacer más de eso mismo.

3)- LA UNIÓN HACE LA FUERZA


Hay una visión infantil de la libertad. Es la del "déjenme en paz, que nadie se meta conmigo; que nadie me diga lo que tengo que hacer". Es un poco lo que se llama la libertad de Robinson Crusoe. El hombre solo en la isla desierta que durante mucho tiempo fue un mito cultivado por cierta "filosofía" del "Siglo de las Luces", idealizado en la figura del "noble salvaje" de Rousseau según el cual el ser humano fuera de la civilización sería más libre que la persona de nuestras sociedades actuales.

Lo que estos mitos dejan de ver es que la libertad es un poder. Soy libre mientras puedo y en la medida en que puedo. Ser libre significa poder optar, decidir, dedicarme, aprender, tener, procurarme y, sobre todo, hacer.  No es un derecho graciosamente concedido por una Constitución. No es algo teóricamente "garantizado" por la supuesta vigencia de unos "Derechos Humanos". Todas las garantías, todas las promesas y todas las teorías no sirven para absolutamente nada si después y al final resulta que no puedo hacer lo que supuestamente me han garantizado debido a múltiples razones entre las cuales la falta de dinero para pagar el costo es una de las más frecuentes.  Porque resulta que unas cuantas (muchísimas) "libertades" vienen con factura a fin de mes. Y el que no puede pagar la factura tampoco tiene el poder de disponer de alguna de esas hermosas libertades y, por lo tanto, no es libre para ejercerlas por más que haya por allí alguna ley hermosamente redactada que las "garantice".

Además, lo que la mitología liberal calla es que el ser humano integrado a una comunidad organizada puede más y por lo tanto es más libre que el famoso individuo que goza de total "libertad" pero está librado a sí mismo. Porque tampoco en esa situación la libertad deja de ser un poder. Incluso el individuo librado a sí mismo, lejos de toda autoridad y sin responsabilidades, tampoco va a hacer "lo que quiera"; va a hacer lo que pueda.

Y va a poder muy poco justamente porque, librado a sus solas fuerzas, no va a poder elegir ni hacer todas aquellas cosas que dependen de la existencia del trabajo de los demás. El hombre solo en la isla desierta sería tan "libre" que lo más probable es que moriría de hambre en muy poco tiempo. Y, aun si consiguiese alimentarse de alguna manera, bastaría una gripe fuerte, una infección intestinal o una herida grave para transportarlo al más allá. No es muy difícil ver que el individuo solitario tiene menos libertades concretas que el individuo integrado a una comunidad en la cual puede contar con la cooperación, directa o indirecta, de muchas personas. El dicho popular "la unión hace la fuerza" expresa una gran verdad, aunque para la cuestión que venimos tratando sería más apropiado decir que la unión multiplica el poder, siendo que ese poder aumentado permite una mayor cantidad y calidad de opciones, lo cual representa más oportunidades de crear espacios para más libertades concretas.    

Porque hay otra cosa que la "libertad" liberal pasa por alto. Es el hecho que "la" Libertad – con mayúscula y en singular – simplemente no existe. En el mejor de los casos la expresión formulada de esa manera es un concepto abstracto que puede servir para la generalización una realidad muy compleja. Pero de hecho, concretamente, no existe como tal. En la vida real las personas no gozan de la libertad; gozan de una pluralidad de libertades. Incluso en distintas sociedades, civilizaciones y culturas, esa gama de libertades varía y puede llegar a variar mucho de una cultura a otra.

Es que los seres humanos, así como no vivimos en absoluta soledad, tampoco vivimos en simples amontonamientos de individuos sino en comunidades sociales organizadas y no todas las comunidades están organizadas de la misma manera, ni sobre los mismos principios morales, ni tampoco sobre los mismos valores sociales principales. El entorno natural del Homo Sapiens es la comunidad, desde la comunidad tribal (que no es tan simple como la mayoría cree) hasta la comunidad imperial (que tampoco es necesariamente tan autocrática y dictatorial como se nos quiere hacer creer). Y esa comunidad, sea del nivel de complejidad que sea, tiene reglas, normas – escritas y tradicionales – que regulan su funcionamiento. No hay sociedad humana en permanente anomia, anarquía o caos. Y no la hay porque no es posible que la haya; no la hay porque una sociedad así no se condice con la condición humana.

Una comunidad social sin normas, anárquica y sumida en el caos simplemente se desintegra. La comunidad es organizada o no es. Y la organización social no se produce en forma espontánea. Jamás en 10.000 años de Historia conocida se registró el caso de un organismo social surgido por generación espontánea y que se sostuviera en el tiempo sin autoridades, sin normas, sin principios morales y sin jerarquías sociales. El anarquismo es una propuesta utópica imposible de construir. No es la única, pero el desarrollo de ese tema no cabe aquí.

Lo importante a retener es que una comunidad social funcional es, necesariamente una Comunidad Organizada. Lo que sucede es que a la comunidad no la organiza la economía; la organiza la política. No son las empresas las que establecen la Comunidad Organizada; es el Estado. Y para que la comunidad esté bien organizada lo que se precisa es un Estado que no esté pensado ni dispuesto para gobernar a la Comunidad sino para gobernar en nombre de la comunidad. Lo cual significa que debe ser un Estado que actúe en el interés de toda la comunidad como organismo y no el interés de algunos individuos, algún grupo o sector, en detrimento del resto.

El criterio de que el interés de la comunidad como conjunto debe prevalecer por sobre el interés personal de individuos, grupos, estamentos o sectores es el único criterio que permite construir comunidades bien organizadas. Ese criterio es el que permite separar de la sociedad a quienes le hacen daño; promover a quienes benefician al conjunto, y establecer una verdadera justicia social en función de los aportes que benefician a la comunidad. Un Estado así – concentrado en sus funciones específicas de síntesis de divergencias, planificación a largo plazo y conducción de procesos vitales – decididamente puede construir un marco organizativo para el desarrollo de una economía sana y productiva en un ambiente con el mayor poder de libertad objetivamente posible.

