MIS LIBROS

sábado, 21 de marzo de 2015

ISRAEL VA A LA GUERRA

No sé si la guerra es un interludio durante la paz,
o si la paz es un interludio durante la guerra.
Georges Clemenceau.


El 17 de marzo pasado se realizaron elecciones parlamentarias en Israel en las que – a pesar de la aparente leve ventaja que las encuestas le daban al opositor Isaac Herzog del partido "Unión Sionista"  – al final terminó venciendo el actual primer ministro Benjamin "Bibi" Netanyahu del Likud.

La composición del 20° Knesset, o parlamento israelí, se puede apreciar en el siguiente gráfico:

Composición del 20° Knesset - Marzo 2015
Resultado de las elecciones israelíes del 17 de marzo 2015.
Los números indican las bancas obtenidas en el 20° Knesset.[1]

¿Qué cambia en Medio Oriente después de estas elecciones?

Nada.

Al menos ésa es la primera respuesta que a uno se le ocurre. Porque, quitando algunos detalles de cierto interés – como, por ejemplo, la posición obtenida por la lista unificada de los partidos que representan a los árabes israelíes – el cuadro general de la política israelí no presenta grandes modificaciones. Lo que sucede es que tampoco las presenta si uno va al verdadero fondo de las cosas. Solamente en las escenificaciones teatralizadas pour la galerie por la dirigencia política y en los recurrentes estallidos bélicos es que los periodistas pueden explotar alguna novedad. Por lo demás, la política israelí de los últimos veinte o treinta años en realidad se ha caracterizado por una insípida monotonía.

Esta política, en esencia, se basa en el conocido juego del "policía bueno y el policía malo". Primero viene el policía malo, te muele a palos, te tortura y te destruye. Después, si no logra tu confesión, se va. Y al cabo de un buen rato aparece el policía bueno fingiendo que no sabe nada de lo que pasó, se compadece de tu situación, hace como que se pone de tu lado pero, al final, el "buen consejo" que te da es que confieses para librarte de una nueva visita del policía malo. Si se te ocurre no confesar, el policía bueno se va y el jueguito empieza de nuevo. Y, si se te ocurre confesar, el policía bueno deja de ser bueno.

Los israelíes perfeccionaron este juego para aplicarlo a su política de conquistas territoriales a expensas de los palestinos. La estrategia de Israel para con los palestinos es la de un "genocidio incremental" según la definición de Ilan Papé [2] quien ya en Septiembre de 2006 señalaba: "La muerte diaria de hasta 10 civiles dejará algunos miles de muertos cada año. Esto, por supuesto, es diferente al genocidio de un millón de personas en una sola campaña – la única inhibición que Israel está dispuesto a aceptar en nombre de la memoria del Holocausto. Pero si se duplica el número de matanzas diarias el número final crece en proporciones horrorosas y, lo que es más importante, puede obligar a un desalojo masivo al final del día..." [3]

Es obvio que incluso este genocidio con cuentagotas llevado a cabo por los "policías malos" debe ser, de algún modo justificado ante propios y extraños. Allí es donde entran en escena los "policías buenos" de la diplomacia para iniciar "conversaciones de paz". Conversaciones cuyo inevitable fracaso conducirá a una nueva oleada de matanzas. Y esto se perpetúa porque las conversaciones de paz no están para obtener la paz sino para obtener nuevos argumentos a fin de poder continuar con la guerra. El método es increíblemente simple: se hacen ofertas de paz que nadie en su sano juicio aceptaría y luego, cuando resurge la violencia, se le echa la culpa al que rechazó la oferta. Parafraseando a Clausewitz, para Israel la guerra ya no es la continuación de la diplomacia por otros medios, la diplomacia es la continuación de la guerra por otros medios.

