jueves, 18 de julio de 2024

NEGACIONISTAS

"No siempre he estado equivocado.
La Historia me dará la razón;
particularmente si yo escribo esa Historia"
Winston Churchill


Suponga amigo lector que estamos en la Francia de 1793, en plena Revolución Francesa. Robespierre acaba de dar un golpe de Estado. El 27 de julio ingresa al Comité de Salvación Pública y debe lidiar con un serio problema: en la región de la Vendée hay un levantamiento espontáneo de los campesinos que se alzan contra la Revolución para defender a su rey y a su Iglesia. Robespierre decide sofocar el alzamiento encargándole la operación al general Louis Marie Turreau ([1]). Acto seguido se envía un ejército de 80.000 hombres que reciben órdenes expresas de sus generales al estilo de: “…entregar a las llamas todo lo que sea susceptible de ser quemado y pasar al filo de la bayoneta todo habitante que encontréis a vuestro paso…” ([2]) El resultado es una horrenda masacre de más de 200.000 personas asesinadas de las maneras más crueles y hasta increíbles ([3]) que no vamos a detallar aquí. ([4])

Pues bien, volvamos ahora a nuestro siglo dando un salto de unos 230 años. Si nos tomáramos el trabajo de seguir las diferentes versiones oficiales de lo que sucedió en la Vendée descubriríamos que durante casi dos siglos los demoliberales partidarios de la Revolución Francesa hicieron lo imposible por barrer los hechos de la Vendée bajo la alfombra. El “consenso académico” durante mucho tiempo giró alrededor de una rutinaria argumentación sobre lo ocurrido en la región de la Vendée entre el 3 de marzo de 1793 y el 5 de marzo de 1795 con una secuela posterior entre el 24 de junio de 1795 y el 29 de marzo de 1796. El argumento principal sugería que la cosa no fue tan grave después de todo; que las bajas fueron mucho menores; que se trató de excesos de casos aislados (este argumento nunca falla); que los campesinos también cometieron un sinnúmero de salvajadas… y todo el etcétera normalmente utilizado para trivializar los crímenes de los buenos.

Con el tiempo, sin embargo, poco a poco la voz de los revisionistas se hizo oír. Hoy, el debate se ha estancado con tirios y troyanos repitiendo cada uno su serie de datos y su propia interpretación de los hechos. Basta repasar el artículo publicado en la supuestamente omnisciente Wikipedia ([5]) para verificar que por cada argumento de una parte hay una refutación – o al menos un intento – de la otra, dentro de un recurso de corrección política que consiste en presentar las dos campanas pero haciendo sonar la oficial primero, más fuerte y con más detalle que la otra. Con todo, la revisión histórica ha ganado la batalla en el sentido de que la alfombra ha quedado levantada y ya no se pueden negar los baños de sangre y los mitos pergeñados por herederos de la Revolución Francesa ([6]).

El caso de la Vendée tiene dos características interesantes. Para muchos es el primer caso de genocidio de la Historia moderna y, como tergiversación histórica, está planteada en términos de como la Historia de los vencedores trata de ocultar hechos desagradables y resulta desafiada por la revisión histórica que trata de poner las cosas en su lugar. Hay varios casos de esta clase en la Historia Universal. Sin ir más lejos, el revisionismo de la Historia Argentina consiguió rectificar la figura de Rosas, muy distorsionada por la historiografía demoliberal, ganándole la batalla cultural a la Historia oficial enseñada en las escuelas sarmientinas.

Pero esta clase de tergiversación no es la única. También hay casos en los cuales el tema está planteado al revés: los vencedores, en lugar de tratar de ocultar los crímenes propios, tratan de justificarlos adjudicándole a los vencidos unos crímenes peores. Es el juego retórico del “yo habré sido malo pero el otro era mucho peor”. Una argumentación “ad malum” con el que, con frecuencia y por comparación, el vencedor intenta hacer aceptable cualquier maldad cometida por propia tropa.

Ése fue el caso de las dos guerras mundiales europeas. En ambos casos los villanos terminaron siendo principalmente los alemanes y los inocentes valientes defensores de la libertad, la paz y la democracia fueron los ingleses, los franceses, los norteamericanos y – por último pero no en último término – los rusos, que cuando se trata de atacar a Alemania, siempre se anotan.

La suerte de las armas quiso que en ambos casos Alemania perdiera la guerra. La consecuencia de la derrota en la 1ª GM fue el Tratado de Versalles cuyas cláusulas vengativas fueron la causa más directa del estallido de la 2ª GM. ([7]) Siendo ello así, los autores de la Historia de los vencedores decidieron que Alemania sencillamente no debía ser inocente de las dos catástrofes. En especial tenía que ser la Gran Culpable de la 2ª Guerra Mundial porque, de otro modo, la tesis de la inocencia de los Aliados resultaría inconstruible. Sin una clara culpabilidad alemana no se podían justificar, por ejemplo, los salvajes bombardeos aliados de la población civil alemana sobre Dresden o Berlín y otras ciudades alemanas entre muchos otros crímenes ([8]).

La lógica en estos dos casos fue de hierro: o bien el malo de la Historia es tan malo que merece dos guerras, o bien los malos terminan siendo los otros. Así nacieron mitos como el de los niños belgas con sus manos cortadas por alemanes ([9]) o la supuesta responsabilidad de los alemanes por la masacre de Katyn ([10]).

Consecuentemente la palabra “nazi”, si bien no pensada en su origen necesariamente como un insulto, ([11]) terminó siendo usada como mala palabra para denostar toda la política y a todos los alemanes integrantes o simpatizantes del movimiento nacionalsocialista alemán. Desde el mismo principio, para el mundo demoliberal e incluso para el marxista, los “nazis” fueron los enemigos a vencer. Después de 1945, en especial los nazis – ampliados a “nazifascistas” o abreviados como simplemente “fascistas”  pero principalmente los alemanes en general – quedaron etiquetados como los únicos culpables de la guerra.

Contra esta acusación reaccionaron muchos investigadores. Gracias a ellos, fueron emergiendo al menos ciertas verdades. Algunas aceptadas muy a regañadientes, como por ejemplo el caso de Paul Hausser, un destacado general de las Waffen SS que no pudo ser acusado de ningún crimen de guerra o de lesa humanidad ([12]). Pero siguen habiendo hechos firmemente incrustados en la Historia de los vencedores y alguno en especial hasta está, directa e indirectamente, protegido por ley.

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En estos momentos, en Alemania hay una mujer, una anciana de 95 años, condenada a una sentencia de 16 meses de prisión efectiva. Su nombre es Ursula Haverbeck. ¿Su delito? Haber puesto en duda la Historia oficial del Holocausto. ([13])

No es la primera vez que la condenan.

·        En noviembre de 2015 fue condenada en primera instancia a diez meses de cárcel por "incitación al odio" ([14]).

·        En septiembre de 2016 el tribunal en Detmold la sentenció a 8 meses de prisión.

·        En octubre 2016 Un tribunal en Bad Oeynhausen la condenó a 11 meses de cárcel otra vez por “incitación al odio”

·        En noviembre de 2016, fue condenada por un tribunal de Verden por artículos que había publicado en el periódico local.

·        Varias condenas adicionales en otoño de 2016 condujeron a una ampliación de su sentencia.

·        En octubre de 2017 fue condenada a seis meses de prisión ([15]).

·        8 mayo 2018 — fue encarcelada y cumplió una condena de dos años y medio de prisión ([16]).

·        En 2022, fue condenada a 1 año otra vez por negación del genocidio.

·        El 26 junio 2024 fue condenada a 16 meses de prisión.

La lista no es exhaustiva; faltan varias sentencias por las que le aplicaron multas y restricciones de diversa índole.

El hecho es que en Alemania, poner en duda cualquier aspecto del Holocausto se considera como reivindicación del nacionalsocialismo y no sólo éste en forma puntual, sino cualquier acto, símbolo o manifestación encuadrable en la definición de “extremismo de derecha” está prohibido por ley. El §86 y §86a del Código Penal alemán regula todo lo relacionado con el criterio de “extremismo de derecha” en sus más mínimos detalles.

En una publicación de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución ([17]) se detallan y explican los criterios aplicados. Los principales se refieren a:

1.             Distribución de medios propagandísticos de organizaciones inconstitucionales;

2.            Concepto de “medio de propaganda”

3.            Concepto de "orden básico libre y democrático"

4.           Concepto de “ideas contra el entendimiento entre los pueblos”

5.            Contenido del medio de propaganda.

6.           Concepto de “partido” y “asociación”

7.            Organizaciones nacionalsocialistas pretéritas

8.           Delitos y círculos de perpetradores.

9.           Cláusula de adecuación social

10.       Utilización de símbolos de organizaciones inconstitucionales

11.         Violaciones de prohibiciones

En una segunda sección, se publican 54 organizaciones, asociaciones y grupos o partidos políticos que fueron prohibidos por esta ley entre 1980 y 2021 más toda la lista de símbolos y distintivos también prohibidos ([18]).

En Alemania existe, pues, todo un aparato jurídico y policial perfectamente diseñado y expresamente dedicado a reprimir todo acto o manifestación que pueda interpretarse como apología del nacionalsocialismo del Siglo XX, muy especialmente si se trata de la negación o trivialización del Holocausto.

No voy a entrar aquí en el detalle del Holocausto como tal. Tampoco me interesa discutir aquí la cifra de las 6 millones de víctimas. Esa cuestión cuenta con una verdadera montaña de bibliografía, tanto a favor como en contra, y quien quiera interiorizarse de la disputa tiene toda una pléyade de libros y documentos para consultar. El tema de esta nota es otro.

El Holocausto es el único evento histórico cuya Historia oficial está protegida por ley en forma directa o indirecta en varios países. ¿Por qué? ¿Por qué hay que proteger por ley un hecho histórico? ¿Por qué hay que abrirle docenas de causas y mandar a la cárcel a una anciana de 95 años por dudar de la versión oficial de hechos ocurridos en el siglo pasado? ¿Por qué discutir la versión oficial de los "buenos" se interpreta siempre como una apología de los "malos"?

El ejemplo para ilustrar el punto no tiene por qué ser el Holocausto. El caso de manual, perfectamente ilustrativo, quizás sea el de la destrucción de la ciudad de Dresden ([19]).

