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miércoles, 18 de enero de 2017

EE.UU. Y DONALD TRUMP

Los problemas que hoy enfrentamos
– pobreza, violencia en el interior, guerra
y destrucción en el exterior – continuarán
solo mientras sigamos dependiendo de
los mismos políticos que los crearon en primer lugar.

El pacto con Japón es interesante.
Porque si alguien nos ataca,
Japón no tiene que ayudarnos.
Pero si alguien ataca a Japón,
nosotros tenemos que ayudarlos a ellos.

Siempre dije: "Si necesitas Viagra,
probablemente estás con la mujer equivocada"
Donald Trump



Para entender la figura de Donald Trump y su papel dentro del contexto político norteamericano quizás lo primero a hacer es tratar de entender ese contexto desde la óptica socioeconómica. Y lo primero que salta a la vista hurgando bajo las apariencias externas es que la aparente solidez de la economía norteamericana es una ilusión, un espejismo que no se condice con los datos duros de la realidad.

De hecho, la situación crítica de una gran mayoría de la población norteamericana es – en absoluto  y con alta probabilidad – la causa principal del triunfo electoral de un personaje como Donald Trump. Sucede que en los últimos 36 años el ingreso promedio familiar de los norteamericanos se ha ido estancando y, a pesar de ello, muchos siguen pretendiendo niveles de vida que sus ingresos ya no soportan. Consecuencia de ello es que aun quienes técnicamente no podrían ser considerados como "pobres" viven al borde de la bancarrota personal nadando en deudas que amenazan con volverse impagables.

La red plutocrática – formada por el aparato financiero, los políticos corruptos y los grandes conglomerados empresarios – aunada a una tecnología cada vez más robotizada, ha destruido millones de puestos de trabajo mientras garantizaba su propio enriquecimiento por medio de la especulación y la manipulación financiera. Pero, aparte de esto, también es cierto que las pretensiones de una parte muy grande de la población norteamericana han excedido sus posibilidades reales. La mayoría de los norteamericanos ha caído en la trampa de las deudas debido a su hedonismo desenfrenado, a una vida acostumbrada a un derroche ostentoso, a una incapacidad infantil para el pensamiento crítico y a una filosofía de vida materialista y egoísta según la cual lo único que vale la pena es lo nuevo, lo grande y lo caro.

Los datos de la economía doméstica norteamericana permiten ver esto con total claridad. El 62% de los hogares norteamericanos tiene ahorros menores a 1.000 dólares en su cuenta bancaria. [1] Uno de cada cinco titulares de cuentas bancarias no tiene ninguna capacidad de ahorro en absoluto. Al igual que los niños pequeños que todavía no tienen uso de razón, muchos norteamericanos no han superado el infantilismo que les impide diferenciar entre lo deseable y lo necesario.

Para colmo de males este comportamiento derrochador es típico del segmento de personas que tienen entre 35 y 54 años – o sea la etapa teóricamente más productiva de la vida –  y entre los cuales el 50% no tiene un centavo sobrante en su cuenta bancaria, siendo que el 20% ni siquiera tiene una cuenta.

Durante las últimas décadas la gran mayoría de los norteamericanos gastó más de lo que ganó, atrapada en la red del prestamismo financiero y de los vendedores de ilusiones como fue el caso del mercado inmobiliario que terminó explotando en 2008. Desde la década de 1980 en adelante los norteamericanos vivieron una verdadera orgía de consumo acumulando deudas sobre deudas. Los resultados están a la vista. En 1980 el crédito individual de consumo ascendía a 9.300 dólares por persona. Para 2015 esa cifra había trepado a 65.200 dólares; un aumento del 700%. En la actualidad, la población norteamericana se halla endeudada con los bancos por un valor de 21.000 millones de dólares en concepto de hipotecas, tarjetas de crédito, préstamos para estudiantes y otras deudas.

El competitivismo y la exitomanía tan típicamente norteamericanas se manifiestan también en el consumismo. Muchos norteamericanos para darse una apariencia de status social y de éxito personal se preocupan por tener automóviles de lujo. Pero se hacen de ellos mediante el sistema de leasing con lo que el monto de los préstamos del rubro automotor excede hoy los 1.000 millones de dólares,  representando un 40% de aumento desde 2010.

