sábado, 13 de julio de 2019

LA GUILLOTINA CUMPLE 227 AÑOS

El comunismo es el opio de los intelectuales
y no tiene remedio; a menos que una guillotina
pueda ser llamada un remedio para la caspa.
Clare Boothe Luce

El terror no es más que justicia
rápida, severa, inflexible.
Maximilien Robespierre

La decapitación de la reina María Antonieta
El conjunto de hechos anteriores y posteriores al 14 de Julio de 1789 en Francia constituyen un cúmulo de sucesos a los que se supone que debemos recordar con gran emoción y respeto; casi diría que hasta con alguna eventual lágrima en los ojos. La cuestión es que, cada vez que se menciona la Revolución Francesa, los grandes demócratas – incluyendo a la izquierda revolucionaria – ponen cara de circunstancias y hacen como que rinden homenaje a la Libertad, Igualdad y Fraternidad, una trilogía que se considera fundacional de toda democracia pero que hoy, como lema oficial del Estado, sobrevive tan sólo en dos países: Francia... y Haití.

Sin embargo, detrás de los grandes festejos y conmemoraciones se esconde una realidad brutal que contradice no solo la famosa trilogía sino hasta el románticamente heroico cuadro de la Madame Liberté guiando al pueblo con los pechos desnudos pintado por Eugène Delacroix casi medio siglo más tarde. No deja de llamar la atención que el día de esa famosa revolución se festeje justo aquél 14 de Julio cuya historia alevosamente tergiversada ya ha sido rectificada por docenas de historiadores sin que el mundo demoliberal se dignara tomar nota de las enormes distorsiones que se difunden y se enseñan en las escuelas desde hace 227 años.

Una de las leyendas de la mitología de la Revolución Francesa nos cuenta que el 14 de julio de 1789 el pueblo de París, no pudiendo soportar más la opresión monárquica, salió a las calles y comenzó una revolución tomando por asalto la Bastilla, una lóbrega prisión en dónde el régimen encerraba en condiciones inhumanas a los buenos ciudadanos revolucionarios, víctimas de una represión tan brutal como injusta.

La verdad es que las cosas ocurrieron de un modo muy diferente. Por de pronto, la Revolución Francesa no comenzó con el asalto a la Bastilla. En realidad, nunca hubo tal asalto. La Bastilla se rindió y fue entregada por su comandante, Bernard de Launay, luego de algunos desórdenes y tiroteos previos en los que se sepa, no murió nadie. Pero, si bien es cierto que hubo al menos algún grado de violencia en la rendición de la Bastilla, lo que sí ya es ficción pura es su supuesto carácter de mazmorra del pueblo en dónde el régimen encerraba a los revolucionarios republicanos. En realidad, hacia fines del siglo XVIII ni siquiera había una cantidad importante de prisioneros en la fortaleza. En 1782 la cantidad total de presos ascendía a diez; en mayo de 1788 a veintisiete, cifra que descendería abruptamente a nueve entre diciembre de 1788 y febrero de 1789. El 14 de julio de ese año los revolucionarios de Paris apenas si pudieron hallar y liberar a siete presos en total.

Para colmo, la Bastilla nunca fue una prisión para criminales comunes sino, más bien, una especie de cárcel de lujo para personajes de la nobleza que habían cometido la torpeza de incurrir en alguno de los "delitos de caballero" tales como no pagar sus deudas, matar a alguien en un duelo, acostarse con la esposa de algún poderoso, o ser políticamente demasiado irrespetuosos. La prueba de ello es la lista de los detenidos. Sería algo larga de tratar en detalle pero podríamos mencionar al mariscal de Bassompierre, al duque de Richelieu (resobrino del cardenal), al cardenal Rohan y unos cuantos más, incluyendo al "conde" Cagliostro, un charlatán italiano cuyo verdadero nombre fue José Balsamo y que se hacía pasar por nigromante, vidente y taumaturgo dotado de poderes  misteriosos y sobrehumanos. Como detalle irónico no deberíamos dejar afuera al mismísimo marqués de Sade a quien los revolucionarios no encontraron en la Bastilla por tan sólo una cuestión de diez días: el 4 de julio de 1789 el sádico marqués había sido encerrado en un manicomio. Fue una suerte. Con eso la vanguardia proletaria de la Revolución Francesa se salvó del dudoso honor de haber iniciado su gloriosa gesta liberando a uno de los psicópatas más célebres y degenerados de todos los tiempos.

