MIS LIBROS

miércoles, 26 de julio de 2017

MERITOCRACIA


Un envidioso
jamás perdona el mérito.
Pierre Corneille
(1606-1684)

Una meritocracia bien constituida garantiza igualdad de oportunidades;
no igualdad de resultados.
Hace ya varios meses atrás (hacia Abril de 2016) apareció la publicidad de una marca de automóviles que levantó algo de polvareda. Era un "spot" que hablaba de la meritocracia y decía lo siguiente:
 "Imaginate vivir en una meritocracia; un mundo en donde cada persona tiene lo que merece; donde la gente vive pensando en cómo progresar día a día, todo el día; dónde el que llegó, llegó por su cuenta sin que nadie le regale nada. Verdaderos meritócratas. Ése que sabe qué tiene que hacer y lo hace, sin chamuyo; que sabe que mientras más trabaja más suerte tiene; que no quiere tener Poder sino que quiere tener y poder. El meritócrata sabe que pertenece a una minoría que no para de avanzar; que nunca fue reconocida. Hasta ahora." [1]


¡Para qué! Todo el espectro demoliberal, y especialmente su sector de izquierda, salió inmediatamente con los botines de punta para atacar la idea.

Es cierto que, a primera vista, no se ve muy bien qué tiene que ver ese texto con un automóvil. Obviamente se pretende insinuar que se trata de un vehículo muy especial que opera como símbolo de status de gente también muy especial. Ahora, qué tiene que ver la industria automotriz con una meritocracia (en la que debo "imaginar" que vivo) es algo que me queda como pregunta flotando en el aire.

Pero dejando eso de lado, no deja de ser interesante analizar un poco la reacción. Muy poco tiempo después de la aparición de la publicidad mencionada, salió un "contraspot" que, utilizando las mismas imágenes, cambiaba completamente el texto por otro que decía lo siguiente:
"Bienvenido a la meritocracia; un mundo en donde casi nadie tiene lo que se merece porque no tenemos en claro quién poronga decidió el nivel de merecimientos; donde la gente que se la pasa pensando en cómo progresar y estar mejor claramente no vive acá; no vive de rentas ni se disfraza de "runner" para fotografiar probable competencia; dónde el que llegó a la cima es un hipster caprichoso que acá está saludando a su tía que es gerenta; dónde el costo sumado de una ventana vidriada, una pilcha, un feca y un reloj probablemente sea siete veces superior a tu salario mensual; un mundo en donde caés en la empresa de tu viejo con tu cara de parásito y tu casquito y pretendés ponerte al hombro tareas que pueden dejarte ciego, loco o impotente y para las cuales jamás te preparaste porque te chupan un huevo; un mundo en el cual para estudiar física cuántica es necesario tener anteojos de marco grueso y mezclar sushi de Palermo con capuchino – de Palermo – combinado con drogas icomiméticas – de Palermo también – así después sufrís un delirium tremens y hacés arte abstracto con fibrones celestes y se lo tratás de vender a cuatro arpías que compran arte para evadir impuestos; un mundo en el que acabás de volver de lavar más dólares afuera y estás tranqui porque tu familia piensa que te fuiste a Europa para buscar nuevas tendencias para tu negocio de pantalones color chinchulín. En este barrio divino que queremos que sea mundo, los meritócratas nunca existieron, porque acá somos todos clase media alta, blancos, acá no hay negros ni pobres. Casi no hay mujeres, o las mostramos comiendo basura y vendiéndose al mejor postor. Acá hay cunita de oro y beneficio desde el principio; acá hay acumulación de fortunas previas y careteo de sacrificio; acá alguien como vos, querido, no tiene puta chance de existir. Andate, tomátelas, salí de mi barrio, salí del cuadro porque te piso con mi auto nuevo." [2]



 ¿Qué tal? Un "contraspot" de 332 palabras para denostar un "spot" de solamente 96. Pero lo más gracioso de todo – aparte de los sarcasmos y las ironías salpicadas de palabrotas – es que este "contraspot" le erra completamente al objetivo. Porque, como lo veremos más adelante, aun cuando contenga elementos acertados no es una crítica a la meritocracia. Es una crítica al criterio del mérito – tal como lo entiende la burguesía liberal-capitalista – analizado por sus consecuencias desde la óptica de un clasismo marxista pero sin considerar al criterio en sí.

