sábado, 6 de enero de 2018

LA ILUSIÓN DEMOCRÁTICA

A medida en que la democracia se perfecciona,
el oficio de presidente representa cada vez más
estrechamente el alma íntima del pueblo.
Algún día grande y glorioso, la gente simple del país
alcanzará por fin el deseo de su corazón y
la Casa Blanca estará adornada
por un completo imbécil.
H.L. Mencken [1]

Una prosapia inventada

El término "democracia" significa – literalmente – gobierno del demos algo que, según la archirrepetida definición de Abraham Lincoln, debe entenderse como el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

Realmente muy atractivo y simpático.

Solo hay un pequeño problema: no es cierto.

El demos de los griegos – de quienes hemos heredado el término – nunca significó  "el pueblo" en el sentido que le otorgaron los filósofos y los políticos liberales más de 2.000 años después.

De hecho, la δημοκρατία (dēmokratía) [2] griega no tiene prácticamente nada que ver con nuestras democracias actuales. El mito de la ilustre prosapia griega de nuestra democracia no es más que una   licencia poética a la que se recurrió con la intención de endosarle un poco de rancia tradición a un sistema político que, en rigor de verdad, no tiene más de 250 años de vigencia efectiva. Y aun esto solo en algunos pocos países ya que, en la enorme mayoría de los casos, la implantación del régimen democrático es mucho más reciente.

Los personajes que nuestra democracia nos supo conseguir de 1983 a la fecha

El original griego

El personaje que, después de toda una serie de idas y venidas y de no pocos fracasos y cambios de partido para hacerse del poder, implantó la democracia en Grecia fue un señor llamado Clístenes. [3] Después de conseguirlo, hacia el 508AC decidió consolidar su posición reformando la reforma de Solón y, para ello, destruyó lo que había sido hasta ese momento el pilar de la organización social y política de los atenienses: la estirpe.

Hasta la reforma de Clístenes, la sociedad ateniense había estado organizada de acuerdo con lazos de sangre. La unidad política, social y económica de Atenas había sido la familia y los lazos familiares. La medida que Clístenes tomó fue la de suplantar, en lo político, esa organización tradicional por una organización de base territorial. A partir de su reforma, la representatividad política ya no estuvo basada en la pertenencia a un núcleo humano unido por lazos de sangre y una tradición común sino simplemente por el lugar de residencia. Trazó sobre el mapa de Atenas y sus alrededores algo prácticamente equivalente a lo que hoy serían las circunscripciones electorales y organizó todo el resto de las instituciones políticas alrededor de esta nueva forma de representatividad.

El corazón de toda esta complicada arquitectura política fue el demos. La palabra se traduce generalmente por "pueblo" pero, en realidad, significa simplemente “la población” y, por extensión, designa también el lugar en donde esas personas viven, es decir: el poblado, el barrio, el cantón, la comuna, el municipio.

Con nuestro léxico actual a la democracia griega original,  más que como "democracia" hoy la designaríamos como una especie de "barriocracia " o "distritocracia". El demos griego es más un municipio que un pueblo. Lo más similar que encontraríamos hoy por el mundo es el sistema cantonal suizo. Que de hecho, no es el gobierno de un pueblo sino el de tres que se han acostumbrado a convivir. Uno al lado del otro y sin entremezclarse demasiado.

La copia demoliberal

El modelo de la "dēmokratía" griega sufrió grandes modificaciones cuando, cosa de 2.300 años después,  tuvo que ser adaptado a las necesidades de las filosofías liberales y a las sociedades de masas. En este proceso, la democracia directa de los barrios, municipios o circunscripciones electorales griegas originales fue suplantada por democracias representativas cuya esencia consiste en que los ciudadanos con derecho a voto, deciden – libre y secretamente – quiénes serán los que ejercerán el poder en nombre de la comunidad. Un poder siempre limitado y regulado por un instrumento jurídico llamado Constitución, que puede ser un documento escrito, como sucede en la gran mayoría de los casos, o una convención basada en la costumbre y la tradición como es, por ejemplo, el caso de Inglaterra o Israel. Pero incluso más allá de sea cual fuere el mecanismo de la limitación al ejercicio del poder político, esta especie de "aristocracia electa" surgida de los comicios es – al menos en teoría – tan solo la depositaria temporal de un mandato otorgado por el pueblo que sería el verdadero poseedor de la soberanía.