Según los datos oficiales disponibles, en febrero de 1945 la ciudad de Dresden se hallaba sobrepoblada por una gran masa de refugiados que huía de los soviéticos. Albergaba así a aproximadamente 1.300.000 personas concentradas en un área de unos 28 km2 . Sobre esa cantidad de gente, entre el 13 de Febrero hasta el 17 de Abril de 1945 se lanzaron unas 6.578,3 toneladas de bombas entre explosivas e incendiarias y se destruyeron más de 12.000 edificios en el centro de la ciudad solamente.

La cifra oficial y políticamente correcta de víctimas está establecida entre 22.700 y 35.000 personas. ([20]) Hagamos un cálculo rápido: 6.578,3 toneladas de bombas sobre 28 km2 hace un total de 235 toneladas por km2. Si con eso se mataron 35.000 personas, eso significaría que se emplearon casi 188 kg de bombas para matar a una sola persona. Si eso fuese cierto, el bombardeo de Dresden debería figurar en el Libro Guinness de Récords como el bombardeo más ineficiente de la Historia. Ciento ochenta y ocho kilos de bombas para matar una persona amontonada con otras 1.300.000 personas en un área de 28 km2 es simplemente un disparate; más si consideramos que se trató de bombas de alto poder explosivo y de bombas incendiarias. Que sean 6 millones las víctimas del Holocausto. Pero no son 35.000 las de Dresden.

Por otro lado, ¿qué se puede decir de las 80 a 100 millones de víctimas del comunismo tan solo entre Lenin/Stalin, Mao y Pol Pot? Según los mismos datos oficiales el comunismo masacró más de 10 veces la cantidad adjudicada a Hitler y a Mussolini juntos. Y hay una pregunta que nadie me ha conseguido responder jamás: ¿Por qué masacrar 6 millones de personas por pertenecer a una etnia en particular es más grave que asesinar entre 80 y 100 millones de personas por pertenecer a una clase social? Obviamente no es exclusivamente cuestión de números. Pero si los nazis mataron 6 millones por no ser arios, los comunistas mataron 15 veces más por no ser proletarios. ¿Por qué lo primero es un crimen de lesa humanidad que clama al cielo y lo segundo tan solo un lamentable error político? 

En Alemania, si alguien insistiese demasiado en subrayar estas inconsistencias e incoherencias, no es nada imposible que la Oficina de Defensa de la Constitución le abra un proceso por divulgar “ideas contra del entendimiento entre los pueblos”. Pero además, si eso no se pudiese aplicar, siempre quedaría la opción de recurrir al §130 del Código Penal que prohíbe la “incitación al odio” contra un pueblo, clase o grupo de personas. Textualmente:

La “incitación al odio" ocurre cuando se insulta maliciosamente a otras personas, se las hace parecer despectivas y con ello se viola su dignidad. También es un delito penal distribuir escritos o textos en Internet que nieguen los crímenes nacionalsocialistas o inciten al odio racial. La incitación al odio puede castigarse con multa o pena de prisión de tres meses a cinco años. ([21]).

O sea: en Alemania es suficiente con negar o poner en duda cualquier dogma oficial para ser caratulado inmediatamente como “negacionista” y acusado de haber cometido el delito de incitación al odio. Este tipo de leyes son muy prácticas; hacen que uno recuerde el famoso Art. 58 del Código Penal soviético que introdujo el concepto de “enemigo del pueblo” aplicable a cualquier persona que no se alineara perfectamente con la doctrina sustentada por el Estado. Son leyes tan hábilmente redactadas que permiten condenar a 10 o 25 años de prisión a cualquier persona “indeseable” hasta por escupir en la vereda si no hay otra acusación más contundente. Alexander Solyenitzin lo sufrió en carne propia; basta con leer cualquiera de sus libros sobre el GULAG.

Eso es lo que Ursula Haverbeck ha estado enfrentando en Alemania por “negación del Holocausto” y por “incitación al odio” durante los últimos 9 años de sus 96 años de vida. Un dogma oficial impuesto por los vencedores que no puede ser negado so pena de sanción por una ley específica. Y por si esa ley no sirve, hay otra “ley-red” que permite pescar a todos los “negacionistas” que de alguna manera se escabullen de la primera. Es infalible.

Y no se crea que solo en Alemania esto es así. Varios otros países han adoptado una estrategia muy similar. En España, Pedro Varela enfrenta una sentencia de 12 años de prisión por vender libros y tener opiniones contrarias a lo exigido por el dogma oficial. ([22]) Es la misma historia que la de Ursula Haverbeck en Alemania; también en España está prohibido negar la Historia de los Vencedores.

Usted puede negar a Dios; puede negar que la tierra es redonda; puede negar que en una determinada especie existen por norma solo dos sexos o negar que el aborto es un homicidio porque un ser humano en gestación no es una persona; puede negar el Big Bang y afirmar que la tierra tiene solo 5.000 años de antigüedad; puede negar que el hombre llegó a la luna; puede negar que la Guerra Fría fue fría; puede negar que al presidente Kennedy lo mató Oswald, o que hace días, en el último atentado a Donald Trump, Thomas Matthew Crooks actuó solo, sin ayuda de nadie; puede negar la teoría de Darwin y sostener que somos un experimento ganadero de extraterrestres; puede decir que la estela que dejan a veces los aviones en el cielo no es agua condensada sino fumigación de productos químicos lanzados para enfermarnos; puede negar que Napoleón abandonó al menos dos veces a su ejército en batalla; que Gengis Khan ordenó la creación del alfabeto mongol; o que Atila despreciaba el oro y el lujo inútil… Todo eso y miles de cosas más podrá negar. Siempre y cuando se mantenga dentro de los límites establecidos por la censura de los buenos, podrá hasta convertirse en un negacionista profesional. Quizás se meta en unas discusiones fenomenales pero nadie lo va a meter preso.

Ahora, eso sí: antes de negar algo que está fuera de esos límites, averigüe primero quiénes fueron los únicos verdaderos vencedores de las dos guerras mundiales del Siglo XX y cuales fueron los dogmas de fe indiscutibles que impusieron. Después ponga atención en no revelar muchas de las cosas que esos vencedores cometieron y prefieren olvidar o no contar. Sobre todo, ni se le ocurra negar las cosas de las que acusaron a los perdedores.

Porque, si lo hace, va a tener un juez que lo estará esperando y, con tan solo un poco de mala suerte, también habrá un carcelero preparando una celda para Usted.

Y a nadie le importará. Incluso si es una abuela que tiene 95 años y se desplaza en una silla de ruedas, o si lo único que hizo fue el error de creer en eso de la libertad de expresión.

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NOTAS

[1] )- «Mi intención es prender fuego a todo y conservar sólo los puntos necesarios para establecer nuestros acantonamientos adecuados para el aniquilamiento de los rebeldes». (Propuesta de Turreau al ministro de guerra de la Convención en Enero 1794 describiendo las tácticas que se proponía emplear en La Vendée. Más adelante ordenaría el asesinato de cualquier refractario, fuese mujer o niño: «todos tienen que ser pasados a espada».
Cf. https://alphahistory.com/frenchrevolution/general-turreau-vendee-1794/ (Consultado el 13/07/2024)

[2] )- Orden del día del general Louis Grignon, al mando de la primera columna revolucionaria que ingresó en la región. (Cf. Nicolas Delahaye y Pierre-Marie Gaborit, Las 12 Columnas Infernales de Turreau, p. 104-105.).

[6] )- Como, p.ej. el mito de la “Toma” de la Bastilla. Es que la Bastilla nunca fue tomada por asalto. Jordan de Launay , su comandante, se rindió y a pesar de eso, fue Tras más de cuatro horas de combate, los defensores de la Bastilla se rindieron con la condición de que les perdonasen la vida. Pero su petición fue en vano. A de Launay lo mataron su cabeza y las de algunos oficiales de la guardia fueron clavadas en una pica, paseadas por las calles y finalmente expuestas en el Ayuntamiento de la París.

[7] )- El Tratado de Versalles se firmó el 28 de junio de 1919: El Mariscal Ferdinand Foch como si más que un mariscal hubiera sido un oráculo dijo. «Esto no es una paz. Es un armisticio de veinte años». La 2ª GM comenzó el 1° de septiembre de 1939. Le erró por apenas 64 días.

[8] )- Cf. Joaquín Bochaca, “Los Crímenes de los Buenos”, 2018, ISBN 9781912452842

[9] )- De la 1a Guerra Mundial. La mayoría de las historias al respecto provenían de testimonios franceses sobre los refugiados belgas. Hoy se sabe que se trató de un episodio totalmente inventado destinado a demonizar al enemigo.

[10] )- En la 2ª Guerra Mundial se produjo la masacre de 22.000 militares, políticos, artistas e intelectuales polacos ejecutados por los soviéticos en los bosques de Katyn y otros lugares. Durante más de medio siglo la URSS se mantuvo firme acusando a la Gestapo alemana de la matanza. Luego de la caída del imperio soviético,– en 2010 siendo Putin primer ministro (2008-2012) – la Rusia actual reconoció la autoría soviética y pidió perdón públicamente.

[11] )- Originalmente un apodo o acrónimo del término alemán “National Sozialist” para diferenciarse de su principal adversario socialista que era conocido comúnmente por el apócope de “sozi”; (de “Sozialist en alemán)”.

[12] )- Uno de los generals más destacados de las Waffen SS, muy querido por su tropa (sus subordinados lo llamaban “Papá” Hausser) llegó hasta testificar a favor de sus camaradas en 1946 durante los juicios de Nuremberg por crímenes de guerra. Al no encontrar de qué acusarlo, lo tuvieron que poner en libertad en 1948. Fue dirigente de la asociación de veteranos de las Waffen-SS; escribió varios libros y falleció en su casa a los 92 años el 21 de Diciembre de 1972, día del solsticio de verano en el hemisferio norte.

[17] )- Verfassunsschutz : La agencia de inteligencia policial del Gobierno Federal alemán.

[18] )- Ed. Bundesamt für Verfassungsschutz. Öffentlichkeitsarbeit. (Septiembre 2022 B-0001). Ver: https://www.verfassungsschutz.de/SharedDocs/publikationen/DE/rechtsextremismus/2022-02-rechtsextremismus-symbole-zeichen-organisationen.html (Consultado: Junio 2024)

[19] )- Para un informe completo del caso de Dresden, incluyendo el testimonio personal de Kurt Vonnegut un prisionero de guerra norteamericano testigo presencial de los bombardeos, ver: https://denesmartos.blogspot.com/2019/02/la-sangre-de-dresden.html

[21] )- Gerd Schneider / Christiane Toyka-Seid: Das junge Politik-Lexikon von www.hanisauland.de, Bonn: Bundeszentrale für politische Bildung 2024.

jueves, 11 de julio de 2024

UNA GUERRA EXTRAÑA

 

Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo;
así podrás combatir en cien batallas sin desastres.
La oportunidad de evitar la derrota
está en tus manos
Pero la oportunidad de derrotar al enemigo
la provee el propio enemigo.