Y esto es algo típico en los intelectuales de izquierda: siempre discuten "en paralelo". Uno les presenta una tesis y no la discuten con una antítesis correspondiente; que es lo que en teoría deberían hacer dada su formación dialéctica. No. Aprovechan la oportunidad para exponer en detalle su conclusión ideológica sobre una tesis similar. Haga Usted un comentario sobre la meritocracia y ellos se despachan con una visión sarcástica sobre la burguesía (que no es muy difícil de armar, seamos sinceros). Coménteles algo sobre la desaparición progresiva del proletariado que Marx conoció y ellos saldrán hablando sapos y culebras sobre la burocracia sindical (una crítica que tampoco es muy difícil de armar, sigamos siendo sinceros). Hábleles sobre liderazgo y trabajo en equipo y ellos responderán con un largo discurso sobre el papel de la vanguardia del proletariado en el marco de las asambleas populares. Con muchos intelectuales de izquierda no vale la pena tratar de debatir. Es imposible lograr que se concentren en los términos concretos de un debate; siempre eligen una vía paralela de aproximación al tema planteado y eso hace imposible encontrarse con ellos en otro lugar que no sea el infinito.

Pero en materia de oposición visceral a la meritocracia los intelectuales de izquierda no están solos, aun cuando es notorio que llevan la voz cantante. La fobia anti-meritocrática es compartida por todos los igualitaristas sin importar su posición dentro del espectro político tradicional. Es el resultado de la herencia liberal común a todos ellos. Desde sobrevivientes marxistas, pasando por socialdemócratas gradualistas y terminando por lo que últimamente se ha dado en llamar "populistas", todos sienten un horror cerval ante la idea de una sociedad organizada alrededor de la idea del mérito.

Los únicos que parecen querer coquetear un poco (sólo un poco) con la idea del mérito son los grandes plutócratas que interpretan a la meritocracia en términos de lógica calvinista. Es decir: al revés. La lógica de esta interpretación es la siguiente: si alguien es rico es porque merecía serlo puesto que, si no lo hubiera merecido, no habría llegado a ser rico. Es el corolario profano del éxito y la riqueza interpretados como señales de una gracia que Dios concede solamente a los Elegidos. Porque esa teoría dice que si la persona en cuestión no es un Elegido, Dios no hubiera permitido que se convierta en rico y exitoso. [3]  Lo que pasa con este razonamiento es que falla por su base: aun si fuese cierto que Dios te ha elegido o te ha condenado aun antes de que nazcas – algo que siempre me pareció una idea diabólica – su elección no puede haber dependido de tus méritos sencillamente porque, siendo un nonato, todavía no has tenido oportunidad de demostrarlos.

El problema adicional es que el concepto de meritocracia tampoco queda demasiado bien definido por el propio creador de la palabra. Según dicen los que dicen que saben, el término "meritocracia" fue acuñado por el británico Michael Young en su libro de 1958: "The Rise Of The Meritocracy", [4] escrito para la Fabian Society socialista que finalmente se negó a publicarlo. Y es una mala partida de nacimiento para un término sociopolítico porque ese libro no es un ensayo científico sino una novela. Peor que eso: es una sátira con condimentos futuristas. Young imagina (en 1958) una sociedad en donde el éxito depende de ciertas facultades intelectuales y un sistema educativo que selecciona a los ganadores y descarta a los perdedores. En su desarrollo, en la novela de Young esta sociedad culminaría hacia 2033 con una cerrada casta despótica que finalmente termina derrocada por una revolución violenta. Así, desde sus mismos orígenes, el término de "meritocracia" queda relacionado con una distopía bastante en línea con, por ejemplo, "Un Mundo Feliz" de Huxley o "1984" de Orwell.

