“Las
ciencias, cada una de las cuales
se esfuerza en su propia dirección,
hasta ahora nos han perjudicado poco;
pero algún día, la unión del conocimiento disociado
abrirá perspectivas tan aterradoras de la realidad
y de nuestra espantosa posición en ella,
que, o nos volveremos locos por la revelación,
o huiremos de la luz mortal
hacia la paz y la seguridad de una nueva era oscura."
H.P. Lovecraft
Resistencia y Oposición
Somos la Resistencia |
Lo digo de entrada: no creo que el término “oposición” defina correctamente la posición de quienes tratamos de lograr una interpretación válida y coherente del espacio político y nos negamos a aceptar a libro cerrado lo que se ha dado en llamar lo “políticamente correcto”. Más bien creo que, en términos generales y especialmente para quienes no tenemos una representación institucional con real poder político, el término más apropiado sería el de resistencia; un concepto que, por supuesto, incluye el de “oposición”, pero más que antagonismo a un gobierno, el concepto de resistencia presupone esencialmente la negación activa de todo un sistema; ya sea que se trate de una resistencia a las imposiciones de un determinado régimen o bien (y eventualmente también) de una resistencia a los postulados ideológicos y éticos que definen los criterios de decisión del sistema en el que dicho régimen se inscribe.
Lo que comúnmente caracteriza a las
agrupaciones de “oposición” al modelo liberal, incluso en el caso de los
llamados “conservadores”, es una interpretación bastante superficial de lo que
podríamos llamar la “resistencia posible” o, mejor dicho, la resistencia
estimada posible dentro de lo que se evalúa como una oposición tolerada. En
otras palabras: es una resistencia limitada por las concesiones consideradas
admisibles para no ser proscripta, reprimida o “cancelada” por el sistema. Ésas
son las condiciones cuando, por ejemplo, la democracia se convierte en la
dictadura de los demócratas y aplica el conocido principio de Saint Just de
“nada de libertad para los enemigos de la libertad”. Es obvio que, en estos casos, el concepto de
“libertad” queda restringido a lo que el sistema permite, lo cual hace que la
voluntad de resistencia quede esterilizada. Porque una resistencia tolerada no
es resistencia. En el mejor de los casos es apenas el aprovechamiento de algún
hueco en el sistema con un grado de eficacia más que dudoso, que requiere como
mínimo una enorme dosis de carisma y buena suerte para tener algo de éxito.
No obstante, los movimientos “i-liberales” o
“conservadores” que están apareciendo en Occidente, constituyen la punta
visible de un iceberg sociopolítico cuyo cuerpo sumergido bien vale la pena
analizar para entender el fenómeno. Y esto es especialmente cierto para los
países iberoamericanos que, en cierto sentido, han llegado un poco tarde a la
era posmoderna y cuyo marco interpretativo – condicionado en buena medida por
la experiencia de las clásicas dictaduras y “dictablandas” militares de la
región – aun no les ha permitido decodificar completamente la esencia de los
fenómenos europeos recientes tales como los de Vox en España, la AfD en
Alemania, Marine Le Pen en Francia, Giorgia
Meloni en Italia, Viktor Orban en Hungría, y varios otros que, o bien ya se
hallan en el gobierno, o bien representan masas considerables de votantes.
Lo que sucede es que, sin una interpretación
adecuada del fenómeno posmoderno, tampoco se puede interpretar el espacio
cultural actual. Y, sin una interpretación clara de lo cultural, tampoco es
posible analizar a fondo el espacio político que, en gran medida, siempre está
determinado por valores y criterios culturales. Esta falta de comprensión de lo
posmoderno es lo que favorece a los medios y a los intelectuales del sistema permitiéndoles
caracterizar a los de gobiernos y movimientos poco dóciles al régimen imperante
como nazifascistas, dictatoriales, antidemocráticos, feudales y otros epítetos que,
en la mayoría de los casos, no son más que intentos de difamación para
neutralizar las oposiciones antes de que adquieran capacidad de resistencia
real.
Esta táctica, que en lo concreto consiste en
aplicarle a lo contemporáneo etiquetas pertenecientes al pasado, pasa por alto
el hecho que, si aplicáramos la lógica histórica más elemental, estas etiquetas
son tan falsas que no tienen ni siquiera un mínimo de credibilidad. En primer
lugar porque las ruedas de la Historia no giran para atrás; por lo que
interpretar el presente con esquemas del pasado es la manera más segura de
equivocarse y por mucho. Y, en segundo lugar, porque todas esas etiquetas hacen
referencia a regímenes pasados que, aun cuando es obvio que pueden ser
agrupados bajo algún nombre genérico para su estudio, fueron bastante
diferentes entre sí, dependiendo de las condiciones históricas, culturales,
éticas – y hasta religiosas y étnicas – de los países en que accedieron al
poder.
La táctica de desprestigiar a la actual oposición
incipiente con etiquetas del pasado se comprende cuando se entienden dos cosas.
La primera es que el sistema imperante necesita imperiosamente evitar que estas
oposiciones se conviertan en resistencias efectivas y deriven finalmente en
revoluciones. La segunda es que, en el fondo, las oposiciones que están
surgiendo en Europa están adoptando precisamente el método político que apareció
con el posmodernismo, pero con el signo opuesto.