Al revés es completamente inútil intentarlo como ha quedado demostrado en múltiples ocasiones. La economía por sí misma no genera organismos políticos ni sistemas de organización política. La economía da por establecido que el organismo social dentro del cual se desenvuelve ya está organizado por la política. Y, si esa organización política no le conviene, los operadores económicos seguramente presionarán para que la organización política se estructure favoreciendo los intereses económicos afectados. Y justo allí es donde todo depende de la actitud y de las decisiones que tome el Estado.

Si el Estado somete su función política a los intereses de la economía, su misión de defender los intereses de la totalidad de la comunidad queda como mínimo seriamente comprometida. A la corta o a la larga, los factores económicos usurparán los puestos políticos o controlarán las decisiones políticas mediante la corrupción – o ambas cosas a la vez – y el poder que debería ejercer el Estado en favor de toda la comunidad se convierte en un poder económico que se ejerce prioritariamente en beneficio de sí mismo. Desde el momento en que el principal motor de la economía capitalista en la actualidad es el dinero, el resultado de la usurpación del poder político por parte del poder económico es la plutocracia.

Eso es exactamente lo que tenemos hoy con diversos matices en una gran parte del mundo. La Argentina en ese sentido es directamente un caso de manual para explicar e ilustrar el proceso mediante el cual un estamento de funcionarios políticos incompetentes y corruptos, que se ha mantenido durante muchos años robándole plata al Estado, ahora no puede poner en vereda al poder económico en parte porque abdicó de sus funciones esenciales y en parte porque, al menos el 75% del estrato dirigente de todo el país – tanto el económico como el político – tendría que ir a prisión si se destapa la olla de las corruptelas, fraudes, sobornos, cohechos, robos, lavados de dinero y delitos varios que han ido carcomiendo y desintegrando las estructuras del país.

La opción no es entre el capitalismo de Estado bolchevique o el anarco-capitalismo liberal. La opción no es entre un Estado que ahoga la economía o un Estado dependiente de la economía. La única opción posible es un Estado políticamente soberano que represente y defienda los intereses de la comunidad entendida como un todo políticamente bien organizado.

Charles Maurras tenía razón:
"Politique d'abord": la política primero.


[1] )- https://identidades.com.ar/javier-milei-una-de-las-cosas-que-a-mi-me-aparece-maravilloso-del-judaismo-es-que-vos-todos-los-dias-te-levantas-y-agradeces-por-la-libertad-porque-se-recuerda-la-salida-de-egipto/
https://identidades.com.ar/javier-milei-en-la-comunidad-acilba-de-la-comunidad-marroqui-judeo-argentina-ante-el-rabino-axel-wahnish/



domingo, 6 de noviembre de 2022

miércoles, 12 de octubre de 2022

El Odio, la Grieta y el Conflicto

Cuando nuestro odio es demasiado profundo,
nos coloca por debajo de aquellos a quienes odiamos.

François de La Rochefoucauld

El odio es un borracho al fondo de una taberna,
que constantemente renueva su sed con la bebida.

Charles Baudelaire

"La democracia es la desesperación
de no encontrar héroes que nos dirijan"

Thomas Carlyle

La verdad es que ya estoy un poco harto de la auto-victimización de ciertas personas y de ciertos grupos de personas. Cualquier crítica seria y en profundidad ya las hace salir corriendo apuntando el dedito acusador hacia el crítico y gritando a voz de cuello para que lo escuche toda la humanidad: "¡Eso es odio!", "¡Es un discurso de odio!", "¡Está incitando al odio y todos sabemos dónde termina eso!" Para acto seguido anunciar que desembocaremos en la Tercera Guerra Mundial o en una devastadora Guerra Civil si no "acallamos las voces del odio"; lo cual, por supuesto y traducido al castellano normal, significa pedir a gritos la censura – que ahora se dice "cancelación" – del que se atrevió a criticar. Claro, todo ello en nombre de la democracia, la paz social, los derechos humanos y hasta de la libertad de expresión – la de los "buenos", se entiende.

Es un truco viejo, pero siempre efectivo. Nace, por un lado de una especie de sacralización de la ideología según la cual se permite la crítica de lo superficial – en las democracias liberales, porque en las marxistas ni eso – pero analizar y someter a crítica lo esencial y fundamental se considera herejía porque socava dogmas de fe. Su expresión quizás más típica es el famoso "¡nada de libertad para los enemigos de la libertad!" según la frase, o mejor dicho el exabrupto, de Saint Just durante el período de Terror de la Revolución Francesa. [[1]]

Por el otro lado, es un recurso favorito de los hipócritas porque es muy difícil de rebatir. Consiste en acusar a cualquier adversario de un crimen imposible de demostrar pero que coloca al acusador inmediatamente en el papel de víctima inocente. Si me pongo ante las cámaras de televisión y digo "Fulano seguramente me quiere matar" o bien "Mengana dice eso porque me odia" estoy acusando a Fulano y a Mengana de una intención que ellos prácticamente no pueden demostrar que no tienen. Entre otras cosas, por eso legalmente se presume la inocencia del acusado. El fiscal es el que debe probar que el acusado cometió el crimen ya que, en la gran mayoría de los casos, muy difícilmente el acusado podría probar a entera satisfacción del juez o del jurado que NO lo cometió. Y esto es porque, en muchísimas situaciones una tesis negativa no puede ser demostrada. 