Llegado a este punto creo haber contribuido lo suficiente a la confusión general como para verme obligado a tratar de poner un poco en claro la cuestión de base. Porque después de todo lo anterior: al fin y al cabo, ¿qué cuernos es una meritocracia?

La meritocracia como idea

Según el manual, el concepto de "meritocracia" se refiere a un sistema sociopolítico en el cual la movilidad social, y sobre todo el acceso a los puestos de poder, tiene lugar por criterios de desempeño (mérito) y no por criterios de adscripción (riqueza, casta social o facción política). En una meritocracia el siempre reiterado cuestionamiento del "¿quién decide?" queda de este modo suplantado esencialmente por el "¿cómo se decide?" o sea: "¿con qué criterio se decide?" Por supuesto que incluso en un sistema meritocrático el "quién" sigue teniendo algo de peso porque la pertenencia por adscripción a un sector o estamento social puede determinar – y de hecho a veces determina – los criterios de decisión aunque más no sea por deformación profesional. Pero si este criterio viene ya firmemente determinado por los valores fundacionales del sistema el margen para la aplicación de criterios sectoriales parciales se reduce de un modo significativo.

Que ese margen se reduzca pero que no quede totalmente eliminado puede parecer desalentador. No obstante, es preciso que entendamos y aceptemos que no hay sistemas sociopolíticos perfectos. Todas las utopías perfectas que se nos ha ocurrido inventar en teoría han demostrado ser completamente inviables en la práctica. Todo sistema sociopolítico es una creación humana y, por la imperfección fatalmente inherente a la condición humana, cualquier creación del Hombre está expuesta al error o a cierto grado de consecuencias negativas y la política no es, por cierto, una excepción a esta regla que más que regla es una ley.

Consecuentemente, no deberíamos caer en el error de confundir utopías con ideales. Las utopías son "modelos terminados" a imitar; los ideales son objetivos a aproximar. Las grandes confusiones suelen surgir por el hecho que las utopías se construyen por lo general con la generosa inclusión de ideales ya que, de otro modo, no serían atractivas. Pero la enorme diferencia reside en que una utopía establece – a veces hasta con lujo de detalles – toda la arquitectura del resultado final presuponiendo incluso "realidades" que, en rigor de verdad, ni siquiera existen. Por el contrario, un ideal solo indica o enuncia a grandes rasgos el resultado final deseado y deja a discreción del constructor el detalle de la arquitectura que establecerá o sostendrá ese resultado. En otras palabras: un ideal posee un grado de flexibilidad infinitamente superior al de una utopía. Un ejemplo para que quede claro: la democracia es una utopía; la meritocracia es un ideal.

Por eso es que, en realidad, no tiene demasiado sentido la discusión acerca de cómo sería una sociedad meritocrática. En cada caso particular, para cada pueblo o nación – considerando su idiosincrasia, sus características etnoculturales, su fe religiosa, su historia, su tradición, su grado de desarrollo tecnológico etc. etc. – el principio meritocrático puede (¡y debe!) adoptar formas de organización sociopolítica particulares y específicas. Para decirlo con una metáfora: a diferencia de las utopías como la democracia liberal capitalista o el socialismo clasista, el principio meritocrático no le impone el mismo traje ya confeccionado a todo el mundo. Lo que propone es un criterio para que cada sociedad se confeccione el traje que mejor le queda.

Ese criterio es el del mérito.

El mérito como concepto

En su crítica al Programa de Gotha, Marx sostenía que en una primera etapa el socialismo debía apuntar a satisfacer el principio: "de cada uno según su capacidad; a cada uno según su aporte". No obstante, en una segunda etapa, el socialismo – siempre según Marx – llegaría a la etapa del comunismo en el cual el principio sería "de cada uno según su capacidad; a cada uno según sus necesidades".