El posmodernismo
La forma románticamente superficial con la que
se percibieron los hechos de 1968 ha llevado a muchos a considerar que el
pensamiento posmoderno comenzó como un movimiento artístico. Sin negar que
efectivamente tuvo un aspecto que (con bastante buena voluntad) podríamos
llamar “artístico” – como p.ej. los productos “psicodélicos” del movimiento
hippie – lo realmente importante es que ese pensamiento terminó siendo
articulado de modo consistente muy por fuera del arte.
La “deconstrucción” cultural
Uno de los que más se destacó en esa tarea fue Jacques Derrida (1930-2004), un filósofo que se propuso enfrentar la cultura occidental desde una posición claramente antitética algo que, por ejemplo, la investigadora Gabriela Balcarce deja traslucir cuando afirma que: "La condición de argelino, de extranjero de una excolonia en el país imperial, y de judío, no ha sido, para la vida de Jacques Derrida, un elemento sin significado” ([1]) Precisamente, el “significado” de esa visión antitética de la cultura occidental tradicional explica por qué Derrida terminó siendo considerado como el padre del concepto de “deconstrucción” y otras nociones expuestas en una prosa tan forzadamente abstracta que resultan difíciles de interpretar y a veces hasta hacen sospechar que son términos que han sido escritos para ser repetidos y no para ser interpretados. De todos modos, no hace falta mucha suspicacia para descubrir que ese término de deconstrucción no es más que un eufemismo por no decir destrucción o bien, si se quiere, demolición.
El hecho real y verificable es que la idea de “deconstruir” una cosmovisión cuestionando sus valores en forma consecuente y sistemática, conduce a la destrucción de toda la cultura en que esa cosmovisión ha cristalizado. Por supuesto, en el caso de la cosmovisión occidental, el destruirla ha llevado su tiempo porque el tradicional pensamiento occidental, desarrollado principalmente en la Antigüedad y la Edad Media, ([2]) se fundamentaba en la consecuencia y la coherencia. Precisamente por el poder de la coherencia misma, a los hombres de Grecia, Roma y el Medioevo ni siquiera les pareció posible – y menos aún deseable – considerar una forma de pensar diferente.
El pensamiento tradicional de Occidente
Una de las características más destacadas del pensamiento occidental fue su coherencia intrínseca. Más allá de aciertos y errores provenientes de las posibilidades de la ciencia de la época, los antiguos y los medievales se preocuparon principalmente de mantener un pensamiento coherente. Eso explica, por ejemplo, el trato que tuvo la idea del heliocentrismo en sí, una idea que al principio se rechazó pero no por una cuestión de fanatismo religioso, ni por una terquedad científica de defensa del sistema ptolemaico, sino, principalmente, porque Galileo nunca pudo demostrar, es decir: probar, su teoría. ([3])
Es que el pensamiento tradicional no aceptaba
un agregado nuevo sin antes confirmar que “encajara” en forma armónica con lo
ya existente. Esto, por supuesto, nunca significó que jamás se aceptara un
pensamiento o un hecho nuevo. El conflicto se producía cuando lo nuevo era
demostradamente cierto pero tenía tal alcance que obligaba a repensar todo o al
menos buena parte de una cosmovisión ya aceptada como válida. Algo que, en ese
caso, tenía que hacerse obligatoriamente para mantener la coherencia de toda la
visión integral del cosmos.
Lo que sucede es que, en Occidente, el pensamiento tradicional responde a una matriz jerárquica “vertical”, a diferencia de un pensamiento que esencialmente explicativo que trata meramente de elucidar lo existente de un modo “horizontal” mediante especializaciones en compartimentos casi estancos teóricamente justificados en y por sí mismos. Para entender en qué consiste el pensamiento jerárquico podemos recurrir a un ejemplo algo metafórico y bastante imperfecto pero muy simple
Pregunta : ¿Qué tiene de significativo un martillo? Respuesta: Que con él se puede clavar un clavo.Esto, que quizás no se entienda a primera
vista, implica que la existencia de un martillo se vuelve significativa para
una persona solamente si al martillo le da sentido algo (el clavo) ubicado en
un plano de existencia diferente al
martillo en sí. Y esto es así porque, si no existiera el clavo, el martillo no tendría un
propósito, la existencia del martillo no tendría sentido, no serviría para
nada, nadie se tomaría el trabajo de fabricar martillos, y el pobre martillo
dejaría de existir.
Dentro de este sistema de pensamiento, no
existe, es imposible que exista, una configuración en la que – para seguir con
nuestro pequeño ejemplo – el martillo exista para ser martillo, es decir, que
exista simplemente por sí mismo y para sí mismo. Lo mismo sucede con el ser
humano. La existencia del Hombre solo para y por sí mismo sencillamente no
tiene sentido. Por medio de la ciencia,
una explicación “horizontal” de lo humano puede intentar dar respuesta a la
pregunta de “cómo” pero jamás podrá ni siquiera aspirar a responder la pregunta de “para qué” ha aparecido el
Hombre sobre el planeta. La existencia horizontal profana puede tener una
descripción; lo que no tiene es sentido. Y no lo tendrá jamás si no se la
interpreta a través de la existencia vertical. En ausencia de una interpretación
vertical jerárquica, cesa toda razón para la acción y hasta para la existencia
misma mientras que la interpretación jerárquica de la existencia conduce
necesariamente del fenómeno físico a la metafísica y de ésta a la teología.