Un ejemplo entre muchos: cuando en 2000 Ehud Barak hizo su oferta de paz, la misma implicaba un Estado palestino dividido en toda una serie de comarcas aisladas, la renuncia de los palestinos al derecho de regresar a sus tierras originales, y la cesión a Israel de gran parte de Jerusalén Oriental. En resumidas cuentas, la oferta israelí consistía en la creación de un Estado palestino completamente inviable, o bien y dicho de otra manera, en un Estado que nunca podría llegar a ser un Estado. [4]

Nadie puede extrañarse, pues, de que esta "oferta de paz" fracasara. Lo que sucede es que no estuvo diseñada para resolver el conflicto sino para justificar su escalada. Fue parte de la estrategia permanente israelí de ir ocupando e integrando territorios haciendo limpiezas étnicas parciales de un modo incremental. Y, si uno mira la secuencia de mapas de los 128 años que se extienden desde 1878 hasta 2008 se puede apreciar bastante bien que, con esa estrategia, a los israelíes tan mal no les ha ido.

Netanyahu representa simplemente la continuidad de este proceso y las pasadas elecciones solo parecen indicar que los israelíes aparentemente ya creen que no necesitan del fracaso del "policía bueno" como excusa para las acciones del "policía malo".

Porque que Bibi juega al policía malo, de eso no cabe duda alguna. Avi Shlaim lo retrata con nitidez: "Netanyahu no cree en una coexistencia pacífica entre iguales. Considera las relaciones de Israel con el mundo árabe como una interminable lucha entre las fuerzas de la luz y las de la oscuridad. (…) El gobierno de coalición encabezado por Netanyahu es el gobierno más agresivamente derechista, diplomáticamente intransigente y abiertamente racista de la Historia de Israel."

La caracterización que Shlaim hace del primer ministro israelí culmina con una sentencia poco menos que lapidaria: "Netanyahu no es un constructor de la paz; es un acumulador de territorio que pisotea los derechos palestinos sin ningún miramiento. Ha sido él quien ha convertido el llamado proceso de paz en un ejercicio de futilidad. Es como el hombre que pretende estar negociando la división de una pizza mientras continúa engulléndola." [5]

Y en esto la sociedad israelí lo acompaña. Lo hace porque, en realidad, es una sociedad etnocéntrica o, como diría Meron Rapoport recurriendo al esquema derecha-centro-izquierda, "predominantemente derechista". Según este esquema y las encuestas realizadas, más de un 50% de los ciudadanos israelíes considera que tiene ideas derechistas, 39% se define como de centro y solo un 20% declara que pertenece al espectro de la izquierda. [6]

En este contexto y dadas las condiciones del entorno internacional, el resultado de las elecciones del 17 de marzo no sorprende. Netanyahu se limitó a subrayar su argumento principal consistente en señalar la necesidad de enfrentar tanto a Hamas en Gaza como al proyecto nuclear iraní.  En resumidas cuentas a esto se redujo su discurso del 3 de Marzo ante el Congreso de los EE.UU. que demostró una vez más el poder del lobby israelí sobre la política norteamericana expuesto en su momento por los catedráticos norteamericanos Mearsheimer y Walt. [7]

Tampoco sorprende el hecho que la campaña electoral previa a estas elecciones haya sido decididamente hueca. Según la evaluación de Gideon Levy: "La campaña electoral se concentró en una sola cuestión: Benjamin Netanyahu, sí o no. Todas las demás cuestiones fueron dejadas de lado, resultaron marginadas o no discutidas en absoluto. (…) La palabra «paz» fue sacada de la agenda hace ya un largo tiempo y, junto con ella, se fue también la esperanza de lograrla". [8]

Dados estos elementos, es evidente que Medio Oriente no se encamina hacia la paz. Se dirige casi en línea recta hacia una conflagración mucho más sangrienta que la guerra librada en la actualidad por el ISIS, guerra que en cierto sentido no es nada más que el preludio de una contienda mucho mayor que aún está por venir.

La cuestión es que "Bibi" Netanyahu ha obtenido su reelección.

Queda por ver si obtiene también su guerra.