Huelga decir que el socialismo marxista jamás llegó a esa utópica segunda etapa. Y no llegó porque es imposible llegar. Dado el caso, todos sentirán que "necesitan" el mejor automóvil, la mejor casa, la mejor ropa, la mejor comida y, en general, la mayor cantidad posible de lo mejor de todo lo disponible. Las necesidades de cada uno representan una magnitud que es de hecho infinita, limitada en la práctica solamente por el nivel de desarrollo tecnológico de una época y por las capacidades de acaparamiento de un individuo o de una familia. A menos, por supuesto, que las necesidades, los bienes, los servicios y las cantidades sean establecidas por una autoridad superior, en cuyo caso el problema pasa a ser el de definir el criterio con el que se establecerá la necesidad de cada cual de un modo satisfactorio para todos. Algo cuya imposibilidad constituyó una de las rocas contra las cuales se estrelló el socialismo soviético.

El primer criterio socialista, sin embargo, no carece de sentido. Dar a cada uno "según su aporte" equivale a decir "a cada uno según su mérito"; lo cual lleva implícita en forma tácita la intención de darle a cada uno lo que le corresponde, siendo que eso constituye tradicionalmente la base de toda justicia distributiva.

El problema es que, si bien a primera vista el principio de "a cada uno lo que le corresponde" se presenta como algo justo, en un segundo análisis pronto se descubre que alcanzar ese ideal en términos de mérito no es tan fácil como parece. Por de pronto, lo que a una persona "le corresponde" no necesariamente correlaciona con sus méritos. A alguien que compró un billete de lotería y salió premiado, le corresponde la suma establecida como premio. Pero, ¿la merece? Es fácil ver que se trata aquí de dos cosas diferentes. Una cosa es lo que a alguien le corresponde por ley, por azar o por las reglas de juego establecidas y otra cosa sensiblemente diferente es lo que esa misma persona realmente se merece. [5]

El mérito como concepto no se relaciona con la suerte que alguien puede tener ni con reglas fijas o normas tradicionales que asignan privilegios o recursos extraordinarios en forma automática o cuasi automática a determinados individuos. El concepto de mérito se relaciona exclusivamente con el aporte que una persona ha hecho al conjunto social en el que vive y por ello es que el principio socialista básico de "a cada uno según su aporte" constituye un concepto válido que puede servir de punto de partida.

Y solo como punto de partida porque la implementación práctica del concepto sigue siendo compleja.

El mérito como magnitud

La dificultad se hace patente ni bien nos preguntamos: ¿cómo estableceremos el mérito? Porque es obvio de toda obviedad que no poseemos ningún "meritómetro" para medir el mayor o menor valor del aporte, es decir del mérito, de cada persona.

Según la idea que subyace a la novela de Michael Young parecería ser que la fórmula

Inteligencia + Esfuerzo = Mérito,

podría constituir el principio básico de una meritocracia. Sin embargo, no puede. La imposibilidad queda de manifiesto ni bien nos damos cuenta de que, según ese criterio, cualquier estafador – y en general cualquier criminal con un alto cociente intelectual – puede llegar a tener mérito suponiendo que realice un considerable esfuerzo para lograr sus fines. Evidentemente, la fórmula necesita un factor de corrección.