El fracaso del materialismo dogmático
Sucedió, sin embargo, que al final de la modernidad el materialismo dogmático comenzó a advertir que se había metido en un callejón sin salida. Cada vez hubo – y hay – más científicos insatisfechos con una explicación meramente descriptiva de la realidad por más científicamente exacta y confiable que sea.
Para citar un ejemplo de esto podemos
mencionar que – si bien el darwinismo sigue siendo un verdadero dogma de fe,
especialmente en el mundo académico anglosajón – el intento de explicar el
“como” del origen de la vida y del Hombre mediante la teoría de Darwin y sus
discípulos, poco a poco se está volviendo cada vez más cuestionable toda vez
que hasta los más fanáticos evolucionistas deben admitir que nadie sabe qué ES
– en realidad y concretamente – ese fenómeno que llamamos “vida”.
Una vida que solamente hemos conseguido
describir en forma aproximada y la hemos manipulado dentro de ciertos límites,
pero nunca la hemos podido crear en el laboratorio; nunca pudimos superar el
hecho que la vida en el mundo real siempre surge de otra vida; nunca pudimos
evitar la muerte cuando esa vida llegaba al final de su ciclo, siendo que hasta
el día de hoy ni siquiera la entendemos del todo. Precisamente por eso es que
resulta tan enormemente peligrosa la idea de manipular la vida. Pretender
transformar a un ser vivo sin saber qué es la vida constituye una receta
infalible para el desastre.
En la filosofía medieval la interpretación
jerárquica de la existencia se extendía a todo y permeaba el pensamiento humano
en todo, por lo que también se aplicaba al Hombre mismo. De allí que, en el
esquema del pensamiento tradicional, el Hombre sólo podía considerar su propia
existencia como significativa si podía verla en una relación jerárquica con
otra existencia que trascendía y superaba lo humano. De allí el concepto del
Dios Creador y la relación jerárquica entre el Creador y su creatura.
Dada la impotencia del materialismo dogmático en
cuanto a explicar el “para qué” de la realidad, el lento pero progresivo resurgimiento
de las concepciones jerárquicas amenaza cada vez más con derrumbar el edificio
construido por la ciencia materialista, en el fondo tan intolerantemente
dogmática como la más cerrilmente fanática de las religiones idolátricas. Este
es el peligro que han avizorado los popes de la posmodernidad y, precisamente
por eso, pregonan la necesidad de frenar este proceso de regreso a la
coherencia jerárquica mediante la
“deconstrucción” total del pensamiento tradicional.
La destrucción deliberada de la cultura jerárquica
Basta leer una de las frases más citadas de Derrida con la debida atención: “La época del signo es esencialmente teológica. Tal vez nunca termine. Sin embargo, su clausura histórica está esbozada.” Los resaltados son del autor. ([4])
Es decir: si bien admite – quizás a
regañadientes – que la referencia teológica a una jerarquía natural “tal vez”
nunca termine, así y todo anuncia su “clausura histórica”.
No hace falta mucha perspicacia para darse
cuenta que esa “clausura histórica” – con el concepto de “clausura” resaltado
por su propio autor – no significa más que destrucción lisa y llana de
todo lo que puede representar un resurgimiento del pensamiento jerárquico
tradicional. Pero, para no utilizar el término “destrucción” que tiene
demasiado sabor a “demolición deliberada”, se endulza el concepto mediante el
eufemismo de “deconstrucción”. El truco, en todo caso, es bastante
transparente: una cosa es demoler un edificio quitando pacíficamente ladrillo
tras ladrillo hasta hacerlo desaparecer, y otra cosa bastante diferente es
ponerle cargas explosivas y hacerlo colapsar en cuestión de segundos en medio
de un tremendo estruendo y una nube de polvo visible por kilómetros a la
redonda. El impacto en el observador es obviamente diferente. El resultado, sin
embargo, es el mismo.
Lo esencial es que – aun cuando sobreabundan
los fenómenos de decadencia – ya no se apuesta a la decadencia de Occidente en
el sentido que le dio Spengler en su momento. La apuesta de la postmodernidad
es a la destrucción de lo poco que queda del Occidente auténtico para que una
cosmovisión coherente basada en jerarquías y méritos no pueda volver a surgir.
El posmodernismo se dio cuenta de que todo el
patrimonio metafísico y teológico de la cultura occidental es incompatible con
la cosmovisión científica del materialismo dogmático. En consecuencia, las categorías de valores que
antes se pensaban evidentes e indispensables – como, por ejemplo, que la vida
humana necesariamente debe tener un significado – simplemente no deben ser
válidas y se declara autoritativamente que una persona "libre" es
aquella que se inventa y se crea a sí misma, siendo que existe en y para sí
misma.
