sábado, 29 de febrero de 2020

UN SUFRIMIENTO ARGENTINO

"La burocracia significa más gente
haciendo menos cosas y tomándose
más tiempo para hacerlas peor"
Anónimo.

"La burocracia es un mecanismo
 gigante operado por pigmeos."
Honore de Balzac

"La burocracia defiende el status quo
aun mucho después de que el quo
ya ha perdido su status."
Laurence J. Peter


La O.S.A.

O.S.A. son las siglas de la Organización del Sufrimiento Argentino y lo primero que tengo que decir al respecto es que la idea de la denominación no me pertenece. Tampoco tuve nada que ver con su fundación ni con su fundador. Sin embargo, así y todo, siempre sentí cierta simpatía por el Movimiento porque nunca me fueron ajenas las desgracias, miserias y tribulaciones de nosotros, los sufridos seres humanos pedestres, perdidos en las burocracias y maltratados por la máquina de impedir argentina.

Como se sabe, nuestra versión local de la burocracia universal siempre se caracterizó por su refinado sadismo y su increíble habilidad para convertir a cualquier pacífico ciudadano en un energúmeno enfurecido al impedirle la realización de hasta el trámite más sencillo desde que los franceses inventaron el término bureaucratie que, como todo el mundo sabe, significa "gobierno de las oficinas". [1]

Por desgracia, contrariamente a lo que se vaticinaba hace 50 o 60 años atrás, la posmodernidad y el avance de la tecnología no solo no han disminuido el poder de los caníbales burocráticos sino que les han brindado armas adicionales. Hoy no solamente te pasean de edificio en edificio, de piso en piso, de oficina en oficina y de ventanilla en ventanilla durante varios días sino que, cuando ya juntaste todo lo que te pidieron – de a una cosa por vez y en varias versiones diferentes – para llegar, finalmente a la última ventanilla de tu epopeya, la gorda que te va a atender deja con un suspiro su taza de té sobre el escritorio, levanta su robusta humanidad de una pobre silla que aguanta ese peso solo por solidaridad gremial, se arrima a paso cansino hasta la ventanilla mientras mastica rumiando el bocado de la medialuna que acompañaba el té y, sin siquiera echarle un superficial vistazo a tu ya bien gruesa carpeta llena de formularios, fotocopias, declaraciones juradas, recibos autenticados, poderes y otros papeleos varios, te espeta con toda la sinceridad que puede expresar su cara de "no-me-jodas":

— Hoy no va a poder hacer ese trámite.

— ¿Por...?

— Se cayó el sistema.

Seguridad Cibernética

Pues bien, la ordalía que les quiero contar transcurrió durante la semana del 10 al 17 de Febrero y comenzó con un aviso del Área de Tecnología Informática de una empresa para la que hago algunos trabajos. Como necesito ingresar a la red de la empresa desde la computadora de mi boliche, obviamente también debo pasar por ciertos requisitos de seguridad, lo cual es perfectamente comprensible. No cualquier Juan de los Palotes debe poder entrar como Pancho por su casa a una red que maneja toneladas de información comercial. Eso no se discute.

Originalmente la cosa consistía en ingresar nombre de usuario y  contraseña para entrar a la red; luego nuevamente nombre de usuario y (otra) contraseña para ingresar a ciertos servicios que tenía asignados. En realidad, nada del otro mundo: un nombre de usuario y dos contraseñas con toda una serie de requisitos raros.

Pero todo bien. Hay cosas peores en la vida. Y uno se acostumbraría si los hackers fueran un poco más nabos y no descubrieran las mil formas de entrar a una red y robarse todos los datos en una sola noche. Pues para evitar eso, de un tiempo a esta parte los grandes genios inventaron la "doble autenticación".

La cuestión es que me llega un correo electrónico amenazándome con que, a partir del lunes 17 de Febrero, la autenticación se realizará a través de un nuevo programa que debe ser instalado en un teléfono celular. Me dan el nombre del programa, el sitio web de dónde se puede bajar y una especie de instructivo por demás críptico, como corresponde a la gente de Sistemas que cree que todo el mundo está habitado solo por programadores y expertos informáticos.

De cualquier manera el mensaje es bien tenebroso: Me intiman a instalar esa aplicación en mi celular en forma perentoria porque, en caso contrario:
"Le advertimos que sin esa autenticación no podrá ingresar a la red de nuestra empresa".
Y me digo: "Bueno Denes; habrá que adaptarse a los nuevos tiempos. El cliente siempre tiene razón, y más cuando no la tiene, así que vamos y saquémonos el problema de encima."

Aunque, como yo también tengo mis caprichos, lo primero que hago es la prueba de instalar el famoso autenticador en mi PC y no en mi celular. Resultado: fracaso. La aplicación se puede instalar solo sobre android. Sonamos. Habrá que mandarla al celular nomás.

Tecnología Telefónica

Aquí es donde choco contra mi primer gran problema.

Porque sucede que en materia de telefonía soy un troglodita cavernario empecinado en utilizar el teléfono para... no me lo van a creer... ¡hablar por teléfono! No sé si se acuerdan. Uno marca un número, del otro lado suena, la otra persona se conecta y dice "Hola", uno contesta: "¿Cómo andás atorrante?" y después de eso conversamos. Es decir: nos comunicamos mediante un diálogo; no mediante una secuencia seriada de monólogos. Bueno, olvídenlo; no importa. Ya sé: eso era antes.

La cuestión es que yo a mi celular lo utilizo solamente para eso y, en todo caso, para un SMS cortito a fin de no ser invasivo.  Y punto. En consecuencia, mi celular es un aparatejo de hace una pila de años atrás que si bien tiene conexión a Internet, su browser es un Opera Mini que por alguna razón no admite conexiones seguras.

Resultado: no llegué ni siquiera a conectarme a la página que me indicaron. De descargar e instalar el nuevo autenticador ni hablemos. Por lo tanto: "Denes, resignación y valor; hay que comprar un celular nuevo".


Cuando me enteré de lo que sale un celular moderno, modesto, sin muchos chiches, tragué saliva. Pero bueno, es el precio que uno paga por hacer lo mismo que antes pero con modernidad y tecnología de avanzada; así que allá fui a mi proveedor de telefonía a comprar un celular nuevo.

Allí se dio la siguiente escena:

Local de un shopping, 10:30 hs; prácticamente nadie en el local. Cuatro empleadas. Una de ellas atendiendo a un cliente. Entro y viene una vendedora. Cara de un poco dormida todavía, pero sonriendo como corresponde.   
EMPLEADA: ¿Señor? Buenos días. ¿En qué lo puedo ayudar?