Sun Tzu

La guerra es una masacre
entre gentes que no se conocen,
para provecho de gentes que sí se conocen
pero que no se masacran

Paul Valerie


Hoy en día casi no pasa un día sin que buena parte de los políticos del mundo no resulten ser “belicistas”, por decirlo de alguna manera.

El estimado lector se habrá dado cuenta: los políticos famosos gritan a todos los vientos que hay que enviar dinero y armas a quienes luchan entre sí.   Por supuesto, lo que queda por verse es quién decidirá quién será el beneficiario. En cuanto a la guerra ruso-ucraniana, el panorama ya está completamente "aclarado": Estados Unidos y la mayoría de los países europeos envían armas a Ucrania y, por supuesto, fuertes cantidades de dinero. Está claro a quién "alientan" desde sus cómodos sillones y en sus palacios, aún más cómodos y bien vigilados; y cada vez está más claro que el número de partidarios de la guerra está aumentando. Es decir: no entre la población mundial, sino entre los líderes del mundo. Del mismo modo está más claro que nunca que quienes – encabezados por el presidente francés – "agitan" la posibilidad del despliegue de armas nucleares, también consideran concebible la posibilidad del estallido de una Tercera Guerra Mundial. Así que el mundo está bajo una lluvia de ideas, provocada más específicamente por aquellos que están del lado de la guerra. Y no olvidemos que el Estado judío también está en guerra en un Medio Oriente que se halla en constante ebullición.

Ya aprendimos en la escuela secundaria que toda guerra es necesaria para los especuladores: deben destruir o esclavizar a la persona a la que quieren robar. Y la JUSTICIA, que tantas veces ha sido expresada y desacreditada, nunca tuvo nada que ver con la realidad. Tampoco ahora tiene algo que ver. Y menos aún tiene que ver con la decencia. Hace mucho tiempo, también aprendimos la verdad de Orwell, que hemos citado varias veces: "Uno de los efectos circunstanciales más terribles de la guerra es que la propaganda de guerra, los aullidos, las mentiras y el odio provienen de personas que no combaten. "

Es difícil discutir esta verdad. Es que no se puede porque es innegablemente cierta.  En toda guerra, los líderes inteligentes sacrifican a los jóvenes, y cuando todos están muertos, les siguen los de mediana edad. Y los especuladores siguen dando órdenes desde sus seguros búnkeres. Así es ahora también.

Pero también es innegable que la humanidad siempre ha encontrado motivos para la guerra. Leí, por ejemplo, que en 1925 un perro provocó una guerra entre Bulgaria y Grecia. El perro se escapó y un soldado griego lo siguió. El pobre cruzó la frontera y los guardias fronterizos le dispararon. El incidente resultó en la Guerra de los Diez Días. En 1969, el fútbol provocó un conflicto entre El Salvador y Honduras. En todo caso, ya había tensión entre ellos por ciertos temas migratorios, pero tras el resultado de las eliminatorias para el Mundial de 1970, cuando ganaron los salvadoreños, estallaron las hostilidades. Al parecer, tres mil personas perdieron la vida. (1)

De las líneas anteriores debería haber quedado claro para todos, que personalmente no entiendo nada, nada en absoluto acerca de la guerra, y ni quiero entenderla. Pero el único objetivo de los pocos ejemplos citados era demostrar que el mundo en el que vivimos no ha aprendido nada de los acontecimientos de los siglos y milenios pasados ​​y ha olvidado por completo las reglas de la moralidad. No busca ni quiere saber la verdad y la moralidad, sólo hace la guerra en beneficio propio, hace negocios, mata, asesina sin pensar. Y mientras tanto, por supuesto, predica sobre la justicia.

Volviendo a nuestra región, ¿qué clase de justicia hubo cuando los líderes estadounidenses, miembros de la llamada élite global, fueron enviados a un país supuestamente independiente durante el Maidan ucraniano? Aquellos que esencialmente robaron al país y no niegan que todavía les saliva la boca y les sigue salivando por los recursos minerales especiales que se encuentran en Ucrania. En nombre de la democracia. Claro. Pero ¿qué tiene que ver Europa con esto? ¿Por qué Europa tiene que gastar tanto dinero y armas en esta guerra? ¿Y por qué es necesario predicar sobre la democracia, cuando ya han admitido que lo que les interesa son los recursos minerales de Ucrania?

Mencionan la agresión rusa, mientras nosotros vivimos en la agresión europea. Está más claro que un día sin nubes que hay dos países que están en desacuerdo. Dos vecinos. Pero ¿qué tenemos que ver con esto todos los demás? Nada. Aun así vemos que las hienas del mundo pretenden iniciar una guerra mundial. Que pretenderá ser controlada por un gobierno mundial después que hayamos sido conducidos a un enorme agujero. Mucha gente ya ha escrito sobre esto, así como sobre el hecho que todo es cuestión de dinero; es decir: el mundo entero está en venta. “Porque el dinero triunfa sobre todo. Suyo es el deseo, suyo es el dolor. El cuerpo y el espíritu luchan por él. Todos los caminos conducen a él. Por él se libran guerras y las luchas entre los hombres. Y por este maldito dinero se derrama tanta sangre preciosa", (2) canta Mefistófeles en la ópera Fausto de Gounod. Canta la verdad. Simplemente no quisimos ni queremos entender.

Hoy no es diferente. Las guerras actuales también son extrañas. También podríamos leer que en Ucrania desde hace mucho tiempo, casi desde el principio, se ha cazado a la gente para enviarla por la fuerza a la guerra, o más precisamente a la muerte. Y la esposa y la suegra del líder compraron nuevos palacios en toda Europa, por miles de millones. En Hungría circulan muchos coches ucranianos de alta gama con personas en edad militar al volante. La (in)justicia vence.

Katalina Kondor (Periodista)      
Traducción de Denes Martos

 

NOTAS

[1] )- El conflicto armado se libró entre el 14 y el 18 de julio de 1969. Las bajas fueron probablemente un poco más altas: entre 4000 y 6000 civiles, y más de 15 000 heridos, dependiendo de la fuente. (Nota del Traductor)

[2] )- La traducción directa del original francés es: (Fausto de Gounod, Acto II)
El becerro de oro vence a los dioses;
¡en su gloria irrisoria...
el monstruo abyecto insulta a los cielos!
¡Contempla, con extraño delirio,
al género humano a sus pies
precipitándose, acero en mano,
en la sangre y en el fango,
donde brilla el ardiente metal!
¡Y Satanás dirige el baile!, dirige el baile.
Ver: http://kareol.es/obras/fausto/acto2.htm (consultado el 11/07/2024 - DM)



martes, 11 de junio de 2024

LO PERFECTO, LO ÓPTIMO Y LO BUENO

Es instructivo detenerse un poco en la crítica de los que,
no solo nunca han conseguido llegar al Poder,
sino que jamás han pasado de la etapa del
"cuantos somos, que nombre le ponemos
y cuando sacamos la Declaración de Principios".

La gota horada la piedra
no por su fuerza sino por su constancia.
Ovidio (42AC – 17DC)



Desde que tengo uso de razón política – y ya va siendo más de medio siglo – he tenido oportunidad de ver casi innumerables intentos de lograr la unión de las fuerzas nacionales. Es más: por mis pecados, incluso he participado en algunas ocasiones de iniciativas a tal efecto. Lo hice hasta que me di cuenta que, para llegar al punto “B” partiendo del punto “A”, se pueden elegir muchos caminos pero el menos recomendable de todos es tratar de llegar dando vueltas por el mismo círculo una y otra vez.   

La cosa siempre comienza alrededor de una mesa, en algún bar, un domingo a propósito de un asado etílicamente muy bien regado, o alguna otra oportunidad semejante. Se reúnen entre cuatro y seis o siete personas y deciden formar: 1)- Una agrupación, si son más o menos racionales, o bien 2)- Un Movimiento, si están ya tan exaltados que sueñan despiertos, o bien 3)- Un partido político, si están completamente locos y además el etílico les ha pegado demasiado fuerte.

Lo de la Declaración de Principios ahora ya no se estila pero en su momento requería larguísimos debates acerca del contenido; pero más largas controversias todavía se armaban en cuanto a las palabras exactas a emplear. No era lo mismo “libertad”, que “soberanía”, o “independencia” o “autarquía”, o “autonomía” y de “emancipación” ni hablemos.  Cada uno de estos términos podía llevar horas enteras del más profundo análisis semántico; lo cual con el tiempo me terminó enseñando algo: y fue que hay muchas discusiones posibles alrededor de cualquier tema pero las discusiones más perfectamente inútiles son las discusiones semánticas. 

Lo que sucedió fue que ese ultra perfeccionismo de algún modo se coló en la mentalidad ideológica de muchos de tal modo que se convirtió en dogma de fe y vara de medida para juzgar cualquier propuesta, posición o acción política. Desde el llano, por supuesto, porque demás está decir que ninguna de esas agrupaciones, movimientos o partidos políticos llegó al Poder y, por consiguiente, todos tuvieron la enorme ventaja de no tener que vérselas con los problemas prácticos y concretos que todo ejercicio real del Poder político tiene que resolver.

Desde esa posición, los dogmáticos del perfeccionismo – y esto les cabe tanto a los de derecha como a los de izquierda – se sienten acreditados a desempeñarse como jueces supremos de las acciones de cualquier político, cualquier partido y cualquier movimiento. Conozco unos cuantos que nunca han conseguido llegar ni cerca del Poder pero que, sin embargo, actúan como depositarios de la perfección doctrinaria. Esta gente, desde las inaccesibles alturas de su excelsitud ideal, minimizan los logros de aquellos que, aún lejos de la perfección, luchan y por lo menos consiguen hacerse oír en una selva de medios metodológicamente adversos.

Claro, si uno está en posesión de las soluciones óptimas, si uno vive allá, en el pináculo del idealismo abstracto inalcanzable para los infelices mortales, y si encima uno no tiene ninguna responsabilidad por las críticas que emite, entonces no cuesta mucho constituirse en juez y dictar sentencia sobre los actos y las decisiones de los que luchan en el barro contra los cerdos que, como decía Bernard Shaw, no solo se ensucian sin ningún problema sino que encima les gusta.