El pensamiento científico materialista, según
su motivación más íntima, no puede conceder de ningún modo que, para una
comprensión realmente completa de la realidad, sencillamente no basta con
considerar tan solo lo medible, lo visible, lo tangible, lo deducible de
observaciones anteriores o, lo que es mucho más peligroso, lo deducible de
deducciones anteriores que terminan constituyendo teorías no solo indemostradas
sino indemostrables. Es bastante obvio que eso solo no es suficiente. Pero así
y todo, el dogma científico materialista, por cuestiones más ideológicas que estrictamente
científicas, pretende tener la capacidad – actual o, dado el caso, futura ([5])
– de tomar posesión de todo, inclusive del ser humano. Con esa pretensión, que
niega la esencial sacralidad de la vida, el dogma científico vigente no tiene
mayor impedimento para creer en la posibilidad de la recreación arbitraria del
hombre, y esto no es más que el transhumanismo mismo.
El mito del “Hombre Nuevo”
Después del colapso de la URSS, en dónde
prácticamente tres generaciones enteras fueron educadas en un ambiente de
ideología rígida y adoctrinamiento
sistemático dispuesto deliberadamente para inculcar en millones de personas los
principios del materialismo dialéctico, la intelligüentsia postmoderna
tuvo que admitir que el método del adoctrinamiento pedagógico no produce
resultados confiables. Las escuelas soviéticas y las alineadas con la filosofía
marxista no solamente no fabricaron al famoso “Hombre Nuevo” sino que ni
siquiera consiguieron cambiar en forma sustancial las características
etnoculturales del “Hombre Viejo”. En la Rusia actual, no por nada los críticos
de Putin lo asimilan más a un Zar que a un Lenin. ([6])
En una, o como máximo en dos generaciones más, los efectos de todo el
adoctrinamiento ideológico y cultural marxista habrán desaparecido de la sociedad rusa.
Así el objetivo, expresado en la forma más
breve posible, consiste en dejar a la civilización huérfana de cultura ([7])
en una primera etapa para luego, en una segunda etapa, crear, una cultura
diferente, sintonizada en forma perfecta con una tecnología carente de auténticos
valores éticos y morales. Con una cultura atada a, y justificada por, una civilización
hegemónica y dogmáticamente materialista, se afirma que sería posible actuar
sobre el Hombre, pero ya no tan solo por la vía de la mera educación y la
manipulación psicológica del aparato mediático, sino actuando en forma directa
sobre la estructura psicofísica del ser humano para lograr, lisa y llanamente,
su completa deshumanización.
Mirando más allá de la retórica romántica que
los anunció, no es muy difícil descubrir el verdadero objetivo de la propuesta
de los “Hombres Nuevos”. Se trató siempre de una especie de intento de “fabricación
en serie” de personas unánimemente adictas a una determinada cosmovisión y, por
lo tanto, totalmente subordinadas a la ideología, al sistema, y al régimen en
el cual esa cosmovisión pretendía cristalizar. ([8])
Hoy la cuestión es muy diferente. Ya no se trata de convencer a las
personas acerca de las bondades de determinada cosmovisión o ideología; ahora
se trata de manipularlas para que acepten voluntariamente ciertas
innovaciones aparentemente placenteras o ventajosas – o ambas cosas – para
luego, desprovistas de una columna vertebral cultural sólida que les organice
su conocimiento y su pensamiento alrededor de valores éticos y morales sólidos,
acepten cualquier condición necesaria para prolongar esos placeres y esas
ventajas en el tiempo.
La transhumanización
En otras palabras y referido a lo humano:
modificar nuestro sistema biológico mediante componentes digitales físicamente implantados
para lograr el control de determinados procesos fisiológicos y posibilitar la
programabilidad de comportamientos prediseñados. En pocas palabras de esto
trata el transhumanismo: de lograr un “Hombre Nuevo” convirtiendo al existente
en un ciborg. ([10])
Para ello, según Miklós Lukács que ha
estudiado el tema a fondo, el objeto del transhumanismo es lograr un “Neo ente”
mediante “la aplicación de tecnologías como la inteligencia artificial, la
biotecnología, la nanotecnología, la robótica y las ciencias de materiales”. ([11])
¿Suena a ciencia-ficción? ¿Suena a teoría
conspirativa? Ni lo uno ni lo otro; si bien la propuesta transhumanista tiene
ribetes de utopía científica y se transmite con una respetable dosis de ingeniería
comunicativa, todo es perfectamente racional y no tiene gran cosa de secreto. Sabemos
qué se pretende hacer, sabemos quiénes lo impulsan, sabemos qué empresas se
dedican a ello, sabemos cuáles son los proyectos en curso, sabemos con qué
tecnología se está experimentando. En realidad, si analizamos la propuesta
transhumanista a fondo, la enorme mayor parte de lo que no sabemos no lo saben
tampoco los involucrados en el proyecto.
En primer lugar, no sabemos si la utopía es posible en absoluto y, en el caso en que lo sea, cuáles son sus límites. Algunas cosas no son utópicas por la sencilla razón de que ya las estamos haciendo. Por ejemplo, un marcapasos es un dispositivo no-biológico que produce impulsos eléctricos que regulan un órgano biológico: el corazón humano. Mediante un implante, ya es posible conectar un transductor electrónico directamente al nervio auditivo con lo que personas sordas pueden oír. De modo que el transhumanismo no se basa completamente en utopías, muchas cosas ya se hacen pero nadie sabe dónde está su límite. ¿Hasta qué punto se puede convertir un ser humano en un ciborg sin destruirlo; hasta qué punto es posible manipular su biología sin que todo el sistema vital colapse y el individuo muera?