Por ejemplo, imagine que yo le aconsejo poner rejas en las ventanas de su domicilio y una noche, tras cenar fuera de casa, encuentra al volver que una de las rejas fue forcejeada pero el ladrón no pudo penetrar. Ahí puedo ir y decirle: "A Usted lo salvaron las rejas que yo le recomendé "; con lo cual quedaré como un engreído pero Usted no podrá discutirme el hecho. Sin embargo, si instala las rejas y durante dos años no tuvo ni siquiera un solo intento de robo, yo jamás podré demostrarle cuantos robos hubiera tenido si NO ponía las rejas.

Visto desde otro aspecto, si alguien me dice "Todas las ovejas son blancas" me bastará encontrar una sola oveja negra para demostrar que no todas lo son. Pero si alguien viene y me dice que "existen ovejas verdes", en el marco de un estricto rigor científico, yo tendría que revisar todas las ovejas del mundo (y no encontrar ninguna) para demostrar que NO existen. 

Para colmo de males, está también el problema semántico de la "exageración poética" a la cual muchas personas recurren para enfatizar. Cuántas veces oímos decir – o habremos dicho – "Odio la sopa fría"; "Odio las playas repletas de gente"; "Odio el calor"; "Odio el frío", y la palabreja no es más que un "no me gusta" inflado para enfatizar. Cuantas veces habremos escuchado frases como "No te quiero ver más. ¡Te odio!" y la cosa no pasa de un berrinche entre amantes.

Claro, el berrinche puede desembocar en un crimen pasional, es cierto, pero ¿cuántas peleas de esta clase terminaron efectivamente en un crimen? En la enorme mayoría de los casos no pasan de un disgusto – quizás incluso de un disgusto amargo, un gran rencor, y un tremendo resentimiento – seguido de una enorme y triste desilusión. Pero eso no es odio. En los casos extremos y en la amplia escala de los sentimientos humanos, conceptos como "aborrecimiento", "aversión", "rencor", "rabia", "bronca" y hasta "fobia", pueden expresar algo parecido al odio, dependiendo de su intensidad. Pero no se refieren al odio propiamente entendido.    

El odio como tal es producto de la ira y, como lo he señalado muchas veces, no en vano la ira es uno de los siete pecados capitales. El odio es un impulso maligno orientado específicamente a destruir al objeto de la ira. El afán de destrucción – que es lo que realmente se esconde detrás del neologismo ése de "deconstrucción" – proviene de la ira que es la generadora y la directora del impulso. Porque no nos engañemos: todos los que hablan de "deconstruir" las tradicionales nociones del orden social y natural que durante miles de años han servido para construir los sólidos fundamentos de nuestra cultura, lo que en realidad proponen es destruirlos para poder implantar una realidad cultural completamente diferente, y hasta opuesta, según la estrategia gramsciana diseñada para la imposición de una cosmovisión hegemónica marxista por la vía de una Revolución Cultural.

La ira es la disposición psíquica que hace surgir el impulso y le da la potencia necesaria para convertirlo en acto. El que realmente odia no puede permanecer pasivo. Siente que tiene que actuar para satisfacer su ira; y si no encuentra una excusa valedera para justificar su acto, pues la inventará o la construirá con acusaciones indemostrables pero simultáneamente irrebatibles.

Y por último, también hay que tener presente un fenómeno que podrá parecer sorprendente pero que puede ser comprobado prestando atención: si no se convierte en acto, el odio daña más al que lo siente que al que va dirigido. La ira es un veneno satánico. Es una de las tantas hijas del Mal. Es como una adicción que, si no se satisface, no deja vivir. La persona que odia, vive odiando. Vive noche y día pensando en cómo destruir al objeto de su odio. Justamente ésa es la mejor forma de detectar a quienes realmente odian: mientras menos consigan su objetivo de destruir al odiado, más odio les genera la ira; más se envenenan con más odio. Pueden, literalmente, terminar enloqueciendo de odio si no consiguen destruir al que odian.

Pero de otro modo es incorrecto hablar de odio. Alguien puede atacarnos en un momento dado; la situación hasta puede degenerar y pasar de la agresión verbal a una agresión física; pero todo eso todavía no es un indicativo seguro de que ése alguien nos odia. Las personas que odian de verdad atacan en forma constante y reiterada. No pueden parar. Se pasan el día buscando un pretexto para atacar. Impulsan a otros para que lo hagan. Tienen una verdadera fijación con el objeto – o los objetos – de su odio. Aprovechan cualquier oportunidad para manifestar su odio, incluso a riesgo de resultar incongruentes. 

Una reyerta, una pelea, una crítica, ni siquiera un constante diálogo crítico entre adversarios es necesariamente indicio de odio. Una golondrina no hace verano. Ni siquiera un par de ellas lo hace. Podría citar docenas de casos de personas que se pasaron la vida peleándose y al final terminaron siendo amigos. Chesterton y Bernard Shaw se pasaron la vida discutiendo muy fuerte. [[2]] Pero ¿saben una cosa? Fueron excelentes amigos toda la vida.

También en la Argentina hubo grandes adversarios que terminaron siendo amigos. A veces quizás valdría la pena recordarlo.

La Grieta

Antecedentes e Historia

Todo lo dicho no quiere decir que en la Argentina no hay gente que odia de verdad; ni que en el pasado histórico del país no haya habido gente poseída por el odio. Por ejemplo, "Los Profetas del Odio y la Yapa" de Don Arturo Jauretche es un libro que habla bastante de eso. Por supuesto que hubo – y hay – odios varios ensuciando todo el panorama político y social del país. Lo que sucede es que los odios verdaderos, la mayoría de las veces, no provienen de las motivaciones que mencionan los medios masivos y creen las grandes masas adoctrinadas por los opinólogos a sueldo.