Cuando se analiza este régimen político en profundidad no se tarda mucho en descubrir varias cuestiones básicas y elementales que plantean preguntas para las cuales no existe una explicación satisfactoria.  Quizás la primera de ellas sería: ¿realmente posee el pueblo – como tal, como conjunto estadístico masivo – la capacidad de ver y de comprender en su totalidad el funcionamiento de esa maquinaria increíblemente compleja e intrincada que la globalización ha construido a lo largo y a lo ancho de todo el planeta?

La pregunta se convierte en retórica apenas unos segundos después de planteada porque la respuesta más que obvia es: no. La mayoría electoral – sea ésta absoluta o relativa – no tiene ninguna posibilidad de comprender, la esencia de los múltiples problemas sociales y económicos con  sus previsibles consecuencias a mediano y largo plazo. Y, si no tiene posibilidades de entender realmente la raíz, la estructura y las consecuencias del problema ¿cómo demonios va a hacer este pobre pueblo soberano para decidir y elegir la mejor propuesta de solución que le presentarán quienes dicen que sí lo entienden? Sobre todo cuando, por añadidura, ni siquiera uno puede estar seguro de que los que se presentan como expertos en el tema realmente lo entienden. O, peor todavía, cuando los expertos que deberían resolver el problema en rigor de verdad no tienen ninguna intención de resolverlo porque el problema, por más daño que cause al querido y estimado pueblo soberano, es un negocio fenomenal para unos muy pocos muy interesados en dejar las cosas tal como están.

Así, en no pocos casos, el revelar el verdadero entramado y las causas reales de los problemas que afectan a la Aldea Global puede llegar a ser muy "políticamente incorrecto" y, por ende, no exento de riesgos para quien se atreva a hacerlo. En consecuencia, lo que el pueblo soberano acepta o rechaza con su voto no es algo referido a lo que podríamos llamar la "realidad real". El voto democrático decide entre opciones que no son más que un "relato", o sea: una construcción artificial pergeñada por las instancias que realmente ejercen el poder político, más allá de las instituciones oficiales, las máscaras legales y las promesas descaradamente demagógicas de los candidatos de las cuales todo el mundo con dos dedos de frente sabe que nadie las va a cumplir.

De modo que la cuestión de fondo es establecer los mecanismos mentales que impulsan y gobiernan la decisión del electorado con lo cual hemos arribado al tema de la psicología de las multitudes [4] que es una de las cuestiones más delicadas de las democracias de masas actuales.

La irracionalidad "popular"

La decisión de "pertenecer" a algún partido político, o "ser" de alguna ideología o tendencia – izquierda, derecha, liberalismo, marxismo, trotskismo, nacionalismo, tradicionalismo  más toda la pléyade de "ismos" y modas que existen en un largo etcétera – es algo que ocurre más en la esfera emocional-temperamental que en la esfera racional de las personas.  Esto sucede porque, ya sea por la adhesión o por el rechazo, la preferencia emocional se impone precisamente porque no requiere del complejo, largo y bastante tedioso proceso del análisis racional.

No es difícil detectar estos momentos de irracional emocionalidad en las votaciones masivas cuando éstas de pronto se apartan de lo esperado por los diseñadores de campañas. En los últimos tiempos, hemos sido testigos de varios procesos que no salieron en absoluto como racionalmente se esperaba. Uno de ellos sucedió el 23 de Junio de 2016 cuando, contra las expectativas más difundidas, el 51,8% de los ingleses votó por abandonar la Unión Europea. [5] La otra gran "sorpresa irracional" fue la elección norteamericana de noviembre del mismo año que, contra todos los pronósticos y todas las encuestas [6], le dio la presidencia a Donald Trump por sobre Hillary Clinton. Y estos dos ejemplos por cierto que no agotan el tema.