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NOTAS
1)- Fuente: http://www.tribunejuive.info/election-israelienne/la-20-eme-knesset-composition-finale
2)- Cf. http://electronicintifada.net/content/israels-incremental-genocide-gaza-ghetto/13562
3)- Ilan Papé en:  http://electronicintifada.net/content/genocide-gaza/6397
4)- Cf. Dan Glazebrook  en http://rt.com/op-edge/241905-israel-elections-zionist-union-likud/
5)- http://www.independent.co.uk/voices/commentators/avi-shlaim-obama-must-stand-up-to-netanyahu-7536456.html
6)- http://www.middleeasteye.net/columns/will-israeli-voters-do-right-thing-59197967
7)- Cf. https://drive.google.com/file/d/0B6QXUcoelzmpbFZsbElsZnNRd2c/edit?pli=1
8)- http://www.middleeasteye.net/fr/node/35271

Las páginas de Internet citadas fueron visitadas y estaban activas al 20/03/2015.





sábado, 14 de marzo de 2015

¿POR QUÉ NUESTRA DEMOCRACIA NO FUNCIONA?

La democracia debería ser
algo más que dos lobos y una oveja
votando sobre el menú del próximo almuerzo.
James Bovard

Porque depende del dinero

La cadena del razonamiento es bien simple: en una democracia, para llegar a algún puesto principal de poder hay que obtener una mayoría de votos. Para ser votado por una determinada mayoría – simple o relativa – hay que ser conocido. Para ser conocido hay que hacer campaña. Para hacer campaña hay que tener dinero.

La verdad de lo expuesto se demuestra por la inversa: sin dinero no se puede hacer una buena campaña; sin una buena campaña no se puede ser conocido; si no se es conocido no se pueden cosechar muchos votos; si no se pueden cosechar muchos votos no se puede obtener una mayoría; y si no se puede obtener una mayoría de votos, no se puede acceder a algún puesto principal de poder.

El dilema es de hierro.

En las próximas elecciones presidenciales de la Argentina, la suma máxima establecida por la Justicia para gastar en campaña asciende a $254 millones por candidato. Si bien es casi el doble de lo estipulado para la campaña del 2011, todos los candidatos están de acuerdo en que gastarán cerca de $1.000 millones cada uno. [1]

Sumemos entonces: 1.000 millones de Macri, más 1.000 de Masa, más 1.000 de Scioli y démosle unos módicos 500 millones al rejunte de la izquierda y la cuenta nos da unos 3.500 millones de pesos gastados en la próxima campaña electoral.

Con 30.530.323 electores habilitados [2] eso nos daría, según mi planilla Excel, unos 114,64 pesos por votante. A $ 12,60 por dólar [3] eso equivaldría a unos 9,10 U$D por voto. Lo cual concuerda muy bien con lo que dicen los expertos en el tema quienes afirman que, en el ámbito internacional y dependiendo de las muy variables condiciones locales de cada país, un voto democrático cuesta actualmente entre 5 y 15 dólares por campaña.

No por nada Cristina Kirchner le dijo en cierta oportunidad a Rafael Flores: "Para hacer política en serio hace falta »platita«". [4]

Como dicen en el barrio: los Kirchner la tenían clara.

Porque autogenera corrupción

¿Alguien de ustedes piensa que ese montón de dinero proviene de unos cuantos altruistas tan idealmente enamorados de la democracia como para financiarla pro bono?

No sé qué pensarán Ustedes, pero yo por mi parte no lo creo. Para nada.

Por de pronto, no son muchas las personas que pueden darse el lujo de poner plata en la política. La enorme mayoría de nosotros está feliz si llega a fin de mes. Y los que son tan ricos como para poner un buen pedazo de dinero en política son personas que nunca ponen nada si no están seguros de poder sacar después más de lo que pusieron. Si no fuesen esa clase de personas, pues, para empezar no serían ricos.

De modo que el dinero que necesita la democracia para poder funcionar, si proviene de quienes pueden financiarla, siempre viene con contraprestaciones previamente acordadas. Alguna licitación pública, alguna ley favorable, alguna desgravación impositiva, alguna sentencia judicial apropiada,  algún arreglo de cuentas… siempre hay una "moneda de cambio" para negociar.

Y si el dinero en cuestión no proviene del bolsillo de algún plutócrata, solamente hay otro sitio del cual puede provenir: de las cajas negras alimentadas con plata robada al Estado.

