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lunes, 13 de marzo de 2017

¿POR QUÉ LOS CEOs SON TAN MALOS POLÍTICOS?

Al final de una corporación
solo puede haber un fulano: el CEO
Lee Iacocca

Agustín Álvarez, un militar y moralista de la llamada "Generación del 80" del siglo XIX supo manifestar alguna vez, refiriéndose al General Lavalle: "¿Quien lo metió a reformador institucional, si el asunto no era del arma de caballería?" En una carta al Dr. César A. Villegas, Perón aplicará muchos años más tarde esa misma frase al General Onganía.  Con la licencia correspondiente, hoy uno podría preguntarse: ¿Quién lo metió a Macri a presidente de la Nación si la política no es materia de la carrera de ingeniería?

Porque, en lo esencial, ése es el mayor problema de Mauricio Macri. Y no solo de él. También lo es el de unas cuantas personas de su entorno inmediato que vienen de ser CEOs de importantes empresas y cuya impericia política explica – al menos en buena medida – los errores, las marchas y las contramarchas a las que ya nos tiene acostumbrados el actual gobierno.

¿Por qué los CEOs son tan malos políticos? Para empezar convendría especificar qué es exactamente un CEO. El acrónimo se refiere al inglés "Chief Executive Officer", literalmente: "oficial ejecutivo en jefe", y vendría a ser el equivalente anglosajón de nuestro "gerente general ejecutivo", o "director general", o "presidente ejecutivo", según las diferentes empresas y países.

Resulta difícil describir en pocas palabras la función exacta de este puesto porque, al igual que su denominación, varía considerablemente de una empresa a otra y de un país a otro. Pero, para dar una idea bastante ajustada a la realidad, podríamos decir que, en materia de jerarquías, para los empleados comunes de una empresa la jerarquía superior comienza con Dios, luego viene un gran vacío interestelar, e inmediatamente después, está el CEO de la firma. Para los ateos el orden jerárquico empresarial es más simple todavía: dentro de la empresa, por arriba del CEO solo está el vacío interestelar...

Todo esto contribuye a un hecho real muy sencillo y fácil de comprender: Los CEO no están acostumbrados a que alguien les diga "no". No están acostumbrados a tener oposición. En una empresa la decisión de un CEO es ley. Ningún empleado discute con un CEO. Si el empleado cumple, bien; caso contrario, está despedido. En contraposición, dentro de la política democrática, el "no" puede ser solamente el punto de partida para una larga y desgastante negociación.

Es que las empresas no son democráticas. Nunca lo fueron, no lo son, y tampoco lo serán mientras quieran ser eficientes y cumplir con sus objetivos económicos. Y ése es el primer gran problema con el que se encuentra un CEO cuando pretende ingresar al ámbito político y se encuentra de pronto prisionero de un sistema perverso en el cual, completamente al margen de lo buena o mala que pueda llegar a ser su propuesta para el país, no solo debe "negociar" para que los aliados lo apoyen sino también para que los opositores dejen de oponerse. El manejo de "la Banelco" política – Flamarique dixit [1] – es sustancialmente diferente al manejo del presupuesto de marketing de una empresa.

En el ámbito empresario el proyecto bueno es aquél que le hace ganar plata a la empresa. Sobre eso no hay, ni puede haber, discusión alguna y todo el mundo lo tiene en claro. Pueden haber – y, de hecho, siempre hay – choques de ambiciones personales y batallas de egos, pero en el fondo todos saben que si a la empresa le va mal, pueden llegar a rodar unas cuantas cabezas y, algo no menos importante, puede no haber ningún "bonus" o premio extra a fin de año, como que tampoco habrá un generoso aumento de sueldo para los puestos directivos.

En política se dirá que el proyecto bueno es el que le garantiza el mayor bien al mayor número de personas. Al menos ése es uno de los criterios de evaluación teóricamente posibles. Pero es teoría; tan solo teoría. La verdad es que en la política democrática no hay proyectos buenos. Hay proyectos que cuentan con el apoyo de la mayoría de los operadores políticos y hay proyectos que no consiguen obtener un respaldo mayoritario de los agentes y los operadores políticos, incluidos los medios masivos de difusión.