YO: Hola, buen día. Tengo un celular muy viejo y necesitaría comprar uno nuevo.

EMPLEADA: Sí. Por supuesto. Por favor, por aquí. Tome asiento.

Voy; nos sentamos. Empieza un interrogatorio tipo policial: número de teléfono, nombre, dirección, DNI, etcétera.... Ella teclea y mira la pantalla (que yo no veo) con cara inexpresiva como si estuviese viendo una mala película policial en algún lado del hiperespacio. De pronto regresa a la tierra me mira y pregunta:

— ¿Ya eligió algún modelo?

Le digo que sí y se lo menciono. Nuevo viaje de ella por el hiperespacio y al rato:

— Sí. Tenemos en stock.

Y sigue con el tecleo. De pronto, cara de "¡Uy! Tenemos problemas".

— Señor, su celular está a nombre de una empresa.

Ahí me acuerdo. Claro; me lo dieron en una de las empresas en las cuales trabajé. Cuando me fuí, negocié que me lo dejaran. Naturalmente, pagando yo el servicio de allí en más. Pues pasaron la facturación del servicio a mi nombre pero no la titularidad de la cuenta. Maravilloso.

YO: ¿No lo podemos poner a mi nombre? En realidad yo pago el consumo desde hace años.

EMPLEADA: No hay problema Señor. Yo aquí lo pongo a su nombre pero no le puedo vender ahora el celular nuevo.

YO: ¿Por?

EMPLEADA: Porque el sistema tarda unas 48 horas en registrar el cambio de titularidad y solo le puedo vender un celular si usted es titular de la cuenta.

¡Ah! O sea que esta niña cambia la titularidad en su computadora pero la empresa tarda 48 horas en aceptar el cambio de titularidad con los datos que esta misma niña ha ingresado dos días antes. ¿Qué demonios hace la empresa durante dos días enteros con mis datos? Misterio insondable. En fin, que sea lo que Dios quiera. De última, dos días no es el fin del mundo.

YO: Bueno, está bien. Hagamos el cambio de titularidad entonces.

Mi simpática empleada reingresa a su oculto hiperespacio, teclea durante un rato y finalmente me dice:

EMPLEADA: Listo señor.

YO: Muchas gracias. O sea que, para comprar el celular, vuelvo dentro de dos días.

EMPLEADA: Sí señor. Así es.

Pero como soy zorro viejo y no tengo ganas de ir de un lado para el otro al divino botón, pregunto:

YO: ¿Y cómo puedo verificar que el cambio de titularidad ya está completado?

EMPLEADA: Marque asterisco 111. Ahí puede averiguarlo.

Eso fue un miércoles. Descontemos ese día. Dos días más – jueves y viernes – y el lunes me ponen el verificador en la empresa. Bueno, de última cargo por unos días ese maldito verificador en el celular de mi hijo y por un par de días lo uso de allí. De modo que doy las gracias y me voy.

******************

La acción se traslada al lunes 17 siguiente; 08:30 horas.

Marco *111.

La consabida cantilena: "Si quiere comunicarse con ventas, marque uno; altura de las nubes de Ubeda marque dos; temperatura en el infierno marque tres; estación espacial internacional marque 4; administración marque 5; dudas sobre su sexualidad marque 6; asesoría psicológica marque 7."

Lo más parecido a lo que necesito se me ocurre que es "administración" así que marco el 5.

Silencio de ultratumba. Espero tres o cuatro minutos. Sigue el mutismo espectral. A ver. Hagámoslo de nuevo. Cinco minutos y nuevo silencio. Otra vez y nada. De nuevo: *111 + opción 5. Espera irritante. Nada. Empiezo a recitar mi retahíla de expresiones folklóricas irreproducibles.

Mi hijo que es un tipo piola me dice:

— Papá. Marcá cualquier opción. Si te atiene alguien decile que te derive.

Lo intento.  No me contesta ni el 4. Parece que hasta los astronautas están durmiendo. Abandono.

Mi pibe tiene una idea genial

— Llamemos directamente a la empresa.

— OK. ¿Tenés el número?

— No pero tiene que estar en la página web de ellos

¡Brillante! Voy a Google. Nombre de esa empresa de telefonía. Aparece la página. Buen diseño gráfico. A ver: "Teléfono. Estamos para ayudarte todos los días, las 24 horas". ¡Bárbaro! No recuerdo cuando nos hicimos tan amigos como para tutearnos pero ayuda es justo lo que necesito. ¿A ver?:
Recargas: *151 - Consulta de saldo *150 - Atención al cliente *111

¡Claro! No podía ser de otro modo. Para pedir ayuda relacionada con un *111 que no funciona tengo que llamar.... ¡al *111 que no funciona!

¡Genial! Informe de fin de mes a los accionistas: "En todo el mes no hemos recibido ni una sola queja de nuestros clientes". ¡Obvio!

Pero no contaron con nuestra astucia. Y digo "nuestra" porque ahora ya somos dos – mi hijo y yo – los que aplicando el antiguo principio de la unión que hace la fuerza tratamos de hallar el atajo que nos permita esquivar los impedimentos del sistema. Busquemos el número de teléfono del local del shopping donde hice el trámite.

Busquemos la página oficial del shopping. Varios intentos y la encontramos. Vamos a la sucursal en la que estuvimos. El sitio tiene buscador. Ponele el nombre de la empresa telefónica. ¡Milagro! Aparece: local xxxx; piso yyyyy. A ver: ¿Teléfono?

Cosa rara. Aparece un 0800 pero no queda demasiado claro si es de ese local o no. Sigo investigando y parecería ser que es el de la administración del centro de compras y el supermercado. Bueno. No importa. Los llamo y pregunto. Total no se pierde nada.

Marco. Llama. Atiende una amablemente estereotipada voz de mujer. Se llama Carla. Casi puedo ver la automática sonrisa de dentífrico que le enseñaron para demostrar su "proactividad" ante el cliente. Le explico:

— Hola Carla. Buen día. Necesitaría saber el número de teléfono de la empresa tal, del local número tal, en el piso tal.

Unos segundos de silencio. Ya me estoy imaginando otro caso tipo *111. Pero no.

Aunque casi.

La dulce y simpática voz de Carla me comunica que:

— Lo siento señor. Ese local no tiene teléfono.

— (...#¡@&#!...) Gracias Carla.

Y cuelgo.

