MIS LIBROS

sábado, 10 de mayo de 2014

Los marioneteros



Hay una sola Regla de Oro:
quien tiene el oro
impone las reglas.
Dicho popular
 
Detrás del gobierno visible
está entronizado un gobierno invisible
que no es leal a nadie
y que no se hace responsable ante nadie.
Teodoro Roosevelt

Desde hace ya muchos años la dictadura mediática ha logrado imponer la idea de que todo aquél que cuestiona el actual sistema imperante o bien se halla impulsado por el odio o, en su defecto, es un delirante que padece de conspiranoia. A veces esto se refleja en la cínica admisión de que el sistema "será malo pero es el menos malo de todos los demás". Otras veces directamente llueven los epítetos de nazifascismo y las acusaciones de malevolencia contra cualquiera que ponga seriamente en duda el dogma oficial.

Sin embargo, tal como lo señala Kenneth Rogoff, "las economías capitalistas han sido espectacularmente eficientes en hacer posible un creciente consumo de bienes privados, al menos considerando el largo plazo. Pero cuando se trata de bienes públicos – tales como educación, medioambiente, salud pública e igualdad de oportunidades – la lista de logros no es ni por lejos tan impresionante y los obstáculos políticos puestos al mejoramiento parecen haber aumentado a medida en que han ido madurando las economías capitalistas." [1]

Quienes todavía analizan nuestro mundo desde la óptica del Siglo XX aún piensan en términos de un "bienestar" traducido en automóviles, televisores, heladeras, electrodomésticos varios y eventualmente vacaciones, espectáculos o, incluso y dado el mejor de los casos, viviendas. No se trata, por supuesto, de que estas cosas son superfluas. Todo lo contrario. Pero, gracias a la tecnología disponible, su producción está resuelta; su fabricación o construcción no presenta dificultades y, en todo caso, lo que puede seguir siendo una cuestión a resolver es su justa distribución de acuerdo al mérito de cada cual.

Uno de los desafíos que plantea el Siglo XXI, sin embargo, no se relaciona con los bienes y servicios personales de consumo. Lo que estará (y ya está) en fuerte discusión es todo lo relacionado con bienes sociales tales como la educación, la salud pública, el medioambiente, la seguridad, la justicia social o el nivel de vida y bienestar de los ancianos jubilados. ¿Y por qué hay que concentrarse en esto? Pues porque ya en los países del "primer mundo" los mayores peligros no provienen de la carencia de bienes privados sino de la insuficiencia de los bienes sociales desde el momento en que el capitalismo no se ha destacado precisamente por su eficacia en producirlos y ofrecerlos.

¿Cómo se las arreglará el capitalismo para eliminar la enorme brecha entre los muy pobres y los muy ricos; cómo manejará el envejecimiento de la población; qué hará respecto del espacio cada vez más amplio ocupado por los alimentos genéticamente manipulados si al final resulta que – al menos algunos de ellos – no son tan inocuos como se supone? ¿Qué hará el capitalismo para resolver los problemas planteados por la soledad con hacinamiento? ¿Que hará respecto de la mala alimentación, las enfermedades relacionadas con el metabolismo, el estrés y la angustia? Sobre todo ¿cómo hará el capitalismo para organizar de modo aceptable el trabajo, el pleno empleo, la posibilidad para que todos se ganen la vida con una ocupación honesta?  

Son todas preguntas abiertas que el futuro contestará, pero el capitalismo tendría que cambiar mucho para hallar las respuestas adecuadas. Y tendría que cambiar sustancialmente porque uno de los supuestos básicos de su doctrina económica es el homo oeconomicus; un ser ideal y abstracto del cual se supone que siempre percibe perfectamente sus propios intereses y los defiende contra viento y marea. Para colmo, según la ideología aceptada, esto incluso estaría muy bien porque el mundo construido sobre la base de la lucha de estos "egoísmos individuales" sería el mejor de los mundos posibles. Un mundo guiado por la "mano invisible" del mercado que se encargaría de producir lo demandado y hacerlo llegar a quienes lo demandan. 