Lo cómico es que la mayoría de los sesudos intelectuales de la democracia interpreta estos casos de rebeliones emocionales como una falla de la democracia. Cuando se produce alguna de estas situaciones es bastante frecuente que los grandes analistas oficiales de repente recuerden y repitan hasta el hartazgo que también Hitler accedió al poder por la vía del voto democrático del pueblo alemán. Para los demócratas, el problema con esto es que así el famoso apotegma de "vox populi, vox Dei" pierde buena parte de su poder de convicción pues obliga a admitir – bien que a regañadientes – que, a pesar de todo, el pueblo, lamentablemente, a veces se equivoca; que el ciudadano puede votar mal por ignorancia y que siendo ignorante no es apto para el ejercicio de la "verdadera" democracia para la cual, como quería el inefable Domingo Faustino Sarmiento, primero habría que "educar al soberano".

El otro recurso al cual también suelen recurrir los analistas oficiales es el apelar a la comunicación. Según esta teoría, cuando prima la irracionalidad emotiva frente a la (al menos supuesta) racionalidad de una determinada propuesta, lo que sucedió no fue una equivocación del pueblo soberano sino un error de comunicación de parte de quienes presentaron la propuesta. De acuerdo con esta línea argumental no es que el estimado pueblo soberano no pudo entender la cuestión por su complejidad y por la multiplicidad de sus factores. No. Lo que sucedió fue que la propuesta estuvo "mal comunicada" y se prestó a un sinnúmero de confusiones y dudas. Con ello queda un poco a salvo lo del "vox populi, vox Dei" pero, en contrapartida, surge la pregunta de cómo explicarle el impacto de una deuda colocada a interés compuesto en dólares a alguien que en materia de aritmética apenas si domina las cuatro operaciones fundamentales y no tiene ni la más mínima noción acerca de cómo se establece internacionalmente el valor del dólar.  Es como si a alguien  le dieran diez minutos para explicarme – a mí, que soy una nulidad total en materia de química – la estructura molecular y la temperatura de transición vítrea de los polímeros.

Sea como fuere, el mensaje concreto es que en algunos casos no habría motivos para respetar demasiado el veredicto de las urnas. Lo cual, por supuesto, abre las puertas para que, de hecho, la democracia se convierta en la dictadura de los demócratas.

La dictadura democrática

La cuestión es que, si esto es así, no solamente tendremos que mandar de paseo el dogma de la infalibilidad del pueblo soberano sino también la teoría repetida ad nauseam que postula a la democracia como el mejor de todos los regímenes políticos inventados por el ser humano. Porque lo que en realidad ha sucedido en la cuna misma de la democracia liberal es exactamente lo que, ya hacia la primera mitad del Siglo XX, H.L. Mencken pronosticó mediante la cita que encabeza esta nota.

Si el resultado final de la democracia es una figura como George W. Bush, Barack Obama o Donald Trump – siendo este último una figura que ya los medios masivos del propio régimen ridiculizan, denuestan y caricaturizan (muy probablemente incluso más allá de lo que el tipo en verdad se merece) – entonces no hay forma de negar que hasta en la primera democracia del mundo la masa amorfa de votantes no es capaz de hacer una selección crítica entre las diferentes ofertas electorales y, desconfiando de lo que racionalmente no puede entender, termina votando por caprichosos impulsos emocionales y no por una serena y profunda reflexión racional que, de todos modos, es incapaz de realizar y que, aun si fuese capaz, no podría concretar porque el aparato de difusión masiva no solo le retacea información esencial sino que lo desinforma con cataratas de chismografía irrelevante.

Y no es que un análisis racional de los datos concretos y veraces hubiese llevado al electorado norteamericano a votar por Hillary Clinton en lugar de Donald Trump. En absoluto. Siendo que el voto no es obligatorio en los EE.UU. un análisis racional de la realidad objetiva hubiera hecho que los votantes se quedaran tranquilamente en su casa, sabiendo que ambas opciones eran igualmente nefastas, tanto para Norteamérica como para el mundo entero. O, quizás, más drásticamente todavía, ese análisis racional hubiera evitado que sujetos como la Clinton o Trump llegaran a ser candidatos en absoluto.

