Cualquier persona que proclame la agresión como método
inevitablemente estará obligada a usar la mentira como principio.
Aleksander Solyenitzin
Ojo por ojo y diente por diente
… y todo el mundo terminará ciego y desdentado
Anónimo
¿Alguno de ustedes vio alguna vez a un león matar a otro león? Y me refiero a matar, realmente matar; no a herir, morder, arañar o a hacer sangrar de algún modo al adversario en la pelea por una hembra o por un coto de caza. ¿Alguien vio alguna vez a un lobo matar a una hembra o a un cachorro de su jauría? ¿A un ciervo clavándole las astas en el corazón a otro siervo? ¿A un tigre destrozándole la yugular a otro tigre?
No. No lo han visto nunca. ¿No es cierto?
En cautiverio alguno de estos animales puede hacer algo así. Pero ni siquiera en cautiverio los casos son frecuentes y, en estado natural, son tan excepcionalmente raros que bien pueden ser catalogados de meros accidentes.
¿Saben por qué esto es así?
Es así porque Doña Natura podrá ser bastante caprichosa a veces pero, en el fondo, es bastante sabia. Los animales que llamamos "depredadores" poseen armas letales. La garra de un tigre, el colmillo de un lobo, la dentadura y el peso de un león son armas letales. Si estos animales empleasen esas armas sistemáticamente contra los miembros de su propia especie – practicando lo que los etólogos llaman la agresión intra-específica – la supervivencia misma de la especie se vería puesta en peligro. Consecuentemente, Doña Natura ha desarrollado en estos seres vivos un mecanismo instintivo que inhibe ese tipo de agresiones. Dos lobos pueden pelearse de un modo muy feo, y de hecho lo hacen, pero cuando el lobo más débil siente que perderá la pelea lo único que tiene que hacer es acostarse de espaldas y ofrecerle al vencedor su cuello, es decir: su yugular. En ese mismo momento el ataque del vencedor cesa. El lobo que se rinde ha adoptado la "posición del cachorro"; el gesto con el cual en sus juegos los cachorros indican que no desean jugar más. En otros casos lo que pone fin a la agresión es la huida. El tigre vencedor no persigue para rematar al tigre que se da por vencido y huye del lugar de la pelea cediendo la tigresa en disputa al vencedor.
Los seres humanos tenemos un problema: nuestros impulsos inhibitorios de la agresión son muy débiles. Doña Natura parece haber considerado que, puesto que no tenemos ni garras, ni colmillos, ni la formidable musculatura y el peso del león – en una palabra: puesto que carecemos de poderosas armas letales naturales – una pequeña barrera inhibitoria nos debería alcanzar. De hecho tenemos esa barrera. Es la que le impide a todo ser humano sano y normal agredir seria y gravemente a un niño; es la que le impide a todo varón sano y normal agredir seria y gravemente a una mujer. En cualquier emergencia grave – sea naufragio, incendio, o lo que fuere – lo de "las mujeres y niños primero" tampoco tiene gran cosa que ver con un supuesto "mandato cultural". Mucho más allá de costumbres y tradiciones, es la reacción natural y normal de la especie. Es el comportamiento natural y normal del Homo Sapiens, en la medida en que es Homo, en la medida en que es Sapiens, y en la medida en que no está degenerado.
El problema con ese mecanismo que inhibe en nosotros la agresión a individuos de nuestra misma especie es que resulta bastante débil. Pero, lamentablemente, eso no es todo. El día en que inventamos el hacha de piedra, la debilidad de nuestro mecanismo inhibidor se hizo más problemática todavía. Porque de pronto tuvimos un arma letal. De pronto tuvimos el equivalente al colmillo del lobo o a la garra del tigre. No lo obtuvimos por el código de nuestro ADN.
Lo fabricamos. El drama fue que en nuestro código genético Doña Natura no previó una regla específica que limitara su uso a la caza de otras especies de la cadena alimentaria. En el relato bíblico solo se menciona que Caín "se abalanzó sobre su hermano y lo mató". No nos dice cómo lo hizo. Pero yo apostaría a que cometió ese fratricidio utilizando un cuchillo, una piedra, un garrote o un arma equivalente.
Por suerte sin embargo, a pesar de que nuestro mecanismo inhibidor es bastante débil, en la estructura de nuestra naturaleza específicamente humana existe un factor que, si bien no es el equivalente exacto de aquello que le impide al tigre matar a otro tigre, en circunstancias normales refuerza bastante esa barrera que tiende a prohibir la agresión intra-específica.
Me refiero a algo típica y específicamente humano que no posee ningún animal: la capacidad racional de
prever acontecimientos y a
valorarlos éticamente. Caín podrá no haber tenido inscripto en su código genético una insuperable inhibición de matar a Abel, pero tenía la capacidad de prever que si le pegaba con una piedra en la cabeza, o hundía un cuchillo en su corazón, incluso si simplemente lo ahorcaba con las manos desnudas hasta que dejara de respirar, Abel moriría. Y tenía también la capacidad para discernir que eso, el matar a un hermano,
estaba mal. Por eso percibimos el castigo de Caín como algo justo. Por eso es que nosotros mismos, hasta el día de hoy, en todos nuestros Códigos Penales condenamos el homicidio y al fratricidio lo consideramos como un agravante.