Resumen: Una empresa que vende teléfonos y servicios telefónicos no tiene un teléfono en su propio local de ventas siendo que su línea telefónica de atención al cliente tampoco funciona y no me puede vender un celular porque tarda dos días en procesar un cambio de titularidad cuya solicitud fue ingresada por una empleada de la empresa en una computadora de la misma empresa.

¿Alguien de ustedes se acuerda de la serie "Aunque Usted no lo crea" de Robert Ripley? [2]

Tecnología Informática

Pero esperen. Eso no fue todo. Falta el epílogo y un pequeño anexo.

Siendo el lunes en que se suponía que los muchachos de Sistemas cambiarían el método de autenticación decido no perder más tiempo. Trataré de conectarme a la empresa y, en todo caso, el número de verificación me lo tendrá que dar mi hijo desde su celular.

Así que instalamos la aplicación en el celular del pibe y trato de entrar a la empresa de mi cliente.

¡Sorpresa!

Lo primero que veo es la misma pantalla de siempre. Hago la ceremonia de ingreso de costumbre y ¡adentro mi alma! Llegué lo más bien. Lunes 17 y, contrariamente a lo anunciado, nadie ha cambiado nada. Me fijo en los correos electrónicos. Nada. Ninguna explicación. Yo por las dudas no pregunto; le hago un gesto medio obsceno a mi hijo que ya se está matando de risa el muy cretino, me río yo también y me pongo a trabajar como siempre.

El martes 18 lo mismo. El miércoles 19 lo mismo. Recién el jueves 20 me encuentro con una pantalla distinta al entrar.

— Bueno – me digo – aquí empieza el baile. Se acabó lo que se daba. Veamos que sucede.

Ingreso mi nombre de usuario y mi contraseña. Bien. Click sobre el botón de [Continuar] En la siguiente pantalla de pronto me aparece un campo de texto y una etiqueta que me pide:
"Ingrese el código enviado por SMS a su teléfono celular"
Aquí es donde se pudre todo, pienso, y ni bien formulé mentalmente la frase suena mi viejo, arcaico, primitivo celularcito. Es un ¡SMS! Abro y veo:

cod. 40662874

Ingreso ese código en el campo de texto y, con mano temblorosa por la excitación, hago click en el botón de [Continuar]

¡Oh Santa Señora Nuestra de los Cibernéticos Milagros Virtuales! ¡No lo puedo creer!  ¡¡ENTRÉ A LA RED!!

Contrariamente a la amenaza perentoria de la gente de Sistemas, al final resultó que no tuve que descargar nada, no tuve que instalar nada, no tuve que actualizar nada. Así como lo leen: ¡NADA!

Con mi viejo catafalco del año del peludo todo funciona; me llega el código por SMS, lo ingreso y a otra cosa mariposa. No tuve que gastar plata en un celular nuevo y ¿saben qué? ¡Tengo la línea a mi nombre y todo! (Creo).

¿No es hermoso?

La mano invisible.

Hasta ahí mi aventura se desarrolló totalmente en el ámbito privado. Ése de "la mano invisible del mercado"; tan invisible que ni te das cuenta cuando te la mete en el bolsillo.  Sucedió sin embargo que ese mismo jueves, al parecer, los hados envidiaron mi condición de exaltada felicidad y decidieron bajarme un poco el copete. Pero para eso esperaron a que ingresara al ámbito público del Estado.

La cuestión es que me llega un sobre del ARBA.

Impuesto a los Automotores. "¡Zás!" – me digo – "Llegó la mano invisible. No la del mercado pero sí la del Estado". No es exactamente igual pero, a los efectos prácticos de sacarte plata del bolsillo, vendría a ser masomenos lo mismo. O peor.

Abro, saco la papeleta y me fijo. Cuota 1 de 5. Importe cuota a pagar $1.897,40.-  Importe cuota anual a pagar: $8.433,10.- Sigo leyendo y me encuentro con: "Si optás por el pago anual de tu impuesto obtenés un 20% de descuento."¡Qué lindo! También el ARBA me tutea como si fuésemos chanchos amigos y hasta se comunica conmigo en el más puro lunfardo rioplatense. Incluso hay un cartelito muy primoroso anunciando ese 20% en varios tonos de gris.

No soy muy bueno haciendo cálculos mentales pero algo no me cierra. Voy a la calculadora hago las cuentas y descubro que:

a)- 5 cuotas de $1.897,40 hacen un total de $9.487.-
a)-  $9.487 menos el 20% es igual a ‬$ 7.589,60
b)- $8.433,10 equivale a $9.487, menos el 11.10%
O sea que mis queridos amigos de ARBA me ofrecen un descuento del 20% pero en realidad me están haciendo un descuento de solo el 11.11%.

Díganle al Kici que su amigo Cristian Girard es un mentirosito o – peor todavía – no sabe calcular porcentajes.

Aunque pensándolo bien, no le digan nada. Kiciloff lo sabe. Y no le importa. Habría que ver si él sabe sacar porcentajes.

************************

Suspiré. Miré por la ventana. Afuera hacía un tiempo espléndido. ¿Qué estoy haciendo yo aquí frente a una pantalla y un teclado? ¡Qué ganas de tirar todo a la basura y mandarme a mudar! Y no quiero ir a un país del "Primer Mundo". Me conformaría con un islote tranquilo, en medio de algún Océano, con días que transcurran serenamente, unos iguales a los otros sin muchos más cambios que los del clima y eventos tales como el nacimiento de un bebé o la muerte de un anciano. A veces hasta tengo ganas de aburrirme un poco.

Pero no. Soy de la generación de los hombres que no siempre hacen lo que quieren sino lo que deben. Y dentro de lo que deben, a veces hasta se tienen que conformar con hacer lo que pueden.

Aunque no lo crean, de esa generación algunos todavía quedamos.

Y yo tengo algo pendiente para hacer así que sigamos. Tecleo una URL e ingreso a la web. Específicamente a la página de la AFIP.

Para hacer, como buen contribuyente que soy, una factura electrónica que, con todo el tema de las vacaciones, ausencias varias y otras yerbas, ya está medio atrasada.

Así que voy – les ahorro la ceremonia del ingreso: CUIL+Clave Fiscal+Etcétera – y de pronto ¡CRASH!: me aparece el mensaje del server Apache de la AFIP indicándome que la página solicitada no está disponible.



¿Me habré equivocado? Repito la operación. Mismo resultado. Otra vez. Mismo resultado. De nuevo. Sigue igual. No hay caso. Cierro el navegador. Resignación y valor, Denes. Tomo mi querido viejo celular y llamo a mi cliente.

— Hola Costanza, Denes Martos te llama.