Y con esto se cierra el círculo de la ridiculez. Porque si el establishment mismo considera que Donald Trump es un payaso pero, simultáneamente, acusa de conspiranoicos o profetas del odio a todos los que se atreven a señalar que un sujeto así no puede ser el verdadero presidente de los EE.UU. y, puesto que a pesar de ello la política norteamericana a nivel mundial e interno no ha cambiado para nada en lo esencial desde que el denostado "payaso" es presidente, forzoso es reconocer que, detrás del "payaso" tiene que existir un Poder Real que hace funcionar al país tanto en lo interno como en lo internacional, sin importar quién es el payaso (o la payasa) que ocupa el Salón Oval de la Casa Blanca.

Nadie con un mínimo básico de experiencia política puede creer que un perfecto inútil como George W. Bush gobernó realmente a los EE.UU. así como hoy nadie puede tomar en serio a un Donald Trump que se pelea con Kim Jong-un para ver quién tiene el botón nuclear más grande. En su oportunidad, nadie con un mínimo de conocimiento de política internacional pudo creer que la decisión de invadir Iraq, con el pretexto de las (inexistentes) armas de destrucción masiva de Sadam Husein, fue una decisión personal de Bush. Como que también es más que evidente que la persistente e insistente campaña mundial orquestada para demonizar a Irán no es la consecuencia de la voluntad popular de pueblos cuya enorme mayoría no sabría ubicar a Teherán en el mapa.

El democrático cowboy matón y el autoritario patotero coreano
discuten sobre quién tiene el botón nuclear más grande.
De modo que, por un lado tenemos al pueblo que, como conjunto teóricamente soberano, no está en condiciones de tomar decisiones relacionadas con las enormemente complejas cuestiones sociales, políticas y económicas que plantea la realidad. O sea: por un lado hay una masa de electores que elige a sus representantes esencialmente por caprichosas filias o fobias, con lo que terminan detentando el poder formal monigotes, payasos o meros demagogos.  Por el otro lado, sin embargo, los países supuestamente gobernados por estos payasos de algún modo siguen su rumbo – a lo sumo con algunos altibajos fácilmente controlables. El resultado es que, en el mediano/largo plazo, muy pocas cosas se apartan de la estrategia globalizadora del Nuevo Orden Mundial, a pesar de la inocultable ineficacia o corrupción de los gobernantes y la no menos inocultable ignorancia de las masas que viven con la nariz pegada al televisor.

Para entender la situación real resulta forzoso admitir tres cosas:

1)- Las masas electorales ni tienen suficiente información para tomar decisiones racionalmente bien fundadas, ni tienen tampoco – estadísticamente hablando y como conjunto – la capacidad para analizar y comprender los complicados problemas que aquejan al mundo y a las naciones de una estructura globalizada. En consecuencia, elijen a sus representantes por filias o fobias irracionales –  ya sean personales o ideológicas  –  que no garantizan en absoluto ni la idoneidad ni mucho menos la honorabilidad de los representantes electos.

2)- A su vez, los políticos que teóricamente deberían regir nuestros destinos no los rigen en absoluto por la sencillísima razón de que no tienen suficiente poder para ello y, aun si lo tuvieran, serían demasiado ineptos como para ejercerlo.

3)- Si a pesar de ello la estrategia del Nuevo Orden mundial globalizado se va cumpliendo de un modo o de otro en todo el planeta, es obvio que detrás de las bambalinas del poder formal existe un Poder que se encarga de llevar adelante una planificación estratégica decidida por fuera del circuito institucional de los partidos políticos,  sus candidatos y las campañas electorales.

Admitámoslo: la democracia no es lo que parece. 

Es lo que no parece ser.