Yo a estos perfeccionistas les pediría amablemente que, al menos por un tiempo, dejen la criticonería de lado y demuestren más lo que saben hacer y no tanto lo que saben decir. Que de última a sus dichos los sabemos de memoria porque hace como ochenta años que siempre dicen lo mismo.

Eso que los medios hoy catalogan de "extrema derecha" por supuesto que no es para nada extrema. En muchos casos se trataría, tan solo del “extremismo” del sentido común y gracias. Decir de Orbán, Melloni, Abascal, Marine Le Pen o la gente del AfD que son “extremistas” es estirar el concepto de “extremismo” hasta el más imposible extremo de la flexibilidad. Lo gracioso del caso es que lo de “extremistas” es un calificativo que les han endosado sus enemigos políticos en la esperanza de que el electorado se espante de lo “extremo”.  Cómo tendrá la paciencia colmada la nada despreciable cantidad de gente que los apoya siendo que los vota a pesar de – o quizás precisamente porque – todo el mundo polcorrecto los considera extremistas.

Pero si la “extrema derecha” tiene muy poco – si es que tiene algo – de extrema, tampoco tiene gran cosa de “derecha”; sea lo que se quiera señalar hoy en día con ese término.

La sinrazón de dividir el arco político en derechas e izquierdas ya ha sido demostrada infinidad de veces. En realidad de verdad lo de “derecha” e “izquierda” – incluso lo de “centro” – solo es un convencionalismo para graficar posiciones, no para sintetizar el contenido ideológico de esas posiciones. Son tan solo “lugares” abstractos dentro de un mismo sistema y ni siquiera son consistentes dentro de las variables locales del mismo sistema. Un liberal con todas las de la ley sería considerado “de izquierda” en Europa mientras que en la Argentina todo el mundo lo pondría a la “derecha” al lado de Milei.

En realidad, cada tendencia política es definida por su enemiga política. Los de derecha son de derecha porque los de izquierda los etiquetan como “de derecha”, y viceversa: los de “izquierda” son aquellos que “la derecha” señala como “la oposición de izquierda”.  Lo cual me hace recordar la frase de Alain de Benoist que supo decir ante la crítica de los intelectuales franceses de izquierda: “No me molesta que me llamen de derecha; por lo menos eso define que estoy en otro lugar”.

Con todo, la reacción de los medios masivos ante las elecciones parlamentarias de la UE revela preocupación. Y, si hay preocupación en esos ámbitos, es signo de que tan mal no viene la tan mentada “extrema derecha”. Al fin y al cabo la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia ¡obligó a la disolución del parlamento francés, al llamado a nuevas elecciones legislativas y queda por ver si no voltea todo el gobierno! La Alternativa para Alemania (AfD) fundada hace apenas 11 años ya llega poco a poco a ser la segunda fuerza política en Alemania y la primera en algunas provincias alemanas.


Orban, el enfant terrible de Hungría –  un país del tamaño de la provincia de Neuquén y la población de Honduras – lleva siendo elegido cinco veces Primer Ministro: la primera vez para el período 1998-2002 y después de un período en la oposición, ha sido reelegido por cuatro mandatos consecutivos desde 2010 a la fecha – es decir con una permanencia continua de más de 14 años con una mayoría parlamentaria de dos tercios.


Son logros y avances que no se pueden barrer bajo la alfombra con el argumento fácil de que los muchachos de la AfD no desfilan por la avenida Unter den Linden de Berlín a paso de ganso festejando la reincorporación de Austria a un nuevo Reich gracias a una alianza con el FPÖ austríaco. La gente de la Agrupación Nacional en Francia no va a producir en los próximos meses una versión maurrasiana de la Revolución Francesa. Viktor Orban no va a restaurar la Gran Hungría del rey Matías Corvino y Santiago Abascal de Vox no va a reconstruir en los próximos meses la España misionera y conquistadora dotada de alas de Imperio con la que soñaban los falangistas de José Antonio Primo de Rivera. Como que Giorgia Melloni tampoco va a convertir el Mediterráneo en el Mare Nostrum de un nuevo Imperio Romano en el cual el Senatus Populusque Romanus sea suplantado por un nuevo Gran Consejo Fascista.

Es cierto: nada de eso ocurrirá en el corto y muy probablemente tampoco en el mediano plazo. Y en cuanto al largo plazo los Hombres seguirán proponiendo y Dios seguirá disponiendo como siempre, porque como con no poco sarcasmo sentenció en su momento John Maynard Keynes, el largo plazo no existe porque en el largo plazo estaremos todos muertos.

Por consiguiente, los resultados de la votación para el Parlamento Europeo del 9 de Junio pasado, no son para salir a descorchar botellas y brindar por el resultado de la Gran Revolución Esperada. Decididamente estamos lejos de eso. Pero hay que ser muy ciego y muy obtuso para no ver que a la frase anterior hay que evaluarla con los datos del contexto y la tendencia. Hay muchas cosas en juego – y no son las mismas en todos los países – el panorama es complejo, las posibilidades políticas reales de los diferentes protagonistas tampoco son las mismas, y, por sobre todas las cosas, las condiciones del mundo entero no son ni por asomo las mismas de la primera mitad del Siglo XX.

Así como “la izquierda” tuvo que revisar sus papeles después del derrumbe de la Unión Soviética, del mismo modo “la derecha” tiene que revisar los suyos. Y no porque los ideales nacionales y los conceptos de nacionalidad seas malos u obsoletos, sino porque los problemas han cambiado y los problemas actuales no se resuelven con las propuestas de la primera mitad del Siglo XX.

Han pasado más de 70 años. No es cuestión de cambiar de ideales; especialmente no de aquellos basados en el sentido común, en la real condición humana, y en la sólida experiencia de una tradición más de dos veces milenaria. Pero sí es cuestión de adecuar estrategias, tácticas y conceptos a una guerra que ya no transcurre en los viejos campos de batalla ni se libra con las armas que fueron efectivas cuando no existía ni la TV, ni las computadoras, ni los celulares, ni la estación espacial, ni los drones. Decididamente ya no estamos igual que cuando los datos había que sacarlos de la biblioteca, o de los 12 tomos de la Enciclopedia, y cuando a los “boletines” los imprimíamos a mimeógrafo, los repartíamos a mano y los mensajes de texto los entregaba el cartero.

Hoy, dos días después de la votación europea, nuestra vida no ha cambiado ni va a cambiar gran cosa en el próximo par de meses. Con tan solo un poco de suerte y mucha constancia, dentro de un par de años, este “fuerte avance de la derecha” será recordado como apenas el principio del proceso mediante el cual Occidente recuperó el sentido común. Lo que sucede es que, sin ser el sentido común algo "extremo" ni nada parecido, al recuperarlo ya no parecerá tan imposible rescatar al menos lo esencial y básico de nuestra cultura que hoy viaja por el tobogán de la mediocridad hacia la más total decadencia.

De una vez por todas hay que dejar de lado la crítica fácil a las diferentes corrientes nacionales que han surgido para enfrentar una enorme cantidad de problemas que amenazan con destruir por completo nuestra cultura y hasta nuestra civilización:  la destrucción de las familias, la mestización inasimilable de las sociedades, la sistemática estupidización de las masas, el afeminamiento de los varones y la masculinización de las mujeres, la sexopatía que recomienda la hormonización de los niños, la hegemonía de los plutócratas financieros, el materialismo dogmático, el ateísmo militante que lucha por eliminar a Dios de la ciencia y hasta de la metafísica atacando no ya tan solo a la religión sino negando directamente la religiosidad como algo normalmente inherente a la condición humana, el individualismo codicioso, el hedonismo que no se detiene ni ante la autodestrucción por narcóticos, la relativización de los valores morales y la tolerancia frente al crimen, el analfabetismo funcional producto de una educación convertida en adoctrinamiento, el belicismo hipócrita que condena verbalmente la guerra pero que la provoca para mantener el control sobre regiones y países enteros alimentando de paso una enorme industria bélica.... y la lista podría seguir, no digo ad infinitum pero sí por un buena cantidad de páginas.

Quienes están, de algún modo y en alguna medida, peleando contra todas esas lacras no se merecen el desánimo producido por el discurso de los que desprecian cualquier pequeño logro parcial solamente porque no es ni óptimo ni perfecto según su bastante debatible punto de vista. No es tan cierto que "lo óptimo es enemigo de lo bueno". No se trata de eso. Esa máxima se ha usado incluso para justificar cualquier mamarracho. De lo que se trata es de que, a la larga, muchos pequeños buenos logros, adecuadamente asegurados – y hasta algunos fracasos bien aprendidos – pueden conducir  a resultados óptimos. Y varios resultados óptimos pueden terminar aproximándonos bastante a lo perfecto en la medida en que la perfección es humanamente posible en absoluto.  

Las grandes construcciones no se levantan de golpe a la invocación de un mágico "abracadabra". Se levantan poniendo piedra sobre piedra, ladrillo sobre ladrillo, a lo largo de una cantidad considerable de tiempo.     

Como señalaba Ovidio, una gota de agua persistente puede terminar perforando la piedra.

En la metáfora del poeta romano el acento está puesto en la constancia.

En la vida real de los seres humanos el énfasis está puesto en una constancia con voluntad de aprender. 


miércoles, 21 de febrero de 2024

OPOSICIÓN Y RESISTENCIA

 

“Las ciencias, cada una de las cuales
se esfuerza en su propia dirección,
hasta ahora nos han perjudicado poco;
pero algún día, la unión del conocimiento disociado
abrirá perspectivas tan aterradoras de la realidad
 y de nuestra espantosa posición en ella,
que, o nos volveremos locos por la revelación,
 o huiremos de la luz mortal
hacia la paz y la seguridad de una nueva era oscura."
H.P. Lovecraft


 LA GUERRA CULTURAL 


Resistencia y Oposición

Somos la Resistencia

Lo digo de entrada: no creo que el término “oposición” defina correctamente la posición de quienes tratamos de lograr una interpretación válida y coherente del espacio político y nos negamos a aceptar a libro cerrado lo que se ha dado en llamar lo “políticamente correcto”. Más bien creo que, en términos generales y especialmente para quienes no tenemos una representación institucional con real poder político, el término más apropiado sería el de resistencia; un concepto que, por supuesto, incluye el de “oposición”, pero más que antagonismo a un gobierno, el concepto de resistencia  presupone esencialmente la negación activa de todo un sistema; ya sea que se trate de una resistencia a las imposiciones de un determinado régimen o bien (y eventualmente también) de una resistencia a los postulados ideológicos y éticos que definen los criterios de decisión del sistema en el que dicho régimen se inscribe.

