Si más que al oro acumulado
valoráramos la buena comida,
la sana alegría y las hermosas canciones,
el mundo sería muchísimo más agradable.
J.R.R. Tolkien
Que la comida sea tu medicina
y que tu medicina sea tu comida.
Hipócrates
Dale comida a los pobres y te llamarán filántropo.
Pregunta por qué los pobres no tienen comida
y te acusarán de anarquista, comunista o fascista.
Anónimo
Ese escenario fue el que halló el Maestro cuando viajó al Norte para dictar una serie de conferencias que le había solicitado un grupo de jóvenes universitarios. Por cuestiones de programación las disertaciones tuvieron que incluir un fin de semana sin actividad, tiempo que el Maestro aprovechó para hacer caminatas por el campus y por los bosques circundantes, disfrutando la novedad (para él) de caminar por la nieve y observar la naturaleza y, sobre todo, a los pájaros algunas de cuyas especies le eran nuevas como, por ejemplo, los pequeños carboneros [2] y los herrerillos que, por supuesto, competían con bandadas de inquietos y muy activos gorriones.
El lunes siguiente, el tema a desarrollar era "Competencia y Colaboración – Egoísmo y Solidaridad en la sociedad humana". Cuando llegó el momento, el Maestro entró en la sala, saludó como de costumbre pero, en lugar de comenzar una exposición, dijo:
— Hoy les propongo hacer un pequeño experimento.
Tras lo cual comenzó a sacar algunas cosas del bolso que traía. Lo primero que apareció fue un plato sopero de regulares dimensiones. Después, dos bolsitas de papel cuyo contenido comenzó a verter sobre el plato mientras explicaba:
— Esto que estoy poniendo en el plato son semillas. Por un lado, tengo semillas de girasol y, por el otro, éstas son semillas de trigo.
Una vez terminado, removió un poco el contenido del plato y continuó:
— Y ahora le voy a pedir a alguno de ustedes que coloque el plato afuera, frente a los ventanales y que todos se dediquen a observar en silencio lo que va a ocurrir.
Eso fue exactamente lo que se hizo. Alguien del público colocó el plato lleno de semillas sobre la nieve de tal modo que pudiese ser observado desde los ventanales de la sala y se retiró. A los pocos minutos ocurrió lo que, por supuesto, todo el mundo sabía que iba a ocurrir. Apareció un pájaro, un carbonerito, que se posó al lado del plato y picoteó algunas semillas.
La cuestión es que ese primer carbonerito de algún modo le pasó el mensaje a sus compañeros porque en muy poco tiempo el plato estuvo rodeado de toda una bandada de ellos. La forma en que comían sus semillas, sin embargo, era algo curioso. Un carbonerito se acercaba al plato, picoteaba una semilla, e inmediatamente se retiraba para darle su lugar al próximo. Así, a pesar de que el plato estaba siempre rodeado en un movimiento febril y, en apariencia, desordenado, cada carbonerito tenía su chance de acercarse, picotear una semilla y retirarse para que pasara el siguiente. Bien mirado, parecía el desfile de un conjunto de individuos – muy inquietos y alegres pero bastante disciplinados dentro de todo – alrededor de una gran olla común llena de comida. Así pasaron varios minutos.
Hasta que llegó el primer gorrión.
Gordito, prepotente, agresivo, el gorrión no aterrizó al lado del plato. Se posó directamente en el medio del mismo, sobre las semillas, en un gesto desafiante de como quien dice: "A partir de ahora todo esto es mío." Lo curioso fue que los carboneritos no solo no hicieron ningún esfuerzo para echarlo sino que directamente lo ignoraron. Mientras su señoría el gorrión, sentado a sus anchas en el medio del plato, comía sus semillas y a veces hasta se agitaba en ellas como quien se acomoda para sentarse mejor – con lo que desparramaba algunas fuera del plato – los carboneritos hacían caso omiso de esas bravuconadas y seguían comiendo como antes, de a uno por vez, con la única diferencia que ahora no solo comían las semillas que estaban en el plato sino incluso las que el invasor tiraba afuera con sus movimientos.