Las razones por las cuales un proyecto político puede recibir – o no – un apoyo mayoritario son múltiples pero, por regla general, no tienen nada que ver con la conveniencia o inconveniencia para el país o para el pueblo. Todavía sigue siendo válido el axioma que dice que los políticos democráticos viven de los problemas no resueltos que tiene la gente por lo que, en realidad, no tienen ningún interés en resolverlos.

Las dos preguntas que todo político democrático se hace en forma automática al tomar conocimiento de una posible nueva medida son: "¿A mí eso en qué me afecta?" y "¿Qué hay para mí en eso?". Luego, dependiendo de las respuestas, el político decide otras dos cosas: 1)- Si le conviene – o no – apoyar el proyecto y 2)- Lo que eventualmente podría llegar a exigir en una negociación para decidirse a dar su apoyo o bien, dado el caso, para renunciar a su oposición.

Un CEO no tiene experiencia en este tipo de situaciones, ni tampoco su formación lo ha preparado para enfrentarlas. Por más cursos de negociación que haya hecho para perfeccionarse, la mentalidad política y la económica funcionan con parámetros, tiempos y condiciones sensiblemente diferentes. El concepto de "ganar" significa una cosa en política y otra muy distinta en economía empresaria. En economía si gana la empresa, los miembros de la misma a la corta o a la larga también ganan o al menos pueden ganar. En la política democrática la cosa es al revés: si el político gana – ya sea en poder, en prestigio, en posicionamiento estratégico o simplemente en dinero – es posible, pero nada seguro, que el país también gane algo.

En nuestro país, a todo esto se agrega un sistema electoral siniestro que obliga a los gobernantes a librar batallas electorales cada dos años. Dos años que, en la práctica, se reducen a un año y medio. En algunos casos a menos todavía ya que, dependiendo de las crisis y las oportunidades demagógicas, las campañas electorales pueden empezar mucho antes de lo normal. Así, el gobernante argentino, además de gobernar, tiene que ocuparse de ganar elecciones y, si está abocado a las elecciones, es inevitable que se resienta mucho la calidad de su gestión de gobierno. Simplemente no le puede dedicar suficiente tiempo, atención y energía.

Si las constantes diatribas, discusiones, palos en la rueda y denuncias sistemáticas traban una de las funciones esenciales del Estado como lo es la función de sintetizar las fuerzas divergentes, la constante y permanente subasta electoral del poder político impacta también en aquella otra función estatal esencial que es la planificación.

Los CEOs conocen y en muchos casos incluso dominan las técnicas y los procedimientos de la planificación estratégica. En esto no se trata de falta de preparación o conocimientos. Toda empresa planifica su propio futuro. La que no lo hace, desaparece muy pronto del mercado. La diferencia fundamental entre la planificación económica y la política está en los plazos. Mientras las empresas rara vez planifican más allá de los 10 o, a lo sumo, 20 años, la política requiere previsiones que, en algunas áreas – como por ejemplo la educación – pueden llegar a abarcar generaciones enteras. Si a esto le contraponemos el máximo de 8 años que tiene un presidente como horizonte de gestión – lo cual con una elección cada dos años representa cuatro campañas electorales – no es ningún milagro que la planificación estratégica resulte prácticamente inexistente incluso en gobiernos constituidos por personas que entienden del tema.

Para salir del cortoplacismo y posibilitar eso que se ha dado en llamar "políticas de Estado" – que no son más que políticas planificas a mediano y largo plazo dentro del marco de un plan estratégico –  lo que la dirigencia política necesita son estructuras partidarias coherentes y sólidas que no cambien constantemente de objetivos y de metas a cada cambio coyuntural para cosechar los vaivenes del humor electoral. Y dentro de esas estructuras lo que se necesita es algo que, desgraciadamente, los argentinos no saben hacer y que es trabajar en equipo.