Lo que comúnmente caracteriza a las agrupaciones de “oposición” al modelo liberal, incluso en el caso de los llamados “conservadores”, es una interpretación bastante superficial de lo que podríamos llamar la “resistencia posible” o, mejor dicho, la resistencia estimada posible dentro de lo que se evalúa como una oposición tolerada. En otras palabras: es una resistencia limitada por las concesiones consideradas admisibles para no ser proscripta, reprimida o “cancelada” por el sistema. Ésas son las condiciones cuando, por ejemplo, la democracia se convierte en la dictadura de los demócratas y aplica el conocido principio de Saint Just de “nada de libertad para los enemigos de la libertad”.  Es obvio que, en estos casos, el concepto de “libertad” queda restringido a lo que el sistema permite, lo cual hace que la voluntad de resistencia quede esterilizada. Porque una resistencia tolerada no es resistencia. En el mejor de los casos es apenas el aprovechamiento de algún hueco en el sistema con un grado de eficacia más que dudoso, que requiere como mínimo una enorme dosis de carisma y buena suerte para tener algo de éxito.

No obstante, los movimientos “i-liberales” o “conservadores” que están apareciendo en Occidente, constituyen la punta visible de un iceberg sociopolítico cuyo cuerpo sumergido bien vale la pena analizar para entender el fenómeno. Y esto es especialmente cierto para los países iberoamericanos que, en cierto sentido, han llegado un poco tarde a la era posmoderna y cuyo marco interpretativo – condicionado en buena medida por la experiencia de las clásicas dictaduras y “dictablandas” militares de la región – aun no les ha permitido decodificar completamente la esencia de los fenómenos europeos recientes tales como los de Vox en España, la AfD en Alemania, Marine Le Pen en Francia,  Giorgia Meloni en Italia, Viktor Orban en Hungría, y varios otros que, o bien ya se hallan en el gobierno, o bien representan masas considerables de votantes.

Lo que sucede es que, sin una interpretación adecuada del fenómeno posmoderno, tampoco se puede interpretar el espacio cultural actual. Y, sin una interpretación clara de lo cultural, tampoco es posible analizar a fondo el espacio político que, en gran medida, siempre está determinado por valores y criterios culturales. Esta falta de comprensión de lo posmoderno es lo que favorece a los medios y a los intelectuales del sistema permitiéndoles caracterizar a los de gobiernos y movimientos poco dóciles al régimen imperante como nazifascistas, dictatoriales, antidemocráticos, feudales y otros epítetos que, en la mayoría de los casos, no son más que intentos de difamación para neutralizar las oposiciones antes de que adquieran capacidad de resistencia real.

Esta táctica, que en lo concreto consiste en aplicarle a lo contemporáneo etiquetas pertenecientes al pasado, pasa por alto el hecho que, si aplicáramos la lógica histórica más elemental, estas etiquetas son tan falsas que no tienen ni siquiera un mínimo de credibilidad. En primer lugar porque las ruedas de la Historia no giran para atrás; por lo que interpretar el presente con esquemas del pasado es la manera más segura de equivocarse y por mucho. Y, en segundo lugar, porque todas esas etiquetas hacen referencia a regímenes pasados que, aun cuando es obvio que pueden ser agrupados bajo algún nombre genérico para su estudio, fueron bastante diferentes entre sí, dependiendo de las condiciones históricas, culturales, éticas – y hasta religiosas y étnicas – de los países en que accedieron al poder.

La táctica de desprestigiar a la actual oposición incipiente con etiquetas del pasado se comprende cuando se entienden dos cosas. La primera es que el sistema imperante necesita imperiosamente evitar que estas oposiciones se conviertan en resistencias efectivas y deriven finalmente en revoluciones. La segunda es que, en el fondo, las oposiciones que están surgiendo en Europa están adoptando precisamente el método político que apareció con el posmodernismo, pero con el signo opuesto.

El posmodernismo


Deberíamos entender qué es realmente el posmodernismo. En Iberoamérica estamos un poco atrasados en la materia. De la época que empezó en 1968 por lo general solo se recuerda el “mueran las heladeras” y el “prohibido prohibir” de las revueltas estudiantiles junto con el “hagan el amor, no la guerra” y el LSD del movimiento hippie que introdujo la droga como vía de escapismo masivo de una realidad que no gustaba. En círculos más “ilustrados” podríamos agregar los remezones de la Revolución Húngara de 1956 y el fin de la Primavera de Praga con la invasión a Checoslovaquia por parte de las tropas del Pacto de Varsovia en agosto de 1968. Todo eso, fue incorporado en el estrato cultural y mediático de nuestra región con una visión apenas románticamente historiográfica de la Historia. No obstante, en las capas superiores de la inteliguentsia occidental apareció una corriente que poco a poco fue impregnando el pensamiento de nuestra cultura con una subversión de valores de tal magnitud que en los últimos años ha desembocado en el transhumanismo como inevitable consecuencia.

La forma románticamente superficial con la que se percibieron los hechos de 1968 ha llevado a muchos a considerar que el pensamiento posmoderno comenzó como un movimiento artístico. Sin negar que efectivamente tuvo un aspecto que (con bastante buena voluntad) podríamos llamar “artístico” – como p.ej. los productos “psicodélicos” del movimiento hippie – lo realmente importante es que ese pensamiento terminó siendo articulado de modo consistente muy por fuera del arte.

La “deconstrucción” cultural

Uno de los que más se destacó en esa tarea fue Jacques Derrida (1930-2004), un filósofo que se propuso enfrentar la cultura occidental desde una posición claramente antitética algo que, por ejemplo, la investigadora Gabriela Balcarce deja traslucir cuando afirma que: "La condición de argelino, de extranjero de una excolonia en el país imperial, y de judío, no ha sido, para la vida de Jacques Derrida, un elemento sin significado” ([1]) Precisamente, el “significado” de esa visión antitética de la cultura occidental tradicional explica por qué Derrida terminó siendo considerado como el padre del concepto de “deconstrucción” y otras nociones expuestas en una prosa tan forzadamente abstracta que resultan difíciles de interpretar y a veces hasta hacen sospechar que son términos que han sido escritos para ser repetidos y no para ser interpretados.  De todos modos, no hace falta mucha suspicacia para descubrir que ese término de deconstrucción no es más que un eufemismo por no decir destrucción o bien, si se quiere, demolición.

El hecho real y verificable es que la idea de “deconstruir” una cosmovisión cuestionando sus valores en forma consecuente y sistemática, conduce a la destrucción de toda la cultura en que esa cosmovisión ha  cristalizado. Por supuesto, en el caso de la cosmovisión occidental, el destruirla ha llevado su tiempo porque el tradicional pensamiento occidental, desarrollado principalmente en la Antigüedad y la Edad Media, ([2]) se fundamentaba en la consecuencia y la coherencia. Precisamente por el poder de la coherencia misma, a los hombres de Grecia, Roma y el Medioevo ni siquiera les pareció posible – y menos aún deseable – considerar una forma de pensar diferente.  

El pensamiento tradicional de Occidente

Una de las características más destacadas del pensamiento occidental fue su coherencia intrínseca. Más allá de aciertos y errores provenientes de las posibilidades de la ciencia de la época, los antiguos y los medievales se preocuparon principalmente de mantener un pensamiento coherente. Eso explica, por ejemplo, el trato que tuvo la idea del heliocentrismo en sí, una idea que al principio se rechazó pero no por una cuestión de fanatismo religioso, ni por una terquedad científica de defensa del sistema ptolemaico,  sino, principalmente, porque Galileo nunca pudo demostrar, es decir: probar, su teoría. ([3])

Es que el pensamiento tradicional no aceptaba un agregado nuevo sin antes confirmar que “encajara” en forma armónica con lo ya existente. Esto, por supuesto, nunca significó que jamás se aceptara un pensamiento o un hecho nuevo. El conflicto se producía cuando lo nuevo era demostradamente cierto pero tenía tal alcance que obligaba a repensar todo o al menos buena parte de una cosmovisión ya aceptada como válida. Algo que, en ese caso, tenía que hacerse obligatoriamente para mantener la coherencia de toda la visión integral del cosmos.

Lo que sucede es que, en Occidente, el pensamiento tradicional responde a una matriz jerárquica “vertical”, a diferencia de un pensamiento que esencialmente explicativo que trata meramente de elucidar lo existente de un modo “horizontal” mediante especializaciones en compartimentos casi estancos teóricamente justificados en y por sí mismos. Para entender en qué consiste el pensamiento jerárquico podemos recurrir a un ejemplo algo metafórico y bastante imperfecto pero muy simple

Pregunta  : ¿Qué tiene de significativo un martillo?
Respuesta: Que con él se puede clavar un clavo.

Esto, que quizás no se entienda a primera vista, implica que la existencia de un martillo se vuelve significativa para una persona solamente si al martillo le da sentido algo (el clavo) ubicado en un  plano de existencia diferente al martillo en sí. Y esto es así porque, si no existiera el clavo, el martillo no tendría un propósito, la existencia del martillo no tendría sentido, no serviría para nada, nadie se tomaría el trabajo de fabricar martillos, y el pobre martillo dejaría de existir.

Dentro de este sistema de pensamiento, no existe, es imposible que exista, una configuración en la que – para seguir con nuestro pequeño ejemplo – el martillo exista para ser martillo, es decir, que exista simplemente por sí mismo y para sí mismo. Lo mismo sucede con el ser humano. La existencia del Hombre solo para y por sí mismo sencillamente no tiene sentido.  Por medio de la ciencia, una explicación “horizontal” de lo humano puede intentar dar respuesta a la pregunta de “cómo” pero jamás podrá ni siquiera aspirar a responder  la pregunta de “para qué” ha aparecido el Hombre sobre el planeta. La existencia horizontal profana puede tener una descripción; lo que no tiene es sentido. Y no lo tendrá jamás si no se la interpreta a través de la existencia vertical. En ausencia de una interpretación vertical jerárquica, cesa toda razón para la acción y hasta para la existencia misma mientras que la interpretación jerárquica de la existencia conduce necesariamente del fenómeno físico a la metafísica y de ésta a la teología.

