Prepárense para lo desconocido
estudiando como otros, en el pasado,
enfrentaron lo imprevisible y lo impredecible.
George S. Patton
Hegel alguna vez manifestó que los pueblos y los gobiernos nunca aprendieron nada de la Historia ni actuaron según principios deducidos de ella. En otras palabras: si hay algo que la Historia nos enseña ese algo es que los seres humanos no aprendemos gran cosa de la Historia. Y el problema no es menor porque, para redondear la idea, tendríamos que escuchar a Chesterton quien nos advertía que podemos estar seguros de equivocarnos acerca del futuro si nos equivocamos acerca del pasado.
Sucede que en la Argentina vivimos equivocándonos en ambos sentidos. Se equivocaron aquellos que – calificados de "estúpidos que gritan" y de "imberbes" por el mismo Perón el 1° de Mayo de 1974 [1] – encontraron finalmente el huequito por dónde meterse el 25 de Mayo de 2003 de la mano de los Kirchner y gracias a una colosal equivocación de Eduardo Duhalde. Y se equivocaron también – y por mucho – los Martínez de Hoz, los Sourrouille; los Cavallo, y sus numerosos émulos y sucesores que llevaron el país a la hiperinflación primero, al remate después y a la cuasi-paralización económica al final.
¿Por qué los políticos argentinos – o bien, si no queremos personalizar, la política argentina – siempre se equivoca?
La respuesta corta es: "porque se niega a reconocer sus errores". Me dirán ustedes que es una respuesta demasiado corta y que hay toda una serie de otros factores. Es cierto. Pero yo sugeriría apuntar a este factor tanto como para centrar el inicio del análisis.
Seamos honestos: a nadie le gusta tener que reconocer un error. Pero una cosa es que una metida de pata te dé rabia y otra muy distinta es que después de mandarte una regia macana trates frenéticamente de ocultarla o de negarla con mil argumentos que hagan que parezca un éxito. El error genera en nosotros una irritación que se puede combatir de dos maneras. La una, positiva, es reconocer la equivocación, identificar qué es lo que nos ha llevado a cometerla y luego hacer lo posible por minimizar sus consecuencias nefastas. La otra, negativa, consiste en profundizar esas consecuencias insistiendo en el error, ya sea con el argumento de que el error no es tal sino, por el contrario, es un éxito que el enemigo no quiere reconocernos; ya sea negándolo de plano y afirmando que simplemente no existe.
Sucede, sin embargo, que la manera de manejar los errores en política es algo que puede llegar a ser sumamente complejo. Por de pronto a la conducción política no se le perdonan los errores así como así. Quien se presenta ante millones de personas con la pretensión de encargarse de una de las tres funciones esenciales del Estado – como lo es la función de conducción – no puede estar cometiendo errores a cada rato. Si se equivoca más allá de lo tolerable (y el margen de tolerancia es por demás reducido en este caso), no solo pierde credibilidad sino hasta legitimidad. El barco no puede estar al mando de un capitán que no sabe diferenciar un iceberg de una ballena.
La otra gran cuestión es el "microcosmos" que tarde o temprano envuelve a todo político cuando accede a una función central de gobierno. Por regla general la política reúne a personas que comparten la misma cosmovisión o, al menos, cosmovisiones similares expresadas en ideologías compatibles. Esto las lleva a compartir no solo determinados proyectos y objetivos sino también una cierta y determinada interpretación de los hechos reales objetivos que ocurren a su alrededor. El problema con esta interpretación es que muchas veces resulta fuertemente distorsionada por la ideología subyacente, por lo que se convierte en un "relato" con elementos que no son ciertos pero que las personas que comparten la ideología quisieran que fuesen ciertos. Luego de algún tiempo, el cenáculo que constituye el "microcosmos" gobernante termina creyendo realmente que el relato ES la realidad misma y le transmite esa creencia (que opera casi como una fe religiosa) al resto de su militancia de apoyo.
Por ejemplo: si la dirigencia se considera a sí misma como "la vanguardia del proletariado" luego, cuando consiga juntar a más de 500 personas, ya hablará de la "movilización de las masas". Si esas 500 personas protestan por alguna cuestión gremial ya será "la lucha del pueblo trabajador contra la explotación capitalista y la injusticia social". Y si de pronto esa dirigencia consigue meter 50.000 personas en la Plaza de Mayo [2] ya será "el testimonio del pueblo argentino cuyo claro mensaje no puede ser ignorado". Que en una ciudad de 14 millones de habitantes las 50.000 personas representan un muy módico 0,36 % ya es una realidad que nadie de esa corriente política querrá tener en cuenta.
En resumen: Los cenáculos políticos y sus círculos de militantes muchas veces se construyen una imagen del mundo y luego se pegan el gran porrazo cuando la realidad les obliga a constatar que esa imagen no se condice para nada con el mundo real.
Los que a la noche del 22 de noviembre pasado lloraban ante el bunker de Scioli y no conseguían entender el resultado de las elecciones quedaron atrapados en la misma trampa que encerró en 1983 al peronismo que perdió la elección frente a Raúl Alfonsín.
En esa oportunidad todos le echaron la culpa a Herminio Iglesias por la famosa quema del cajón. La verdad es que, en circunstancias normales de gran efervescencia y entusiasmo peronista, la acción de Herminio hubiera pasado prácticamente desapercibida. Lo que sucedió es que, después del último gobierno militar y sobre todo después de la derrota de las Malvinas, la Argentina había llegado a un fin de ciclo. Alfonsín se dio cuenta. Los peronistas, obnubilados por el mito de su invencibilidad, no lo registraron. En 1983 Alfonsín ganó con el 51,75% de los votos; Macri acaba de ganar con el 51,40%. No solo la Historia; hasta los números se repiten. [3]
Hoy, después de 12 años de gobierno kirchnerista se ha vuelto a cerrar otro ciclo. Después del fallido experimento semisocialista adornado de un suave barniz pseudoperonista volvemos a intentarlo desde el ángulo neoliberal. Si consideramos las experiencias neoliberales pasadas yo diría que no hay mucho que esperar de un gobierno como el de Macri.
Sin embargo, ¿quién sabe?
Yo lo dudo, lo dudo mucho; pero a lo mejor Macri aprendió algo de la Historia.
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NOTAS:
1)- http://constitucionweb.blogspot.com.ar/2000/12/el-dia-que-peron-echo-montoneros-de.html
2)- En la Plaza de Mayo, llena de bote a bote, metiendo 4 personas por metro cuadrado (lo cual es una barbaridad), no entrarían más de 80.000 personas.
3)- Luder – sin ballotage – perdió con el 40,16%; Scioli – con ballotage – perdió con el 48,60%.