viernes, 8 de agosto de 2014

SOBRE GUERRAS Y MASACRES

Ningún bastardo ganó jamás
una guerra muriendo por su patria.
Las guerras se ganan haciendo
que el otro bastardo muera por la suya.
George S. Patton

La guerra no decide quién tiene razón.
Solo decide quién queda vivo.
Bertrand Russel

Vivimos en un mundo en guerra.

La afirmación puede que le suene algo demasiado bombástica a muchos pero, con solo repasar algunos hechos objetivos, es fácil ver que no es tan exagerada como parece.

Durante las últimas semanas todos nos hemos saturado con las noticias sobre la masacre en Palestina, de modo que abundar en el tema aquí sería casi insoportablemente reiterativo. Y no solo eso; también sería considerablemente sesgado. Porque, a pesar de que el conflicto palestino ha prácticamente monopolizado los espacios de la maquinaria mediática, el drama de Gaza no es, ni por lejos, el único.

Actualmente, hay por lo menos diez guerras en curso. Además de Gaza, se combate en Ucrania, en Afganistán, en Libia, en Siria, en Irak, en Mali, en la República Centroafricana, en Sudán del Sur, y en Somalia.

Ninguna de estas guerras ha sido "declarada". En ninguno de estos casos un Estado le ha declarado formalmente la guerra al otro. En el mundo actual las guerras se libran sin previa declaración de guerra; simplemente se inician las hostilidades cuando alguno de los bandos en conflicto lo decide con el justificativo de la argumentación que más le conviene. O con la que cree que más le conviene. O en la que simplemente cree más allá de cualquier racionalidad justificadora.

Lo trágico del caso es que el fenómeno era perfectamente predecible. Pero, para entenderlo, tenemos que retroceder unos doscientos cincuenta o trescientos años y recordar que hacia los Siglos XVIII y XIX el Derecho Internacional Europeo había logrado consolidar algo único, nunca antes logrado por civilización alguna en toda la Historia Universal: se había logrado acotar y reglamentar la acción bélica. En esta concepción la guerra quedaba limitada a un conflicto entre Estados y restringida a los ejércitos de esos Estados enfrentados.

Todavía en la época de Clausewitz los militares prusianos – y no solo los prusianos – se regían por el principio de "el ejército combate al enemigo; de los delincuentes se encarga la policía". Las cuestiones militares concernían estrictamente al guerrero; las cuestiones civiles quedaban fuera de su radio de acción. Con ello, la población civil podía – por supuesto – sufrir las consecuencias indirectas del conflicto pero quedaba completamente al margen de la guerra en sí, de las acciones bélicas propiamente dichas. Los ejércitos se enfrentaban en el campo de batalla; la población civil no quedaba involucrada en los combates.

Básicamente este criterio de acotamiento y restricción de la guerra es justamente el que quedó reflejado en las cuatro Convenciones de Ginebra de 1864, 1906, 1929 y 1949, modificadas luego parcialmente por los dos Protocolos de 1977 y el tercero de 2005. Y lo mismo puede decirse de las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907. De hecho, las convenciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial reflejan de un modo bastante evidente el intento de restaurar un orden jurídico internacional completamente subvertido de facto. El trato correcto a los prisioneros; la atención humanitaria de los heridos; el respeto por el enemigo que se rinde; la clara identificación de los contendientes por uniformes, estandartes y símbolos de rango; el concepto de que la guerra es un enfrentamiento entre Estados y no entre personas; pero, por sobre todo, la diferenciación tajante y clara entre lo militar y lo civil; son todos conceptos – y la lista está lejos de ser exhaustiva – que provienen de ese Derecho Internacional europeo que podríamos llamar clásico.

Todo ello ha quedado de lado, arrumbado en el arcón de los acuerdos vigentes pero inaplicables. Después de la Primera Guerra Mundial los marxistas introdujeron el concepto de la guerra revolucionaria; un concepto para el cual la sola posibilidad de reglamentar la guerra no es más que un prejuicio burgués. Para Lenin: "La lucha armada persigue dos fines diferentes, que es preciso distinguir rigurosamente: en primer lugar, esta lucha se propone la ejecución de personas aisladas, (… y) en segundo lugar, la confiscación de fondos pertenecientes tanto al gobierno como a particulares." Es decir, según la concepción marxista-leninista, – una vez apartada la hojarasca retórica acerca de "la situación histórica concreta" y de la "inevitabilidad de la insurrección" por las "condiciones históricas que la engendran" – la lucha armada revolucionaria se concreta básicamente en la acción de matar y robar. Y ello estaría justificado porque: " (…) un marxista no puede considerar en general anormales y desmoralizadoras la guerra civil o la guerra de guerrillas (…).  Un marxista se basa en la lucha de clases y no en la paz social." [1]

Este criterio, trascendiendo incluso el marco original que le daba Lenin, es el que impera hoy en todos los conflictos armados. El enemigo político deja de ser alguien al que hay que vencer para convertirse en alguien al que hay que matar. La guerra ya no apunta a terminar con la rendición de las fuerzas armadas enemigas. Ahora apunta a terminar con el aniquilamiento del enemigo a secas. La enemistad ha dejado de ser política para convertirse en absoluta y la guerra dejó de ser acotada para convertirse en total.