En segundo lugar, lo otro que nadie sabe son las consecuencias de algunas posibles implementaciones. La pregunta aquí ya no es si el sujeto muere o no. La tragedia que podría llegar a ocurrir por las consecuencias del manipuleo es mucho peor que la muerte que, por más trágica que sea, en última instancia es el fin inevitable de todo ser vivo. Como consecuencia de un proceso de transhumanización ¿en qué punto y hasta qué punto un ciborg dejaría de ser humano? Porque un ciborg que dejara de ser humano ya no sería un ciborg. Sería un robot. Y hay muchas razones para sospechar que, en el fondo y a largo plazo, ese puede ser el objetivo de mucha gente con mucho poder.
Generalmente se aclara que ciborg y robot no son lo mismo. Técnicamente es cierto. En principio, un ciborg es un organismo vivo con elementos cibernéticos agregados; un robot es una máquina cibernética construida íntegramente de materia inorgánica. Pero en cuanto a su funcionalidad, su comportamiento y su razón de ser hay zonas grises que no están para nada claras. Lo mejor que podemos hacer para ilustrar esto es comparar las reglas que – en teoría – deberían regir el comportamiento de un ciborg con las que se han elaborado para el de los robots.
Según Zoltan Istvan Gyurko ([12])
las tres leyes que deberían regir el transhumanismo son:
1. Un transhumano debe salvaguardar la propia existencia por
encima de todo.
2. Un transhumano debe esforzarse por lograr la omnipotencia lo
más rápidamente posible, siempre que las acciones de uno no entren en conflicto
con la Primera Ley.
3. Un transhumano debe salvaguardar el valor en el universo,
siempre que las acciones de uno no entren en conflicto con la Primera y Segunda
Ley.
Si bien es cierto que este autor no proviene
exactamente del ámbito científico (en realidad su libro es una novela), basta
comparar sus 3 definiciones con las 8 establecidas en la llamada “Declaración
Transhumanista” para ver que refleja sumamente bien la iniciativa de los
científicos que desarrollaron la idea. ([13])
Pero lo más interesante es comparar estas
reglas con las tradicionales leyes de la robótica establecidas mucho antes por Isaac
Asimov:
1. Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción,
permitir que un ser humano sufra daños.
2. Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres
humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
3. Un robot debe proteger su propia existencia siempre que dicha
protección no entre en conflicto con la Primera o Segunda Ley ([14])
Más tarde Azimov modificó la primera ley con
una redacción más genérica:
1. "Ninguna máquina puede dañar a la humanidad; o, por inacción, permitir que la humanidad sufra daños". ([15])
Unos 36 años más tarde Azimov agrega una “Ley
Cero” y reescribe las otras tres como subordinadas a la misma.
0. “Un robot no puede dañar a la humanidad o,
por inacción, permitir que la humanidad
sufra daños. ([16])
Es interesante analizar las sucesivas
modificaciones. Según la primera regla de 1941, un robot no podría, por
ejemplo, hacer la amputación quirúrgica de un miembro humano gangrenado, ni
podría tampoco permitir que la haga un cirujano. En ambas situaciones el robot
estaría ante el caso de “dañar
a un ser humano” o, “permitir que un ser humano sufra daños”. Que el “daño” sea
necesario para salvarle la vida al amputado es algo estaría más allá de la
capacidad de discernimiento de un robot.
Por consiguiente, un ciborg que dejó de ser humano y un robot tendrían la misma limitación que obligó a Azimov a modificar dos veces sus leyes, las cuales trataron de adaptar los transhumanistas haciéndolas más genéricas y ambiguas. El escollo es el discernimiento entre varias opciones posibles en la toma de una decisión que resuelve un problema. De hecho, si hay más de una forma de resolver una cuestión, ¿qué criterio debería adoptar un ciborg o un robot mecánico para decidir la aplicación de una solución y no cualquiera de las otras igualmente posibles?
La Inteligencia Artificial
Pues, sucede que en la resolución de este dilema hace varias décadas que se está elaborando un método: se trata de la “Inteligencia Artificial” que, a esta altura de su desarrollo, parece haber madurado lo suficiente como para hacerla accesible al público en general, aunque más no sea para que todos nos vayamos acostumbrando a la idea.
Por el
momento la inteligencia artificial al alcance del gran público es más
artificial que inteligente. Con un poco de ingenio, no es muy difícil llevar
las aplicaciones actuales ([17])
a cortocircuitarse en un círculo vicioso al tratar de responder a las preguntas
que uno les hace. ([18])
Por otra parte, las aplicaciones que hoy se venden como de Inteligencia
Artificial no son sino “juguetes” digitales en su gran mayoría. Las que superan
este nivel, están todas cuidadosamente sintonizadas para dar respuestas
“aceptables” según los cánones de las ideologías cultural y políticamente hegemónicas.