— Hola Denes. ¿Cómo estás?

— Peor que ayer pero mejor que mañana. Escuchame, habíamos quedado en que hoy te mandaba la factura de Enero.

— Sí.

— Bueno; hoy no puedo. Te la voy a tener que mandar mañana o pasado.

— No te hagas problemas. Ya hablé con Administración para que te la paguen rápido, considerando el atraso y todo eso. ¿Qué te pasó?

— Gracias preciosa. La verdad es que lo intenté pero no pude hacer el trámite.

— ¿Por...?

— ¡Se cayó el sistema!



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NOTAS Y REFERENCIAS
1)- De bureau = oficina, escritorio y -cratie, -cracia: gobierno,  según la omnisciente Wikipedia.
2)- Observación apta solo para adultos mayores de 50 años. Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Ripley,_%C2%A1aunque_usted_no_lo_crea!







martes, 25 de febrero de 2020

EL MARXISMO CULTURAL

La conquista del poder cultural
es previa a la del poder político.
Esto se logra mediante la acción concertada de los
intelectuales infiltrados en todos los
medios de comunicación, expresión y universitarios.
Antonio Gramsci (1891-1937)

Los idiotas útiles, los izquierdistas que creen de manera idealista
en la belleza del sistema socialista soviético, o el comunismo,
o cualquier otro sistema, cuando se desilusionan,
se convierten en los peores enemigos. Es por eso que mis
instructores de la KGB me decían específicamente:
nunca pierdas el tiempo con los intelectuales de izquierda.
Olvídate de esas prostitutas políticas. [...]
 La izquierda intelectual cumple un propósito solo en la etapa
de desestabilización de una nación. Por ejemplo, los izquierdistas
en los Estados Unidos: todos esos profesores y todos esos
hermosos defensores de los derechos civiles.
Son instrumentales solo para el proceso subversivo desestabilizador.
Una vez que su trabajo se ha completado, ya no son necesarios.
Algunos de ellos, cuando se desilusionan, cuando ven que
los verdaderos marxistas revolucionarios llegan al poder,
obviamente se ofenden. Siempre pensaron que
serían ellos quienes llegarían al poder.
Eso nunca sucederá, por supuesto. En cuanto molesten,
los alinearemos contra la pared y los fusilaremos.
Yuri Bezmenov
Periodista soviético para RIA Novosti
ex-agente de la KGB


Una Batalla de Valores




Si uno analiza los resultados electorales de los últimos años en los países de Occidente una de las primeras cosas que llaman la atención en el promedio mayoritario de los casos, es un fortalecimiento de los extremos del espectro político. Por un lado, han ganado en fuerza política y protagonismo los partidos que ponen un gran énfasis en el factor social y la demagogia – los tradicionalmente denominados partidos de "izquierda". Y, por el otro lado, también han crecido los partidos que ponen un énfasis igual de fuerte en la cuestión económico-financiera y la integración a un Nuevo Orden mundial – los últimamente llamados partidos de "derecha".

A la par de este fenómeno, también llama la atención que los partidos políticos tradicionales, tanto en Europa como en América, hace rato que ya no sostienen los ideales y los lineamientos gracias a los cuales originalmente consiguieron llegar a tener una posición política relevante.

Considerando el caso argentino uno no tiene más remedio que preguntarse ¿qué tan lejos está esa UCR actual débil, contradictoria y deshilachada, de aquella otra UCR enérgica, combativa, revolucionaria y nacionalista de Hipólito Yrigoyen? ¿Cómo pudo ese enorme Movimiento que fue el peronismo de los años 40 y 50 del Siglo XX convertirse en ese pseudo populismo izquierdoide, clasista y partidocrático actual? ¿Cómo pudieron los protagonistas de la auténtica Resistencia Peronista de los años inmediatamente posteriores a 1955 permitir el copamiento del Movimiento por unos aventureros filocastristas primero y por toda una caterva de politicastros corruptos después?

Pero, contra lo que piensan muchos argentinos, el caso de la Argentina no es el único. ¿Dónde está hoy el Partido Socialista de Bettino Craxi que alguna vez gobernó Italia? ¿Dónde quedó la fuerza del partido socialista de François Mitterrand? ¿Qué se hizo del brillo y el prestigio de los gaullistas y el grandeur de Francia durante los "Treinta Gloriosos" años de 1944 a 1974? ¿Qué pasó con la corriente de la perestroika y la glasnost que volteó el régimen del comunismo soviético?

Preguntas similares podrían hacerse prácticamente en todos los países de Occidente, excepto quizás en los países anglosajones en donde el régimen bipartidista es tan rígido que no tolera terceros pero, al mismo tiempo, tan ambiguo que cualquiera de los dos partidos puede adoptar una posición al azar para que, casi automáticamente, el otro partido adopte la postura contraria.

La erosión de los partidos tradicionales tuvo varias causas. Las dos principales que pueden citarse son, el abandono y hasta el desprecio de los valores originales por parte de los dirigentes y, como casi inevitable consecuencia de eso, una corrupción generalizada tan desfachatada que resultó imposible de ocultar. Y de nuevo: no creamos que el caso del kirchnerismo argentino ha sido el único. Italia pasó por el Mani Pulite; Brasil por el Lava Jato. Prácticamente todos los Estados han tenido sus grandes casos de corrupción y en todo Occidente existe un abandono general de los valores fundacionales.

Después del derrumbe soviético, esta situación le permitió al marxismo declinante encontrar un nuevo resquicio en el cual sobrevivir aunque no ya como fuerza política sino como movimiento cultural. El marxismo-leninismo revolucionario, que proponía la toma del poder político por la fuerza para luego avanzar con las modificaciones sociales desde el Estado, fue suplantado por la propuesta de Antonio Gramsci que propone la conquista mental y emocional de la sociedad civil para lograr la hegemonía cultural y, una vez logrado esto, acceder al poder del Estado en un marco de consenso generalizado.

Así, el marxismo más efectivo se ha transformado en una "izquierda cultural" que se extiende y florece en todos los ámbitos. Este marxismo ya no se dedica al combate revolucionario por el mejoramiento de la situación de los proletarios, los asalariados, los trabajadores en relación de dependencia, aun cuando su propaganda ocasionalmente afirme representarlos o querer representarlos. El grueso de los cañones del pensamiento marxista se dedica a otros menesteres de mayor reverberación demagógica tales como la promoción de los intereses de minorías sexuales enfermizas; el impulso a convertir las sociedades actuales en desordenadamente multiculturales y multirraciales; a campañas "antifascistas" siendo que el calificativo de "fascista" se aplica generosamente a cualquier opositor y por cualquier motivo; al "ecologismo" especialmente si sirve para poner palos en la rueda a cierto capitalismo empresario (que, digamos la verdad, en muchos casos se lo merece) y, en términos muy amplios, a todo lo que tenga que ver con – o se le pueda poner la etiqueta de – los derechos humanos, el feminismo hembrista o la "discriminación", sea lo que fuere que se quiera entender bajo este último término.