Esta capacidad de prever las consecuencias de nuestros actos y valorarlos según normas éticas es precisamente lo que nos hace
moralmente responsables por lo que hacemos. Y no todas nuestras normas éticas son "constructos" culturales. Una buena parte de ellas se relaciona directamente con esas barreras inhibitorias inherentes a la condición humana que, no serán tan fuertes como en los grandes depredadores, pero que aun así nuestra especie ha adquirido en forma natural a través de cientos de miles y acaso millones de años. Hay cosas que simplemente "no se hacen", y no necesariamente porque un código, un gobierno, una ideología, una filosofía, una costumbre o una moda así lo establezca. No se hacen porque, si las hacemos,
nos hacen daño; y por lo tanto
están mal; o bien y más categóricamente:
son malas. Y
sabemos que son malas, no porque alguien nos lo dijo, no porque la investigación científica así lo descubrió, no porque una determinada filosofía o dogma lo afirmen, no porque alguna institución – cualquiera que fuese – así lo establezca, sino porque nuestra propia naturaleza humana nos grita a voz de cuello que la consecuencia de ciertos actos que podemos cometer
es mala.
El gran problema está en que muchas veces tomamos tanta distancia de las consecuencias que ya no las vemos y, al no verlas, optamos por la muy cómoda actitud de suponer que no existen. O, al menos, que no nos afectan.
Quizás, así como nuestra capacidad de fabricar armas empezó con el hacha de piedra, en materia de distanciarnos de las consecuencias de nuestra agresividad probablemente la cosa comenzó con el arco y la flecha. Un hacha de piedra, un cuchillo, incluso la lanza de la falange griega, ponen al agresor en contacto directo con las consecuencias de su empleo. El agresor inevitablemente entra en contacto directo con el agredido, ve como muere, asiste a su agonía, puede eventualmente sentir en sus propias manos el calor de la sangre que derrama. Con el arco y flecha ya fue diferente. El arquero pudo matar a su congénere desde varios metros de distancia y muy posiblemente el agredido terminaba muriendo en algún lado, fuera de la vista del agresor.
Con las armas de fuego, desde el arcabuz hasta el cañón moderno, la distancia no hizo sino aumentar. Un mortero permite incluso destruir una casa entera, con toda una familia adentro, sin que el operador de ese mortero tenga siquiera que ver necesariamente la casa que destruye. Mucho menos a la familia que acaba de aniquilar. El aviador que regó con bombas incendiarias a toda una ciudad, como reiteradas veces ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, no vio nunca a las personas desesperadas retorciéndose, quemándose vivas en un sótano o en plena calle. Y hoy en día el casi-autómata, uniformado o irregular, que aprieta el botón que dispara el misil ni se entera del daño que causó a decenas, cientos y quizás miles de kilómetros de distancia.
A lo sumo lo verá muy parcialmente después, por CNN, o en el noticiero. Si es que prendió el televisor. Y si es que los medios decidieron transmitir las imágenes. Y lo más probable es que vea imágenes adecuadamente "suavizadas" por una cuidadosa edición, precisamente porque los medios preverán
la reacción de rechazo de la enorme mayor parte audiencia ante imágenes demasiado "crudas"; eufemismo por no decir más ajustadas a la verdad. A menos, claro está, que se dedique a ver imágenes transmitidas por la televisión del bando agredido en donde, igual de probablemente, las imágenes serán cuidadosamente elegidas y hasta exageradas, en parte para alimentar el morbo de algunos pero en forma principal para
producir ese rechazo en la enorme mayor parte de la audiencia. Con lo cual nuestro cuasi-autómata, uniformado o irregular, podrá tranquilizar su conciencia diciéndose que la propaganda enemiga exagera, o miente, y que la cosa no fue tan tremenda después de todo.
Pero ¿por qué unos se toman tanto trabajo en evitar el rechazo de la audiencia y los otros por generarlo deliberadamente? Porque tanto unos como otros saben perfectamente que lo que se hizo
está mal. Tanto tirios como troyanos saben que lo que ocurrió
es malo. Y ese mal, presentado ante millones de seres humanos prendidos a la pantalla de sus televisores, despertará en ellos la aversión innata a hechos y consecuencias que la condición humana rechaza.
Por supuesto que se puede acallar esta aversión y este rechazo. Para ello, unos tendrán que presentar al enemigo como alguien perverso, criminal, vil y despreciable que se merecía lo que recibió. A los otros, la masacre les servirá como argumento eficaz para justificar las masacres propias que se cometerán luego como venganza, o las que ya se cometieron antes y que ahora aparecen justificadas como medidas preventivas dirigidas precisamente a tratar de evitar lo que al final de todos modos ocurrió. Por eso es que este tipo de enfrentamientos no tiene solución posible. Duran y se prolongan durante años hasta que terminan por agotamiento o hasta que uno de los contendientes prácticamente desaparece de la faz del planeta.
Ésa es exactamente la situación del conflicto de Medio Oriente. Las decapitaciones "a cuchillo" del ISIS deben leerse en este contexto.
Si las imágenes que hemos visto son auténticas, significan que quienes hacen eso han perdido completamente las inhibiciones y padecen de una ausencia total de esa condición humana que toda moral responsable necesita como base. Si las imágenes son auténticas, eso significa que se ha eliminado la distancia y ahora se mata en contacto directo con el que va a morir. Especialmente cuando el que va a morir está indefenso y ya no puede combatir. Con ello, la guerra en Medio Oriente implica un retroceso de por lo menos 4.000 años en la Historia de la humanidad. Y no sé si no me quedo corto.
En cambio, si las imágenes no son auténticas, entonces estamos ante un intento diabólico de irnos acostumbrando a las masacres más inhumanas que se puedan imaginar para generar en nosotros una insensibilidad indiferente. Así como después de ver mil desnudos la desnudez pierde gran parte de su magia, después de mil decapitaciones le perderemos la aversión a cualquier sangrienta carnicería de humanos que ya ni siquiera se matan en combate sino que degüellan prisioneros indefensos en público.
Pero, si perdemos esa aversión, no solamente seremos una especie capaz de hacer cosas malas.
Sin esa aversión nos habremos vuelto realmente malos.
Y ésa es una de las peores cosas que nos pueden pasar.