No obstante
hay que saber que la Inteligencia Artificial, como técnica, no es un juguete en
absoluto. No lo es, porque es una tecnología capaz de “aprender”. Y permítanme
dar algunos ejemplos.
Acabo de poner estas mismas frases en el
traductor de Google y me dio, para la primera: “Just come in and take a seat”;
y para la segunda: “Avenida
Perito Moreno 800, Ushuaia; Land of Fire“. Como ven, no
se puede decir que la inteligencia artificial es un mal alumno. En unos 30 años
evidentemente aprendió un montón…
¿Hasta dónde es posible hacer “evolucionar” un
programa de Inteligencia Artificial? La respuesta exacta no la tiene nadie.
Pero imaginemos tan solo el módulo de control de un ciborg (o incluso de
un robot) con inteligencia artificial integrada y una capacidad de
desarrollarse de la misma manera en que se desarrolló el juego de ajedrez para
computadoras desde el primitivo Sargon hasta el actual Stockfish.
Tengámoslo presente: hacia mediados y fines de
los años 1950 un gerente de IBM pronosticó que las computadoras jamás sabrían
jugar al ajedrez. En 1996/97 la computadora Deep Blue y su sucesora Deeper
Blue construidas y programadas justamente por IBM, le ganaron partidas al gran
maestro Gary Kaspárov. ([21])
Y las computadoras actuales tienen una capacidad de procesamiento infinitamente
superior a las del fin del Siglo XX.
Conclusión
Hemos recorrido un camino (bastante tortuoso)
desde el postmodernismo, pasando por el transhumanismo hasta las aplicaciones
digitales de la inteligencia artificial.
La “deconstrucción” deliberada de
nuestra cultura posibilita la alteración y el “reseteo” de los conceptos
filosóficos, metafísicos, morales y religiosos tradicionales, volviendo
aceptables comportamientos y prácticas que la cosmovisión tradicional de
Occidente ha venido rechazando desde hace más de 2.500 años.
Las tecnologías aplicables en los experimentos
del transhumanismo posibilitan el control de organismos biológicos para
hacerlos responder a determinados estímulos con comportamientos previamente
programados y automatizados.
Y por último, mediante los módulos de
cibernética con inteligencia artificial incorporada a los módulos de control
implantados en organismos humanos, se abre la posibilidad de dotar de la
capacidad de toma de decisiones inteligentes a dichos módulos, favoreciendo
determinados comportamientos y bloqueando otros considerados indeseables.
El panorama a futuro que se abre considerando
estos elementos parecería ser macabro; sería algo así como la posibilidad de
una robotización de todos los seres humanos que no pertenezcan a una selecta
élite autoelegida y detentadora del poder real. Ciertamente, el análisis
permite prever una distopía de ribetes apocalípticos. Pero esa conclusión no es
la única posible.
El ejemplo del marcapasos; las prótesis actuales que permiten sustituir con elementos mecánicos extremidades inferiores y hasta superiores dañadas en un accidente; “chips” implantados que permiten oír a los sordos y los desarrollos que permiten ver a los ciegos ([22]); y cientos y hasta miles de otras instrumentaciones posibles de la tecnología cibernética; todos estos avances no pueden ser evaluados a priori como negativos.
Por otra parte, surge también la pregunta de orden práctico: ¿Se puede detener el avance de la tecnología? La Historia nos enseña que no. Para luchar contra la mecanización de la industria se dice que un inglés de nombre Ned Ludd rompió, hacia 1811, un montón de máquinas textiles y dio inicio a un movimiento llamado “ludita” que se opuso a todo el maquinismo de la primera Revolución Industrial rompiendo las máquinas. Demás está decir que el movimiento fracasó. Otro conocido caso se dio al inicio de la era del ferrocarril. Un defensor de los carruajes a caballos profetizó que los trenes nunca suplantarían al carruaje porque la velocidad máxima que soportaría el cuerpo humano era – según él – de 60 km/h. Hoy circulan trenes a 400 km/h en Europa. La tecnología, si es útil, resulta indetenible. Y, si es rentable, muchas veces se impone aun cuando sea nociva porque la propaganda comercial la convierte en atractiva y la codicia logra hacerla aceptable.
¿Cuál es la solución entonces? La de la
estrategia práctica que nos dicta la experiencia diciéndonos que a los males
hay que cortarlos de raíz porque, de otra manera, de una forma u otra
siguen creciendo.
La raíz de la posibilidad de que el desarrollo
tecnológico desemboque en una ucronía apocalíptica está en las primeras
estaciones del camino que acabamos de recorrer. Por de pronto tenemos que
darnos cuenta de que el problema no reside en la tecnología en sí sino en su
posible aplicación. Utilizar elementos cibernéticos para aliviar desgracias y
posibilitar restauraciones en órganos afectados no es algo malo. Desarrollar
módulos de inteligencia artificial para facilitar los procesos de tomas de
decisión puede permitir, entre otras cosas, la creación de puestos de trabajo
para muchísima gente con problemas para capacitarse en tecnotrónica, del mismo
modo en que la línea de montaje instaurada por Henry Ford le dio trabajo a una
enorme cantidad de gente simple, sin una gran preparación educativa, con
operaciones que se aprendían directamente en la fábrica misma.