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NOTAS
1)- H.L. Mencken, On Politics: A Carnival of Buncombe
2)- Cf. Diccionario de la Real Academia Española:
3)- Cf. Denes Martos, Los Atenienses, pág. 78
4)- Cf. Gustave Le Bon, Psicología de las Masas, La Nueva Editorial Virtual, 2014
5)- Votos a favor del "Brexit": 17.410.742 - Votos a favor de permanecer: 16.577.342 -  Total de votos: 33.577.342 -  Participación: 72% Cf. http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-36484790
6)- Y tengo que ponerme el sayo porque me cabe ya que yo mismo me equivoqué en el pronóstico. Durante muchos años venía acertando quién sería el ganador de las elecciones norteamericanas averiguando simplemente quién había puesto más plata en la campaña. En el caso de Trump/Hillary me falló. La Clinton puso muchísimo más dinero en la campaña y gozó de un apoyo muchísimo mayor de parte del establishment norteamericano y, sin embargo, Trump con su estilo de matón yanqui y su pseudonacionalismo de "America First" ([Norte]América Primero) se ganó más simpatías que la políticamente correcta y aséptica Hillary Clinton.



8 comentarios:

  1. Además habría que añadir la importancia de que haya separación en origen entre el poder ejecutivo y el legislativo y de que los políticos al mando del poder legislativo sean representantes de su distrito electoral y por tanto removibles en caso de incumplimiento del programa electoral.

    Los mencionados matices dan como resultado regimenes tan estridentemente diversos como la democracia estadounidense y el régimen de Weimar.

    Por otra parte si nos centramos en la versión mas pura de democracia, la estadounidense, queda patente que si bien en el Siglo XIX pudo funcionar muy bien. En una sociedad industrializada con la necesidad de concentración de capitales, infraestructuras a escala continental,monopolios y la consiguiente necesidad de expansión imperial. La premisa de igualdad de peso político entre ciudadanos es absolutamente quimérica, resultando por tanto imprescindible el control de las masas mediante toda la panoplia de técnicas de ingenieria social.



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  2. Continua...

    Por otro lado el principio basico de la democracia, que es el control del Poder Ejecutivo por el Pueblo, resulta auténticamente vaciado cuando la subsistencia de lis nacionales esta subvencionada de muchas maneras diferentes por el propio poder ejecutivo al que en teoría deberían controlar. En realidad resulta mas apropiado emplear el termino plebe frumentaria que el de pueblo.

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    1. El poder político es UNO e indivisible. Subdividiendo al Estado en "poderes" formalmente independientes lo único que se logra – además de trabarlo en la coordinación de su funcionamiento – es que trate constantemente de volver a unificarse de un modo informal.

      Ni los mismos liberales originarios estaban demasiado entusiasmados con eso de la división del poder. Montesquieu, considerado algo así como el "padre" de la división de poderes, en su "El Espíritu de las Leyes" -- que es una obra en 30 (treinta) tomos -- dedica solo una brevísima referencia de un par de líneas a la división del poder en el Libro IX, Cap.I y, dos tomos más adelante, en el Libro XI, Cap. VI, titulado "De la Constitución de Inglaterra" se limita a reproducir un muy breve plagio de algo así como 1 (una) página del Cap. XII del "Tratado del Gobierno Civil" de John Locke y eso es todo. Todo el resto de los 30 tomos está dedicado a otras cosas.

      Sobre esto, J.J. Rousseau nos aclara: "Por la misma razón por la cual la soberanía no se puede enajenar, tampoco se puede dividir […] Pero nuestros políticos, no pudiendo dividir la soberanía en principio la dividen en su objeto. La dividen en fuerza y en voluntad; en poder legislativo y en poder ejecutivo; en derecho de impuestos, de justicia y de guerra, en administración interior y en poder de tratar con el extranjero. Tan pronto unen todas estas partes, como las separan. Hacen del soberano un ser quimérico, formado de diversas partes reunidas, lo mismo que si formasen un hombre con varios cuerpos, de los cuales el uno tuviese ojos, el otro brazos, el otro pies, y nada más. [… y ] después de haber desmembrado el cuerpo social, unen sus piezas sin que se sepa cómo, por medio de un prestigio digno de una feria" (J.J. Rousseau - El Contrato Social - Libro II - Cap. II)

      Para más datos ruego ver: Denes Martos, ¿Por qué nuestra democracia no funciona?
      https://denesmartos.blogspot.com.ar/2015/03/por-que-nuestra-democracia-no-funciona.html

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    2. Tomo nota de que el principio de la separación de poderes es bastante discutible.