Una posibilidad sería considerar:

(Inteligencia + Esfuerzo) x Valor Social = Mérito

como esquema tentativo para definir el mérito en dónde una aproximación a las magnitudes intervinientes puede lograrse a través de la medición del Cociente Intelectual, las horas trabajadas o calorías gastadas, o algún otro parámetro válido y, finalmente, el valor que la actividad tiene para la sociedad que puede ser positivo si la beneficia o negativo si la daña y puede relacionarse con la medida en que esa actividad aporta a la Renta Nacional.
Otra posibilidad, quizás más abarcativa, podría ser:

(Capacidad + Esfuerzo) x Valor Social = Mérito

en donde lo que se tendría en cuenta no sería la inteligencia en sí, desvinculada de su aplicación, sino la capacitación – para la profesión o actividad – en la cual esa inteligencia se ha desarrollado. Medir cocientes intelectuales es algo siempre un poco riesgoso puesto que es posible aislar analíticamente varios tipos de inteligencia y en no todas las actividades (p.ej. las artísticas) la inteligencia medida por los tests de Cociente Intelectual tiene el mismo peso relativo, aun cuando también sea cierto que a todos los tipos de inteligencia detectados les subyace un factor común de "inteligencia general". [ ] En cambio la capacitación adquirida es una magnitud sensiblemente más firme que puede apreciarse ya sea por el nivel de educación alcanzado, y/o por el nivel del desempeño laboral o profesional demostrado en la actividad elegida.

Por supuesto que las fórmulas indicadas más arriba, son tan solo ilustrativas y obviamente no tienen pretensiones de precisión matemática. El mérito como magnitud depende tanto de cuestiones objetivas como subjetivas. Las objetivas, mayormente económicas, de desempeño educativo y profesionales, son relativamente sencillas de medir. Las subjetivas son esencialmente culturales y dependen de la escala de valores imperante en cada medio y civilización o cultura en particular.

El mérito como reflejo de valores

Lo concreto y que no hay que perder de vista es que toda meritocracia depende, entre otras cosas, muy fuertemente de los valores que la sociedad más estima. Una sociedad que valora el placer y las ventajas materiales por sobre todas las cosas tendrá un concepto del mérito muy diferente a otra sociedad cuyos valores máximos son, por ejemplo, la honorabilidad, el trabajo y la vocación de servicio.

Tomemos las nueve nobles virtudes tradicionales y las cuatro virtudes cardinales: honor, verdad, lealtad, disciplina, perseverancia, trabajo, libertad, valentía, solidaridad, prudencia, justicia, fortaleza y templanza. El conjunto de estas virtudes forma un sistema de valores muy diferente al que rige de facto en la actualidad. En realidad, nuestro sistema actual se basa más en disvalores que en valores auténticos.

Los disvalores actuales del materialismo, el hedonismo, el individualismo y la decadencia moral no sirven para generar una meritocracia aceptable. Por eso el "contraspot" citado al principio tiene algo de razón: alguien que se destaca por ser materialista, volcado al placer, individualista, egocéntrico y decadente, no puede ser considerado como alguien dotado de los méritos necesarios para dirigir una sociedad. Con esos valores, una sociedad justa, armónica y equilibrada es completamente imposible. En otras palabras: los valores del demoliberalismo capitalista y los del materialismo dialéctico marxista NO SIRVEN para fundamentar una meritocracia. En consecuencia, no carecen totalmente de razón quienes critican la idea de la meritocracia si hacen abstracción del sistema de valores subyacente y la suponen basada sobre los valores actualmente vigentes.

Para instaurar una meritocracia aceptable es necesario lograr primero el triunfo de una revolución cultural que restaure al menos las virtudes tradicionales y cardinales como normas de conducta y procedimiento. Por ello es que la Revolución Cultural debe preceder a la Revolución Política. Si no se logra esa Revolución Cultural, la Revolución Política nunca tendrá un sustento sólido y aceptable. Una meritocracia se basa precisamente en las virtudes que se quieren ameritar. No es posible aspirar a una revolución política basada en méritos si no se erradica primero la escala de valores de la decadente cultura del materialismo dogmático actual.

El otro aspecto que no hay que pasar por alto es que una meritocracia, por su misma esencia, constituye un sistema no-igualitario. Para que eso sea aceptable, deben eliminarse los factores que pueden conducir a la violación de, precisamente, una de las virtudes cardinales mencionadas: la justicia.