El primer método pavimenta la corrupción entre los funcionarios estatales y los plutócratas que los financian siendo que, a la corta o a la larga, los políticos terminan siendo empleados de quien los paga. Éste es el sistema que funciona en los Estados Unidos, por ejemplo.

El segundo método – que en principio tampoco descarta algún aporte del primero – entroniza la corrupción directamente permitiendo la ocupación del Estado por parte de simples ladrones que encuentran en la política una manera de enriquecerse siendo que serían incapaces de lograr el mismo progreso material ejerciendo alguna profesión útil a la sociedad. Éste es el sistema que impera en la Argentina.

La democracia funciona con dinero. Por consiguiente autogenera los mecanismos de corrupción que le permiten conseguirlo.

Porque debilita el poder al fragmentarlo

A todo esto, invocando un esquema al que ni siquiera Montesquieu le dio demasiada importancia, la democracia pretende segmentar al poder político en compartimentos estancos con la llamada división de poderes.

Curiosamente, hasta el insigne Rousseau se dio cuenta de la imposibilidad práctica de esta pretensión: "Por la misma razón por la cual la soberanía no se puede enajenar, tampoco se puede dividir […] Pero nuestros políticos, no pudiendo dividir la soberanía en principio la dividen en su objeto. La dividen en fuerza y en voluntad; en poder legislativo y en poder ejecutivo; en derecho de impuestos, de justicia y de guerra, en administración interior y en poder de tratar con el extranjero. Tan pronto unen todas estas partes, como las separan. Hacen del soberano un ser quimérico, formado de diversas partes reunidas, lo mismo que si formasen un hombre con varios cuerpos, de los cuales el uno tuviese ojos, el otro brazos, el otro pies, y nada más. [… y ] después de haber desmembrado el cuerpo social, unen sus piezas sin que se sepa cómo, por medio de un prestigio digno de una feria". [5]

La división de poderes no solo es poco aconsejable por la ineficiencia y la ineficacia que generan tres burocracias teóricamente separadas compitiendo entre sí por el mismo espacio de poder. Incluso es imposible por la sencilla razón de que, como muy bien señala Rousseau, la soberanía del Estado es indivisible. Subdividiendo al Estado en "poderes" formalmente independientes lo único que se logra – además de trabarlo en la coordinación de su funcionamiento – es que trate constantemente de volver a unificarse de un modo informal.

Con lo cual el Estado, si gana en eficacia, pierde en transparencia y, si gana en transparencia, pierde en eficacia.

Porque, si es eficaz, es debido a que los tres poderes consiguieron coordinarse de un modo informal que, por supuesto, se mantiene discretamente fuera del foco de la información pública. Y, si todos los actos de los tres poderes son públicos, se consolida la división del poder y con ella se pierde la posibilidad de coordinar eficazmente las funciones y las decisiones políticas esenciales.

Porque es hipócrita

La democracia no es lo que dice ser y no puede confesar lo que realmente es. Por ello no tiene más remedio que ser hipócrita.

Dice ser el gobierno de la mayoría cuando, en realidad y tal como ya lo señaló Tocqueville, es el gobierno de una minoría que domina a la mayoría.

Por otra parte, la democracia dice ser muy tolerante. Sólo manifiesta su intransigencia frente a los fascistas autoritarios. Ahora, claro, los demócratas no tienen la culpa de que, fuera de ellos, todos los demás sean íntegramente una manga de fascistas autoritarios. De cualquier manera, quién es y quién no es democrático, eso lo deciden los demócratas. Con lo cual la democracia es la dictadura de los demócratas que afirman que la democracia es la única alternativa posible a la dictadura.

La democracia dice también haber establecido la libertad de opinión. En la práctica, sin embargo, sobre cualquier cuestión importante hay solamente dos opiniones: la de los demócratas y la de los demás que por supuesto están completamente equivocados.

