lunes, 25 de enero de 2016

MASCULINISMO

No me gusta que me digan "macho".
"Macho" básicamente significa "estúpido"
y un verdadero italiano no es macho; es inteligente.
Esto es, inteligente en ambos sentidos: elegante e ingenioso.
Andrea Bocelli

Una familia sólida es la base
que los hijos necesitan para tener éxito.
Familias fuertes con un hombre y una mujer,
unidos entre sí de por vida, siempre han sido
y siempre serán la clave para lograr esa base.
Jim Bunning

En rigor de verdad, soy una mujer muy casera.
En todos mis divorcios siempre me quedé con la casa.
Zsa Zsa Gábor

Después de añares de haberle perdido completamente el rastro y de no verlo ni para tomar un café, el otro día me reencontré con un viejo amigo mío. Fue lindo volver a verlo porque tiempo ha supimos compartir unas cuantas calaveradas, algunas confesables, otras no tanto, de modo que estuvimos un largo rato recordando los buenos viejos tiempos idos tan solo para llegar a la conclusión de que los idos son los tiempos y los viejos somos nosotros. En esas nostalgias estábamos cuando, de pronto, mi amigo cambia completamente de tema y me espeta:

– ¡Ah! No sé si sabías. También fundé un nuevo movimiento político-social.

– No, no sabía nada; – le contesté – ¿De qué se trata?

– De una contracorriente dentro de la Revolución de Género.

La verdad es que me dejó pestañeando. Intrigado, le pregunté:

– Honestamente, no estoy muy seguro de entender. ¿Te molestaría explicarlo un poco?

– Ningún problema. Al fundamento filosófico-doctrinario del movimiento le dimos el nombre de "masculinismo".

– ¿Masculinismo?

– Sí. Masculinismo. Tanto como para diferenciarlo del machismo, que es otra cosa.

– ¿Y cuál es la diferencia?

– La diferencia está en que el machismo afirma la superioridad del varón frente a la mujer; en cambio nosotros lo que afirmamos es que a los varones el feminismo los ha menoscabado y perjudicado por lo que exigimos las mismas prerrogativas que las mujeres reclaman para ellas en el marco de la teoría de género.

– No entiendo.

– Sin embargo es sencillo. Estamos hartos de esos mandatos culturales estereotipados que no hacen más que degradar a los varones para convertirlos en proveedores esclavos, forzados a abastecer la estructura hogareña. Es algo que viene desde la más remota antigüedad: "el lugar del hombre está junto al arado";  "el puesto del hombre está en el taller"; "las herramientas son para los hombres"; "el hombre debe armarse en defensa de la Patria"; "los hombres no lloran"; "todo hombre honrado siempre tiene trabajo"… y hay miles de estereotipos similares.

– Bueno… si es por eso, no te preocupes. Son clisés que se irán gastando con el tiempo.

– Puede ser, pero en el ínterin tenemos las pelópidas llenas con eso de levantarnos a las cinco de la mañana, llegar al trabajo, laburar todo el día y llegar de vuelta a casa cuando medio mundo ya está durmiendo. No vemos cómo se desarrollan los chicos. Estamos siempre cansados y nunca podemos estar con las personas que amamos. Yo, por mi parte, no me casé para pasarme el día entre gente que quiere serrucharme el piso o que siempre pretende más trabajo por el mismo sueldo. De las 24 horas del día duermo 8, trabajo 9 y viajo 3. Estoy inalcanzable para las personas que me quieren durante el 83% del tiempo disponible. Quiero quedarme en mi casa. Alguna vez quiero hacer un asado un día de semana para toda mi familia. Jugar a la pelota con mi hijo menor. Ir al río y ver una puesta de sol mientras pasan los veleros. Armar un barrilete y remontarlo.

– Está bien; todos quisiéramos eso – lo interrumpí – pero desgraciadamente no es posible.

– ¿Y por qué no es posible? ¿A ver? ¿Por qué no es posible? No es posible porque siempre estamos haciendo cosas que no queremos con la excusa de que son necesarias para después poder hacer lo que queremos. ¡Y es mentira! Cuando llega ese "después" estamos ya tan fundidos y reventados que no tenemos ganas de hacer nada. ¡Odio el despertador! Tengo ganas de hacerlo pomada contra la pared. ¡Odio el viaje de la mañana al trabajo en trenes y colectivos repletos, y yo viajando como una sardina con gente que come ajo hasta con el desayuno y se baña una vez cada año bisiesto! Y lo peor de todo es que ni siquiera podemos protestar.

– ¿Cómo que no pueden protestar? Hagan pancartas y corten una calle como hace todo el mundo. Logren lo que se llama visibilidad mediática.

– ¡Si, claro! – replicó mi amigo con sorna – Y a los quince minutos estamos todos en cana por una denuncia del INADI acusándonos de fascistas retrógrados y machistas discriminadores. No querido. Justamente por eso es que estoy organizando el Movimiento Masculinista. Hoy esas protestas solamente pueden hacerlas las feministas. Cinco locas de FEMEN pueden exhibirse desnudas y pasear sus airbags hasta frente a una catedral y no pasa absolutamente nada, a menos que la histeria supere cierto nivel y los canas decidan divertirse un rato arrastrándolas hasta la comisaría. En cambio, si yo me llego a bajar los pantalones frente al obelisco para exhibir orgulloso los atributos de mi noble masculinidad, te garanto que sobre el pucho aparecen cinco patrulleros para llevarse detenido al asqueroso exhibicionista que está molestando a los púdicos ciudadanos con un espectáculo indecente.

– Bueno, pero ¿y qué pretende el Movimiento Masculinista?

– Algo muy simple: igualdad de derechos. 

– ¿Igualdad de derechos?

– Sí. Igualdad de derechos. Y sobre todo de privilegios. El feminismo ha acaparado ya tantos privilegios que al final nosotros, los varones, terminamos siendo los que siempre pagamos obligatoriamente el pato de la boda. Y del pato del divorcio ni hablemos. Creemos que es hora de volver a equilibrar la balanza. Si hay igualdad, que sea para todos ¡qué embromar! Las mujeres pueden ir a trabajar o pueden quedarse en casa. Tienen libertad de opción. Nosotros los varones solo podemos ir a trabajar. Y si no vamos nos miran torcido y nos llaman parásitos, inútiles, vagos y toda una serie de epítetos más. ¡No es justo! ¡Yo también quiero tener esa libertad de opción!

Hablamos un rato más de otras cosas y nos despedimos prometiéndonos mutuamente volvernos a ver un día de éstos. Promesa que, por supuesto, ninguno de los dos tomó demasiado en serio.

Indudablemente mi amigo se fue un poco a la banquina con su teoría y su movimiento. Pero cuando pienso en la estructura familiar que durante más de doscientos mil años organizó y protegió a la especie humana logrando que se convirtiera en lo que actualmente es, realmente me cuesta imaginar que las modernosas estructuras y relaciones familiares de hoy conseguirán un resultado mucho mejor. Esa tradicional estructura en la que podían distinguirse claramente parejas, matrimonios y familias fue tremendamente eficaz para la evolución y el desarrollo de nuestra especie y no creo que sea una locura pensar en alguna forma de volver a darle vigencia a los valores sobre los que se basaban esas estructuras.

Pero, claro. Hay un problema.

Para que eso sea posible habría que conseguir que las personas vuelvan a entender en absoluto qué es una pareja, qué es un matrimonio y qué es una familia.

Y, sobre todo, que entiendan también por qué las tres cosas no son iguales.

Para nada.