La guerra no decide
quién tiene razón
Solo decide quién queda vivo.
Bertrand Russel
El Lunes 2 de Junio, Viktor Orbán convocó de urgencia al
Consejo de Defensa húngaro a una reunión en el Ministerio de Defensa. Al final
de la reunión, las declaraciones del Primer Ministro húngaro no fueron para
nada alentadoras. Como resumen de lo tratado, Orbán declaró:
“Acaba de finalizar la reunión del Consejo de Defensa. Convocamos a este Consejo porque nos llegaron nuevas y alarmantes informaciones en cuanto al curso de la guerra ruso/ucraniana.
La situación es unívoca: desgraciadamente, a pesar de las gestiones del presidente Trump, no nos estamos alejando sino acercando a la guerra. Los burócratas de Bruselas no apoyan las iniciativas de paz norteamericanas. Han decidido que Ucrania debe continuar la guerra. Hungría se opone a esto. Hungría prefiere apoyar los esfuerzos norteamericanos por la paz.
Debemos prever que la dirigencia de Bruselas, interesada en la continuación de la guerra, hará todo lo necesario para meter por la fuerza a Hungría dentro de la coalición partidaria que apoya la guerra. Debemos prever que se acelerarán las operaciones encubiertas contra Hungría y las campañas de difamación financiadas con dinero extranjero. Para garantizar la seguridad del país, el Consejo de Defensa ha tomado las decisiones necesarias. Seguiremos defendiendo la soberanía húngara y la seguridad de las familias húngaras.” [1]
Este comunicado, notoriamente pesimista, refleja lo sucedido
en Washington durante estas últimas semanas: Donald Trump se hartó de la casi
increíble terquedad ucraniana, rusa e incluso europea en continuar una guerra
que ya ha dejado de ser un conflicto geopolítico para convertirse cada vez más
en una guerra de caprichos, egos e intereses que tienen poco o nada que ver con
los verdaderos intereses de los países involucrados.
Hacia el 19 de mayo pasado, Trump en una conferencia de
prensa algo dura declaró “ésta no es nuestra guerra, ésta no es mi guerra”
[2] cuando le preguntaron sobre el avance de las negociaciones con Rusia y Ucrania.
Los periodistas en general – (la tentación de decir “como siempre” es grande) –
interpretaron estas palabras según el paladar y los compromisos de cada uno;
pero lo que Trump señalaba es algo tan viejo como la humanidad: para provocar
una guerra basta con uno, para establecer la paz se necesitan dos como mínimo.
Además, si un tercero se mete entre los dos contrincantes para pacificar los
ánimos, lo más probable es que le suceda lo mismo que al sujeto que quiere
salvar el matrimonio de su mejor amigo: al final termina peleado con el amigo,
con la esposa del amigo, y el matrimonio igual termina en divorcio. Ningún
amigo, por mejor amigo que sea, puede hacer que se amen dos personas que se
odian.
Por la reacción de Orban y los gestos de Trump de las últimas semanas lo que realmente transluce de los datos disponibles es que el presidente de los EE.UU. está ya algo (o bastante) cansado de hacer de mensajero de la paz en Moscú, en Kiev y en Bruselas sin que nadie le lleve el apunte. Detrás de las palabras de Trump lo que subyace es su hartazgo de no hallar ninguna intención seria – ni en Ucrania, ni en Rusia, ni en la Unión Europea – de terminar una guerra que está costando algo así como 5.000 jóvenes muertos cada semana.
Ante esto, no es nada imposible que Trump haya optado por
alejarse prudentemente de una gestión que nadie le agradece y dedicarse a
hacer control de daños tanto para él personalmente como para la política
exterior de EE.UU. En virtud de esto, lo más probable es que ninguna
negociación futura por parte de Trump sea exitosa. Es a lo que también apunta
el mensaje de Orban. De aquí en más, lo probable es que Norteamérica mantenga
una apariencia de seguir interesada en la paz pero no ocultando sus pocas
esperanzas de tener éxito. Esto, a la larga, justificaría una retirada de la gestión
de paz y una mayor concentración en los intereses propios. Es que, y esto
también es cierto, Biden no le dejó a Trump ninguna posición fuerte real frente
a Rusia ni tampoco frente a Ucrania.
Los europeos de la Unión Europea – supuestamente aliados de
EE.UU. a través de la OTAN – carecen de un poderío bélico propio pero, al
igual que Zelensky, están dispuestos a combatir a Rusia hasta el último
ucraniano. Y una vez que ese último
ucraniano haya muerto, en Bruselas cultivan la idea de seguir combatiendo a
Rusia hasta el último soldado norteamericano. Trump tiene esto perfectamente en
claro y decir que la idea no le entusiasma para nada sería minimizar su
actitud. De hecho ¿por qué habría Trump de acompañar dócilmente un delirio europeo
incomprensible y a una terquedad ucraniana injustificable? Es que no lo hará.