El fracaso del materialismo dogmático


Sucedió, sin embargo, que al final de la modernidad el materialismo dogmático comenzó a advertir que se había metido en un callejón sin salida. Cada vez hubo – y hay – más científicos insatisfechos con una explicación meramente descriptiva de la realidad por más científicamente exacta y confiable que sea.  

Para citar un ejemplo de esto podemos mencionar que – si bien el darwinismo sigue siendo un verdadero dogma de fe, especialmente en el mundo académico anglosajón – el intento de explicar el “como” del origen de la vida y del Hombre mediante la teoría de Darwin y sus discípulos, poco a poco se está volviendo cada vez más cuestionable toda vez que hasta los más fanáticos evolucionistas deben admitir que nadie sabe qué ES – en realidad y concretamente – ese fenómeno que llamamos “vida”.

Una vida que solamente hemos conseguido describir en forma aproximada y la hemos manipulado dentro de ciertos límites, pero nunca la hemos podido crear en el laboratorio; nunca pudimos superar el hecho que la vida en el mundo real siempre surge de otra vida; nunca pudimos evitar la muerte cuando esa vida llegaba al final de su ciclo, siendo que hasta el día de hoy ni siquiera la entendemos del todo. Precisamente por eso es que resulta tan enormemente peligrosa la idea de manipular la vida. Pretender transformar a un ser vivo sin saber qué es la vida constituye una receta infalible para el desastre.

En la filosofía medieval la interpretación jerárquica de la existencia se extendía a todo y permeaba el pensamiento humano en todo, por lo que también se aplicaba al Hombre mismo. De allí que, en el esquema del pensamiento tradicional, el Hombre sólo podía considerar su propia existencia como significativa si podía verla en una relación jerárquica con otra existencia que trascendía y superaba lo humano. De allí el concepto del Dios Creador y la relación jerárquica entre el Creador y su creatura.

Dada la impotencia del materialismo dogmático en cuanto a explicar el “para qué” de la realidad, el lento pero progresivo resurgimiento de las concepciones jerárquicas amenaza cada vez más con derrumbar el edificio construido por la ciencia materialista, en el fondo tan intolerantemente dogmática como la más cerrilmente fanática de las religiones idolátricas. Este es el peligro que han avizorado los popes de la posmodernidad y, precisamente por eso, pregonan la necesidad de frenar este proceso de regreso a la coherencia jerárquica mediante la  “deconstrucción” total del pensamiento tradicional. 

La destrucción deliberada de la cultura jerárquica


Basta leer una de las frases más citadas de Derrida con la debida atención: “La época del signo es esencialmente teológica. Tal vez nunca termine. Sin embargo, su clausura histórica está esbozada.” Los resaltados son del autor.  ([4])

Es decir: si bien admite – quizás a regañadientes – que la referencia teológica a una jerarquía natural “tal vez” nunca termine, así y todo anuncia su “clausura histórica”.

No hace falta mucha perspicacia para darse cuenta que esa “clausura histórica” – con el concepto de “clausura” resaltado por su propio autor – no significa más que destrucción lisa y llana de todo lo que puede representar un resurgimiento del pensamiento jerárquico tradicional. Pero, para no utilizar el término “destrucción” que tiene demasiado sabor a “demolición deliberada”, se endulza el concepto mediante el eufemismo de “deconstrucción”. El truco, en todo caso, es bastante transparente: una cosa es demoler un edificio quitando pacíficamente ladrillo tras ladrillo hasta hacerlo desaparecer, y otra cosa bastante diferente es ponerle cargas explosivas y hacerlo colapsar en cuestión de segundos en medio de un tremendo estruendo y una nube de polvo visible por kilómetros a la redonda. El impacto en el observador es obviamente diferente. El resultado, sin embargo, es el mismo.

Lo esencial es que – aun cuando sobreabundan los fenómenos de decadencia – ya no se apuesta a la decadencia de Occidente en el sentido que le dio Spengler en su momento. La apuesta de la postmodernidad es a la destrucción de lo poco que queda del Occidente auténtico para que una cosmovisión coherente basada en jerarquías y méritos no pueda volver a surgir.

El posmodernismo se dio cuenta de que todo el patrimonio metafísico y teológico de la cultura occidental es incompatible con la cosmovisión científica del materialismo dogmático.  En consecuencia, las categorías de valores que antes se pensaban evidentes e indispensables – como, por ejemplo, que la vida humana necesariamente debe tener un significado – simplemente no deben ser válidas y se declara autoritativamente que una persona "libre" es aquella que se inventa y se crea a sí misma, siendo que existe en y para sí misma.

El pensamiento científico materialista, según su motivación más íntima, no puede conceder de ningún modo que, para una comprensión realmente completa de la realidad, sencillamente no basta con considerar tan solo lo medible, lo visible, lo tangible, lo deducible de observaciones anteriores o, lo que es mucho más peligroso, lo deducible de deducciones anteriores que terminan constituyendo teorías no solo indemostradas sino indemostrables. Es bastante obvio que eso solo no es suficiente. Pero así y todo, el dogma científico materialista, por cuestiones más ideológicas que estrictamente científicas, pretende tener la capacidad – actual o, dado el caso, futura ([5]) – de tomar posesión de todo, inclusive del ser humano. Con esa pretensión, que niega la esencial sacralidad de la vida, el dogma científico vigente no tiene mayor impedimento para creer en la posibilidad de la recreación arbitraria del hombre, y esto no es más que el transhumanismo mismo.

El mito del “Hombre Nuevo”


Desde el siglo XVII las ideologías herederas de las filosofías subyacentes a la Revolución Francesa, hablaban de la propuesta de construir sociedades más o menos utópicas para las cuales proponían cambiar al ser humano y lograr un supuesto “Hombre Nuevo”. Todas ellas, desde el liberalismo, el socialismo e incluso el anarquismo, apostaban por la educación y el mito de la infinita educabilidad del ser humano para lograr esta pretendida transmutación del Hombre real en el Hombre Nuevo imaginado.

Después del colapso de la URSS, en dónde prácticamente tres generaciones enteras fueron educadas en un ambiente de ideología rígida y  adoctrinamiento sistemático dispuesto deliberadamente para inculcar en millones de personas los principios del materialismo dialéctico, la intelligüentsia postmoderna tuvo que admitir que el método del adoctrinamiento pedagógico no produce resultados confiables. Las escuelas soviéticas y las alineadas con la filosofía marxista no solamente no fabricaron al famoso “Hombre Nuevo” sino que ni siquiera consiguieron cambiar en forma sustancial las características etnoculturales del “Hombre Viejo”. En la Rusia actual, no por nada los críticos de Putin lo asimilan más a un Zar que a un Lenin. ([6]) En una, o como máximo en dos generaciones más, los efectos de todo el adoctrinamiento ideológico y cultural  marxista habrán desaparecido de la sociedad rusa.

A través de éstos y parecidos fenómenos en todo el planeta, el posmodernismo ha entendido, aunque más no sea implícitamente, que lo de la infinita educabilidad del ser humano, tal como se la imaginaba Rousseau y los pedagogos liberal-marxistas posteriores, no es más que un mito. La educación sirve y debe servir para transmitir conocimiento. El querer utilizarla como herramienta de adoctrinamiento ideológico para la fabricación de un utópico “Hombre Nuevo” es una tarea condenada al fracaso. En consecuencia, lo que los profetas del posmodernismo se proponen – siguiendo en esto la observación de Gramsci que la revolución cultural siempre precede a la revolución política – es la deconstrucción de la cultura misma como fuente de valores y normas compartidas por toda la sociedad.

Así el objetivo, expresado en la forma más breve posible, consiste en dejar a la civilización huérfana de cultura ([7]) en una primera etapa para luego, en una segunda etapa, crear, una cultura diferente, sintonizada en forma perfecta con una tecnología carente de auténticos valores éticos y morales. Con una cultura atada a, y justificada por, una civilización hegemónica y dogmáticamente materialista, se afirma que sería posible actuar sobre el Hombre, pero ya no tan solo por la vía de la mera educación y la manipulación psicológica del aparato mediático, sino actuando en forma directa sobre la estructura psicofísica del ser humano para lograr, lisa y llanamente, su completa deshumanización.

Mirando más allá de la retórica romántica que los anunció, no es muy difícil descubrir el verdadero objetivo de la propuesta de los “Hombres Nuevos”. Se trató siempre de una especie de intento de “fabricación en serie” de personas unánimemente adictas a una determinada cosmovisión y, por lo tanto, totalmente subordinadas a la ideología, al sistema, y al régimen en el cual esa cosmovisión pretendía cristalizar. ([8]) Hoy la cuestión es muy diferente. Ya no se trata de convencer a las personas acerca de las bondades de determinada cosmovisión o ideología; ahora se trata de manipularlas para que acepten voluntariamente ciertas innovaciones aparentemente placenteras o ventajosas – o ambas cosas – para luego, desprovistas de una columna vertebral cultural sólida que les organice su conocimiento y su pensamiento alrededor de valores éticos y morales sólidos, acepten cualquier condición necesaria para prolongar esos placeres y esas ventajas en el tiempo.

La transhumanización


Claus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial de Davos y miembro del Club Bilderberg , pone esto en el contexto de una Cuarta Revolución Industrial ([9]) y un “Great Reset” (Gran Reinicio) que deberá conducir “… a una fusión de nuestra identidad física, digital y biológica”. Esta “fusión” no demasiado clara, significa concretamente instrumentar una tecnología capaz de operar en contextos biológicos con funciones de control y/o modificación del comportamiento de sus sistemas.

En otras palabras y referido a lo humano: modificar nuestro sistema biológico mediante componentes digitales físicamente implantados para lograr el control de determinados procesos fisiológicos y posibilitar la programabilidad de comportamientos prediseñados. En pocas palabras de esto trata el transhumanismo: de lograr un “Hombre Nuevo” convirtiendo al existente en un ciborg. ([10])  Para ello, según Miklós Lukács que ha estudiado el tema a fondo, el objeto del transhumanismo es lograr un “Neo ente” mediante “la aplicación de tecnologías como la inteligencia artificial, la biotecnología, la nanotecnología, la robótica y las ciencias de materiales”.  ([11])

¿Suena a ciencia-ficción? ¿Suena a teoría conspirativa? Ni lo uno ni lo otro; si bien la propuesta transhumanista tiene ribetes de utopía científica y se transmite con una respetable dosis de ingeniería comunicativa, todo es perfectamente racional y no tiene gran cosa de secreto. Sabemos qué se pretende hacer, sabemos quiénes lo impulsan, sabemos qué empresas se dedican a ello, sabemos cuáles son los proyectos en curso, sabemos con qué tecnología se está experimentando. En realidad, si analizamos la propuesta transhumanista a fondo, la enorme mayor parte de lo que no sabemos no lo saben tampoco los involucrados en el proyecto.