En la otra punta del espectro, la "derecha" ya no representa ni tradicionalismos ni conservadorismos. De hecho, los partidos auténticamente conservadores han desaparecido al igual que los socialismos nacionales. Ni siquiera el tímido intento de una democracia cristiana tiene vigencia ya.  Hoy en día lo que se considera "derecha" ya no representa ni al patriotismo ni a los valores tradicionales de Occidente. Ya está lejos de encarnar el viejo conservadorismo que en muchos casos representaba idealismos nacionales, sentimientos patrióticos, aspiraciones a la gloria y aceptación de valores culturales, incluyendo los religiosos. La "derecha" actual se ha convertido en defensora de los intereses del capital internacional y de las corporaciones capitalistas, en especial del aparato financiero que las controla.

La izquierda marxista se hizo cultural y la derecha cultural se hizo economicista. En cierta medida, si recordamos que el núcleo duro del marxismo original siempre fue una doctrina básicamente económica y materialista, hasta podríamos decir que los papeles se han invertido.

Esta transformación de los roles ha dado lugar a un hecho curioso que resulta inexplicable si no se conoce bien la esencia de las "derechas" e "izquierdas" emergentes de esa revolución burguesa que fue la francesa de 1789. La curiosidad consiste en un hecho de observación directa: en todas las cuestiones trascendentes, en las que hay valores tradicionales comprometidos, ambos bloques votan y deciden de un modo muy similar. Tanto "derechas" como "izquierdas" no votan hoy de un modo muy distinto en cuestiones tales como el aborto, la familia, la religión, el permisivismo-abolicionismo jurídico, la dulcificación de la maldad, la tolerancia frente al hedonismo, la relativización de los valores morales y la flexibilización ad infinitum de los criterios éticos, tan solo para mencionar algunos temas de los más tratados por el periodismo.

Esto puede sorprender a muchas personas jóvenes (y no tanto). No nos sorprende en absoluto a quienes venimos subrayando desde hace añares que, aunque no lo parezca en la superficie, en el fondo no hay tanta diferencia entre el comunismo y el capitalismo; entre el marxismo y el liberalismo.

Ambos son materialistas, ambos son economistas, ambos son ateos, ambos son básicamente hedonistas, ambos practican la demagogia, ambos buscan destruir toda sociedad respetuosa de costumbres y valores ancestrales para intentar la construcción de una utopía inviable, ambos son internacionalistas y apátridas, ambos le niegan valor al matrimonio y a la familia tradicional. Ni el marxismo ni el liberalismo reconocen el valor de lo sagrado; la existencia de un Orden Natural; la desigualdad de los seres humanos reales; la existencia de comportamientos atávicos que le han permitido a la especie Homo Sapiens desarrollarse y sobrevivir siendo que, si se imposibilitan estos comportamientos, el ser humano ni se desarrolla ni sobrevive en el largo plazo.

Hay que entenderlo y afirmarlo: nunca hubo una diferencia sustancial entre el marxismo y el liberalismo. Como se dijera en alguna oportunidad: "Cada vez que el marxismo se mete en problemas, al liberalismo se le despierta el instinto maternal. Y cada vez que el capitalismo sufre un traspié al marxismo se le despierta el espíritu fraterno y corre a ofrecerse como alternativa a fin de cambiarlo todo para que, al final, nada cambie."

La mayoría enorme de las personas – es decir de los votantes – no se mete en estas sutilezas de filosofía política. Con la educación catastrófica que tenemos – dominada en gran medida precisamente por el marxismo cultural – ni Doña Rosa ni Juan Pueblo tienen las herramientas para hacerlo y, digamos la verdad, tampoco les importa demasiado.


Pero, así y todo, las cosas se han vuelto demasiado obvias. Todo el mundo ya se da cuenta de que, como Shakespeare le hace decir a uno de sus personajes en Hamlet: "algo está podrido en el Estado de Dinamarca".  Lo demuestra la pésima opinión que en términos estadísticos la gente tiene de los políticos en general.  Es innegable que las personas están cada vez más desconformes con sus representantes y con los discursos basados sobre ideologías perimidas;  solo que, en la mayoría de los casos, no encuentran canales válidos de expresión que prometan la razonable posibilidad de un cambio real y duradero.

Sin embargo, los tiempos cambian. Quizás muy lentamente – en todo caso mucho más lentamente de lo que desearíamos unos cuantos – pero cambian.

No podemos ignorar, por ejemplo, que la Unión Soviética fue en su momento el bastión inexpugnable del ateísmo militante y la Rusia de hoy es uno de los países cuya población más cultiva la fe y los valores cristianos ortodoxos tradicionales en oposición a una globalización atea que desecha justamente esos valores. Pero quizás lo más sorprendente de todo es que, en este sentido, tanto Putin como Trump parecerían coincidir en varios aspectos.

De ambos políticos, cualquiera puede tener más de cuatro cosas para señalar; lo que no puede decirse de ninguno de los dos es que no representan, en la medida de lo posible y de distintas maneras, los intereses de sus respectivos países. Putin puede ser quizás muy duro y se podrán objetar algunos de sus aliados pero bajo su conducción Rusia se ha mantenido como potencia mundial, y se ha fortalecido a pesar de las extorsiones, las sanciones y las chicanas de la plutocracia globalizadora.

De modo similar, Trump podrá ser criticado por sus actitudes payasescas, por su personalidad histriónica, por su grado de independencia real muchísimo menor a la de Putin e incluso también por algunos de sus aliados; pero al final del día resulta que no ha manejado tan mal la nave norteamericana a pesar de la oposición feroz, desleal y malintencionada de sus enemigos, y económicamente su gestión ha sido bastante sólida y a favor del pueblo norteamericano. Seguramente ésa es la tarea que le fue encomendada para reducir el descontento de la población blanca después de la administración de Obama. Pero, de todos modos, la similitud es un dato no menor. No es casualidad que los enemigos de Trump lo acusan de haber accedido al poder gracias al apoyo de Putin. Por supuesto, la acusación es un disparate; es solo que crisis similares pueden generar la necesidad de contramedidas similares.