Por de pronto, la famosa "grieta" – esa línea divisoria semi-ideológica que actualmente divide y enfrenta a los argentinos – no nace de odios espontáneos como producto de un supuesto defecto del carácter nacional argentino. Es cierto que hay antecedentes históricos de los desencuentros y conflictos de la sociedad argentina: saavedristas contra morenistas; unitarios contra federales; peronistas y antiperonistas. Son todos ejemplos de conflictos – algunos de ellos sangrientos – que han sacudido a los argentinos a lo largo de su existencia histórica. Pero eso ha sucedido con casi todos los países del mundo en la etapa de su primera juventud como nación. En América tuvo mucho – yo diría muchísimo – que ver el interés colonial de Inglaterra en balcanizar al Imperio Español. No en última instancia, ha influido también la gran diversidad de la población argentina producida por varias corrientes inmigratorias bastante dispares. [[3]]

Inmigración en la Argentina 1869-2010

Cualquier país de inmigración necesita tiempo para estabilizarse demográficamente. La biopolítica no funciona con leyes, disposiciones o simples voluntarismos. El jus solis – un recurso legal prácticamente inevitable en países de inmigración – solamente convierte en ciudadano argentino al que ha tenido la suerte de nacer en esta hermosa tierra. Pero una carta de ciudanía es solo una disposición jurídica. No hace que un gallego hijo de gallegos deje de ser gallego; tampoco el friulano dejará de ser friulano por gestionar una carta de ciudadanía en las islas Fiji, ni un japonés dejará de ser japonés por nacer en Alaska; ni un noruego se volverá bantú por radicarse en Nigeria.

La biopolítica funciona al ritmo natural de la vida humana que nos da – en promedio – alrededor de una generación cada 25 años. Lo cual produce apenas unas cuatro generaciones por siglo. Hay que tener eso presente: la Argentina, biopolíticamente hablando y al igual que todas las naciones americanas, es muy joven y diversa. Hay que darle tiempo para que su población madure y se vaya homogeneizando en forma natural tal como lo disponga Madre Natura que entiende de estas cosas mucho más que cualquier sociólogo y cualquier político. El "crisol de razas" existe, pero trabaja según velocidades y leyes biológicas; no según pretensiones ideológicas.

Demografía Argentina 1869-2010

No hay que dejarse engañar por las imágenes líricamente románticas que a veces difunden los medios políticamente correctos cuando se refieren a supuestos  "modelos exitosos" que no son tales. Los Estados Unidos, por ejemplo, tienen un enorme problema biopolítico con la asimilación de la población negra e hispana; tan grave que muchas veces estalla en incendios y tiroteos a la menor provocación. En Canadá la tensión entre anglófonos y francófonos se ha calmado un poco a lo largo de los años pero no ha desaparecido; subsiste con relativa calma en lo profundo de la sociedad canadiense. En Brasil no se habla mucho del tema en forma pública pero es inocultable que la sociedad está dividida entre blancos, negros y mulatos.

Muchos países de América aún tienen y mantienen una clara divisoria social entre minorías blancas de origen europeo y una mayoritaria población mestiza. Por cuestiones ideológicas o filosóficas el factor biopolítico se podrá tratar de barrer bajo la alfombra por miedo a la acusación de racismo, pero no por eso se consigue hacerlo desaparecer.   

Sea como fuere, en la Argentina afortunadamente no existen graves problemas de enfrentamientos raciales pero, aparte de cuestiones cuyas raíces se hunden en la Historia del país, hay actualmente cuestiones y conflictos muy serios que nacen de otras fuentes, la mayoría de las cuales son, o bien completamente artificiales, o bien se deben a la crasa ineptitud de la dirigencia política, o ambas cosas a la vez. Estas causas confluyen a formar por lo menos el 80% de los dos bandos en los que se ha agrupado la población políticamente consciente del país, separados por lo que se ha dado en llamar "La Grieta".

Los enemigos políticos.

Aparte de la falta de homogeneidad etnocultural, ¿cuál es el origen de la famosa "grieta"? En primer lugar, la causa principal es la increíble ignorancia y el analfabetismo funcional de una enorme parte de nuestra élite dirigente que ha leído a Carl Schmitt (al menos por la mitad o de reojo), pero recordó solo la mitad de la mitad que leyó y entendió solo la mitad de lo que recordó.

Para empezar: es cierto que Schmitt caracteriza a la política como la ciencia que diferencia en su ámbito a "amigos y enemigos". Pero aquí hay al menos dos cosas a considerar: 1)- Antes de establecer esa caracterización Schmitt aclara que una bipolaridad no es una característica exclusiva de la política y 2)- Los términos que Schmitt emplea para definirla son muy claros y la mayoría de las veces se tergiversan.

En cuanto a lo primero Schmitt establece:

"Supongamos que, en el área de lo moral las diferenciaciones últimas están dadas por el bien y el mal; que en lo estético lo están por la belleza y la fealdad; que lo estén por lo útil y lo perjudicial en lo económico o bien, por ejemplo, por lo rentable y lo no-rentable. La cuestión que se plantea a partir de aquí es la de si hay — y si la hay, en qué consiste — una diferenciación especial, autónoma y por ello explícita sin más y por sí misma, que constituya un sencillo criterio de lo político y que no sea de la misma especie que las diferenciaciones anteriores ni análoga a ellas."

Para luego establecer su famosa frase:

"La diferenciación específicamente política, con la cual se pueden relacionar los actos y las motivaciones políticas, es la diferenciación entre el amigo y el enemigo." [[4]]

Obsérvese, por favor, la cuidadosa elección que hace Schmitt de las palabras que emplea.

Caracteriza a la bipolaridad "Amigo/Enemigo" como una "diferenciación" (Unterscheidung) y no como una "contradicción" (que sería Widerschpruch), ni siquiera como una "contraposición" (Gegensatz) y menos aún como una división (Teilung, Zerteilung, Zerrisenheit, Scheidung, etc.)

