A la sombra del mérito se ve crecer la envidia.
Leando Fernández de Moratín
Dicho sea de paso, el éxito es una cosa bastante fea.
Su falso parecido con el mérito engaña a los hombres
de tal modo que para la multitud,
el triunfo tiene casi el mismo rostro que la superioridad.
Víctor Hugo
Sobresalir es incomodar;
las medianías se creen insuperables
y no se resignan a celebrar el mérito de quien las desengaña.
Admirar a otros es un suplicio
para los que en vano desean ser admirados.
Toda personalidad eminente
mortifica la vanidad de sus contemporáneos
y los inclina a la venganza.
José Ingenieros
La República Argentina también es el país en donde esta misma ex-presidente designó como candidato a presidente a una persona que hasta pocas semanas antes de su designación la había criticado y desaprobado en todos los términos y sentidos imaginables. Una persona que, después de transitar por media docena de diferentes partidos y agrupaciones políticas, terminó aterrizando en un partido peronista que ya ni siquiera festeja el 17 de Octubre porque, si le preguntaran qué es la lealtad, no sabría qué contestar.
Este mismo presidente, que tendría que recurrir al diccionario para explicar qué es la honradez y la honestidad, hace apenas unos días nos ha confesado que no cree en el mérito. Aunque por el contexto de lo que dijo es bastante evidente que no solo no cree, sino que ni siquiera tiene en claro el significado del término. Y para que nadie me diga que lo estoy citando fuera de contexto, aquí va el párrafo completo de lo que dijo este benemérito titular suplente del Poder Ejecutivo por delegación vicepresidencial:
"(…) Porque en verdad lo que nos hace evolucionar o crecer, no es verdad que sea el mérito como nos han hecho creer en los últimos años. Porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres. Y entonces no es el mérito. Es darle a todos las mismas oportunidades de crecimiento y desarrollo. Y mientras eso no ocurra en la Argentina, no podemos estar tranquilos con nuestras conciencias. Porque sabemos que hay un tratamiento desigual. Y la verdad es que ese tratamiento desigual la verdad es que nos maltrata como sociedad. Nos pone en un mal lugar como sociedad. No es ése un buen sistema para vivir en sociedad. Las mejores sociedades son aquellas en que, precisamente, a todos les dan la oportunidad de desarrollarse. Y las oportunidades son iguales para todos. Cuando las oportunidades son solo para algunos, ésa es una sociedad que solo genera desigualdad. Y contra esa desigualdad debemos pelear todos los días. Porque esa desigualdad es la que aqueja a gran parte del Norte argentino. Y es con la que ya no se puede seguir viviendo en paz, si es que tenemos conciencia de argentinos. [1]
Quitemos de la cita la verborrea demagógica sobre lo de la igualdad de oportunidades que nadie discute. Porque nadie con dos dedos de frente y tan solo un miligramo de sentido común discutirá que una efectiva igualdad de oportunidades iniciales es la única forma de lograr una justicia social plena; sobre todo en un país de las condiciones económicas, sociales y biopolíticas de la Argentina. Lo que el señor presidente-delegado no menciona, probablemente porque jamás se le ocurrió, es que igualdad de oportunidades no significa igualdad de resultados.
Si al más inteligente de los pobres le damos las mismas posibilidades que al más tonto de los ricos de ningún modo podemos garantizar que ese más inteligente de los pobres llegue al final al mismo nivel de capacitación y desempeño que el más tonto de los ricos. Para empezar, así como está planteado el problema ni siquiera sabemos qué tan inteligente es el más inteligente de los pobres y tampoco sabemos que tan tonto es el más tonto de los ricos. Por lo tanto, entre todas las combinaciones posibles en teoría, hasta puede resultar que incluso en el sistema actual el más inteligente de los pobres lo humille al más tonto de los ricos en cualquier examen universitario o en cualquier tarea industrial. Y no me digan que eso es imposible porque lo he visto suceder muchas veces en mi vida.
La desigualdad de oportunidades por cuestiones de desigualdad económica es una injusticia que debemos superar, sin duda. Pero una igualdad de oportunidades no garantizará jamás una igualdad de resultados al final del proceso de educación y capacitación simplemente porque no puede garantizarla. La dedicación, la voluntad de aprender, el tesón, la disciplina y el esfuerzo no se miden ni en términos de Cocientes de Inteligencia ni en dólares; mucho menos en devaluados pesos argentinos. La inteligencia y un buen nivel económico podrán facilitar el éxito, pero de ninguna manera lo garantizan.
Y llegamos al mérito.