Ya empezó a no hacerlo. Contrariamente a los planes delirantes de Bruselas,
Trump no aceptará prolongar indefinidamente el conflicto tan solo para
tranquilizar a sus supuestos aliados que sueñan con una victoria sobre Rusia
siempre y cuando la OTAN siga enviando material bélico letal a Ucrania.
Por el otro lado, Zelensky y su grupo tienen menos interés todavía en terminar la guerra. Por de pronto, Zelensky tiene perfectamente en claro que, si se retira vencido de esta guerra, habrá perdido totalmente su futuro político – y acaso su vida misma. Además de eso, hay un hecho también imposible de ignorar: Zelensky no es ucraniano en un sentido estricto. Por de pronto Krivoi Rog, la ciudad en la que nació, si bien queda en territorio ucraniano, es una ciudad de habla rusa. Creció hablando ruso y se casó con una mujer que también provino de una región de habla rusa y que declaró haber escuchado el ucraniano por primera vez en el segundo grado de la escuela, en la clase de idioma. Además de eso, la familia Zelensky es de ascendencia judía. Tres de los hermanos de su abuelo fueron víctimas de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. [3] Él mismo describió a su familia como “una familia judía soviética normal” y hasta se lo ha citado diciendo que entre sus objetivos está la creación de un "Gran Israel con su propia identidad". [4]
Si uno tuviese que describir la situación actual de Ucrania
en términos cruelmente objetivos lo que obtendría sería algo muy parecido a un
galimatías. Sería algo así como una república teóricamente democrática con
elecciones suspendidas desde el verano boreal pasado, con un presidente de
etnia judía, criado en un medio cultural ruso, que al inicio del conflicto se
rodeó de algunos grupos con tendencias nacionalsocialistas como, por ejemplo,
la Brigada Azov, [5] identificada inicialmente con un Wolfsangel
en su escudo, financiada por el plutócrata judeo-ucraniano Ihor
Kolomoisky y entrenada por militares georgianos, algo que le permitió a los
rusos calificar su invasión de 2022 como una operación para “desnazificar” a
Ucrania. Todo eso en un país que fue potencia – el Rus [6] de Kiev – mucho antes de que lo fuera la Rusia de Moscú y que tuvo su edad
dorada en el Siglo XI, siendo que luego formó parte del Imperio de los zares
rusos por casi 200 años. Invadida y derrotada por los bolcheviques, pasó a ser
parte del Imperio Soviético sufriendo la hambruna genocida del Holodomor
y las batallas de la Segunda Guerra Mundial para terminar declarando otra vez
su independencia luego de la disolución de la Unión Soviética.
Teniendo la complejidad de este cuadro casi inentendible a
la vista, se comprende la dificultad de definir el concepto de “victoria” para
ambos contrincantes. De lo único que podemos estar seguros es de que se odian
de forma visceral. Porque, para el lado ucraniano, la “victoria” no solamente
significaría la supervivencia de Ucrania Occidental sino la recuperación de todos los territorios
perdidos a manos de Rusia, incluyendo Crimea. Mientras que, para los rusos,
Crimea es tan importante que la defenderían hasta con armas nucleares y la
“victoria” rusa consistiría en impedir para siempre la posibilidad de expulsar
a los rusos radicados en Ucrania Oriental y – precisamente – en Crimea.
En esas condiciones y si las nociones de “victoria” son
ésas, cabe la pregunta: ¿Quién quiere la paz? Para Putin, la paz vendrá
necesariamente de un modo o de otro puesto que Ucrania no le puede ganar una
guerra a Rusia. Para Zelensky, si a la guerra hay que pelearla hasta el último
ucraniano, el desafío no lo impresiona en absoluto mientras eso no signifique
una clara victoria para Rusia. Para un Zelensky, un Kolomoisky y
todos ellos, los ucranianos no son más que material descartable. Y, finalmente,
para los politicastros de la Unión Europea e Inglaterra la guerra, como de
costumbre, es principalmente una buena oportunidad de negocios en la que, agitando
el fantasma del “peligro ruso” se puede poner en marcha toda la maquinaria de
producción y tráfico de armas de todo tipo.