O sea: según Carl Schmitt la Política no divide al mundo en amigos y enemigos sino que DIFERENCIA a amigos y enemigos dentro del ámbito del universo político. [[5]]

Tanto es así que hasta aclara con sumo cuidado el concepto de "enemigo" estableciendo dos clases de "enemigos" de los cuales solamente uno califica como "enemigo político", que es el enemigo de toda la comunidad y no el enemigo personal que cualquiera puede tener.  El problema en castellano es que no tenemos una palabra exacta para referirnos a este enemigo en especial.

Los griegos usaban los términos polemios para caracterizar al bárbaro externo no-griego y echtros para el enemigo privado. Solo en el primer caso el griego hablaba de polemos (guerra). Para las guerras entre griegos usaba la palabra stasis –que sería equivalente a lo que hoy designamos como "guerra civil". A su vez, los romanos designaban como hostis al enemigo de toda Roma, y llamaban inmicus al enemigo personal o privado. Lo importante aquí es entender que, en la concepción de Carl Schmitt el enemigo político es siempre y solamente el polemios o el hostis; nunca el echtros o el inmicus.

En síntesis: el enemigo político es el enemigo de toda la comunidad. No tiene nada que ver con el enemigo privado. Y al enemigo político lo tengo que combatir no porque no me guste, no porque lo odie, no porque lo aborrezca – de hecho hasta lo puedo encontrar simpático – sino porque representa una amenaza para toda la comunidad en su conjunto. No es mi enemigo; es el enemigo de mi país, de mi gente, de mi nación. No es el que puede ganarme una elección. Es el que puede ganarle una guerra a mi nación y someterla a una voluntad de poder usurpadora – sea la acción de guerra de índole militar, económica, psicológica o cultural.

El entender a toda la política interna de un país como un conflicto entre enemigos políticos convirtiendo a cualquier adversario político y a cualquier enemigo personal en un enemigo político ya es algo grave de por sí. No es que sea un mero caso de ignorancia o incapacidad interpretativa de la filosofía de Carl Schmitt; es mucho peor que eso: significa imposibilitar casi por completo la función esencial de síntesis del Estado que consiste precisamente en dominar y poner límites a los conflictos de interés, personales y de grupo, que inevitablemente siempre amenazan con desgarrar los tejidos internos de una comunidad organizada.

¿Cómo podría un Estado arbitrar eficazmente los conflictos personales y sectoriales cuando el gobierno decide ser uno de los principales agentes provocadores de conflictos entre amigos y enemigos políticos dentro de su propio pueblo? Es imposible que un Estado logre la paz social – que es uno de los objetivos irrenunciables de todo Estado en una comunidad políticamente organizada – cuando justo el Estado es uno de los primeros promotores de una constante guerra civil en potencia.

Porque una comunidad estará en una situación de conflicto permanente, que la colocará al borde de una siempre posible guerra interna, si está dividida – y esta vez sí: dividida  en dos (o más) bandos de enemigos políticos que se combaten entre sí

Pero esto, que explica gran parte de la famosa "grieta" no es todo. Para desgracia de 47 millones de argentinos, hay más. Mucho más.

El Conflicto

Hay más, porque hay un componente ideológico que se suma a la ineptitud y a la ignorancia política de no entender para qué está el Estado; de no saber para qué sirve y de ignorar olímpicamente sus tres funciones básicas indelegables que son sintetizar divergencias, planificar un futuro necesariamente positivo a largo plazo y conducir a la comunidad logrando consensos y continuidad en las políticas esenciales para el país.

Ese componente ideológico es la lucha de clases adoptada de la ideología marxista e inyectada intelectualmente en la sociedad a través de la estrategia gramsciana dirigida a obtener la hegemonía cultural para "desestructurar" a la sociedad burguesa.

La estrategia de Gramsci es la que ha adoptado la izquierda marxista después del fracaso de las estrategias de Lenin, Stalin y sus herederos en la Rusia soviética. Reducida a su mínima expresión esta estrategia consiste en aceptar una premisa muy simple: "La revolución cultural precede a la revolución política". Lo tremendamente peligroso de esto para cualquier sociedad es que la premisa es correcta. El problema está en el contenido de esa revolución cultural – esencialmente en las consecuencias de la aplicación de sus valores propuestos – y en los objetivos de la revolución política que en teoría le debería seguir; siendo que esa revolución que no es más que un refrito algo actualizado del viejo bolchevismo de los años 1920.

La premisa es históricamente demostrable: por regla general, en 10.000 años de Historia todas las grandes revoluciones políticas fueron precedidas por cambios culturales profundos en el ámbito de las ideas, las filosofías, las artes, la ciencia y hasta las religiones.  

La última gran revolución cultural que hemos tenido en Occidente fue la que precedió a la Revolución Francesa de 1789 y continuó luego difundiéndose por todo el mundo. De esa revolución burguesa (Marx dixit) nació el liberalismo y, como consecuencia lógica de su propia cosmovisión llevada hasta las últimas consecuencias, el socialismo anarco-romántico que Marx reformularía luego en una doctrina más coherente.  

Esta filogenia explica la hermandad, muchas veces pasada por alto, que históricamente existió – y sigue existiendo – entre el liberalismo y el marxismo. Uno de los muchos aspectos en que esta relación filial se puede comprobar es en las pretensiones universalistas de ambas ideologías, un rasgo que otorga a sus doctrinas incluso ciertas características de religiosidad laica en la que la influencia de la masonería como Erzatzreligion [[6]] es sumamente notoria.