Por fortuna, esto no es imposible ni mucho menos. Por un lado es preciso que exista una real y concreta igualdad de oportunidades de partida. Y, por el otro lado, los valores relacionados con la apreciación del mérito no deben exigir necesariamente capacidades muy especiales que solamente ciertos seres humanos tienen o pueden desarrollar.




Pero entiéndase bien: igualdad de oportunidades iniciales no significa igualdad de resultados, como lo afirma la hipocresía actual partiendo de supuestas igualdades universales abstractas y del mito de la infinita educabilidad del ser humano. Y, además, nótese que ninguna de las virtudes citadas más arriba depende de un cociente intelectual o de algún otro talento en especial innato. Honor, verdad, lealtad, disciplina, perseverancia, trabajo, libertad, valentía, solidaridad, prudencia, justicia, fortaleza y templanza no dependen de talentos que solo muy pocos tienen y, en un entorno de igualdad de oportunidades, toda persona normal puede desarrollarse ejerciendo y respetando estos valores.

Obviamente algunos se destacarán y otros no lo harán tanto. Pero de la desigualdad de méritos resultante al menos podremos aproximarnos al ideal de poder seleccionar a los mejores.

Conclusión

La magnitud del mérito requiere, en cada caso puntual, un análisis profundo y un consenso amplio. No es algo que se logra mediante un discurso superficial. Pero, en todo caso, aun una estimación algo imperfecta del mérito serviría como una base de selección de dirigentes mucho más sólida que la actual basada en la medición de la "voluntad general" a través de unas elecciones democráticas en las que puede ganar un candidato con el 25 o 30% de los votos posibles y en las que, para colmo, el voto de dos ignorantes fácilmente manipulables por los medios masivos pesa más que el de una persona altamente capacitada y con criterio propio.

La democracia liberal, con su teoría utópica del igualitarismo demagógico, no ha podido garantizar jamás un avance hacia el ideal del gobierno de los mejores y los más capaces. El socialismo marxista, con su teoría de la lucha de clases y sus "vanguardias del proletariado" cristalizadas en nomenklaturas sin más méritos que el recitado de los postulados abstractos del materialismo dialéctico, ha fracasado por completo en todas partes y ha debido ir girando hacia un capitalismo económico dirigido por una variedad del socialismo político. 

Frente a esta realidad, un criterio meritocrático basado en valores auténticos en el marco de un sistema justo no es una quimera.

Por el contrario, puede ser una solución.




------------------------------------

NOTAS

 1)- https://www.youtube.com/watch?v=D-hEOCxqTx4&feature=youtu.be  Consultado en Mayo 2016. Desde entonces la empresa automotriz ha bloqueado el spot y actualmente tiene acceso restringido. Parece ser que el criterio meritocrático de la agencia de publicidad no soportó el embate de la ideología igualitarista y la automotriz prefirió abandonar el argumento del auto de alta gama para un sector de supuesto alto mérito.
No obstante, Internet no sería lo que es si alguien no hubiera grabado el spot y no lo hubiera vuelto a subir. Ahora (hasta nueva censura) lo pueden ver en https://youtu.be/Ov9x5naV3ok  (Consultado el 19/07/2017)

2)- https://www.youtube.com/watch?v=8T-DOs7xP7U Consultado el 26 de Julio 2016. Tengo la sensación de que el spot actual está un poco cambiado, pero desgraciadamente no puedo asegurarlo ya que en su momento no grabé el original y así resulta imposible comparar detalles.

3)- Cf. Weber, Max: La ética protestante y el espíritu del capitalismo. La Nueva Editorial Virtual 2014 - https://drive.google.com/file/d/0B6QXUcoelzmpc3JQdHduWTBsdUk/edit?pref=2&pli=1

4)- Young, Michael:  The Rise of the Meritocracy (1870-2033).  An Essay on Education and Equality (1958) "El Ascenso de la Meritocracia (1870-2033). Un Ensayo sobre Educación e Igualdad".