De cualquier manera que sea, uno puede estar, o no, de acuerdo con los valores rusos y norteamericanos pero  lo curioso es que tanto Rusia como los EE.UU. – o sea: las dos principales potencias de Occidente – han intentado y siguen intentando un retorno a sus valores iniciales propios. Es un dato que no puede ni debe pasarse por alto porque, si se convierte en tendencia y se incluye al BRICS completo en el proceso, el mundo en muy pocos años más puede llegar a ser muy diferente al actual. En la Argentina se haría muy bien en tomar nota de esto para dejar de discutir estupideces y fomentar "grietas" que solo sirven para desunir y debilitar al país entero.

Es cierto que el retorno a las antiguas tradiciones y valores es lento. No menos cierto es que pasa casi desapercibido por la nula importancia que los medios insisten en darle. Surge y se hace bastante visible, sin embargo, si uno presta atención a las furibundas críticas y constantes denuestos que los medios principales le dedican a Trump, a Putin y a cualquiera que trate de defender los valores fundacionales de su país, como por ejemplo el húngaro Viktor Orbán.

Poco a poco se hace visible que no son los norteamericanos los que enfrentan a los rusos; el conflicto no es entre Oriente y Occidente; la guerra entre capitalismo y comunismo no ocupa las primeras planas. Es la ideología de la globalización, es el Nuevo Orden Mundial el que se enfrenta a lo que queda de las soberanías estatales y a todos los que luchan por restaurar y conservar las tradiciones, la soberanía de cada nación y los valores de la cultura occidental.
 
Para elaborar proyectos alternativos al gramscismo marxista hay que tener presente varias cosas. La primera de ellas es que ¡la tesis básica de Gramsci es correcta! Como mínimo desde los tiempos de Constantino el Grande nunca existió una revolución política importante y duradera sin una revolución cultural previa. Y esto no solo no tiene mucho que ver con el marxismo de Gramsci sino que, en realidad, representa todo un problema para los filósofos marxistas porque la prioridad de lo cultural no encaja para nada bien con el pensamiento economicista y materialista de Carlos Marx.

Y lo segundo es que, para buscar referencias actuales a fin de construir alternativas, no hay que ir a los países que nunca fueron gobernados por el comunismo sino todo lo contrario: hoy por hoy quienes mejor han comprendido que comunismo y capitalismo no son tan diferentes después de todo son justamente aquellos países que han tenido una experiencia concreta del comunismo en el poder. Los países de la Europa del Este y de toda la órbita soviética, Rusia incluida, son mucho más inmunes al marxismo cultural que aquellos en donde los Partidos Comunistas no llegaron a dominar el Estado por un largo tiempo.

Por último sepamos que el marxismo cultural plantea la batalla principalmente en términos de valores o, como mínimo, de cuestiones estrechamente asociadas a valores. Los terrenos por donde avanza con mayor impacto son las discusiones y los debates sobre el patriarcado, el feminismo, el ecologismo, la estratificación social, el ateísmo, el hedonismo, el progresismo, el relativismo, el permisivismo, la libertad con todos los derechos y ninguna obligación, la negación del valor del mérito, el igualitarismo, el ocultamiento y hasta la negación de los defectos, la prédica del diálogo pero unida a la práctica de la coerción... y sigue una larga lista de disvalores dispuesta para negar los valores ancestrales y destruir completamente todo lo que estos valores sostienen.

En realidad, el marxismo cultural sirve para lo único que siempre ha servido el marxismo: para destruir.

¿Qué hacer al respecto? Solo hay una cosa – y nada más que una cosa – para hacer: aceptar el desafío, dar la batalla y ganarla.

No es fácil. Para nada.

Pero de última, es tan simple como eso.



martes, 11 de febrero de 2020

EL DERRUMBRE DE LOS IMPERIALISMOS

La mayor parte de la humanidad,
durante la mayor parte del tiempo,
ha vivido en imperios.
Hermann Kahn - Anthony J. Wiener
"El Año 2000"
Tenemos voluntad de Imperio.
Afirmamos que la plenitud histórica
de España es el Imperio. (...)
España alega su condición de eje espiritual
del mundo hispánico como título de preeminencia
en las empresas universales.
José Antonio Primo de Rivera
Punto 3 de la Norma Programática
de la Falange Española.




Los imperios de la postmodernidad

La Segunda Guerra Mundial tuvo muchos participantes pero, en realidad, solamente dos vencedores: los Estados Unidos y la Unión Soviética. Ambos con aspiraciones imperiales aunque ambos sin el talento ni las condiciones necesarias para ser un imperio.

El proyecto imperial soviético implosionó por su propia inviabilidad intrínseca. Después de ocupar militarmente varios países y de sojuzgar varias naciones, realmente nunca supo muy bien qué hacer con sus conquistas más allá de la teoría de la dictadura del proletariado. Al final, toda su estructura socioeconómica y política se volvió insostenible porque ni pudo ganar más espacio aparte del logrado por la fuerza de las armas, ni pudo tampoco hacer funcionar el espacio ya obtenido de un modo satisfactorio para sus habitantes.

Lo que pocos han advertido – o han querido advertir – durante los últimos treinta o cuarenta años es que el proyecto imperial norteamericano está transitando muy cerca del borde del mismo precipicio.

Imperio e Imperialismo

Si hay una cosa que deberíamos diferenciar en las construcciones políticas multinacionales es la diferencia histórica entre imperio e imperialismo. El primero es una construcción principalmente política; el segundo es una estructura principalmente económica. Por eso es que los imperios crecen por conquista de provincias, a las que incorporan e integran, mientras que los imperialismos solo establecen colonias a las que invaden y explotan.

El fracaso del proyecto imperial soviético se debió – en forma principal aunque no en forma exclusiva – a que los bolcheviques no consiguieron seguir con la construcción imperial del antiguo zarismo y terminaron tratando de hacer funcionar su proyecto como el imperialismo de un Estado cuya ideología – con sus limitaciones, miopías e inviabilidades – lo llevó a tratar a sus ciudadanos como una masa potencialmente infiltrada de enemigos solo controlables por medio de una policía política y a sus conquistas como colonias potencialmente enemigas solo controlables por medio de tropas de ocupación.

En el caso del proyecto imperial norteamericano la cuestión es algo más sutil pero en esencia también más simple todavía: fieles herederos del criterio económico del imperialismo británico, tan fuertemente imbuidos de la ética protestante calvinista como sus primos ingleses, ya desde sus mismos orígenes los norteamericanos arrancaron con un criterio imperialista en materia de política exterior.