El hecho es que, tanto el liberalismo como su hijo pródigo el marxismo han tenido, desde sus mismos orígenes, aspiraciones de universalidad. Desde el dominio universal de la razón mundana hasta la solidaridad universal del proletariado, tanto liberales como marxistas tienden a querer imponer su cosmovisión a todo el mundo. Es obvio que los diferentes organismos políticos – Estados, pueblos, naciones – constituyen un enorme estorbo para este proyecto. Y más todavía cuando ambas versiones de la cosmovisión a-tradicional y hasta anti-tradicional de la Revolución Francesa profesan incondicionalmente el dogma de la igualdad humana desde cuya óptica la diversidad política es un sinsentido. De hecho, si todos los seres humanos somos iguales no se ve muy bien por qué habríamos de gobernarnos mediante sistemas o regímenes políticos diferentes.

El problema, claro está, reside en que, a los efectos sociopolíticos y culturales, no somos iguales en absoluto. En tanto pueblos, nuestras idiosincrasias, nuestras historias, nuestras condiciones ambientales, nuestras culturas autóctonas, nuestras leyendas, mitos, creencias, preferencias, en una palabra: nuestras identidades etnoculturales difieren. Y puesto que difieren, necesitan expresarse cultural y políticamente de diferentes maneras aun cuando compartan – como que muchas de ellas comparten – valores básicos comunes.

La desigualdad natural de los seres humanos y la desigualdad identitaria de los organismos políticos es un obstáculo inaceptable para los igualitarismos. Como por ideología y hasta por capacidad política son incompetentes para lograr una síntesis mediante conducción y consenso, la única síntesis posible, tanto para liberales como para marxistas en general, es una nivelación igualitaria de toda la sociedad. El razonamiento es: "si no somos iguales, tanto peor; porque deberíamos ser iguales". Consecuentemente, puesto que no podemos convertir enanos en gigantes, la única igualitarización prácticamente posible es hacia abajo mediante el expeditivo recurso de cortarle la cabeza a los gigantes.

Y para eso sirve la lucha de clases. Toda la actual serie de guerras entre partidismos, ideologismos y teorías económicas; toda la guerra entre ricos y pobres, entre empresas y trabajadores, la ciudad y el campo; todos los conflictos que no tienen solución porque los promotores del conflicto están más interesados en mantener el conflicto mismo que en hallar cualquier posible solución; todo eso no es más que consecuencia de la estrategia de la lucha de clases.

Y es una lucha que, por supuesto, no se limita estrictamente a la noción socioeconómica de "clase social" sino que – siguiendo el concepto gramsciano de revolución cultural – se extiende por toda la sociedad, tanto allí en donde ya existe un conflicto como allí en donde se puede crear alguno de manera artificial. Así es como tenemos la guerra entre feministas y antifeministas; abortistas y antiabortistas; homosexuales y heterosexuales; civiles y militares; creyentes y ateos; pueblos originarios y pueblos conquistadores; anarquistas y jerárquicos, más un largo etcétera que hasta incluye tribus urbanas y equipos de fútbol.

Conclusión      

Algún día vamos a tener que reconocer que es absolutamente imposible construir una comunidad razonablemente bien organizada permitiendo odios, grietas y guerras internas.

No podemos seguir permitiendo la imposición de ideologías utópicas que pretenden salvar a la humanidad matando a todos los que se oponen.

Tampoco podemos seguir apostando a la ilusión de que con negociaciones, diálogo y buena voluntad todos nuestros problemas se pueden resolver. No podemos apostar a eso por la simple razón de que no es cierto. No todos los problemas políticos se pueden resolver de esa manera. Hay cosas que no son negociables. Existen diálogos de sordos entre personas que no se entienden porque no quieren entenderse. Y tampoco la buena voluntad es una virtud de todas las personas. Ni siquiera las personas de buena voluntad ejercen esa virtud todo el tiempo y bajo todas las circunstancias. Será todo lo lamentable que se quiera pero, en muchas cosas, somos hijos del rigor.

El error está en creer que eso representa un problema insoluble, una dificultad insuperable. Mucha gente supone que, siendo hijos del rigor, los seres humanos solo podemos organizarnos bien en sistemas autocráticos. Y eso simplemente no es cierto. Lo cierto es que toda organización sociopolítica necesita una autoridad de última instancia, vale decir: una autoridad soberana que sintetice y ponga límite a las divergencias, que planifique un futuro positivo más allá de las planificaciones económicas que rarísima vez abarcan más de 10 años, y que conduzca gobernando no a la sociedad sino en nombre de la sociedad, garantizando la defensa y la continuidad histórica del organismo político en un marco de justicia, armonía y equilibrio interno junto con una firme afirmación de identidad y capacidad de defensa en lo externo. 

Por suerte tenemos la institución cuya función política es precisamente la de esa autoridad soberana que acabamos de describir: es el Estado. Pero no el Estado liberal rebajado y cercenado a la sola función de aparato administrativo al que le es permitido actuar más allá de lo burocrático solo cuando se trata de tareas no redituables que no le interesan a las empresas privadas pero que aun así se necesitan. Tampoco el Estado absoluto y monopólico de la dictadura del proletariado cuya función temporal es construir el socialismo para llegar a un comunismo en el cual el Estado ya ni siquiera sería necesario, al menos según la utopía de Carlos Marx. 

Con un Estado que renuncia a intervenir cuando debe y que
interviene mal cuando no debería, no se puede construir un país. 


En la Argentina vivimos en una sociedad desgarrada por acusaciones de odio, disputas, peleas internas, grietas, enfrentamientos y violencia porque ni los liberales ni los marxistas – y ni hablemos de los neoliberales y los neomarxistas – han entendido jamás el concepto fundamental de lo político siendo que, lógicamente y en consecuencia, son incapaces de construir un Estado que cumpla satisfactoriamente con las funciones esenciales para las cuales lo necesitamos.

Todo el mundo se ha preguntado desde hace añares y se sigue preguntando por qué la Argentina, teniendo tantos recursos y riquezas naturales, tiene millones de pobres, millones de desocupados, millones de deudas, una inflación endémica y una volatilidad económica que, en lugar de atraer inversiones, las espanta.