5)- A esto se agrega una dificultad idiomática que el inglés trata de resolver mediante la interpretación filosófica de los términos "merit" y "desert";  aunque en el inglés cotidiano muy rara vez se escuchará el término de "desert" para otra cosa que no sea un desierto o "dessert" para un postre. En español tenemos el término de "mérito" y "merecimiento" pero tampoco lo diferenciamos  demasiado bien del concepto del simple "derecho a" algo determinado. El tenedor del billete de lotería premiado tiene derecho a la suma establecida como premio; aun cuando no necesariamente la merezca.

6)- Es el "factor g" aislado por la Teoría Bifactorial de Inteligencia del psicólogo Charles Spearman (1863 – 1945). Spearman observó que las puntuaciones que los niños en edad escolar sacaban en cada una de las asignaturas mostraban una relación directa, de manera que un escolar que saque muy buenas notas en una asignatura tenderá también a puntuar bien en el resto de asignaturas. A partir de este hecho, ideó un modelo explicativo sobre la inteligencia apto para ser punto de partida de la medición del cociente intelectual (CI). (Cf. https://psicologiaymente.net/inteligencia/inteligencia-factor-g-teoria-bifactorial-spearman)


7 comentarios:

  1. Brillante artículo; pero hay algo que me preocupa cuando se trata de llevar a la realidad ideas brillantes y en principio, "posibles". Por ejemplo, para llegar a una sociedad basada en el mérito se requiere primero que personas de "mérito" tomen el control de esa sociedad, o al menos que tengan la autoridad y prerrogativa para valorar el mérito y hacerlo valer. O sea, de alguna manera, primero deben imponerse en la sociedad en cuestión, las personas con las virtudes y valores que se mencionaron aquí. Pero ¿cómo se logra eso? Necesitamos personas de mérito para que el mérito triunfe. Parece un contra sentido, como del huevo y la gallina.
    Un abrazo Denes.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. No Hugo. Para llegar a una sociedad basada en el mérito se requiere que primero la sociedad acepte y haga suyos los valores que permitirán evaluar el mérito. La batalla cultural debe ser ganada antes de dar la batalla política. Todas las grandes revoluciones tuvieron ese desarrollo: primero impusieron sus valores y luego justificaron la revolución anunciando que la hacían en nombre de precisamente esos valores.

      Borrar
    2. Interesante tu respuesta. Lo tengo que pensar bien, ya que me surge de inmediato la cuestión de como se logra esa imposición de valores a la sociedad. Pero supongo que esa es la función de una revolución verdadera. Claro que no te voy a hacer la pregunta de como se hace una revolución, ya que para eso basta estudiar la historia de las revoluciones. Parece que por ese lado está la clave.
      Gracias y un abrazo.

      Borrar
  2. Creo que es lo mejor que he leído desde hace mucho tiempo.
    Simplemente exelente!!!!

    ResponderBorrar
  3. Muy buen articulo como siempre, mientras lo leía justo me acorde de una noticia que leí en BBC Mundo.

    http://www.bbc.com/mundo/vert-fut-40620562

    Creo que toca algunos temas relatados aquí.

    Un saludo y siga así.

    ResponderBorrar
  4. Ovación de pie!!!!
    Como siempre!!!
    No obstante le dejo un tema para que lo analice: hasta ahora, los niveles de capacidad individual que se combaten con la educación son la brutalidad y la ignorancia. Yo creo que, superada la brutalidad por la evidencia y la ignorancia por la instrucción, lo que nos falta analizar es el "criterio"... Me parece que por ahí va la cosa cuando existen cada vez más máquinas (y personas!!!) que parecen inteligentes porque saben algo, pero carecen de criterio o de tenerlo, no coincide con el que uno espera. Saludos, Don Denes.

    ResponderBorrar