lunes, 10 de noviembre de 2025

EL CIENTÍFICO Y EL MAFIOSO

 

James Watson y el ADN

La política académica es la forma
más cruel y amarga  de hacer política,
porque hay mucho en juego.
Wallace Stanley Sayre 

 


El científico estadounidense James Watson, ganador del Premio Nobel y codescubridor de la estructura del ADN, falleció a los 97 años el pasado 7 de Noviembre de 2025.

En uno de los mayores y más espectaculares avances del siglo XX en materia de biología molecular, identificó la estructura de doble hélice del ADN en 1953 junto con el científico británico Francis Crick.

James Watson
Sin embargo, aun a pesar de sus credenciales y su innegable conocimiento del tema que le había merecido el Premio Nobel, no pudo superar la censura practicada en el mundo académico y mediático por parte de los dictadores del pensamiento políticamente correcto.

A lo largo de sus trabajos que culminaron en el descubrimiento del ADN, Watson realizó extensivas e intensas investigaciones en varias partes del mundo, inclusive en África. Basado en los resultados de esas investigaciones científicas Watson cometió un tremendo sacrilegio en 2007 en una entrevista del Times británico. Manifestó que era “pesimista respecto del futuro de África (…) todas nuestras políticas sociales están basadas en el hecho de que la inteligencia de ellos es la misma que la nuestra, y resulta que todas las pruebas muestran que eso no es tan así.”

Los medios y los ámbitos académicos norteamericanos retorcieron  esa opinión y acusaron a Watson de haber manifestado que no existen negros inteligentes; algo que, por supuesto, Watson nunca dijo. Es obvio para cualquiera mínimamente versado en estadísticas poblacionales que esa clase de comparaciones se hace sobre bases estadísticas y no sobre casos puntuales. El más inteligente de los negros será, sin duda alguna, previsiblemente más inteligente que el más tonto de los blancos y existen — también sin duda alguna — personas negras con un Cociente Intelectual mayor de 100. Eso no lo discute nadie con dos dedos de frente. Pero vaya alguien a juntar 100.000 personas negras seleccionadas al azar y la misma cantidad de personas blancas seleccionadas con el mismo criterio aleatorio. Si somete ambos grupos a cualquiera de los tests de inteligencia normados, lo que obtendrá es una diferencia significativa de alrededor de 20% (±5%) más baja para los negros.

Lo irónico es que esta investigación ya ha sido realizada muchas veces y mucho antes de las declaraciones de Watson. Pueden citarse los trabajos de Arthur R. Jensen; Richard Herrnstein, William Shockley (Premio Nobel de Física), Hans Jürgen Eysenck, el extenso trabajo conjunto de Herrnstein y Murray (The Bell Curve 1994)  y varios trabajos más. Por supuesto, estos trabajos fueron violentamente atacados, criticados y desacreditados por el establishment. Pero el mundo académico los conocía y, si bien fueron barridos a un costado por el tsunami de críticas, todo el mundo sabía perfectamente que su desaparición de la esfera pública se debía al tabú que pesaba sobre el tema y no a incorrecciones en los resultados.

Con esos antecedentes, el escándalo que originó la opinión de Watson fue mayúsculo como es de imaginar. Un tema que se creía muerto y enterrado volvía a emerger de la mano de uno de los más destacados biólogos del mundo académico, para colmo codescubridor de uno de los avances más espectaculares en la biología del Siglo XX. Un hombre que no solo había sido Premio Nobel de fisiología/medicina (1962), sino que además había obtenido varios importantes premios como ser: Premio Albert Lasker por Investigación Médica (1960); Beca Guggenheim en Ciencias Naturales (1965); Premio John J-Carty porAvances en la Ciencia (1971); Medalla Presidencial de la Libertad (1977); Membrecía en la Organización Europea para la Biología Molecular (1985); Medalla Copley (1993);  Medalla Lomonósov (1994); Medalla Nacional en Ciencias Biológicas (1997); y Premios de la Fundación Gairdner (2002); etc.

Prácticamente lo obligaron a retractarse, cosa que hizo por una cuestión de supervivencia, pero el daño ya estaba hecho. Lo expulsaron de su trabajo y progresivamente le fueron retirados todos los premios y reconocimientos.

Ya en el ostracismo académico y mediático decidió que no valía la pena seguir doblegado tratando de obtener el perdón de la dictadura políticamente correcta guardiana de la libertad de expresión. En 2014 James Watson se convirtió en el primer Premio Nobel en vender, en vida, su medalla de oro para poder subsistir.

Alisher Usmanov
La medalla fue subastada el 4/12/2014 y Watson recibió 4.1 millones de dólares por ella. Lo curioso del caso es que ese dinero lo pagó Alisher Usmanov un “magnate” mafioso ruso (en realidad uzbeco) y ¿saben qué hizo Usmanov después de pagarle a Watson? No lo adivinarían nunca: ¡le devolvió la medalla!

«En mi opinión – declaró Usmanov – es inaceptable que un científico eminente venda una medalla que reconoce sus logros. El trabajo de Watson contribuyó a la investigación del cáncer, la enfermedad que causó la muerte de mi padre. Para mí es importante que el dinero que gasté en esta medalla se destine a apoyar la investigación científica y que la medalla permanezca en manos de quien la merecía».

Con ese dinero James Watson pudo continuar sus investigaciones y en 2019 volvió a insistir en que había un vínculo científicamente demostrable entre raza e inteligencia. No habían conseguido vencerlo.

La moraleja de la historia es bastante obvia: es inútil que una persona íntegra y honesta se doblegue ante el sistema para no perder un puesto de trabajo. El sistema es cruel hasta el sadismo pero no es tonto. Si transgrediste sus imposiciones es inútil que manifiestes tu arrepentimiento. Los esbirros del sistema olfatearán que eres su enemigo y no creerán ni por un segundo en tu sinceridad si te retractas. Te aplastarán por más que jures portarte bien.

En el caso de James Watson, sin embargo, hay, incluso, una segunda moraleja: el sistema en el que vivimos está tan podrido que hasta un mafioso uzbeco tiene más integridad y mejores códigos que los defensores formales e informales de un sistema que blasona de proteger los Derechos Humanos y la Libertad de Expresión mientras lo único que protege es el poder de los plutócratas.



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