La cuenta telefónica del 46% de los norteamericanos asciende a 100 dólares mensuales o más. Además, la economía doméstica del promedio familiar norteamericano incluye 219 dólares de gastos mensuales de comida en restaurantes. La deuda promedio en tarjetas de crédito es de 7.500 dólares por familia. A esto se agregan 155.000 dólares de deudas por obligaciones hipotecarias y 32.000 dólares de préstamos para estudiantes universitarios. [2]

Aquellos que antes de 2008 tenían algunos ahorros los tuvieron que gastar parcial o totalmente para poder vivir. El 39% de los encuestados manifestó tener ahorros para unos tres meses de gastos normales. Solo el 48% manifestó que podía hacer frente a un gasto inesperado de 400 dólares sin tener que vender algo o sin tomar un préstamo. [3]

Esta es la realidad con la que se enfrenta Donald Trump. Sencillamente es mentira que el "modelo" liberalcapitalista norteamericano es sólido y constituye un modelo digno de ser imitado por todo el mundo. Bien mirado y bien analizado se parece mucho más a un castillo de naipes que se mantiene en pie solo gracias al poder del dinero y al dinero del Poder. Un enorme consumo de lo superfluo sostenido por un endeudamiento progresivo insostenible, por una maquinaria publicitaria permanente y por una fuente de financiación – como lo es la Reserva Federal – que es teóricamente inagotable ya que puede crear dinero de la nada pero que, en la práctica y a la larga, no podrá evitar los efectos catastróficos de, precisamente, crear en forma constante ese dinero de la nada.

Es obvio que se trata de un modelo con fecha de vencimiento.

En estas condiciones no es de extrañar que la dirigencia norteamericana se haya dado cuenta de que se encuentra ante un difícil dilema: si sigue por el camino de un fuerte compromiso en la política exterior, tratando de armar y liderar un imperio global, corre el peligro de que se le derrumbe el frente interno y si, a la inversa, se retira en una medida importante de la aventura imperial para restaurar y consolidar su estructura interna, corre el riesgo de perder la iniciativa frente a una posible coalición euroasiática competidora.

No es una decisión nada fácil y quizás, por primera vez en muchos años, la plutocracia dirigente norteamericana está dividida en bandos que no han terminado – aun  – de ponerse de acuerdo y esto podría ser una explicación plausible para la gran cantidad de operaciones, manifestaciones y denuncias de todo tipo contra a Trump antes de que éste asuma el cargo. Por todo lo que hemos podido saber, el nuevo presidente estaría decididamente del lado de los que piensan que es mejor dedicarle más esfuerzos a la situación interna y a la economía real de los EE.UU. y, si es así, no sería de extrañar que se conquistó la animadversión – y acaso la enemistad – de una parte de la plutocracia financiera muy comprometida con el imperialismo de la globalización capitalista.

Con todo, no hay que dejarse llevar tan fácilmente por las apariencias construidas y difundidas por los grandes medios masivos cuya enorme mayoría ya estuvo en contra de Donald Trump mucho antes de que éste terminase siendo elegido presidente. En este sentido, lo que ha sucedido en la última elección presidencial de los EE.UU. admite, al menos analíticamente, tres escenarios posibles.

El primero de ellos es el de considerar la posibilidad que esa plutocracia que niega su propia existencia realmente quiso que Trump fuese elegido porque le quedó claro que las tensiones globales creadas por las pretensiones imperiales ya no resultaban manejables por los medios usuales. En otras palabras: se hizo necesaria la implantación de una figura manejable, con poca o nula experiencia política concreta, pero lo suficientemente "heterodoxa" o contestataria como para estar dispuesta a imponer medidas extremas que hasta ahora se consideraban imposibles o impracticables. Trump sería así el "patotero loco" que se consideró útil para poner en vereda a los díscolos, tanto dentro como fuera de los EE.UU. pero que tenía que llegar solo y aparentemente sin la ayuda de nadie para que el día de mañana ningún segmento del establishment pueda ser culpado de haberlo promovido.

El segundo escenario implicaría pensar que, si bien Trump no fue el candidato ideal del poder plutocrático y si bien es cierto que su triunfo fue – al menos en alguna medida – inesperado, ahora que no hay más remedio que aceptar el hecho consumado lo que sucede es que lo están poniendo al nuevo presidente bajo toda la presión que se puede ejercer con los medios y recursos a disposición tanto como para disciplinarlo y marcarle los límites aun antes de que asuma el cargo.

El tercer escenario supone imaginar que Donald Trump es realmente una sorpresa desagradable para el establishment. Si esto fuese así, lo que cabe prever es que le impedirán el ejercicio de la presidencia con todos los medios posibles y hasta "imposibles", arrinconándolo por todos lados para quitarle la totalidad de su margen de maniobra. Y, en ese caso, todo puede terminar en un nuevo Watergate o hasta en otro Informe Warren.
  
Cuál de estos tres escenarios – o bien qué combinación de ellos – es el que en definitiva se dará es algo que, por supuesto, nadie puede adivinar ahora. Una cosa, sin embargo, es bastante evidente: los EE.UU. son un gigante con muchos recursos pero los pies de barro.

Alguien va a tener que reforzarle los pies.

De otro modo, se cae.

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NOTAS:
1)- http://www.foxbusiness.com/markets/2016/12/25/bad-news-more-americans-have-less-than-1000-in-savings-than-ever-before.html
2)- https://www.gobankingrates.com/  62% of Americans Have Under $ 1,000 in Savings, Survey Finds,  (05/10/2015).
3)- https://www.federalreserve.gov/  Report on the Economic Well-Being of U.S. Households in 2013,  (15/07/2014)


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