La Argentina tiene una economía estancada y quebrada porque está siendo gobernada con criterios políticos equivocados y no conseguirá estabilizar definitivamente su economía hasta que no se decida a instaurar un régimen político con un Estado realmente funcional y soberano.

Hasta que eso no suceda, seguiremos discutiendo la mejor forma de terminar con odios que solo tienen los que acusan a los demás de fomentar el odio. Seguiremos debatiendo sobre cómo haremos para que nuestros mandatarios dejen de pelearse entre ellos por las cajas de la corrupción y se ocupen de resolver los problemas reales que todos tenemos. Y continuaremos tratando de construir puentes sobre las grietas que generan tanto la soberbia, la envidia y la saña de los  adalides de la lucha de clases como la estupidez, la incapacidad y la egolatría de los politicastros.

Es que no se pueden construir puentes sobre grietas que se agrandan a medida en que tratamos de construir los puentes.

 

*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*.*



NOTAS

[1] )- Louis Antoine Léon de Saint-Just, (1767 - 1794) conocido también como "El Arcángel del Terror" fue fiel partidario de Robespierre y promotor del Terror jacobino durante la Revolución Francesa. Murió guillotinado junto a Robespierre y sus demás partidarios.

[2] )- Cf. "¿Estamos de acuerdo?" Debate entre G.K. Chesterton y B. Shaw con H. Belloc como moderador. https://lanuevaeditorialvirtual.blogspot.com/2022/08/blog-post.html

[3] )- "El impacto que tuvo la inmigración sobre un país escasamente poblado fue enorme. En 1889 la Argentina contaba con 1.737.000 habitantes, de los cuales el 12,1% era extranjero, y en 1914, el país llegó a concentrar el porcentaje más alto de extranjeros: de una población de 7.885.000 habitantes, el 30,3% era inmigrante. Si comparamos con otros países de inmigración, la Argentina recibió entre 1821 y 1932 a 6.405.000 inmigrantes, colocándose en el segundo puesto, detrás de los Estados Unidos (32.244.000) , país que recogió el mayor número absoluto de inmigrantes; pero en términos relativos, la Argentina resulta ser el país que concentró un mayor número de inmigrantes." Maristella Svampa, Civilización o Barbarie, el Dilema Argentino.  Ed. Taurus,Buenos Aires, 2006 - pag. 75

[4] )- Schmitt, Carl El concepto de lo Político pág.23
 (https://lanuevaeditorialvirtual.blogspot.com/p/listado-de-obras-publicadas-autor.html

[5] )- Es cierto que cuando hablamos coloquialmente de esta diferenciación política básica muchas veces empleamos  – y me incluyo – el término "división" de manera incorrecta. Decir que "el mundo político se divide en amigos y enemigos" o, peor todavía, que "la política divide al mundo en amigos y enemigos" es stricto sensu completamente contrario  a lo que expresa Carl Schmitt. Eso es producto de esa economía mental y verbal a la que desgraciadamente estamos tan acostumbrados en el habla cotidiana. Pero es un error que no deberíamos cometer – vuelvo a incluirme – y deberían corregirnos inmediatamente quienes han estudiado y entendido a Carl Schmitt. 

[6] )- Religión artificial, sintética o sustituta. "Erzatz" significa "sustituto" en alemán. El término se utiliza para significar que algo no es natural sino un sustituto o reemplazo de lo natural producido por vías sintéticas o artificiales.


viernes, 2 de septiembre de 2022

¡POBRE CRISTINA!

No creo en la astrología.
Soy sagitariano y los de Sagitario
somos muy escépticos.
Arthur C. Clarke

Si es cierto que Esopo es su autor, el cuento del pastorcillo mentiroso tiene ya algo así como 2.600 años de antigüedad. Todos los habrán escuchado alguna vez: el pastorcito engañó reiteradas veces al pueblo gritando "¡El lobo. El lobo!" y, cuando venían todos a ayudarlo, por supuesto no había ningún lobo que lo amenazara y él se reía de los crédulos que habían caído en la trampa. Hasta el día en que realmente apareció el lobo, el pastorcito gritó a todo pulmón, no vino nadie a ayudarlo ya que todos se habían cansado de sus mentiras, y el lobo se comió sin más trámite al pastorcito mentiroso. Moraleja: no mientas (o por lo menos no mientas muy seguido, y/o tan mal que todos descubran tu mentira) porque al final ya nadie te va a creer aunque digas la verdad.

Algo de lo implicado en la moraleja le puede estar pasando al Cristikirchnerismo actual. Como hemos podido enterarnos por todos los medios habidos y por haber, estamos pudiendo gozar de un inesperado fin de semana largo porque la vicepresidenta sufrió un atentado; o mejor dicho el intento de un atentado porque de hecho – gracias a Dios – no le pasó nada. Y digo "gracias a Dios" por dos motivos: 1)- nunca me he alegrado por la muerte de nadie; y 2)- no quiero ni pensar en el sangriento caos que se hubiera producido en el caso de un atentado exitoso.

Lo que sabemos al momento de garabatear – teclear en realidad – estas líneas [1] es, poco más o menos, lo siguiente. Un sujeto, cubierto de "tatuajes nazis" trató de matar a Cristina cuando llegaba a su domicilio infiltrándose entre la multitud que la rodeaba. A pesar de la custodia, consiguió llegar a cerca de un metro de la vicepresidenta, empuñó una pistola Bersa, le apuntó a la cabeza, gatilló al menos dos veces... y no salió la bala. Por supuesto fue reducido e inmovilizado inmediatamente por miembros de la multitud, para ser luego detenido por la policía.