      El filosofo materialista Gustavo Bueno propone una estructura matricial formada por nueve poderes.

      La estructura propuesta por Bueno pone en cuestión a lo que se consideran fundamentos formales del Estado de Derecho:

      -Imperio de la Ley
      -Sistema de derechos fundamentales
      -Separación de poderes
      -Soberanía popular

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  3. Como siempre, Don Denes, maravillosa su nota.
    De cualquier manera, (y con usted no me atrevo a citar la fuente de memoria) me quedo con la frase: "la democracia es la peor forma de gobierno que existe, si se exceptúan todas las demás..."

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  4. El artículo es por demás claro y tan económico en sus formas de expresión, que agregar algo se hace muy difícil y solo lograría enturbiarlo. Solo un epílogo: la "democracia" no funcionó, no funciona, y no funcionará. Es solo una tiranía encubierta.
    Saludos y gracias Denes.

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  5. Estoy en desacuerdo con usted, don Denes: El Brexit y la elección de Trump fueron sí muy racionales, de hecho el voto más racional que los electores británicos y estadounidenses podían haber hecho. La elección irracional era ir por "más de lo mismo" (Hillary, seguir en la UE) que les viene destruyendo sus países, con inmigración descontrolada, economía totalmente globalizada, hipertrofia del sistema financiero sobre la economía real, promoción de valores contrarios a los tradicionales de occidente (propagandización del homosexualismo y las políticas de "género"). Y es exactamente por eso que fueron tildadas de "irracionales" por todas las élites (intelectuales, políticas - no nos olvidemos que hasta la cúpula del partido republicano se opone a Trump-, financieras, artísticas, hasta científicas) que están totalmente comprometidas con aquellos valores. Esos dos fueron de los raros momentos en que la soberanía popular realmente funcionó, en contra de lo que las élites querían, a pesar de que en el caso de EEUU lograron en gran parte neutralizar a Trump (en especial su política exterior, que no cumplió con absolutamente nada de lo que él proponía en campaña). Eso no es una defensa de la democracia, que realmente tiene muchas fallas que usted muy bien muestra, pero hasta la gente más inculta e ignorante no es estúpida, tarda pero al final termina dándose cuenta cuando los están estafando. Es aquel famoso dicho que no me acuerdo de quién es: se puede engañar a pocos por mucho tiempo, a muchos por poco tiempo, pero no a todos todo el tiempo.

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    1. La frase de "Se puede engañar a poca gente durante mucho tiempo y a mucha gente por poco tiempo. Lo que no se puede hacer es engañar a mucha gente por mucho tiempo" se atribuye a Abraham Lincoln. El mismo de la frase esa sobre "el gobierno de, por y para el pueblo".

      La cuestión es que unos 400 años antes de Lincoln John Lydgate ya señalaba: "Puedes agradar a algunas personas todo el tiempo y puedes agradar a todas las personas durante algún tiempo, pero no puedes agradar a todo el mundo todo el tiempo".

      Algo que en un momento dado me atreví a reformular diciendo: "La única forma de quedar parejo con todos es quedando mal. Porque quedar bien con todo el mundo es imposible".

      La cuestión es que, para vencer todas estas dificultades, la democracia tiene un método que hasta ahora ha demostrado ser tremendamente eficiente: las mentiras son siempre las mismas; los que cambian cada par de años son los mentirosos.

      De este modo, sí es posible engañar a todo el mundo todo el tiempo. Fuenteovejuna eternamente se ilusiona con que "el próximo" será mejor cuando, con MUCHA suerte, será un mentiroso igual que todos los anteriores.

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