Pero claro. Así como el primer carbonerito había llamado a los demás, el gorrión invasor hizo lo mismo con sus compañeros y en poco tiempo los alrededores del plato y hasta la superficie del plato mismo se convirtieron en el hervidero de una actividad nerviosa y competitiva de dos bandadas de pájaros bregando por el mismo montón de comida. Por momentos pareció una especie de hormiguero al que alguien acababa de patear; o una multitud tratando de subir al mismo tren; o una manifestación alrededor de un estrado circular. Desorden, caos, tumulto, apenas disimulada agresividad, empujones, comida desparramada. Algunos gorriones en el centro del plato ocupándolo todo y los demás – el resto de los gorriones incluido – tratando de picotear algo desde afuera y consumiendo lo que caía del plato.
El espectáculo duró algunos minutos más.
Hasta que se acabaron las semillas.
Los primeros en levantar vuelo fueron los gorriones. Los carboneritos se quedaron un poco más picoteando alguna que otra semilla que había quedado pisoteada y semi-cubierta por la nieve hasta que también ellos se convencieron de que ya no quedaba nada para comer y se fueron volando.
— Muy bien señoras y señores – dijo el Maestro mientras los asistentes a la conferencia volvían a sus lugares – Ahora quisiera que me hagan llegar sus comentarios sobre lo que acaban de ver.
Como era de esperar, en poco tiempo se produjo un tan interesante como intenso debate a lo largo del cual fueron apareciendo todas las cuestiones que las escenas observadas despertaron en la imaginación y el intelecto de los presentes. Al principio surgieron los temas poco menos que obvios: el valor de la cooperación, la lucha por la supervivencia, la dictadura de los más fuertes, la astucia de los más débiles. Sin embargo, más tarde se plantearon también cuestiones más sutiles: la solidaridad entre iguales y solo entre iguales; el resultado final sobre el que quizás hasta se podía argumentar que, al fin y al cabo, terminó en una equitativa distribución de la riqueza disponible; el hecho curioso que los débiles ocuparan por propia iniciativa el perímetro del plato mientras que los primeros invasores conquistaron inmediatamente el centro como la cosa más natural del mundo. Y por último un gran debate se originó alrededor del tema de la agresividad ante la observación en cuanto a que, más allá de empujones y empellones, en ningún momento se observó una verdadera agresión – por ejemplo a picotazos – entre los gorriones y los carboneritos. Como si hubiese existido una restricción tácita que prohibiera las agresiones con consecuencias graves.
El Maestro condujo los debates con un mínimo de intervención de su parte. Su participación directa no pasó de arrimar algún argumento de vez en cuando o corregir con sutileza algún error demasiado manifiesto. Fueron los participantes mismos los que llegaron poco a poco a las conclusiones que el experimento sugería.
Con el tiempo, las intervenciones se fueron espaciando; los temas comenzaron a reiterarse y el debate amenazó con languidecer. Ante eso, el Maestro consideró que convenía cerrar el tema. Se levantó, alzó la mano pidiendo silencio y dijo:
— Les agradezco el debate. Espero que les haya resultado tan interesante como a mí. Hemos hablado de muchas cosas realmente importantes y creo que todos nos llevamos bastante material para pensar y meditar por un buen rato. Es obvio que, en el tiempo disponible y en el entorno de un debate entre muchas personas, no hemos agotado los temas ni mucho menos. Por eso, los invito a seguir pensando y desarrollando todo lo que hoy vimos y conversamos.