¿Dónde está pues la raíz a arrancar? Está en
la deconstrucción cultural que altera nuestros valores y destruye
virtudes y principios. Y está también en la forma de enfrentar esa demolición;
porque no basta con tan solo “oponerse” en términos generales. Hay que
encontrar la forma de resistir.
No se puede – ni nos conviene – tratar de
frenar o limitar el desarrollo tecnológico. No se puede – ni nos conviene –
tratar de frenar el desarrollo de la inteligencia artificial mediante leyes
restrictivas. No se puede – ni nos conviene – tratar de ponerle límites a la
inventiva del ser humano.
Lo que sí se puede – y nos conviene – es
ponerle límites severos a la codicia, al hedonismo, a la corrupción, a la
irresponsabilidad, al egoísmo y a la egolatría, al materialismo, al
utilitarismo extremo, al ateísmo dogmático, a la vulgaridad, a la hipocresía,
al acceso al poder político de ineptos, inútiles, corruptos e hipócritas. Y
para lograrlo podemos – y debemos – utilizar las herramientas que justamente
la tecnología pone a nuestra disposición.
No dejemos de considerar una gran verdad:
todas las grandes revoluciones, todos los cambios revolucionarios, fueron –
para bien o para mal – fenómenos posteriores a una revolución cultural previa. La
Historia nos enseña bien claramente que La Revolución Cultural precede a la
Revolución Política. Precisamente por eso, el proceso actual se alimenta de la
demolición deliberada de todos nuestros valores culturales tradicionales.
Quienes impulsan la deconstrucción de los valores culturales de
Occidente lo hacen en forma deliberada sabiendo perfectamente que,
demoliendo nuestra cultura, toda nuestra civilización queda a merced de cuanto
cambio se les ocurra o les convenga a los actuales detentadores del poder
global.
Hay que usar las herramientas disponibles para
dar la guerra cultural. Entre ellas, probablemente la principal – o al menos la
más útil y masiva de todas – es Internet con sus redes sociales, sus sitios de
publicación de páginas, sus “chats” y sus múltiples vías de comunicación y
posibilidades de intercambio de documentos. Hay que aprovechar estas
posibilidades a fondo, en parte para reivindicar los auténticos valores y las
auténticas virtudes de nuestra cultura, pero en parte también para dejarles a
todos los que comparten estos valores y estas virtudes el mensaje de que no
están solos. Así como cuando compramos un automóvil debemos aprender a
manejar, de la misma forma cuando compramos una computadora debemos aprender a
usarla a fondo para aprovechar todas sus posibilidades. Si no lo hacemos,
una computadora no nos será más útil que una paloma mensajera.
Y por supuesto que Internet no es lo único. El
compromiso personal, el involucramiento personal y la capacitación de uno mismo
importan mucho. Es más: sin eso Internet y todos los recursos de comunicación
actuales no servirían para nada. Una herramienta no será nunca mejor ni más
efectiva que la persona que la usa.
Son las personas; es la voluntad de las
personas, su entusiasmo, su sentido del deber y su pasión por las grandes
batallas, lo que mueve las ruedas de la Historia.
No seamos una simple oposición; seamos la
resistencia con la voluntad de librar todas las batallas para ganar la guerra
cultural.
Porque no se trata de una batalla. Hoy ya se trata de
una guerra.
Una guerra que tendrá muchas batallas.
[1↑] )- Cf. Diario La
Nación del 15/07/2020.
[3↑] )- Dejemos ahora aparte el hecho que Galileo nunca fue encarcelado por sus ideas ya que el papa mismo conmutó la sentencia. Lo peor que le pasó fue pasar un tiempo como invitado de su amigo el arzobispo de Siena y luego quedar en arresto domiciliario en su villa de Toscana durante sus últimos años.
El papa Juan Pablo II pidió una revisión sin prejuicios de las teorías de
Galileo 1979. La comisión nombrada al efecto terminó su trabajo con un dictamen
según el cual Galileo no presentó nunca argumentos científicos válidos para
demostrar efectivamente la teoría heliocéntrica. Esa conclusión fue en su
momento compartida por el entonces cardenal Ratzinger y hasta por el filósofo
anarquista Paul Feyerabend.
[4↑] )- Jacques Derrida “De la Gramatología” - (Traducción de O. Del Barco y C. Ceretti en Siglo XXI, México, 1998. Edición digital de Derrida en castellano.)
[5↑] )- La pretensión de la ciencia de poder abarcar mañana lo que no puede explicar hoy no es más que una manifestación de fe bastante similar a la de cualquier fe religiosa. Y esto es porque la fe, como fenómeno intrínsecamente humano, sigue estando presente en el pensamiento occidental a pesar de todas las negaciones al respecto, por lo que se puede decir sin temor a error que hasta un ateo militante tiene una fe indestructible, pero no en la existencia sino en la inexistencia de Dios.
[7↑] ) Entendiendo por civilización al producto de la tecnología alimentada por las ciencias “duras” y cultura al entorno de valores y normas morales creado por las disciplinas “humanísticas” y artísticas.
[8↑] )- Cf. Por ejemplo, Los pronósticos metafóricos de George Orwell, “1984” y “Rebelión en la Granja” o bien Aldous Huxley, “Mundo Feliz” y varios otros.