Es lo que figura en los manuales de enseñanza del liberalismo. Lástima que en la realidad las cosas suceden de un modo bastante diferente. Por de pronto, ¿cómo surge en absoluto este "individuo egoísta"? Pues, para hacerlo aparecer sobre esta tierra, en todos los millones de casos normales tuvo que existir al menos una madre generosa que no solamente lo trajo al mundo sino que invirtió una enorme cantidad de energía material, física y sobre todo una inmensa cantidad de amor para que su pequeño hijo o hija creciera y se desarrollara en forma armónica. Y no necesitaríamos una gran investigación para descubrir que, además de mamá y papá, muchas otras personas – amigos, maestros, profesores, parientes, conocidos, amantes, cuidadores – contribuyeron con cariño y una nada despreciable dosis de desinterés para que nuestro niño pueda comenzar su carrera como ese "individuo egoísta" que supone el liberalismo.  

Pero, si nuestro niño solo pudo convertirse exitosamente en "individuo egoísta" gracias al apoyo brindado por el cariño solidario de su entorno social, ¿cómo contabilizaríamos económicamente ese cariño solidario sin el cual nuestro individuo no solo no podría ser egoísta sino que ni siquiera podría existir por la simple razón de que muy probablemente ni habría venido al mundo en primer lugar? Porque, según el criterio vigente, deberíamos contabilizarlo ya que representa algo así como la "inversión" necesaria para "producir" al homo oeconomicus.

No nos hagamos ilusiones. Sin el aporte constante del cariño personal y social, todo el edificio de la economía guiada por la "mano invisible" del mercado colapsaría como un castillo de naipes. Hasta me atrevería llegar al extremo de afirmar que ni siquiera hubiera podido surgir.

Toda la lógica existencial de la actual economía política se basa sobre un funesto error. O quizás, siendo tan solo un poco malévolos, podríamos decir que se sustenta merced a un engaño deliberado. Con lo que surge de modo necesario la pregunta de quiénes son los que provocan este engaño. ¿Serán acaso los profesores de economía, o los economistas en general, que legitiman todos los días una cosmovisión completamente contraria a los requerimientos del Bien Común? ¿Es posible que sean tan ignorantes que no saben lo que hacen; o bien tan cínicos que – a pesar de estar perfectamente al tanto de la situación real – siguen brindando argumentos en favor del modelo por conveniencias personales, propias de "individuos egoístas"?

Puede haber bastante de eso en muchos casos, pero no creo que sea lo esencial. Los profesionales de la economía capitalista son solamente peones sobre el tablero de ajedrez del liberalismo en general. Al igual que los políticos aceptados por el sistema, son marionetas cuyos hilos manejan otros detrás de bambalinas. Precisamente por eso lo que realmente importa no es discutir con los economistas y los políticos profesionales. Lo realmente importante es descubrir a los marioneteros que mueven los hilos de la economía mundial y de la política mundial para comprender por qué lo hacen y cómo lo hacen.

Convengamos en que no es fácil hacerlo. No lo es en primer lugar porque esa "mano invisible" que "naturalmente" equilibraría al mercado puede ser una mera entelequia, pero los hilos de quienes mueven los acontecimientos mundiales son realmente invisibles para la gran mayoría. Y en gran medida son invisibles porque la dictadura mediática ha conseguido convencer a muchos de que no hay otra alternativa posible y de que todo aquél que critica al actual sistema, o bien fomenta el odio antidemocrático, o bien fabrica gratuitamente teorías conspirativas absurdas. Por supuesto que todo ello con la peor de las intenciones.

Sin embargo, no es imposible descubrir la mano de los marioneteros. Basta con seguir la pista del dinero. Una economía global basada en el dinero y dependiente del dinero necesariamente otorga una enorme cantidad de poder a quien consigue acumular la suficiente masa crítica de dinero como para convertirlo en herramienta de poder político.

Por consiguiente, el mayor problema no son los pequeños oligarcas locales muy ricos como equivocadamente sigue sosteniendo cierta izquierda atascada en el esquema de la lucha de clases. Sobre todo en países como la Argentina en dónde el dinero de la política proviene en su enorme mayor parte de plata robada al Estado. 

El mayor problema son los plutócratas internacionales que tienen tanto dinero que su masa acumulada ya no funciona como dinero.

Funciona como poder.


Notas:

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