En primer lugar, no sabemos si la utopía es posible en absoluto y, en el caso en que lo sea, cuáles son sus límites. Algunas cosas no son utópicas por la sencilla razón de que ya las estamos haciendo. Por ejemplo, un marcapasos es un dispositivo no-biológico que produce impulsos eléctricos que regulan un órgano biológico: el corazón humano. Mediante un implante, ya es posible conectar un transductor electrónico directamente al nervio auditivo con lo que personas sordas pueden oír. De modo que el transhumanismo no se basa completamente en utopías, muchas cosas ya se hacen pero nadie sabe dónde está su límite. ¿Hasta qué punto se puede convertir un ser humano en un ciborg sin destruirlo; hasta qué punto es posible manipular su biología sin que todo el sistema vital colapse y el individuo muera?


En segundo lugar, lo otro que nadie sabe son las consecuencias de algunas posibles implementaciones. La pregunta aquí ya no es si el sujeto muere o no. La tragedia que podría llegar a ocurrir por las consecuencias del manipuleo es mucho peor que la muerte que, por más trágica que sea, en última instancia es el fin inevitable de todo ser vivo. Como consecuencia de un proceso de transhumanización ¿en qué punto y hasta qué punto un ciborg dejaría de ser humano? Porque un ciborg que dejara de ser humano ya no sería un ciborg. Sería un robot. Y hay muchas razones para sospechar que, en el fondo y a largo plazo, ese puede ser el objetivo de mucha gente con mucho poder.

Generalmente se aclara que ciborg y robot no son lo mismo. Técnicamente es cierto. En principio, un ciborg es un organismo vivo con elementos cibernéticos agregados; un robot es una máquina cibernética construida íntegramente de materia inorgánica. Pero en cuanto a su funcionalidad, su comportamiento y su razón de ser hay zonas grises que no están para nada claras. Lo mejor que podemos hacer para ilustrar esto es comparar las reglas que – en teoría – deberían regir el comportamiento de un ciborg con las que se han elaborado para el de los robots.

Según Zoltan Istvan Gyurko ([12]) las tres leyes que deberían regir el transhumanismo son:

1.   Un transhumano debe salvaguardar la propia existencia por encima de todo.

2.   Un transhumano debe esforzarse por lograr la omnipotencia lo más rápidamente posible, siempre que las acciones de uno no entren en conflicto con la Primera Ley.

3.   Un transhumano debe salvaguardar el valor en el universo, siempre que las acciones de uno no entren en conflicto con la Primera y Segunda Ley.

Si bien es cierto que este autor no proviene exactamente del ámbito científico (en realidad su libro es una novela), basta comparar sus 3 definiciones con las 8 establecidas en la llamada “Declaración Transhumanista” para ver que refleja sumamente bien la iniciativa de los científicos que desarrollaron la idea. ([13])

Pero lo más interesante es comparar estas reglas con las tradicionales leyes de la robótica establecidas mucho antes por Isaac Asimov:

1.  Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños.

2.  Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.

3.  Un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o Segunda Ley  ([14])

Más tarde Azimov modificó la primera ley con una redacción más genérica:

1.  "Ninguna máquina puede dañar a la humanidad; o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daños". ([15])

Unos 36 años más tarde Azimov agrega una “Ley Cero” y reescribe las otras tres como subordinadas a la misma.

0.  “Un robot no puede dañar a la humanidad o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daños. ([16])

Es interesante analizar las sucesivas modificaciones. Según la primera regla de 1941, un robot no podría, por ejemplo, hacer la amputación quirúrgica de un miembro humano gangrenado, ni podría tampoco permitir que la haga un cirujano. En ambas situaciones el robot estaría ante el caso de “dañar a un ser humano” o, “permitir que un ser humano sufra daños”. Que el “daño” sea necesario para salvarle la vida al amputado es algo estaría más allá de la capacidad de discernimiento de un robot.

Por consiguiente, un ciborg que dejó de ser humano y un robot tendrían la misma limitación que obligó a Azimov a modificar dos veces sus leyes, las cuales trataron de adaptar los transhumanistas haciéndolas más genéricas y ambiguas. El escollo es el discernimiento entre varias opciones posibles en la toma de una decisión que resuelve un problema. De hecho, si hay más de una forma de resolver una cuestión, ¿qué criterio debería adoptar un ciborg o un robot mecánico para decidir la aplicación de una solución y no cualquiera de las otras igualmente posibles?

La Inteligencia Artificial

Pues, sucede que en la resolución de este dilema hace varias décadas que se está elaborando un método: se trata de la “Inteligencia Artificial” que, a esta altura de su desarrollo, parece haber madurado lo suficiente como para hacerla accesible al público en general, aunque más no sea para que todos nos vayamos acostumbrando a la idea.

Por el momento la inteligencia artificial al alcance del gran público es más artificial que inteligente. Con un poco de ingenio, no es muy difícil llevar las aplicaciones actuales ([17]) a cortocircuitarse en un círculo vicioso al tratar de responder a las preguntas que uno les hace. ([18]) Por otra parte, las aplicaciones que hoy se venden como de Inteligencia Artificial no son sino “juguetes” digitales en su gran mayoría. Las que superan este nivel, están todas cuidadosamente sintonizadas para dar respuestas “aceptables” según los cánones de las ideologías cultural y políticamente hegemónicas.

No obstante hay que saber que la Inteligencia Artificial, como técnica, no es un juguete en absoluto. No lo es, porque es una tecnología capaz de “aprender”. Y permítanme dar algunos ejemplos.

Cuando salieron las primeras computadoras caseras, allá a fines de la década de los 1970 y principios de los 1980, pude maravillarme jugando al ajedrez contra mi flamante Commodore 64 cargando el programa Sargon. (Los que trabajan en informática no se rían por favor). Para un ajedrecista novato como yo no era fácil ganarle al Sargon pero, a veces, lo conseguía. Más tarde, con el SargonII y la Commodore 128 ya fue muchísimo más difícil. ([19]) Hoy a la aplicación de ajedrez Stockfish no le ganaría ni consultando un manual de partidas famosas explicadas.  ([20]) Pero aparte de recordar cosas de los “buenos viejos tiempos” informáticos de hace 40 años atrás, la moraleja de esta historia es que las aplicaciones de Inteligencia Artificial pueden “aprender” y con ello ir perfeccionándose en el tiempo. Una aplicación programada para ser un simple juego, no solo sirve para “amigar” a las personas acostumbrándolas al uso de una tecnología nueva y “divertida”, sino para ir mejorando los algoritmos del programa a medida en que van surgiendo las cuestiones que emergen de su uso.

Otro ejemplo de esto son los programas traductores. La primera vez que se me ocurrió experimentar con una de estas aplicaciones – allá por la época del Windows 3.1 – la traducción del castellano al inglés de la frase: “Pase nomás y tome asiento” dio por resultado: “Pass no more and drink a seat”. Cuando quisimos traducir “Avenida Perito Moreno 800, Ushuaia; Tierra del Fuego”, nos dio: “The downfall of the Brown Expert 800, Ushuaia, Land of the Fire”.

Acabo de poner estas mismas frases en el traductor de Google y me dio, para la primera: “Just come in and take a seat”; y para la segunda: “Avenida Perito Moreno 800, Ushuaia; Land of Fire“. Como ven, no se puede decir que la inteligencia artificial es un mal alumno. En unos 30 años evidentemente aprendió un montón…  

¿Hasta dónde es posible hacer “evolucionar” un programa de Inteligencia Artificial? La respuesta exacta no la tiene nadie. Pero imaginemos tan solo el módulo de control de un ciborg (o incluso de un robot) con inteligencia artificial integrada y una capacidad de desarrollarse de la misma manera en que se desarrolló el juego de ajedrez para computadoras desde el primitivo Sargon hasta el actual Stockfish.

Tengámoslo presente: hacia mediados y fines de los años 1950 un gerente de IBM pronosticó que las computadoras jamás sabrían jugar al ajedrez. En 1996/97 la computadora Deep Blue y su sucesora Deeper Blue construidas y programadas justamente por IBM, le ganaron partidas al gran maestro Gary Kaspárov. ([21]) Y las computadoras actuales tienen una capacidad de procesamiento infinitamente superior a las del fin del Siglo XX.

Conclusión

Hemos recorrido un camino (bastante tortuoso) desde el postmodernismo, pasando por el transhumanismo hasta las aplicaciones digitales de la inteligencia artificial.

La “deconstrucción” deliberada de nuestra cultura posibilita la alteración y el “reseteo” de los conceptos filosóficos, metafísicos, morales y religiosos tradicionales, volviendo aceptables comportamientos y prácticas que la cosmovisión tradicional de Occidente ha venido rechazando desde hace más de 2.500 años.

Las tecnologías aplicables en los experimentos del transhumanismo posibilitan el control de organismos biológicos para hacerlos responder a determinados estímulos con comportamientos previamente programados y automatizados.

Y por último, mediante los módulos de cibernética con inteligencia artificial incorporada a los módulos de control implantados en organismos humanos, se abre la posibilidad de dotar de la capacidad de toma de decisiones inteligentes a dichos módulos, favoreciendo determinados comportamientos y bloqueando otros considerados indeseables.

El panorama a futuro que se abre considerando estos elementos parecería ser macabro; sería algo así como la posibilidad de una robotización de todos los seres humanos que no pertenezcan a una selecta élite autoelegida y detentadora del poder real. Ciertamente, el análisis permite prever una distopía de ribetes apocalípticos. Pero esa conclusión no es la única posible.

El ejemplo del marcapasos; las prótesis actuales que permiten sustituir con elementos mecánicos extremidades inferiores y hasta superiores dañadas en un accidente; “chips” implantados que permiten oír a los sordos y los desarrollos que permiten ver a los ciegos ([22]); y cientos y hasta miles de otras instrumentaciones posibles de la tecnología cibernética; todos estos avances no pueden ser evaluados a priori como negativos.

