La humanidad le debe más
a las derrotas gloriosas
que a las victorias inmerecidas.
a las derrotas gloriosas
que a las victorias inmerecidas.
La solitaria cruz de Ñandubay |
Campo de gloria
Allá al fin de la Vuelta, donde ya por vez última Refleja el Paraná campesinas barrancas, Gira en hondos remansos, y sesgado al oriente, Por el dédalo isleño se desliza hacia el Plata, Viejo campo de gloria la heredad solariega Tiende en prados y bosques y tersura de aguas, Donde, pronto hará un siglo, combatientes heroicos Defendieron la Vía primordial de la patria. Si en defensa del paso, baterías ligeras Tuvo el jefe argentino que oponer a la escuadra, No apocó a sus valientes esa lucha imposible Del cañón de marina y el cañón de campaña. Y alza aquí su baluarte, cierra ahí nuestro río Con la triple cadena de su puente de barcas, Y contiene a las naves con tormenta de fuego Mientras queda un soldado, y un cañón, y una bala… ¡Pasa, quilla extranjera: será breve tu orgullo! Del arrojo tremendo, del martirio sin tacha, Diga sólo la Historia: “Fueron mil defensores, Y quinientos, aquí, para siempre descansan”… ¿Qué importa que los héroes arbolaran tu insignia, Roja Federación que ese día eras santa? ¡Vergüenza al argentino que no estuvo, en su hora, Con el “tirano” criollo frente al gringo pirata! Hoy, pacíficas naves van por ti, río inmenso, Y apoyáis altos muelles, nemorosas barrancas, Que a colmar las bodegas, para el hambre del mundo, Desde aquel llano fértil al canal se adelantan. Nada es eco de antaños, ni recuerda que un día Fueran campo de horror estos campos de gracia. Sólo, acaso, el labriego, su azadón virgiliano Mella en huesos antiguos y en herrumbre de armas. Ni más piden los bravos, su laurel ya ceñido, Pues cayeron en pro de la tierra sagrada, Y hoy, llamada a respeto, sabe la ávida Europa Que no es cosa de nadie nuestra próvida Pampa. Mas, la Patria no olvide que allanó a su bandera, Con derrota fecunda, la victoria cercana, Esa hueste indomable que luchó en Obligado Y que duerme a la sombra de una cruz solitaria… Carlos Obligado El poema de la Vuelta de Obligado, Buenos Aires, El Ateneo, 1949, págs. 72-73. |
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