Para desgracia de la política, los que menos saben trabajar en equipo son precisamente los CEOs. En el mundo empresario ni siquiera tienen necesidad de hacerlo. La última palabra la tienen siempre ellos. Sus decisiones no se discuten, se ejecutan. Un CEO puede exigir que sus empleados trabajen en equipo pero él está al margen de cualquier equipo que se pueda llegar a formar. El CEO – y sobre todo el CEO de las culturas "latinas" – no es parte de ningún equipo. Él es la autoridad. Se concibe a sí mismo como tal y es la función que quiere desempeñar.

El resultado es lo que tenemos. Por ejemplo, un área de economía dividida en siete ministerios, con sus siete ministros que deberían trabajar en equipo y que no saben como hacerlo; suponiendo que quieran hacerlo en absoluto. ¿Y por qué tiene que ser así? Nadie lo va a confesar en forma abierta pero es porque el CEO presidente no soportaría tener a su lado un CEO ministro de economía que le haga sombra.

Se me dirá que por lo menos los de ahora son menos proclives a la corrupción que los que estaban antes. No sé. Por un lado es evidente que estos ex gerentes generales ya vienen con una posición socioeconómica ganada y no necesariamente están atacados de la avidez de rapiña que pudo caracterizar a un ex chofer, a un ex empleado bancario o a todos los ignotos contadores, arquitectos y abogados que llegaron al poder político portando antecedentes muy poco claros. Una parte de estos muchachos y muchachas desfila hoy por los tribunales ante jueces que tampoco son tan inocentes como se cree pero algunos de los cuales aprovechan ahora la coyuntura para tomarse su venganza por los años de destrato que tuvieron que padecer. 

Por el otro lado, no menos evidente es que unos cuantos de estos CEO son los que antes pagaban las coimas que percibían quienes ahora están en la oposición.

De modo que la situación en la que nos encontramos es bastante triste. Los de la oposición están desesperados por volver al poder porque, si no lo logran, pende sobre sus cabezas la amenaza de ir a prisión por corruptos. Pero, con sus CEOs, el oficialismo actual está en manos de quienes trabajaron ganando licitaciones del Estado. Y todo el mundo sabe que – siempre y bajo todos los gobiernos, incluso los militares – conseguir la adjudicación de una licitación estatal en la Argentina ha sido completamente imposible sin pagar el "peaje" correspondiente.

El gran problema de los CEOs, aparte de las debilidades señaladas, es que no tienen autoridad moral para invocar una "mani pulite". Ergo, tampoco tienen capacidad plena para cumplir con la tercera función esencial del Estado que es la de conducir.

Trabado en su función de síntesis, en su función de planificación y en su función de conducción, el Estado argentino es tan solo el botín por el que se pelea la oposición con el oficialismo. Oposición y oficialismo que se miran con recelo y hasta con odio, no porque no se conozcan sino por todo lo contrario: porque se conocen demasiado.

Por eso, la situación entre la oposición y el oficialismo en la Argentina constituye el clásico caso del muerto que se asusta del degollado.

Pues, como dice el refrán, siempre hacen falta dos para bailar el tango.

Y los CEOs bailan mal. Lastimosamente mal.

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NOTAS
1)- El líder de la CGT oficial, Hugo Moyano, aseguró que en el año 2000 y antes de aprobarse la ley de reforma laboral, el entonces ministro de Trabajo Alberto Flamarique le dijo: "Para los senadores tengo la Banelco", sugiriendo que con esa tarjeta podía pagar los votos necesarios para lograr la aprobación de la ley. Cf. Ambito.com ,  martes 6 de Noviembre de 2012. http://www.ambito.com/661888-flamarique-muy-suelto-de-cuerpo-dijo-para-los-senadores-tengo-la-banelco






5 comentarios:

  1. Absolutamente cierto, Don Denes...
    Antes les decíamos "tecnócratas"... pero la actitud es la misma y la impericia, también.

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  2. Excelente Denes!! excelente artículo. Juan Manuel Soaje

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  3. Dibuja el triste retrato melancolico del capitalismo rapaz y de la plutocracia dueña del gobierno ya no popular.

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  4. la democracia liberal-capitalista llevada a sus últimas consecuencias. Muy buen artículo Sr Denes!! abrazo

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