Justamente, lo que puede llegar a producir, no una igualdad sino hasta una enorme diferencia final, es el mérito. Pongamos el ejemplo al revés: supongamos una competencia entre el más inteligente de los ricos y el más tonto de los pobres (de nuevo, sin especificar qué tan inteligente y qué tan tonto es cada uno en términos absolutos). Imaginemos que el rico inteligente es un vago ni-ni que le escapa a los libros como si mordieran; que vive en un mundo de sexo, drogas y rock and roll; que no se preocupa por nada que no sea pasarla bien y disfrutar de la vida porque total papá tiene plata y de alguna manera ya me va a hacer zafar. Bien. Ahora imaginemos al tonto pobre que de pronto está harto de ser pobre y de vivir en la miseria, que aprieta los dientes y estudia en cada minuto libre que tiene; que se las arregla para conseguir libros de segunda mano; que llama la atención de sus profesores y maestros por su terca dedicación al estudio, su constante esfuerzo, sus preguntas y su desempeño; que se anota en cuanta beca se le presenta y se prepara para los exámenes como quien se prepara para una carrera de Fórmula 1 y logra razonablemente buenos resultados. ¿Por quién de los dos apostarían ustedes? Incluso en este sistema injusto y con toda la desigualdad de oportunidades mencionada por el presidente-delegado de la vicepresidente multiprocesada.
Yo apostaría sin pensarlo dos veces por el tonto pobre. Si me apuran un poco, hasta tomaría apuestas por dos a uno a que el tonto pobre tendrá más éxito en llegar a ser una persona valiosa para la comunidad que el rico inteligente.
¿Y por qué? Fácil: porque le adjudicaría más mérito al tonto pobre que al inteligente rico.
De modo que la cosa no es como dice el presidente. Es justo al revés. Es justamente el mérito lo que nos hace evolucionar o crecer. Y es porque esencialmente y desde el punto de vista ético el mérito reconoce el esfuerzo concreto comprobable y no al éxito eventual impredecible. En otras palabras: el mérito no está en el éxito sino en el esfuerzo invertido. El éxito a veces – (solo a veces y no siempre) – puede ser una cuestión de suerte; el esfuerzo es una cuestión de voluntad y disciplina; lo que lo hace comprobable, verificable.
El otorgarle mérito al éxito proviene del exitismo anglosajón – típicamente el norteamericano – que, a su vez, viene de la teoría de la predestinación formulada por la herejía protestante de Calvino que, en lo personal, considero que es lo más horrible y monstruoso que ha producido el protestantismo. [2] Según dicha teoría, antes de que nacieras Dios ya dispuso si irás al cielo o al infierno; si serás uno de los Elegidos o uno de los Condenados. No importa lo que hagas en la vida; no importan tus obras ni tu comportamiento. Hagas lo que hagas, si Dios dispuso que seas un Elegido, lo serás aunque vivas cometiendo los siete pecados capitales todos los días. Y si dios te creó Condenado, irás al infierno aunque seas la Madre Teresa de Calcuta.
Por supuesto que en semejante situación al calvinista lo tortura durante toda su vida una horrible pregunta: ¿Seré un Elegido o un Condenado? Con lo que una de las preocupaciones más obsesivas del calvinista es espiar su propia existencia buscando señales que le den una pista sobre la respuesta. Y en esto el calvinista puritano cree que existe una señal bastante segura; es la del éxito. El razonamiento es: "Si tengo éxito, casi seguro que soy un Elegido porque Dios, al ser infinitamente justo, es difícil que le permita el éxito a un Condenado". De allí la idolatría del éxito por parte de los protestantes calvinistas. Además ¿por qué los calvinistas no se dedican frenéticamente a todos los vicios si, total, todo está predestinado? Pues porque el vicio y el crimen pueden ser una marca de los Condenados y el serlo es un estigma social. Por lo que, no puedo evitar ser un Condenado si Dios así lo dispuso, pero puedo hacer que no se note portándome bien y destacándome en todo lo que pueda y, mientras los demás no se den cuenta, por más que me espere el infierno después de la muerte, aquí en vida la voy a pasar lo mejor posible con el reconocimiento pleno de mis semejantes. ¿Hará falta mencionar que es de aquí de donde proviene la típica hipocresía puritana?
Más allá de que el mérito no está en el éxito, lo que más se reconoce valorando al mérito es la diferencia lograda entre el punto de partida y el punto de llegada. El tonto pobre que consigue recibirse de técnico mecánico ha recorrido, gracias a su esfuerzo, una distancia mucho mayor que la recorrida por el inteligente rico para recibirse de abogado. Por eso es que ese pobre tiene más mérito que el rico. Aparte de que, encima, todavía puede suceder que el pobre llegue a ser un buen técnico mecánico mientras que el rico quizás apenas si conseguirá ser un abogado mediocre. En la Argentina conocimos varios de ésos y, no es por nada, pero seguimos teniendo unos cuantos y unas cuantas.
Hasta tuvimos un ingeniero mediocre – aunque, está bien, reconozcamos que tampoco fue lo que se dice un tipo inteligente.
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NOTAS
1)- https://www.lavoz.com.ar/videos/alberto-fernandez-lo-que-nos-hace-evolucionar-o-crecer-no-es-merito-como-nos-han-hecho-creer-
2)- Las doctrinas de Calvino están presentes en todas las iglesias protestantes "Reformadas" tales como, p.ej. los bautistas, las anabaptistas, los bautistas reformados, los presbiterianos, los anglicanos, los puritanos, etc etc. Un estudio de 1999 encontró 746 denominaciones reformadas en todo el mundo.