El Maestro bebió un sorbo de agua del vaso que tenía cerca y continuó:
— Hay dos cosas, sin embargo, que quisiera señalarles antes de dar por terminada nuestra conversación. La primera de ellas es que de pocas cosas se aprende tanto como de la Naturaleza misma. Este mismo experimento lo demuestra. Estuvimos un tiempo observando algo casi infantilmente simple: dos bandadas de pájaros comiendo granos de un mismo plato; y después le dedicamos cinco o seis veces ese tiempo al debate sobre las impresiones que esa observación nos produjo. Madre Natura es una excelente maestra. Nos obliga a volver a la realidad si en algún momento nos ataca la enfermedad del intelectualismo y de pronto empezamos a perseguir quimeras que al final hasta resultan ser espejismos. Con todo, les recomendaría una cosa: ¡cuidado con el antropomorfismo! El comportamiento de los seres humanos no es enteramente trasladable a los animales y viceversa, el comportamiento de los animales no es asimilable en un todo al comportamiento humano. Seres humanos y animales son diferentes. Tienen cosas en común pero no son iguales. No exageremos con las similitudes.
— Y por último, la otra cosa que les quería señalar es que, en todos estos interesantes y muy intensos debates que acabamos de tener, hemos hablado de muchísimas cosas pero hay una cuestión, una cuestión esencialmente importante, que no hemos tocado. Quiero que se tomen cinco minutos para pensar qué es lo que faltó considerar respecto de nuestro pequeño experimento. Los espero.
La sala se llenó de murmullos y fueron pasando los minutos. Pero no surgía una idea realmente nueva. De las ideas propuestas, o bien la cuestión ya había sido tratada, o bien se relacionaba directamente con algo ya debatido. Pasaron así – holgadamente – los cinco minutos hasta que, al fin, la audiencia se rindió y cedió la palabra al disertante. Sonriendo levemente, el Maestro volvió a tomar la palabra:
— Sin embargo es bastante obvio. Todo nuestro pequeño experimento ni siquiera hubiera sido posible si no hubieran existido personas que araron, plantaron, cosecharon y seleccionaron las semillas, luego de lo cual otras personas las transportaron a esta ciudad y las llevaron al negocio en el cual las compré para, finalmente, traerlas hasta aquí, ponerlas en un plato y llevarlas al jardín.
— Recuérdenlo: antes de discutir sobre cómo distribuimos la comida, asegúrense de que existan personas gracias a las cuales podemos en absoluto tener un plato de comida sobre la mesa.
La distribución equitativa de la riqueza es importante.
Pero antes de hablar de distribuirla primero hay que resolver el problema de cómo generarla.
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NOTAS
1)-Referencia al "Ded Moroz" (del ruso Ded=abuelo y Moroz=Frío) figura mitológica de los eslavos orientales personificada en un anciano de larga barba que se paseaba por los bosques y los campos. Llevaba en la mano una larga vara mágica con la cual, si daba algunos golpes en el suelo, se producían grandes heladas.
2)- El carbonero común (Parus major) es un ave de la familia de los Paridae. Es muy común en Europa y Asia, en bosques de todo tipo.
Ovación de pie!!!!
ResponderBorrarEl artículo es magnífico pero pasa por alto el hecho de que para que exista un sistema productivo debe haber un Estado es decir la institución integrada por un grupo humano para apoderarse de un territorio frente y repartir de forma desigual los beneficios entre sus miembros.
ResponderBorrarEs decir, para producir algo resulta imprescindible un estado y por tanto tiene que estar especificado el procedimiento de reparto lo que lleva implícita la división del trabajo y la existencia de clases sociales.
Hola Denes, muy de acuerdo con su artículo. Una pequeña corrección: la cita al inicio que aparece como anónima en realidad es de Don Hélder Câmara, arzobispo de Recife y uno de los principales referentes de la Teología de Liberación:
ResponderBorrarhttps://es.wikipedia.org/wiki/H%C3%A9lder_C%C3%A2mara
Hola Carlo.
BorrarHonestamente, no lo sabía. Pero creo que nos han llamado algo parecido a todos los que usamos la cabeza y no nos callamos la boca. De última, en el Fausto de Goethe hasta Mefistófeles dice algunas cosas que tienen bastante sentido....
Excelente
ResponderBorrarDetesto la caridad por la vergüenza que encierra...Atahualpa Yupanqui.
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