De cualquier manera, lo que no hay que perder de vista es que, tanto los norteamericanos herederos de Adam Smith y David Ricardo como los marxistas rusos herederos de Marx y Lenin, jamás entendieron la enorme diferencia que hay entre imperio e imperialismo.

El espectro político actual, desde la "izquierda" más recalcitrante hasta la "derecha" más testaruda, sigue sin entenderlo hasta el día de hoy.

Síntesis y equilibrio interno

Para especular acerca del futuro del imperialismo norteamericano lo que hay que tener en claro, además de lo ya señalado, es que toda construcción multinacional es capaz de sostener con éxito su posición de poder mientras sea capaz de mantener en armonía las corrientes de energía que fluyen en su interior. Esto no es más que la extensión al área de la política internacional de la función esencial de síntesis que le corresponde a todo Estado en materia de política interior.

El problema está en que el establecimiento y el mantenimiento de esta síntesis armónica se vuelve algo muy complicado en el mundo actual por el concurso de factores tales como la interconexión, la extensión y la heterogeneidad que presenta el mundo globalizado.

Las fronteras "nacionales" se han vuelto muy permeables, en algunos casos hasta están bastante desdibujadas y las dependencias mutuas ya no se hallan tan unilateralmente establecidas como en las épocas de los Imperios tradicionales. Con lo cual, lo que hay que investigar es por qué – como es notorio – el imperialismo dominante tiene cada vez más problemas para hacer funcionar su sistema global de flujo de bienes, servicios y fuentes de energía.

La sustentabilidad del sistema

No es un secreto para nadie que, en un esquema imperialista, las colonias de la periferia están para que el poder central extraiga de ellas precisamente lo que su sistema necesita para funcionar. Pero sucede que la posibilidad de mantener a largo plazo de este flujo de energía de la periferia al centro depende de por lo menos dos factores:
  1. La intensidad y el volumen de la extracción no debe terminar impidiendo el funcionamiento adecuado de las colonias periféricas mismas.  
  2. Además de eso, la sustentabilidad también exige – y no en última instancia – que los bienes extraídos de la periferia colonizada no sirvan solamente para el bienestar hedonista del centro sino también para mantener funcionando el complejo sistema de regeneración y renovación de las fuentes de bienes, servicios y energía de todo el conjunto. 
Si observamos más de cerca la situación en función de estos dos criterios fundamentales, podemos ver que el imperialismo norteamericano, al igual que el soviético en sus últimos años, no solo tiene ya serias dificultades para mantenerse en el largo plazo, sino que se ha vuelto seriamente autodestructivo en virtud de decisiones catastróficamente equivocadas.

El balance de los últimos 70 años

Si hacemos el balance de los últimos 70 años podemos ver que, aproximadamente desde fines de la década del 1970, de pronto comienzan a surgir ciertas extrañas pautas en el funcionamiento del imperialismo norteamericano.

A partir de ese fin de década, la dirigencia imperialista norteamericana empieza a dar por sentado, con cada vez mayor naturalidad y arrogancia, que tiene derecho a inmiscuirse en cualquier parte del mundo, a propósito de cualquier excusa, y que puede hacerlo dejando cínicamente de lado sus propias y vanagloriadas glorificaciones de la democracia occidental.

Paralelamente también se hace cada vez más evidente que, sea donde fuere que los norteamericanos se meten, la situación del lugar invadido infaliblemente empeora en lugar de mejorar.

Ejemplos de esto los hay de todos los colores: el conflicto de Medio Oriente, el armado de la guerra de Iraq-Irán de los años 80, Haití, Somalía, los descalabros de Afganistán, las revueltas en el área de la ex-URSS, la invasión a Iraq, la imposición de principios étnicos arbitrarios en los Balcanes, las consecuencias catastróficas de la "Primavera Árabe"... y sigue la lista.

Las dos Norteaméricas

La cuestión es que tendríamos que entender por qué sucede todo esto. Por de pronto, la causa más probable es que estamos asistiendo al principio de un proceso de desintegración – o al menos de descontrol –del sistema interno que regula el flujo de poder dentro del imperialismo mundial. Las operaciones estratégicas de este poder requieren enormes gastos militares, financieros y administrativos. Estamos hablando de inversiones, no de miles de millones, sino de miles de billones de dólares.

Muchos no lo saben o no se animan a decirlo, pero no solamente las colonias de la periferia adquieren deudas externas prácticamente impagables. El Poder Central norteamericano mismo se va endeudando en forma exponencial y su deuda propia va creciendo a velocidades cada vez mayores.

Aquí lo que hay que tener en claro es que los EE.UU. no constituyen un solo organismo político sino dos. Por un lado tenemos a los EE.UU. como Estado-Nación, igual a muchos otros Estados del planeta. Pero a este Estado-Nación se le superpone en forma simultánea un "Imperio" que lo domina y parasita, siendo que los gastos efectivos corren siempre y solo por cuenta del "Estado-Nación".

Esto es así porque la superestructura imperialista es algo inmaterial desde el momento en que está basada sobre el dinero y, para colmo, sobre un dinero de valor totalmente arbitrario y contingente. Es un dinero que se halla al servicio de múltiples intereses privados sobre los cuales el Estado-Nación no tiene prácticamente ningún control desde el momento en que, tanto la Reserva Federal norteamericana como la cascada de empresas financieras en cuyo interior se toman las decisiones financieras importantes, son todas instituciones privadas.

La existencia de la plutocracia imperialista, que se superpone al Estado-Nación norteamericano y lo domina para canalizar sus energías hacia las aventuras más extravagantes, hasta es negada en forma oficial. Es obvio que resulta relativamente fácil ocultarla cuando su existencia política se esconde detrás de la financiación de los partidos políticos y las campañas electorales mientras sus enormes ganancias solo aparecen en asientos contables y balances bastante fáciles de maquillar. Por ello es que se nos repite a cada paso que ese centro de poder es un "ente imaginario" que solo existiría en las fantasías conspiranoicas de los apóstoles del odio, de los eternos disconformes y, por supuesto, de los fascistas más otros apocalípticos irrecuperables y políticamente incorrectos.

Que existen teorías más o menos conspirativas increíblemente ridículas es algo muy cierto. Pero eso no impide que el poder de la plutocracia internacional, el poder global de los dueños del dinero, sea algo bien real.

El costo insostenible del imperialismo

Sea como fuere, el hecho es que el propio pueblo norteamericano debe llevar sobre sus espaldas, al menos en algún grado, el costo de las aventuras económicas de la plutocracia. Pero esto tiene un límite.