El autor del intento de atentado no es del todo desconocido. Se trata de Fernando Andrés Sabag Montiel, un brasileño con radicación en el país, bastante activo en las redes sociales y hasta entrevistado en más de una oportunidad por el canal de Crónica TV. [2]  Según lo que sabemos por ahora el tiro no salió porque este idiota, si bien tenía balas en el cargador, se "olvidó" de accionar la corredera y meter manualmente una bala en la recámara para el primer disparo. Por supuesto, podría haber gatillado un millón de veces sin que saliera un solo tiro.

Hay muchísimas preguntas que se me ocurren ante este episodio.

En primer lugar si hiciera yo la pregunta clásica de "¿a quién beneficia?" todos los dedos-índice de las personas con dos dedos de frente de la República apuntarían a Cristina sin dudar un segundo. Hace meses que viene victimizándose con lo del lawfare para tratar de transformar en persecución política una acusación de asociación ilícita y administración fraudulenta agravada [3] por la que la fiscalía ya solicitó una pena de 12 años de prisión.  Si antes se consideraba víctima de un Poder Judicial "fascista" ahora ya pasó a la categoría de mártir del oscuro poder en la sombras de la mafia "neonazi". ¡Pobre Cris! Parece ser que todos los nazifascistas vernáculos se han complotado contra ella.

Y lo peor de todo es que también parece ser que quienes deberían protegerla de semejante complot magnicida, o no saben, o no pueden, o no quieren hacerlo.

Porque el desempeño de las custodias fue de terror.

Cualquiera que haya querido destinar un par de horas para estudiar cómo se monta un perímetro de seguridad en casos similares a éste habrá encontrado docenas de Manuales de Procedimientos para ilustrar su ignorancia. Básicamente (muy básicamente), todo perímetro de seguridad dispuesto para proteger a una persona importante, consta de tres círculos concéntricos. El primer círculo, el más lejano a la persona custodiada, está para contener a la masa de espectadores y curiosos a fin de evitar que se acerquen a menos de una distancia prudencial. El segundo círculo está formado por personas con la consigna de actuar inmediatamente para neutralizar, como sea y lo más rápidamente posible a la persona o personas que ataquen o pongan en peligro al custodiado. Y el tercer círculo, que está en contacto inmediato con el custodiado, está formado por gente que tiene la misión de protegerlo físicamente, con sus propios cuerpos si es necesario.

Pues bien y por de pronto, en el caso de Cristina, estos círculos – que, como dije, son de Manual – simplemente no existieron. La custodia de la vicepresidenta se pareció más a un tropel de patovicas que a un sistema de seguridad montado por profesionales. Entre la policía de la ciudad y la policía federal, los buchones de la AFI y la patota de la Cámpora no existió (porque no existe) ninguna coordinación seria.

El círculo perimetral no existió. Todo el mundo – custodios, público, periodistas, fotógrafos, militantes y cuanto bicho andaba suelto por ahí – estaba literalmente encima de Cristina. Luego de la aparición del arma y las dos gatilladas fallidas, los que desarman a Sabag Montiel y lo inmovilizan son, según lo que sabemos hasta ahora, los de la Cámpora. ¿El círculo de seguridad intermedio? Bien gracias. Por último, el supuesto círculo inmediato que se tendría que haber tirado sobre Cristina para protegerla físicamente no hizo absolutamente nada. Ni siquiera despejó un espacio para que pudiese alejarse debidamente custodiada. Después de los tiros fallidos Cristina se agacha, recoge un libro que se le había caído, se arregla el pelo y sale caminando tranquilamente con una custodia que la sigue como si la estuvieran acompañando en un paseo por el parque.

Y así y todo, la pobre Cris, perseguida por los fascistas del lawfare y amenazada por los matones nazis de la ODESSA argentina, salió del evento sin un rasguño, el Alberto le organizó un fin de semana largo y al momento de cerrar esta nota están todos festejando en la histórica Plaza de Mayo.

Pues bien, ¿qué quieren que les diga? No quiero ser maldito pero ¿un nazi asesino que se olvida de meter una bala en recámara antes de disparar para cometer un mega-atentado, a un metro y pico de su víctima, completamente rodeado de militantes, custodios, policías, buchones, periodistas, fotógrafos y hasta curiosos?

O bien el tipo es un imbécil atómico (existen, es cierto) o bien esto huele a puesta en escena a la legua.

Pero no me hagan caso. Soy un malpensado incurable. Sigo al día de la fecha sin conseguir tragarme el Informe Warren. Podría aceptar al menos la mayor parte de la historia del atentado a Abraham Lincoln, pero las explicaciones para los casos de James A. Garfield y William McKinley tienen huecos inexplicables por todos lados. Aunque claro, los yanquis están tan acostumbrados a manejar armas desde la era de los cowboys que, cuando aprietan el gatillo en un magnicidio, las balas salen y generalmente hasta le dan al blanco.  

Sea como fuere – malpensado o no – en este caso, con una Bersa que no dispara porque un imbécil tatuado de nazi se olvida de tirar de la corredera, con funcionarios que no funcionan – como dice Cristina – lo cual incluye a custodios que no custodian; con unos medios que montan inmediatamente un megaoperativo de prensa magnificando el evento, con un presidente que no menos inmediatamente declara feriado nacional y con una masiva concentración de gente en la Plaza de Mayo convocada casi literalmente entre gallos y medianoche....

Esta vez creo que tengo algunos motivos para ser, digamos, un poco escéptico.

Y no creo que esté solo con mis dudas.



[1] )- Viernes 2 de septiembre 2022 - 18:30 hs

[2] )- https://www.clarin.com/politica/ataque-cristina-kirchner-aparicion-agresor-cristina-kirchner-movil-tv_0_ZkrKupzKA2.html

[3] )- Más otros nueve casos, son 10 casos en los que está procesada.  Cf. https://chequeado.com/el-explicador/cfk-esta-procesada-en-10-casos-cuales-son-las-causas-en-su-contra/