En determinados casos y en ciertos países, la opinión de los equivocados incluso se castiga con multas y prisiones. Sucede, por ejemplo, cuando la opinión políticamente incorrecta puede ser encuadrada en alguna legislación supuestamente antidiscriminatoria. Manifieste Usted algo ofensivo respecto de los negros en los EE.UU. y puede llegar a tener un serio problema legal bajo la acusación de fomentar el odio racial. (De los blancos puede decir todas las barbaridades que quiera; nadie lo acusará de racismo por eso). En Alemania puede usted dudar de Dios, de la finitud del universo, de la virilidad del Káiser Guillermo II, de la verdad absoluta o hasta de su propio estado de salud mental, y no le pasará nada. Pero no se le ocurra dudar del Holocausto. Créame. Le esperará una larga estadía en prisión si lo hace.

Según cierta etimología, en el idioma griego la palabra "hipocresía" (hypokrites) significa algo así como "responder desde detrás de una máscara". La democracia es la máscara detrás de la cual los demócratas formulan sus respuestas políticamente correctas.

Al otro lado de esa máscara está la realidad moralmente incorrecta que se esconde detrás de las declamaciones políticamente correctas.

Porque es mentirosa

Ya hemos visto que, para llegar a una posición de poder en una democracia, una persona con ambiciones políticas tiene que hacer campaña.

En esencia, una campaña se resume en dos cosas: marketing de imagen y  oferta de promesas. Ambas cosas son falsas.

La imagen está tan cuidadosamente diseñada y aderezada por los especialistas en el tema (cirujanos plásticos incluidos) que el producto final solo tiene un remoto parentesco con la realidad. Y en cuanto a las promesas todo el mundo sabe que las promesas electorales no están para ser cumplidas. Están para cosechar votos.

En toda campaña, la imagen de un candidato no es un reflejo de lo que esa persona es. Es el producto de lo que los asesores de imagen creen que la gran mayoría quiere ver en esa persona. Del mismo modo, una vez lanzado a la campaña electoral, el candidato no dice lo que piensa hacer. Dice lo que piensa que la gente quiere escuchar.

Y si después los votantes se enojan por el incumplimiento del candidato que votaron, lo único que pueden hacer es jorobarse y esperar cuatro largos años para intentarlo con otro que les mentirá de nuevo y que les hará perder cuatro años más.

Lo curioso es que todo el mundo sabe que los políticos de la democracia mienten. Así y todo, muchas veces la masa mayoritaria de votantes va y los vota igual. Incluso en ocasiones reelige a quienes ya le han mentido en la campaña anterior. Esto último es un rasgo de psicología social difícil de explicar. Quizás se debe a la vergüenza de tener que admitir que uno ha sido engañado; quizás es un rasgo de cierto masoquismo inherente a las masas; quizás es un gesto de desesperación.

Pero también puede ser que se trate de algo mucho más sencillo. En un ambiente en donde todos mienten, no es imposible que la gran mayoría considere que más vale mentira conocida que embuste por conocer.

Porque es miope

Basta echarle un vistazo superficial a la Historia de la humanidad para darse cuenta de que los procesos sociopolíticos y culturales abarcan por lo general grandes espacios de tiempo.  Muchos de estos procesos han tardado siglos – o, lo que es lo mismo, varias generaciones – en consolidarse.

Frente a esto, la democracia tiene un problema insoluble: sus cargos son temporales y se miden en lapsos de tan solo un par de años. Consecuentemente ningún político democrático está realmente interesado en el largo plazo. Su horizonte de planificación está limitado por las siguientes elecciones. Llegadas las cuales tendrá que hacerle frente a otra nueva campaña electoral y hasta esto tan solo en el caso de que una ley específica no le impida la reelección.

Con eso la planificación de un político democrático abarca, a lo sumo, unos cuatro o seis años, dependiendo de la legislación vigente. Esta miopía frente al futuro solo es salvada – parcialmente – en aquellos países en los que los políticos son empleados de los plutócratas y la verdadera planificación es la que hacen las grandes corporaciones, las grandes multinacionales y los grandes centros de poder. En estos países es posible pensar en políticas diseñadas para, al menos, un par de décadas.

Pero en los países en donde los políticos se financian principalmente con dinero robado al Estado y con aportes provenientes de fuentes inconfesables, a ningún político le interesa planificar más allá de la próxima campaña.