Los Estados Unidos, como nación, pagan por buena parte del enorme gasto militar que representan sus drones, sus bombas atómicas, su electrónica, y sus miles de diferentes clases de armas. Pagan por los inconvenientes surgidos del comercio exterior norteamericano que beneficia a las grandes empresas pero de cuyos beneficios la gente común y corriente a veces casi ni se entera. A veces pagan con la vida de sus hijos cuando alguna operación en Afganistán o en algún otro lado de repente sale mal. En principio al menos, el Estado-Nación norteamericano paga las "operaciones" financieras de la plutocracia.

Pero, como decíamos, eso tiene un límite y los norteamericanos están bastante cerca de él. Y cualquiera con dos dedos de frente en los EE.UU. sabe que eso puede llegar a ser muy peligroso.

Un derrumbe definitivo del "sueño norteamericano" tendría efectos muy traumáticos en la sociedad; especialmente en la clase media y media-alta cuyo ingreso anual está muy por encima del valor real de su producción. Agréguese a esto un detonante como, por ejemplo, un conflicto racial – que es algo siempre subyacente en EE.UU. – y ya tenemos un escenario muy explosivo que puede terminar en cualquier cosa. Sobre todo si tenemos en cuenta la existencia de algo así como 200 millones de ciudadanos armados de los cuales la estadística demográfica nos dice que un 62% serían blancos y un 38% negros.

No hace falta mucha imaginación para prever que una conflagración de esas dimensiones y fuera de control podría llegar a ser una catástrofe colosal.

Los pararrayos

Y la plutocracia lo sabe. Ésa es la clave que nos permite entender a un personaje como Donald Trump. Con Obama intentaron calmar a los afroamericanos. No lo consiguieron demasiado bien: los negros esperaban mucho más de ese presidente y los blancos esperaban mucho menos. Por ejemplo, el sistema de salud promovido por Obama (el llamado "Obamacare") que favorecía a los afroamericanos y a las personas de escasos recursos terminó volteado por el gobierno republicano. En su lugar, Trump reacomodó la economía, bajó el desempleo y le dio un gran impulso al patrioterismo norteamericano.

Lo que hay que entender es que en la política norteamericana de los últimos años, personajes como Obama o Trump ofician de pararrayos. Trump fue diseñado para bajar a tierra la tensión de la población blanca del mismo modo en que Obama fue diseñado para conducir a tierra las tensiones de la población negra. Entre ambos constituyen un buen ejemplo de ingeniería social. La pregunta del millón es por cuánto tiempo se puede hacer funcionar el truco.

Porque este arreglo interno en los EE.UU. no solamente es inestable sino que depende de un modo muy fuerte de la capacidad de extraer de la periferia colonial lo que ya no se puede extraer del cuerpo central so pena de terminar desestabilizándolo por completo. Pero aquí entra a jugar otro problema no menor.

Dólar, colonias y deuda externa

Es un secreto a gritos que el dólar norteamericano está teniendo dificultades para funcionar como "moneda mundial". Todavía mantiene ese status y una parte decididamente sustancial del comercio exterior se lleva a cabo en dólares, pero ya no de un modo indisputado. Es más: resulta notorio como en varios casos – por ejemplo el de Saddam Hussein, o el de Muammar al-Gaddafi – la plutocracia hasta estuvo dispuesta hasta a ir a la guerra para frenar, entre otras cosas, el intento de desacoplar la comercialización del petróleo del dólar norteamericano. Putin en su área está impulsando parte de su comercio fuera del área del dólar y los chinos serán más cautos pero tampoco lo ven con malos ojos. Y demás está decir que buena parte de la animadversión que se cultiva para con Irán responde (también) a esta tendencia.

Frente a esta incipiente huida del dólar la oligarquía plutocrática no ha tenido más remedio que incrementar la presión sobre la periferia para poder seguir garantizando la sustentabilidad de su moneda global. Y una de las mejores herramientas para lograr esto son las monstruosas deudas externas expresadas, precisamente, en dólares. Hay muchos que no lo ven, pero la explicación es bien simple: un país que no tiene una moneda fuerte propia y que está endeudado hasta la coronilla (o incluso más allá) en dólares, no tiene ninguna posibilidad de desarrollar su comercio internacional en una moneda que no sea... el dólar. No hay mucho misterio en eso. ¿Hará falta señalar a la Argentina como ejemplo típico?

La cuestión es que el saqueo cada vez más inescrupuloso de la periferia aumenta progresivamente las tensiones en las colonias. Las respuestas que elaboran las élites plutocráticas para dominar estas tensiones son en muchos casos tan inadecuadas que las situaciones se vuelven patológicas. De este modo, con soluciones carísimas y equivocadas, impuestas en varios casos con extrema brutalidad, lo único que logran es llevar al mundo y a la propia plutocracia a una situación peor que la anterior.  Consecuencia de ello es que, para arreglar de algún modo el desaguisado, tienen que aumentar aún más la intensidad del saqueo de las colonias, lo cual por supuesto genera más tensiones todavía, y todo el macabro círculo vicioso comienza de nuevo.

Y continuará así hasta el día en que se rompa.

La solución: creatividad y realismo

En la Historia es muy difícil hallar algún ejemplo que nos ilustre como se puede salir de un huracán autogenerado de esta clase. Hay que dejar de autoengañarse: no hay modelos para copiar. No hay ideologías para trasplantar. No hay experiencias para imitar. Si queremos salir del laberinto no nos queda más remedio que ser creativos.

Por supuesto que existieron propuestas de soluciones en el pasado y algunas de ellas fueron muy buenas. Pero, seamos realistas. Por un lado y lamentablemente, los ámbitos y los entornos en que se propusieron fueron muy diferentes a los actuales. Y por el otro lado, esas propuestas fueron destruidas y estigmatizadas por los vencedores de las dos guerras mundiales que hundieron al Occidente en la decadencia actual.

También es cierto que a lo largo de toda la Historia Universal hubo muchos huracanes sociopolíticos y económicos pero hasta ahora, ninguno con el volumen, los alcances y los recursos tecnológicos del que hoy asoma en el horizonte. Y no menos cierto es que, así como en todos los casos la decadencia moral precedió siempre a la degeneración completa de todo el organismo político, nadie hasta ahora consiguió evitar el colapso una vez que esa decadencia consiguió instalarse en el poder.

De modo que mirar para atrás no ayuda mucho.

De hecho, en política al igual que en la calle, el espejo retrovisor solo sirve para saber qué dejamos atrás; no para distinguir la mejor forma de salir del embotellamiento.