Entonces ¿por qué iba el populacho de París a tomar la Bastilla y matar a de Launay luego de que se rindiera y a pesar de que le habían prometido que respetarían su vida y la de sus hombres? La respuesta es simple: los líderes de la revuelta apuntaban a hacerse de las armas y las 25 toneladas de pólvora que había en el lugar. Y lo consiguieron. Pero aún así, la Bastilla fue solo un episodio menor. Lo que siguió después fue mucho más grave y por cierto que, en innumerables casos, no tuvo absolutamente nada de heroico.

La verdad es que la Bastilla es un símbolo, pero no un símbolo de la revolución. Es el símbolo de la capacidad de ciertas personas para crear mitos que luego se difunden por medio de la irrestricta manipulación histórica y educacional a lo cual en nuestros días se suma la distorsión mediática con lo que se tergiversa el pasado de millones de personas que terminan creyendo que ese pasado falsificado forma parte de su tradición.

Es muy arriesgado dar cifras exactas, pero los datos disponibles indican que, entre los 5 años que van de 1789 a 1794 murieron miles de personas centenares de miles y hasta quizás cerca de un millón si consideramos a los muertos en los campos de batalla. Aún sin contabilizar a estos últimos, estamos hablando de un orden de magnitud de decenas de miles de muertos teniendo en cuenta tan solo a los que fueron masacrados por el "furor popular" de la muchedumbre, a los que murieron en circunstancias irregulares y a los que terminaron decapitados por ese siniestro aparato que sí es el verdadero símbolo de la Revolución Francesa: la guillotina.

El 25 de Marzo de 1792, la Asamblea Nacional francesa adoptó la decapitación como método de ejecución de las sentencias de muerte. Para realizar las ejecuciones, un médico llamado Joseph Ignace Guillotin recomendó el aparato que al final terminó adoptando su nombre aún cuando él no fue su inventor como cuenta la leyenda popular. Lo que hizo Guillotin fue recomendar un aparato conocido que ya tenía sus antecedentes en Escocia, Italia y otros países.

Joseph Ignace Guillotin nació en 1738 en la ciudad de Saintes, en la región de la Nueva Aquitania francesa. Al principio fue un jesuita docente pero luego abandonó la Orden y se dedicó al estudio de la medicina. Recibió su diploma de médico en 1770 y 18 años más tarde ocupó una cátedra en la universidad de París. En 1789 se convirtió en diputado por París en la Asamblea Constituyente. En el momento de la redacción del nuevo Código Penal fue partidario de la igualitarización del castigo, es decir: que al momento de la sentencia no se tuviese en cuenta la posición social del reo. El 1º de Diciembre de 1789 propuso que se reemplazara el cruel método de la horca por la decapitación "indolora" que, según su opinión, le evitaría al reo el sufrimiento en sus últimos minutos. Según él, su propuesta estaba inspirada en sentimientos humanitarios.

La construcción del aparato le fue encargada a un carpintero constructor de pianos y después de ponerlo a prueba con animales y con cadáveres del Hospital de Bicetre lo instalaron en la Plaza de Grève el 25 de Abril de 1792. El dudoso honor de inaugurarlo lo tuvo un tal Nicolas Jacques Pelletier, un simple delincuente común. Después de eso, instalada en lo que es hoy la Plaza de la Concorde, la guillotina subió y bajó muchas, muchas, veces.

Durante el Terror –  1793-1794 –  el total de condenas de muerte y de ejecutados con la guillotina en toda Francia fue de 16.594 personas entre las cuales se encuentran tanto el rey Luis XVI y la reina María Antonieta como el mismo Robespierre, el promotor principal de ese terror. Pero eso es solamente el saldo del Terror "legal" porque la violencia directa ejercida por la muchedumbre, las ejecuciones sumarias y las muertes en las cárceles representan algo así como 35.000 a 40.000 víctimas que se suman al número de decapitados "legalmente" por la guillotina.