[9↑] )- La secuencia propuesta varía según los autores pero, en términos generales las llamadas “Revoluciones Industriales” se clasifican en:
1ª Revolución Industrial: Vapor, acero,
mecanización, hidráulica.
2ª Revolución Industrial: Electricidad,
línea de montaje, producción masiva
3ª Revolución Industrial:
Automatización, control digital programable, miniaturización.
4a Revolución Industrial: Cibernética, nanotecnología, biología,
robótica humana.
[12↑] )- „The Transhumanist Wager” (2013) – Cf. https://zoltanistvan.com/ y https://zoltanistvan.com/the-transhumanist-wager/
[13↑] )- La Declaración Transhumanista fue elaborada originalmente en 1998 por un grupo internacional de autores: Doug Baily, Anders Sandberg, Gustavo Alves, Max More, Holger Wagner, Natasha Vita-More, Eugene Leitl, Bernie Staring, David Pearce, Bill Fantegrossi, den Otter, Ralf Fletcher, Tom Morrow, Alexander Chislenko, Lee Daniel Crocker, Darren Reynolds, Keith Elis, Thom Quinn, Mikhail Sverdlov, Arjen Kamphuis, Shane Spaulding y Nick Bostrom. Esta Declaración ha sido modificada a lo largo de los años por varios autores y organizaciones. Fue adoptada por la Junta de Humanity+ en marzo de 2009.
La declaración completa actualizada (en
inglés) puede consultarse en: https://www.humanityplus.org/the-transhumanist-declaration
La misma declaración puede consultarse en español en:
https://transhumanismo.org/declaracion/ - Téngase presente, sin embargo, que la
versión en español NO CONCUERDA con la versión inglesa, por lo que es
interesante constatar que existe una notable vaguedad en las definiciones que,
obviamente, permite diferentes interpretaciones según las necesidades políticas
y culturales del momento, sin alterar demasiado los mismos objetivos y reglas
generales.
[15]↑)- “El conflicto evitable” (The Evitable Conflict en inglés), Isaac Azimov (1950)
[16]↑)- “Fundación y Tierra” (Foundation and Earth en inglés) Isaac Asimov,(1986)
[17↑] )- P.Ej. El ChatGPT, o el reciente Gemini de Google y hay docenas de otras aplicaciones como p.ej. Murf, Craiyon, Jaspe, Deep Dream, Sythesia, Night Café, etc. etc.
[18↑] )- Por ejemplo, de las programadas para resolver preguntas del usuario muy pocas son capaces de salir airosas si uno las somete a La Prueba de los Cinco ¿Por qué? Y de las que pueden resistir esa prueba en un tema específico, prácticamente ninguna responde satisfactoriamente si uno trata de llevarlas a un tema que puede llegar a dar lugar a respuestas “políticamente incorrectas”.
[19↑] )- Ver la gran variedad de juegos de ajedrez que existió ya en aquellos “tiempos heroicos” de la computación casera en: https://foro.chesscc.com/viewtopic.php?t=72
Si desean juguetear un poco con un emulador y juegos para la Commodore 64
descarguen el archivo de: https://www.mediafire.com/?aatdcudw4hc2xw5
[20↑] )- En la actualidad, Stockfish es uno de los módulos de ajedrez más fuertes que está disponible para el público. Al ser un módulo de código abierto, toda una comunidad de personas está ayudando a desarrollarlo y mejorarlo. Pueden descargarlo gratis de https://stockfishchess.org/
Siempre me gusta leer lo que usted escribe. Un abrazo
ResponderBorrarLa raíz de todo problema siempre radica en una pérdida de valores; llegados a este punto, no podemos enfrentarnos cara a cara contra los tanques de la Modernidad porque nos machacarían, pero al igual que hizo Griffith con el cinematógrafo, podemos utilizar los avances tecnológicos para nuestra causa. Es el momento de cabalgar el tigre. Siempre en la brecha, querido Denes.
ResponderBorrarGracias Agustin!
BorrarGracias Wermen!
ResponderBorrar¿No se puede detener el desarrollo tecnológico? Entonces ¿debemos utilizar la tecnología para controlar el comportamiento humano?
ResponderBorrarPor tanto se deduce ¡que lo que debemos cambiar es al ser humano!
Pero es evidente que si no podemos cambiar lo externo mucho menos podremos cambiar nuestra naturaleza profunda, a no ser que el transhumanismo llegue a ser realidad y se elimine a la anterior humanidad para siempre.
En definitiva, que para no limitar o eliminar la tecnología llegamos a la conclusión que se debe al menos modificar la naturaleza humana, o sea, estamos dando la razón y la vía libre a la aplicación del transhumanismo, monstruo que en principio queríamos evitar.
No basta con creer que sin intervención profunda la humanidad pueda cambiar de naturaleza; nunca cambiaremos ni siquiera a la fuerza si no es con intervención sobre dicha naturaleza.
No encuentro ningún modo lógico en que esta situación sea deseable.
Luego ¿no seria deseable actuar sobre el avance tecnológico? ¿Pero como si esto se considera imposible?
Saludos
José Luis González Sanz
www.realidad-simulada.es