Por otra parte, surge también la pregunta de orden práctico: ¿Se puede detener el avance de la tecnología? La Historia nos enseña que no. Para luchar contra la mecanización de la industria se dice que un inglés de nombre Ned Ludd rompió, hacia 1811, un montón de máquinas textiles y dio inicio a un movimiento llamado “ludita” que se opuso a todo el maquinismo de la primera Revolución Industrial rompiendo las máquinas. Demás está decir que el movimiento fracasó. Otro conocido caso se dio al inicio de la era del ferrocarril. Un defensor de los carruajes a caballos profetizó que los trenes nunca suplantarían al carruaje porque la velocidad máxima que soportaría el cuerpo humano era – según él – de 60 km/h. Hoy circulan trenes a 400 km/h en Europa. La tecnología, si es útil, resulta indetenible. Y, si es rentable, muchas veces se impone aun cuando sea nociva porque la propaganda comercial la convierte en atractiva y la codicia logra hacerla aceptable.

¿Cuál es la solución entonces? La de la estrategia práctica que nos dicta la experiencia diciéndonos que a los males hay que cortarlos de raíz porque, de otra manera, de una forma u otra siguen  creciendo.

La raíz de la posibilidad de que el desarrollo tecnológico desemboque en una ucronía apocalíptica está en las primeras estaciones del camino que acabamos de recorrer. Por de pronto tenemos que darnos cuenta de que el problema no reside en la tecnología en sí sino en su posible aplicación. Utilizar elementos cibernéticos para aliviar desgracias y posibilitar restauraciones en órganos afectados no es algo malo. Desarrollar módulos de inteligencia artificial para facilitar los procesos de tomas de decisión puede permitir, entre otras cosas, la creación de puestos de trabajo para muchísima gente con problemas para capacitarse en tecnotrónica, del mismo modo en que la línea de montaje instaurada por Henry Ford le dio trabajo a una enorme cantidad de gente simple, sin una gran preparación educativa, con operaciones que se aprendían directamente en la fábrica misma.

¿Dónde está pues la raíz a arrancar? Está en la deconstrucción cultural que altera nuestros valores y destruye virtudes y principios. Y está también en la forma de enfrentar esa demolición; porque no basta con tan solo “oponerse” en términos generales. Hay que encontrar la forma de resistir.

No se puede – ni nos conviene – tratar de frenar o limitar el desarrollo tecnológico. No se puede – ni nos conviene – tratar de frenar el desarrollo de la inteligencia artificial mediante leyes restrictivas. No se puede – ni nos conviene – tratar de ponerle límites a la inventiva del ser humano.

Lo que sí se puede – y nos conviene – es ponerle límites severos a la codicia, al hedonismo, a la corrupción, a la irresponsabilidad, al egoísmo y a la egolatría, al materialismo, al utilitarismo extremo, al ateísmo dogmático, a la vulgaridad, a la hipocresía, al acceso al poder político de ineptos, inútiles, corruptos e hipócritas. Y para lograrlo podemos – y debemos – utilizar las herramientas que justamente la tecnología pone a nuestra disposición

No dejemos de considerar una gran verdad: todas las grandes revoluciones, todos los cambios revolucionarios, fueron – para bien o para mal – fenómenos posteriores a una revolución cultural previa. La Historia nos enseña bien claramente que La Revolución Cultural precede a la Revolución Política. Precisamente por eso, el proceso actual se alimenta de la demolición deliberada de todos nuestros valores culturales tradicionales. Quienes impulsan la deconstrucción de los valores culturales de Occidente lo hacen en forma deliberada sabiendo perfectamente que, demoliendo nuestra cultura, toda nuestra civilización queda a merced de cuanto cambio se les ocurra o les convenga a los actuales detentadores del poder global.

Hay que usar las herramientas disponibles para dar la guerra cultural. Entre ellas, probablemente la principal – o al menos la más útil y masiva de todas – es Internet con sus redes sociales, sus sitios de publicación de páginas, sus “chats” y sus múltiples vías de comunicación y posibilidades de intercambio de documentos. Hay que aprovechar estas posibilidades a fondo, en parte para reivindicar los auténticos valores y las auténticas virtudes de nuestra cultura, pero en parte también para dejarles a todos los que comparten estos valores y estas virtudes el mensaje de que no están solos. Así como cuando compramos un automóvil debemos aprender a manejar, de la misma forma cuando compramos una computadora debemos aprender a usarla a fondo para aprovechar todas sus posibilidades. Si no lo hacemos, una computadora no nos será más útil que una paloma mensajera.

Y por supuesto que Internet no es lo único. El compromiso personal, el involucramiento personal y la capacitación de uno mismo importan mucho. Es más: sin eso Internet y todos los recursos de comunicación actuales no servirían para nada. Una herramienta no será nunca mejor ni más efectiva que la persona que la usa.

Son las personas; es la voluntad de las personas, su entusiasmo, su sentido del deber y su pasión por las grandes batallas, lo que mueve las ruedas de la Historia.

No seamos una simple oposición; seamos la resistencia con la voluntad de librar todas las batallas para ganar la guerra cultural.

Porque no se trata de una batalla. Hoy ya se trata de una guerra.

Una guerra que tendrá muchas batallas.





[2] )- Y que sobrevivió en alguna medida incluso hasta la Ilustración y la modernidad

[3] )- Dejemos ahora aparte el hecho que Galileo nunca fue encarcelado por sus ideas ya que el papa mismo conmutó la sentencia. Lo peor que le pasó fue pasar un tiempo como invitado de su amigo el arzobispo de Siena y luego quedar en arresto domiciliario en su villa de Toscana durante sus últimos años.

El papa Juan Pablo II pidió una revisión sin prejuicios de las teorías de Galileo 1979. La comisión nombrada al efecto terminó su trabajo con un dictamen según el cual Galileo no presentó nunca argumentos científicos válidos para demostrar efectivamente la teoría heliocéntrica. Esa conclusión fue en su momento compartida por el entonces cardenal Ratzinger y hasta por el filósofo anarquista Paul Feyerabend.

[4] )- Jacques Derrida “De la Gramatología” - (Traducción de O. Del Barco y C. Ceretti en Siglo XXI, México, 1998. Edición digital de Derrida en castellano.)

[5] )- La pretensión de la ciencia de poder abarcar mañana lo que no puede explicar hoy no es más que una manifestación de fe bastante similar a la de cualquier fe religiosa. Y esto es porque la fe, como fenómeno intrínsecamente humano, sigue estando presente en el pensamiento occidental a pesar de todas las negaciones al respecto, por lo que se puede decir sin temor a error que hasta un ateo militante tiene una fe indestructible, pero no en la existencia sino en la inexistencia de Dios.

[6] )- ¡Y eso que estamos hablando de una persona adiestrada por la KGB!

[7] ) Entendiendo por civilización al producto de la tecnología alimentada por las ciencias “duras” y cultura al entorno de valores y normas morales creado por las disciplinas “humanísticas” y artísticas.

[8] )- Cf. Por ejemplo, Los pronósticos metafóricos de George Orwell, “1984” y “Rebelión en la Granja” o bien Aldous Huxley, “Mundo Feliz” y varios otros.

[9] )- La secuencia propuesta varía según los autores pero, en términos generales las llamadas “Revoluciones Industriales” se clasifican en:

1ª Revolución Industrial: Vapor, acero, mecanización, hidráulica.

2ª Revolución Industrial: Electricidad, línea de montaje, producción masiva

3ª Revolución Industrial: Automatización, control digital programable, miniaturización.

4a Revolución Industrial:  Cibernética, nanotecnología, biología, robótica humana.

[10] )- De “cib” – por cibernético y “org” por organismo. (O bien Cyborg en inglés)

[11] )- Cf. Miklós Lukács de Pereny:  Neo entes”, Ed. Hojas del Sur, 2023, ISBN13

9789878916606

[12] )- „The Transhumanist Wager” (2013) – Cf. https://zoltanistvan.com/ y https://zoltanistvan.com/the-transhumanist-wager/

[13] )- La Declaración Transhumanista fue elaborada originalmente en 1998 por un grupo internacional de autores: Doug Baily, Anders Sandberg, Gustavo Alves, Max More, Holger Wagner, Natasha Vita-More, Eugene Leitl, Bernie Staring, David Pearce, Bill Fantegrossi, den Otter, Ralf Fletcher, Tom Morrow, Alexander Chislenko, Lee Daniel Crocker, Darren Reynolds, Keith Elis, Thom Quinn, Mikhail Sverdlov, Arjen Kamphuis, Shane Spaulding y Nick Bostrom. Esta Declaración ha sido modificada a lo largo de los años por varios autores y organizaciones. Fue adoptada por la Junta de Humanity+ en marzo de 2009.

La declaración completa actualizada (en inglés) puede consultarse en: https://www.humanityplus.org/the-transhumanist-declaration

La misma declaración puede consultarse en español en:
https://transhumanismo.org/declaracion/  - Téngase presente, sin embargo, que la versión en español NO CONCUERDA con la versión inglesa, por lo que es interesante constatar que existe una notable vaguedad en las definiciones que, obviamente, permite diferentes interpretaciones según las necesidades políticas y culturales del momento, sin alterar demasiado los mismos objetivos y reglas generales.

[14] )- “Círculo vicioso” (Runaround en inglés) Isaac Asimov (1941).

[15])- “El conflicto evitable” (The Evitable Conflict en inglés), Isaac Azimov (1950)

[16])- “Fundación y Tierra” (Foundation and Earth en inglés) Isaac Asimov,(1986)

[17] )- P.Ej. El ChatGPT, o el reciente Gemini de Google y hay docenas de otras aplicaciones como p.ej. Murf, Craiyon, Jaspe, Deep Dream, Sythesia, Night Café, etc. etc.              

[18] )- Por ejemplo, de las programadas para resolver preguntas del usuario muy pocas son capaces de salir airosas si uno las somete a La Prueba de los Cinco ¿Por qué? Y de las que pueden resistir esa prueba en un tema específico, prácticamente ninguna responde satisfactoriamente si uno trata de llevarlas a un tema que puede llegar a dar lugar a respuestas “políticamente incorrectas”.

[19] )- Ver la gran variedad de juegos de ajedrez que existió ya en aquellos “tiempos heroicos” de la computación casera en: https://foro.chesscc.com/viewtopic.php?t=72

Si desean juguetear un poco con un emulador y juegos para la Commodore 64 descarguen el archivo de: https://www.mediafire.com/?aatdcudw4hc2xw5

[20] )- En la actualidad, Stockfish es uno de los módulos de ajedrez más fuertes que está disponible para el público. Al ser un módulo de código abierto, toda una comunidad de personas está ayudando a desarrollarlo y mejorarlo. Pueden descargarlo gratis de https://stockfishchess.org/