Una de las condiciones necesarias para viabilizar este criterio es la previa criminalización del enemigo. Por más que para la óptica marxista las restricciones impuestas por el Derecho Internacional europeo clásico no sean más que prejuicios burgueses, los valores culturales (mal que bien) sobrevivientes de Occidente todavía condenan el abandono o el asesinato del combatiente herido, el ataque por la espalda, la agresión a quien no se puede defender, o el aniquilamiento de civiles inocentes. Además, debajo de estos factores culturales remanentes, impera también (todavía) la etología del comportamiento genéticamente codificado de la especie humana. Porque, así como el lobo macho no ataca nunca a una hembra o a un cachorro, del mismo modo el ser humano normal condena la agresión a las mujeres y a los niños. Y así como el lobo cesa de atacar al otro lobo si éste se rinde adoptando, precisamente, la "posición del cachorro" – dejándose caer de espaldas y ofreciendo la garganta –  del mismo modo al ser humano le repugna, con repugnancia atávica, la agresión al hombre que se rinde. [ 2]

Consecuentemente, para vencer estas barreras culturales y atávicas resulta imprescindible colocar al enemigo "fuera de la ley" y hasta fuera de toda consideración humana. Para lograrlo se lo presenta como criminal, bárbaro, degradado, incorregible, cruel, sanguinario, avieso, despiadado, infame y repugnante. En una palabra: se construye una "narrativa" que lo deshumaniza para justificar su muerte de cualquier forma y por cualquier medio. 

Es en este contexto que hay que entender las guerras actuales. Ya no hay reglas y restricciones a la guerra por más que subsistan todavía como ficciones jurídicas las diferentes convenciones internacionales y los participantes se acusen mutuamente de cometer crímenes de guerra o crímenes de lesa humanidad por los que, al final, solo se condena al vencido y nunca al vencedor. Las enemistades han trascendido lo político y se han convertido en absolutas. 

Pero no solo han trascendido lo político. También han trascendido lo religioso. Y en esto no solo se han dejado de lado las normas éticas de una religión en particular; se ha desechado por completo la ética de la vivencia religiosa humana en general. Las masacres se han hecho tan frecuentes y tan devastadoras porque hemos olvidado – y hasta negado – esa sacralidad que otrora impedía a los hombres destruir lo que no sabían ni podían crear. Por eso es que las carnicerías bélicas no cesarán hasta que no recuperemos la percepción de esa sacralidad; hasta que no volvamos a entender que la vida es sagrada más allá de los dogmas, las ideologías y las filosofías. Y es sagrada porque no sabemos ni podemos crearla; solamente podemos reproducirla. Solamente podemos perpetuarla sometiéndonos, incluso hasta en las manipulaciones genéticas, a las leyes que la vida misma nos impone. 

Y también la guerra seguirá siendo absoluta y total mientras los dirigentes políticos vean en su enemigo político a un criminal al que hay que matar y no a un oponente al que hay que vencer. Pero, para que ese cambio de mentalidad se produzca, no solo hace falta recuperar el respeto por la sacralidad de la vida sino, además, cultivar la voluntad de construir algo realmente duradero dentro del marco de una Creación que nos fue dada.

Una Creación que es sagrada en su totalidad porque – dentro de ciertos límites – la podremos modificar  pero decididamente no la podemos re-crear.

Y en cuanto a las perspectivas de la paz, la vieja fórmula: "…  paz en la tierra a los hombres de buena voluntad" sigue siendo de aplicación.

Porque, desgraciadamente, no podemos hacernos ilusiones. Hasta que no impere realmente la buena voluntad – es decir: una voluntad buena – en las decisiones que toman los dirigentes responsables por lo que sucede en este mundo, tampoco habrá paz.

Hace apenas unos días, el 6 de Agosto, se cumplieron 69 años de la masacre atómica en Hiroshima. Un poco antes, a fines de Julio, se cumplieron 100 años del estallido de la Primera Guerra Mundial.

Y actualmente tenemos por lo menos 10 guerras en curso.

Vivimos en un mundo en guerra.

No hemos aprendido nada.

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Notas:
[1] Lenin, "La Guerra de Guerrillas", en Proletari, 1906 - Disponible en https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1900s/30-ix-06.htm Consultado el 07/08/2014
[2] Cf. Konrad Lorentz,  Das sogenannte Böse. Zur Naturgeschichte der Agression,  (Sobre la
agresión. El pretendido mal), 1963. Versión española Ed. Siglo XXI, 1972, ISBN 9788432300196.


4 comentarios:

  1. Nada de lo que aquí se dice está en contra de lo que creo. Y está mucho mejor dicho que si yo lo dijera. Por eso, hago silencio, lo pongo tal cual y lo agradezco.

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  2. Una vez más ha plasmado en su artículo lo que pienso y siento.
    Mi más sincera enhorabuena y gratitud.

    Cordiales saludos desde España de un ávido lector suyo.

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  3. Buenos dias,

    Sr. Martos ¿que ha pasado con su magnifica web de la editorial virtual donde se podian leer tantos libros interesantes?.

    saludos

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    1. Ha sido suplantada y la pueden encontrar en www.lanuevaeditorialvirtual.blogspot.com.ar
      Con el tiempo iremos reponiendo las obras publicadas en el antiguo sitio. Cordiales saludos.

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