Obviamente siempre se podrá hablar de "políticas de Estado" como algo necesario y deseable. Pero, si no hay una instancia que imponga esas políticas de un modo más o menos coercitivo, la única política de Estado que le interesará al político democrático es la política que regula el acceso al Estado.

Porque es abusivamente individualista

Hasta hace no tantos siglos atrás el pensamiento político de Occidente arrancaba con la familia y terminaba en el Imperio. Hoy, el pensamiento democrático de "derecha" empieza con el individuo y termina en el mercado mientras que el pensamiento democrático de "izquierda" empieza con el individuo y termina en la clase social.

Esta hegemonía del individuo se refleja después en la legislación y muy especialmente en la penal en donde los derechos individuales adquieren una claro predominio sobre todos los demás derechos, siendo que siempre los derechos predominan sobre las obligaciones la mayoría de las cuales ni siquiera está establecida por ley.

De aquí es de donde surgen, después y en algunos países, el llamado "garantismo" y el "abolicionismo"; el primero interesado en darle al delincuente todos los recursos para defenderse y trabar a la acusación en todo lo posible mientras que el segundo apunta a disminuir y hasta a anular las penas si resultase ser que, a pesar de los múltiples tecnicismos legales que protegen al delincuente, al final no hay más remedio que pronunciar una sentencia condenatoria. En ambos casos, solo interesa el individuo mientras que la sociedad se considera meramente como un "entorno", la mayoría de las veces nefasto en la medida en que es una sociedad que no cumple con las condiciones establecidas por la utopía democrática.

Con este criterio, cuando la policía detiene a un delincuente, lo primero que se mira no es el peligro que ese delincuente representa para las personas honradas sino el peligro de que los derechos individuales del delincuente no sean respetados. Así, el individualismo exacerbado de la democracia llega al extremo de proteger al delincuente y desproteger al resto de la sociedad.

El individualismo abusivo, en lugar de castigar al delincuente por la comisión de un delito, castiga a toda la sociedad porque ésta no ha hecho realidad la fantasía democrática de un fraternal igualitarismo libertario.

En última instancia no es más que una especie de chantaje: mientras no aceptemos y realicemos la utopía democrática, los jueces y fiscales demócratas se solazan lanzando sobre nosotros a todos los criminales que encuentran.

Porque es culturalmente decadente

La teoría del igualitarismo es intrínsecamente necesaria a la idea democrática. Sin el igualitarismo resultaría insostenible el mito de que, en una democracia, una persona es igual a un voto, todos los votos valen lo mismo y cualquiera puede ser votado para cualquier puesto político.

El gran problema del igualitarismo es que es posible en una sola dirección: hacia abajo. Se puede establecer un sistema educativo lo suficientemente ineficaz como para igualar a todos los estudiantes en la ignorancia. Lo que todavía nadie ha conseguido es inventar un sistema educativo que convierta en genios a todos los que pasen por él. Es algo similar a las propuestas de ciertas románticas utopías políticas que, cuando llegan al poder, rápidamente consiguen eliminar a los ricos. Eliminar a los pobres es justamente lo que no consiguen hacer.

Por otro lado, los contenidos culturales de la democracia están determinados por los gustos de las grandes mayorías. Desde el momento en que estadísticamente está demostrado que la mediocridad es siempre mayoría, la democracia le otorga una soberanía cultural a la mediocridad.

Con ello, la decadencia cultural está prácticamente garantizada porque al mismo tiempo, si los políticos resultan seleccionados con los criterios que acabamos de ver, es evidente que los gobernantes también serán lo suficientemente mediocres como para ni darse cuenta de la mediocridad imperante. Con lo cual es obvio que no harán nada por tratar de elevar el bajo nivel cultural existente. De hecho, ni siquiera se darán cuenta de que existe un problema. Vivirán la decadencia como algo absolutamente normal.

Otra forma de formularlo sería diciendo que, si la democracia es el gobierno de las mayorías, puesto que la mediocridad siempre es mayoría, la democracia es el gobierno de los mediocres.