Que el buen Joseph Guillotin terminó muriendo decapitado por el mismo aparato que ayudó a imponer por "cuestiones humanitarias" es otro de los mitos de la Revolución Francesa. Estuvo cerca, eso es cierto. Sólo la caída de Robespierre lo salvó de perder la cabeza en el patíbulo. Pero la verdad es que falleció en 1814 a los 75 años, en París y ¿quién sabe? Quizás hasta se arrepintió de haber hecho la recomendación que hizo.

Porque lo realmente curioso de la Revolución Francesa que en muchas partes se festeja con gran pompa y ceremonial, es que fue una revolución fracasada como proyecto político. Pensada en círculos masónicos y otras asociaciones por toda una pléyade de "librepensadores" como un proyecto destinado a eliminar la monarquía, esa revolución – después de un baño de sangre de 11 años – desembocó en la aventura imperial de Napoleón. En otras palabras: los revolucionarios franceses guillotinaron a un rey y apenas 11 años después terminaron siendo gobernados por un sujeto que resultó ser un emperador.

Napoleón Bonaparte
Emperador de los franceses
No obstante, es cierto que los inspiradores intelectuales de la Revolución Francesa tuvieron éxito como impulsores de la revolución cultural cuyos efectos terminarían barriendo la casi totalidad de los regímenes monárquicos de Occidente. Una prueba más de que la revolución cultural siempre precede a la revolución política.

Porque no es cuestión de olvidarlo: la Revolución Francesa como tal fracasó, pero sus ideales y principios ya habían triunfado con la Revolución Norteamericana que la precedió en 1776 y, después de ser aceptados por prácticamente todo Occidente, no pocos de sus principios – y sobre todo de sus métodos – resucitaron 128 años después con la Revolución Bolchevique de 1917. Tanto Marx como Lenin fueron grandes estudiosos de los hechos de 1789/99 en Francia. Pero, así y todo, la aventura soviética terminó fracasando igual que la francesa, solo que duró algunos años más y se llevó una masa de cadáveres mucho mayor que hoy los rusos mencionan como "nuestros 20 millones". Veinte millones en los que falta contabilizar los ucranianos muertos de hambre durante el Holodomor y todos los que murieron por las represiones salvajes en los países ocupados por los soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial. Para no hablar de los muertos por las versiones china, camboyana, cubana y algunas otras que fueron producto de la misma ideología.

Y otra cosa más: en la cuestión del costo en vidas humanas tampoco deberíamos dejar afuera a los norteamericanos que se adelantaron en 13 años a los franceses. Porque los yanquis, entre una guerra y otra, incluyendo una Guerra Civil propia, también tienen en su haber unos cuantos millones de cadáveres.

Es que pocas personas se han dado cuenta de que eso de la Libertad, Igualdad, Fraternidad es una consigna revolucionaria que terminó siendo descuartizada y secuestrada. Los demoliberales monopolizaron la adoración a la libertad y los marxistas la idolatría a la igualdad.

Lástima grande que, en el proceso, la fraternidad terminó siendo abandonada en medio de un enorme charco de sangre. 

Considerándolo todo, siempre me he preguntado una cosa: realmente, ¿qué es lo que hay para festejar el 14 de Julio?



2 comentarios:

  1. Excelente Denes, hace unos años vi un video de Jacques M de Mahieu sobre la revolución francesa, llamada por él la subversión inglesa, donde explica la génesis histórica de ese acontecimiento y su repercusión en Francia y en el resto del mundo, imprescindible.

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  2. Pensar que la tan "terrible" inquisición española parece que se cargó a 3000 personas en un plazo de tiempo mucho mayor (https://www.tms.edu/es/blog/cuanta-gente-murio-durante-la-santa-inquisicion/), y esta revolución, con su terror, es vista como buena siendo que fue un desastre humanitario.

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