Porque a todo lo que llevamos dicho hay que agregarle la
cuestión de la enorme cantidad de dinero involucrado. Desde el inicio de la
guerra los gobernantes ucranianos y tanto los intermediarios europeos como los
norteamericanos de la época de Biden, se han beneficiado sustancialmente con
ese flujo de dinero, por lo menos durante los últimos diez años. [7] Un flujo que, en caso de terminar
la guerra, no solo dejaría de fluir hacia las cuentas bancarias de los
principales dirigentes ucranianos sino que, necesariamente, en algún momento tendrá
que invertir su dirección. Ucrania ha sido generosamente financiada para poder
llevar adelante su guerra y los dueños de ese dinero, en algún momento
reclamarán su devolución. Con eso, habrán ganado toneladas de dinero financiando
la guerra y seguirán ganando dinero con su devolución siendo que, mientras más
dinero se invierta en la guerra, mayor será la cantidad de interés a cobrar con
su repago. En las mesas del gran capital internacional no se sirven comidas
gratis.
Donald Trump tiene bien en claro que su apuesta, heredada de
Biden, es una apuesta perdedora. El hombre, más allá de su oficio de político,
es un empresario acostumbrado a negociar y a evaluar oportunidades. No puede no
comprender que, si sigue involucrado en el conflicto, los EE.UU. pueden
terminar enredados en una guerra en la que no tienen nada que ganar y mucho que
perder. Y, si hay algo que un buen negociador empresario sabe, es cuando tiene
que frenar sus pérdidas y hacer control de daños. Porque si la guerra prosigue,
solo Dios sabe si podrá seguir localizada como está o bien escalará a una
guerra más amplia que terminará enfrentando a más países. Aunque sea
mediáticamente muy mencionada, hoy (04/06/2025), una Tercera Guerra Mundial es muy
poco probable a menos que algún imbécil pulse el botón nuclear. Pero aún sin el Armagedón atómico la
ampliación de la guerra puede desembocar en un incendio infernalmente difícil
de apagar.
Así, lo que asoma en el horizonte es que, por desgracia, la
guerra en Ucrania tiene todo dispuesto para continuar. Sea que la burocracia de
Bruselas decida involucrarse y participar directamente en la ayuda de Ucrania
con dinero y medios militares, sea que a Putin se le acabe la paciencia y
decida tirar un sustancial pedazo de carne a la parrilla bélica, lo que cabe
prever es que seguirá muriendo gente en aras de una victoria que nadie consigue
definir. En este escenario Trump seguramente seguirá moviéndose, quizás simulando una intermediación que sabe condenada al fracaso de antemano; pero eso,
obviamente, no terminará la guerra.
Con el tiempo, el fin progresivo de su intervención le permitiría a Trump establecer una relación más fluida y menos conflictiva con Moscú para dejar la guerra de lado y plantear asuntos que le importan a EE.UU. mucho más que lo que sucede con los ucranianos como, por ejemplo, la explotación de minerales y tierras raras hasta la exploración espacial y la seguridad global. De última, las piezas del rompecabezas geopolítico tendrán que caer donde deben caer dada la increíble conjunción de estulticia, vanidad, terquedad, codicia, ineptitud, mezquindad y egolatría de la enorme mayoría de los políticos y la enorme voluntad de poder de los dos actores principales en Kiev y Moscú.
Al menos, tal como sugería al principio, a esa conclusión
han arribado Viktor Orban y los miembros del Consejo de Seguridad de Hungría.
Difícilmente se equivoquen. Hoy, los rusos han acusado recibo de la decisión húngara sin discutirla.
De este lado del charco, haríamos bien en tomar nota. Dentro
de tan solo un par de años (o mucho antes), el mundo entero será muy diferente.
Creo que fue Clemenceau el que dijo que “La guerra es una cosa demasiado seria
como para dejársela a los militares.” Si bien los civiles tampoco han brillado
precisamente en materia de enfrentamientos bélicos, tampoco deja de ser cierto
que el futuro es algo demasiado importante como para dejárselo a unos políticos
cuyas ideologías – sean de “derecha” o de “izquierda” – atrasan por lo menos
150 años como sucede con la mayoría de los politicastros occidentales.
[1] )- https://www.facebook.com/reel/23917654417923904 - También difundido por los rusos en: https://actualidad.rt.com/actualidad/552179-orban-bruselas-decidir-ucrania-continuar-guerra
[2]
)- https://x.com/disclosetv/status/1924577653211689073
[3]
)- https://www.president.gov.ua/en/news/volodimir-zelenskij-rozpoviv-istoriyu-svoyeyi-rodini-pid-cha-59437
[4]
)- https://www.infobae.com/america/mundo/2022/04/06/volodimir-zelensky-dijo-que-ucrania-se-puede-convertir-en-un-gran-israel-con-su-propia-identidad/
https://jewishquarterly.com/articles/extract/2022/02/volodymyr-zelensky
[5]
)- https://www.tuftsdaily.com/article/2023/10/the-dangers-of-ignoring-ukraines-neo-nazis
[6]
)- De donde proviene, precisamente,
el nombre de “Rusia”.
[7]
)- https://foreignpolicy.com/2024/07/29/ukraine-is-still-too-corrupt-to-join-the-west/
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