Porque es lenta, ineficiente e ineficaz

Gobernar, en última instancia, no es más que tomar decisiones y hacerlas cumplir. Es cierto que suena mucho más sencillo de lo que es en realidad pero, en lo esencial, no es más que eso.

Resulta que también en esto la democracia tiene grandes problemas. En primer lugar a todo buen demócrata le apasionan las asambleas. En ellas muchas personas pueden discutir durante mucho tiempo una determinada decisión y después votar por ella. La gran ventaja en esto es que, si la decisión sale aprobada, la responsabilidad por las consecuencias se diluye, o bien en el anonimato, o bien en una multiplicidad de personas equivalente a Fuenteovejuna.

En segundo lugar, en las asambleas democráticas no se discute; se perora. Escuchen cualquier debate parlamentario y verán que el legislador que hace uso – y maltrato – de la palabra ya tiene absolutamente posición tomada sobre el tema en cuestión y nada en el mundo le hará cambiar de opinión. A menos, por supuesto, que determinado "lobby" posiblemente afectado lo convenza de lo contrario por algún medio "extraparlamentario".

A uno de esos medios de persuasión el ex ministro de trabajo Alberto Flamarique lo llamaba "la Banelco". Pero eso es solo para iniciados.

La cuestión es que la democracia, por regla general tarda una eternidad en tomar una decisión. Cuando la toma sabe que no tendrá que hacerse responsable por las consecuencias ya que, como todo abogado sabe, "las decisiones políticas no son judiciables". Después, puede tardar otra eternidad en reglamentar la decisión ya tomada y, a la hora de instrumentarla, las licitaciones le abren la puerta a los que pagaron la campaña.

Los tiempos, en determinados casos, pueden disminuir bastante. Lo que nunca disminuye es la ineficacia y la ineficiencia alimentadas por la codicia de los intervinientes.

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De la democracia Winston Churchill dijo en 1947 que "es la peor forma de gobierno, excepto todas esas otras formas que cada tanto se han intentado". [6]

Sí. Pero eso lo dijo después de participar en dos Guerras Mundiales en las que Gran Bretaña había salido victoriosa y no se atrevió a arruinarle la fiesta a los ingleses quienes, a pesar de tener una monarquía constitucional digitada desde la City de Londres, todavía creen vivir en una democracia.

Mahatma Ghandi, que conocía muy bien a la democracia inglesa (aunque desde otra perspectiva que la de Churchill), no se dejó impresionar demasiado por el argumento y le devolvió la pelota con la siguiente pregunta: "¿Qué diferencia le hace a los muertos, a los huérfanos y a los que quedaron sin techo el hecho que la locura de la destrucción se desate en nombre del totalitarismo y no en el sagrado nombre de la libertad o de la democracia?"

Pero el que explicó definitivamente el misterio de la democracia fue el norteamericano Mark Twain cuando simplemente acotó con lógica elemental: "Si el voto sirviera para algo no nos dejarían emitirlo".

Ténganlo presente para las elecciones que ya asoman sobre el horizonte. Por más que analice, compare y lo medite en profundidad antes de tomar su decisión, el voto de dos ignorantes siempre valdrá más que el suyo.

En última instancia, ése es el problema de fondo.

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NOTAS:
1)- Ver: http://www.lanacion.com.ar/1773947-los-presidenciales-podran-gastar-254-millones-en-campana-pero-manejaran-mas-de-500-millones
http://www.lanacion.com.ar/1752213-campanas-millonarias-los-increibles-costos-que-insumira-el-sueno-presidencial
2)- http://www.pagina12.com.ar/diario/ultimas/20-226390-2013-08-09.html
3)- Cotización del dólar "blue" al 12/03/2015
4)- http://www.lanacion.com.ar/1196570-necesitamos-platita-para-hacer-politica
5)- J.J. Rousseau - El Contrato Social - Libro II - Cap. II -  Cf. https://drive.google.com/file/d/0B6QXUcoelzmpemRLWnVKd0xzSUU/edit?pli=1
6)- Winston Churchill, discurso en la Cámara de los Comunes, 11 de Noviembre 1947. Cf. http://hansard.millbanksystems.com/commons/1947/nov/11/parliament-bill#column_206